miércoles, 27 de septiembre de 2023

ALGUIEN TIENE QUE LEER A LOS CLÁSICOS EN ESTE PAÍS

 


Roberto Vivero y Enrique Gallud Jardiel

Una conversación con Enrique Gallud Jardiel

Ápeiron Ediciones

Año: 2023

108 páginas

 

Planteada la conversación como una serie de preguntas expositivas a las que da cumplida réplica el entrevistado, este libro constituye un poderoso manifiesto estético y uno puede, o no, estar de acuerdo con las opiniones que Enrique Gallud Jardiel (Valencia, 1958), nieto de Enrique Jardiel Poncela e hijo de los actores Rafael Gallud y María Luz Jardiel, vierte en la obra arriba referenciada. No puedo compartir, sin ir más lejos, la poca estima hacia Cervantes, en general, o el Quijote, en particular, quizá porque me he criado en Alcalá de Henares, jugando al fútbol alrededor de su estatua en la plaza homónima. Del autor afirma que se trató de una invención de las potencias culturales europeas para oscurecer a dos grandísimas figuras, como Lope de Vega y Calderón de la Barca. Hacia la novela no ahorra Gallud comentarios minimizantes, por decirlo de la manera más suave posible. Sin embargo, los extranjeros son extranjeros, pero no tontos y si hubieran querido minusvalorar a Lope y Calderón, hubieran encumbrado a alguno de los suyos: pongamos que hablo de Shakespeare/Marlowe o Moliere. Cuando los ingleses quisieron, por ejemplo, ningunear a Elcano, no beneficiaron a Legazpi, otro español, sino que sacralizaron a Drake y a Cook, dos ingleses. Y, bueno, creo que el Quijote se defiende por sí mismo y no hace falta añadir comentarios a lo que durante más de cuatro siglos se ha dicho sobre él en todo el planeta: incluso Montesquieu, el antiespañol más antiespañol de cuantos antiespañoles han existido, sentía admiración por esta novela y no creo yo que cuando escribió las Cartas Persas, 1721, el ilustre barón sintiera amenazado el esplendor cultural de Francia por Fuenteovejuna (1619) o La vida es sueño (1635). Y es que las cosas son así: al Príncipe de los Ingenios le salió una competencia feroz de quien menos se lo esperaba: un cobrador de impuestos, prisionero en Argel, presidiario en España, manco y no sé cuántas cosas más. Una enorme faena, sin duda, pero es que las musas son así de juguetonas. Cervantes viajó y vio mucho; Cervantes leyó y aprendió mucho; y no sé si de Lope se puede afirmar lo mismo, al menos en lo que a los viajes se refiere.

Tampoco comparto con el autor valenciano su desprecio por los montajes teatrales vanguardistas de las obras clásicas. En mi humildísima opinión, esas puestas en escena tan modernas, lejos de degradar los textos de los grandes autores del Siglo de Oro, les dotan de una dimensión universal y atemporal.


Pero de lo que no cabe ninguna duda es que escuchar o leer a Enrique Gallud Jardiel es siempre un momento de intensa calidad humanista. Uno se siente flotar en olor de erudición. Una auténtica gozada que, además, abarca los dos grandes hemisferios del saber, el occidental y el oriental, como si eso fuera tan fácil. Enrique ha sido la única persona del mundo en confeccionar un diccionario hindi-español, una epopeya para la que precisó diez años y leer todo tipo de textos al objeto de acumular el mayor número posible de vocablos procedentes de todos los contextos (jurídicos, deportivos, técnicos, literarios, etc.).


Resulta obvio, por lo tanto, que la India ocupa un espacio fundamental en la conversación que nos ocupa. Un país, un subcontinente, un continente casi en sí mismo, simplificado por la ficción de Julio Verne, que al menos era una ficción digna, o por los estereotipos made in Hollywood, dudosamente soportables. No digamos ya el daño que los indios se han hecho a sí mismos con esa fábrica de hacer salchichas que denominamos Bollywood: quizá sea hora de recuperar para nuestras latitudes el legado cinematográfico de Dadasaheb Phalke, Satyajit Ray, Guru Dutt, Adoor Gopalakrishnan, G Aravindan, Bimal Roy e incluso Shekhar Kapur. Imprescindible, desde luego, la, así denominada, trilogía de Apu, de Ray: Canción del pequeño camino, Aparajito y El mundo de Apu.

Pues bien, de la India, entre otras muchas cosas, Gallud afirma lo siguiente:

Por circunstancias ajenas a mis propósitos, me encontré en la India, me aclimaté, aprendí la lengua, conocí su pensamiento y encontré esa patria que encaja con uno y que no suele ser en la que apareces un día al nacer. Si soy algo, en cualquier orden de cosas, la India es responsable al menos del 60 % de ese algo.

Y además:

La India ofrece el pensamiento más avanzado que conozco (el advaita vedânta), los tratados filosóficos más impresionantes (las upanishads), la lengua más perfecta con la que me he topado (el sánscrito) y una riquísima literatura en ella, la forma musical más creativa (los râga), la danza más elegante que he visto (el bhâratnatyam), la obra literaria más grande y completa (el Mahâbhârata), un universo estético en sus paisajes y monumentos, una sociedad amigable y altamente educada, con un tremendo respeto por la educación, y amistades más genuinas y duraderas que las de otros lugares.

