jueves, 19 de marzo de 2015

LOS SONIDOS DE LA IMAGEN EN "JACQUOT DE NANTES"



            Dentro de las actividades del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga se incluye un ciclo mensual dedicado a la filmografía de un determinado país con una proyección semanal que puede tener lugar los martes o los miércoles, dependiendo de cómo vengan los días festivos. Así, por referirnos sólo a los más recientes con respecto a la fecha de redacción de esta reseña, durante la primera mitad de diciembre de 2014 y la segunda de enero de 2015 el país homenajeado fue Dinamarca y durante el mes de febrero de 2015, Alemania, siendo así que el país al que se dedica (tengo que hablar en presente, porque todavía estamos en este mes) el mes de marzo, con proyecciones los miércoles, es Francia, con la siguiente programación:

Du vent Dans mesmollets (2012), de Corine Tardieu.

Chroniques d’une courde recreé (2013), de Brahim Fritah, de la que hemos comentado algo en otro lugar de este blog.


Je suis (2012), de Emmanuel Finkiel.

           
Como se puede comprobar, son todas películas muy recientes, salvo Jacquot de Nantes, que es precisamente la que me propongo comentar en los siguientes párrafos, y que precisamente uno de sus fotogramas ilustra la programación oficial de este mes de cine francés.

            Basada en la vida de Jacques Demy (1931-1990), uno de los más destacados representantes de la Nouvelle vague, la nueva ola, y rodada por su mujer poco antes de su muerte (se estrenó después), la película se sitúa en la infancia de este director galo, cuando no era aún Jacques, sino solamente Jacquot, lo que inevitablemente lo sitúa en la Segunda Guerra Mundial, que para el transcurrió entre Pontchâteau, cerca de Nantes, y el río Loira, pero no se ceba en imágenes bélicas, sino que se centra en las vivencias infantiles y de adolescencia de Jacquot, su deslumbramiento por los teatros de guiñol, sus primeros amores y su descubrimiento del cine. De hecho, la primera fracción de película que cayó en sus manos fue la grabación de un avión alemán, que encontró en la basura.


No interesan, como digo, a Varda los escenarios de conflicto, aunque referencias a la contienda, hay, por supuesto, sino cómo el niño que luego sería su esposo y uno de los más reputados cineastas franceses vivió aquellos años. 

En ese sentido, una cosa que llama mucho la atención que esta película combina de manera en apariencia caprichosa de las imágenes en blanco y negro y las que fueron rodadas en color. Por intentar encontrar alguna lógica, y si bien, no esta tendencia no se cumple de manera rigurosa, el Jacquot grabado suele aparecer en blanco y negro, mientras que cuando se nos muestra lo que este niño, personaje de película y persona histórica, observa, las escenas son en color, lo cual se corresponde a la realidad del momento cuando el cine que se veía era en blanco y negro, pero la vida real, obviamente, salvo al parecer para el ojo de los perros, en color.


 Hay que destacar, también, que la narración se hace de manera discontinua, siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos, aunque intercalando imágenes y comentarios de Jacques en fecha próxima a su muerte, pero con grandes elipsis de una escena a otra, lo que permite al espectador reconstruir en su mente el fragmento no mostrado, como si de una película antigua en mal estado de conservación y con cortes se tratara.

En este filme se muestran también las pinturas de cromatismo básico que Demy realizó en su madurez. De hecho, la película se inicia con una de ellas, que se muestra poco a poco en la pantalla y se arropa con música clásica, lo cual nos ambienta en otra de las características esenciales de este filme de Varda: la plasticidad musical desde las Cuatro estaciones, de Vivaldi que consituyeron un descubrimiento radiante para el joven Jacquot, hasta el corrido “La cucaracha”, cantada, más o menos en español, más o menos con acento mexicano por uno de los personajes de la película, que lo mismo arregla un pinchazo de la rueda de un coche, que interpreta un solo de saxofón, con acordes de jazz, y reinventa la letra de “La cucaracha” para mejor adecuarla al espíritu de la resistencia francesa.

La música, por lo tanto, es tan elocuente como las imágenes en este largometraje, que en ocasiones se combinan con secuencias de las películas de Demy, en este caso, en color. Debemos recordar también que en la carrera de este director francés figuran algunas películas musicales, como Las señoritas de Rochefort (1967).

Y asistimos también a una vindicación de los componentes artísticos de una película, lo que en la gala de entrega de los Oscars suele considerarse como galardones menores: canciones, de las que algo hemos dicho ya, vestuario, y sobre todo, algo que para Demy fue crucial: la construcción de los escenarios y ya se ve que estuvo siempre muy influenciado por las representaciones de bululú de sus años iniciáticos, y el cine de animación, que para él, en su primerísima juventud, con la máquina más simple que se pueda imaginar y utilizando decorados de cartón y figuras articuladas del mismo material, supuso un alarde de paciencia, pero esto fue algo, como él mismo reconoce, era algo que le sobraba. Tras ímprobos esfuerzos, al final consiguió resultados dignos. Muy primitivos todavía, muy naif, pero dignos.

  Finalmente, si hablamos de los años infantiles de un cineasta de la Europa entre fascismos, no tenemos más remedio que aludir a la identidad de intenciones con la grandiosa Amarcord (1973), de Federico Fellini. La música en ambas películas es fundamental, pero el parecido queda ahí, pues son numerosas e importantes las diferencias que separan ambas películas, que podemos enumerar así:

—En Jacquot de Nantes la narración es mucho más objetiva, sin profundizar en las situaciones dolorosas, dolorosísimas, que toda guerra impone, pero sin el toque de humor surrealista que carateriza al director de Rimini.

—A mi modo de ver, Amarcord es una película colectiva, con infinidad de personajes, mientras que Jacquot de Nantes es mucho más intimista, centrada en el niño-adolescente.

Amarcord abarca un período de tiempo muy breve, mientras que la película francesa se extiende por los años de la vida de Demy que van desde la infancia hasta la primera juventud.

—La película italiana es una autobiografía, recordada a su manera por Fellini, pero centrada en sus vivencias o sus recuerdos, mientras que la francesa reconstruye los recuerdos de Jacques maduro, quien conservaba precisos detalles en su mente, pero rodada por otra persona, concretamente la mujer con la que se casó, y en lo que sin duda es un homenaje al cineasta fallecido de SIDA.

—En Jacquot de Nantes aparece el propio Demy hablando de sí mismo, más que de su obra, ciertamente de tal modo que este largometraje no es un documental en sentido estricto, pero sí tiene fragmentos documentales.

.—Como ya hemos indicado, este filme combina imágenes de la ficción rodada por Varda, así como la que grabó en su día Demy, además de imágenes en blanco y negro y en color.

  Hasta ahí las similitudes y diferencias que soy capaz de apreciar entre dos piezas magistrales del cine europeo. Hemos disfrutado así de una magnífica oportunidad que nos ha brindado el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga de acceder de manera gratuita a una filmografía situada totalmente en las antípodas de las programación icónica de las salas comerciales, que sin duda cumplen una función dentro de todo este universo al que denominamos cine, pero, seamos sinceros, una función más bien logística.


            Jacquot de Nantes, en definitiva, glosa el nacimiento al cine de Jacques Demy, quien estaba llamado a definir una generación estética junto a François Truffaut, Jean-Luc Godard o Alain Resnais, cada uno con sus singularidades creativas, por supuesto.

Francisco Javier Rodríguez Barranco

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