Dentro de
las actividades del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga se incluye un ciclo mensual dedicado a la filmografía de un determinado país con una proyección
semanal que puede tener lugar los martes o los miércoles, dependiendo de cómo
vengan los días festivos. Así, por referirnos sólo a los más recientes con
respecto a la fecha de redacción de esta reseña, durante la primera mitad de
diciembre de 2014 y la segunda de enero de 2015 el país homenajeado fue
Dinamarca y durante el mes de febrero de 2015, Alemania, siendo así que el país
al que se dedica (tengo que hablar en presente, porque todavía estamos en este
mes) el mes de marzo, con proyecciones los miércoles, es Francia, con la
siguiente programación:
—Du vent Dans mesmollets (2012), de Corine Tardieu.
—Chroniques d’une courde recreé (2013), de Brahim Fritah, de la que hemos comentado algo en otro
lugar de este blog.
—Jacquot de Nantes
(1991), de Agnès Varda.
—Je suis (2012), de
Emmanuel Finkiel.
Basada en la
vida de Jacques Demy (1931-1990), uno de los más destacados representantes de
la Nouvelle vague, la nueva ola, y rodada por su mujer poco antes de su muerte (se estrenó después), la película
se sitúa en la infancia de este director galo, cuando no era aún Jacques, sino
solamente Jacquot, lo que inevitablemente lo sitúa en la Segunda Guerra
Mundial, que para el transcurrió entre Pontchâteau, cerca de Nantes, y el río
Loira, pero no se ceba en imágenes bélicas, sino que se centra en las vivencias
infantiles y de adolescencia de Jacquot, su deslumbramiento por los teatros de
guiñol, sus primeros amores y su descubrimiento del cine. De hecho, la primera fracción
de película que cayó en sus manos fue la grabación de un avión alemán, que
encontró en la basura.
No interesan, como digo, a Varda los
escenarios de conflicto, aunque referencias a la contienda, hay, por supuesto,
sino cómo el niño que luego sería su esposo y uno de los más reputados
cineastas franceses vivió aquellos años.
En ese sentido, una cosa que llama mucho
la atención que esta película combina de manera en apariencia caprichosa de las
imágenes en blanco y negro y las que fueron rodadas en color. Por intentar
encontrar alguna lógica, y si bien, no esta tendencia no se cumple de manera
rigurosa, el Jacquot grabado suele aparecer en blanco y negro, mientras que
cuando se nos muestra lo que este niño, personaje de película y persona
histórica, observa, las escenas son en color, lo cual se corresponde a la
realidad del momento cuando el cine que se veía era en blanco y negro, pero la
vida real, obviamente, salvo al parecer para el ojo de los perros, en color.
Hay que destacar, también, que la
narración se hace de manera discontinua, siguiendo el orden cronológico de los
acontecimientos, aunque intercalando imágenes y comentarios de Jacques en fecha
próxima a su muerte, pero con grandes elipsis de una escena a otra, lo que
permite al espectador reconstruir en su mente el fragmento no mostrado, como si
de una película antigua en mal estado de conservación y con cortes se tratara.
En este filme se muestran también las
pinturas de cromatismo básico que Demy realizó en su madurez. De hecho, la
película se inicia con una de ellas, que se muestra poco a poco en la pantalla
y se arropa con música clásica, lo cual nos ambienta en otra de las
características esenciales de este filme de Varda: la plasticidad musical desde
las Cuatro estaciones, de Vivaldi que
consituyeron un descubrimiento radiante para el joven Jacquot, hasta el corrido
“La cucaracha”, cantada, más o menos en español, más o menos con acento
mexicano por uno de los personajes de la película, que lo mismo arregla un
pinchazo de la rueda de un coche, que interpreta un solo de saxofón, con
acordes de jazz, y reinventa la letra de “La cucaracha” para mejor adecuarla al
espíritu de la resistencia francesa.
La música, por lo tanto, es tan
elocuente como las imágenes en este largometraje, que en ocasiones se combinan
con secuencias de las películas de Demy, en este caso, en color. Debemos recordar también que en la carrera de este director francés figuran algunas películas musicales, como Las señoritas de Rochefort (1967).
Y asistimos también a una vindicación
de los componentes artísticos de una película, lo que en la gala de entrega de
los Oscars suele considerarse como galardones menores: canciones, de las que
algo hemos dicho ya, vestuario, y sobre todo, algo que para Demy fue crucial:
la construcción de los escenarios y ya se ve que estuvo siempre muy
influenciado por las representaciones de bululú de sus años iniciáticos, y el
cine de animación, que para él, en su primerísima juventud, con la máquina más
simple que se pueda imaginar y utilizando decorados de cartón y figuras
articuladas del mismo material, supuso un alarde de paciencia, pero esto fue
algo, como él mismo reconoce, era algo que le sobraba. Tras ímprobos esfuerzos,
al final consiguió resultados dignos. Muy primitivos todavía, muy naif, pero
dignos.
Finalmente, si hablamos de los años
infantiles de un cineasta de la Europa entre fascismos, no tenemos más remedio
que aludir a la identidad de intenciones con la grandiosa Amarcord (1973), de Federico Fellini. La música en ambas películas
es fundamental, pero el parecido queda ahí, pues son numerosas e importantes
las diferencias que separan ambas películas, que podemos enumerar así:
—En Jacquot de Nantes
la narración es mucho más objetiva, sin profundizar en las situaciones
dolorosas, dolorosísimas, que toda guerra impone, pero sin el toque de humor
surrealista que carateriza al director de Rimini.
—A mi modo de ver, Amarcord
es una película colectiva, con infinidad de personajes, mientras que Jacquot de Nantes es mucho más
intimista, centrada en el niño-adolescente.
—Amarcord abarca un
período de tiempo muy breve, mientras que la película francesa se extiende por
los años de la vida de Demy que van desde la infancia hasta la primera
juventud.
—La película italiana es una autobiografía, recordada a su
manera por Fellini, pero centrada en sus vivencias o sus recuerdos, mientras
que la francesa reconstruye los recuerdos de Jacques maduro, quien conservaba
precisos detalles en su mente, pero rodada por otra persona, concretamente la
mujer con la que se casó, y en lo que sin duda es un homenaje al cineasta
fallecido de SIDA.
—En Jacquot de Nantes
aparece el propio Demy hablando de sí mismo, más que de su obra, ciertamente de
tal modo que este largometraje no es un documental en sentido estricto, pero sí
tiene fragmentos documentales.
.—Como ya hemos indicado, este filme combina imágenes de la ficción
rodada por Varda, así como la que grabó en su día Demy, además de imágenes en
blanco y negro y en color.
Hasta ahí
las similitudes y diferencias que soy capaz de apreciar entre dos piezas
magistrales del cine europeo. Hemos disfrutado así de una magnífica
oportunidad que nos ha brindado el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga de
acceder de manera gratuita a una filmografía situada totalmente en las antípodas
de las programación icónica de las salas comerciales, que sin duda cumplen una
función dentro de todo este universo al que denominamos cine, pero, seamos
sinceros, una función más bien logística.
Jacquot de Nantes, en definitiva, glosa
el nacimiento al cine de Jacques Demy, quien estaba llamado a definir una
generación estética junto a François Truffaut, Jean-Luc Godard o Alain Resnais,
cada uno con sus singularidades creativas, por supuesto.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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