Creo que es difícil expresar con mayor claridad el amor a una región y a su cultura.


Es también fundamental reconocer la influencia de su abuelo, algo que Gallud comenta con singular desenfado: “En cuanto al influjo de mi abuelo, lo divertido es que existe, pero nadie ha sabido especificarlo”. De ahí que ambos enriques compartan la devoción por el humor, pues, entre otras cosas, nadie es capaz de cometer una canallada en el clímax de una carcajada, con una brillante puntualización:

cuando me burlo del poder en la persona de un Fernando VII o un Nerón, no incido en sus injusticias, sino en sus imbecilidades. Como se ha dicho muchas veces, a veces los malos descansan de su maldad, pero los tontos no descansan nunca y eso es lo verdaderamente dañino para el resto.



Gallud encuentra especial acomodo en la parodia:

En cuanto al talento, creo que no lo tengo, en el sentido de creatividad. A mí no se me ocurre ni «usted lo pase bien» (de ahí que me haya especializado en la parodia, en donde el tema lo tienes de antemano). Lo que hago bien es combinar, permutar y, sobre todo, dosificar.


Es su zona de confort, su rincón natural, algo en lo que, querido Enrique, yo ya sé que no es santo de tu devoción, pero esa actitud te emparenta artísticamente con Valle-Inclán, quien exprimió la parodia hasta los límites sulfúricos del esperpento y tampoco andaba bastante sobrado de imaginación para la trama de sus novelas y obras de teatro, pero incluso en las acotaciones de sus piezas escénicas demuestra ser el gran orfebre de la palabra.

Aspiraciones compartidas, por lo tanto, para buscar lo grotesco que, lamentablemente, no goza de demasiada presencia en nuestras letras actuales, y mira que se publican libros al año en España, la inmensa mayoría de ellos perfectamente prescindibles. En opinión de Gallud:

En cuanto a ideas, yo no tengo: no se me ocurren historias nuevas, por lo que me dedico a la parodia, en donde el argumento me viene dado. Pero en este terreno, con perdón por mi soberbia, no hay en España en la actualidad quien me meta mano. He descubierto el filón de comiquizar el mundo y los temas sobre los que puedo escribir son nada menos que infinitos.

Ay, ay, ay, el humor, tan difícil y tan poco valorado.

Nos enfrentamos así inevitablemente al arte con todo lo que esto significa y no es que se pretenda dar una opinión absoluta al respecto, pero el arte nos hace más humanos, incluso cuando se abordan los aspectos más despreciables de las personas:

El arte es un producto del genio individual y no puede hacerse una obra maestra por sufragio universal. El colectivismo, la igualdad, son entelequias, porque los seres humanos somos distintos, aunque las tendencias del mundo quieran unificarnos y que todos en el planeta usemos el mismo tipo de zapatillas de deporte.

El arte, pero, ¿qué es el arte? Probablemente el arte es todo aquello que no sirve para nada, salvo para hacernos sentir mejor. Algo así como el abrazo fraterno de alguien a quien no conocemos en persona y tampoco está ahí, salvo que uno asista al acto inaugural de una exposición o la presentación de un libro con presencia del autor. El placer estético es inconmensurable y casi que lo mejor es que sea así. Casi que lo mejor es conocer la obra y no al creador.

En todo caso, el arte, además de una predisposición natural, requiere un esfuerzo deliberado, un aprendizaje y una técnica, circunstancias estas que no escapan a la perspicacia de Gallud:

Así que en el arte, en cualquier arte, tenemos dos aspectos y nada más que dos (¡cómo me gusta simplificar, sintetizar y resumir!): aprendizaje exhaustivo de las técnicas (de muchas y no de muy poquitas) y un don especial para combinarlas que, si no lo tienes, no puedes ser artista por mucho que quieras.

Pero si el ser humano se compone de una parte física, otra afectiva y, por fin, una tercera intelectual, no podemos olvidar esa parte cognitiva en algo tan complejo como el arte: “Sin ideas, no hay arte ninguno. Sin estilo, no hay arte original, sino mera artesanía repetitiva”. No existe la escritura automática ni los brochazos sueltos justifican una obra de arte. “Inteligencia/ dame el nombre exacto de las cosas”, reclamaba Juan Ramón Jiménez (bueno, realmente, Intelijencia, que ya sabemos la predilección del moguereño por la j y así lo destaca Gallud en el libro que estamos comentando).

Dentro del arte, la literatura es donde se ha desempeñado Enrique:

escribo para escribir, porque el proceso (pensar cómo hacer el libro, estructurarlo, tomar notas, redactarlo, corregirlo luego) me encanta per se y aparte de otras consideraciones de prestigio o crematísticas.

¿Y es que acaso el placer personal, la sensación de ser un pequeño dios que crea el mundo en cada obra no es ya de por sí suficiente satisfacción? ¿Hemos de buscarle otro sentido a la literatura? Sartre consideraba que la función de la literatura era servir a la revolución social; durante milenios se le asoció una función pedagógica; pero todo eso no es nada más que mediatizar una actividad principal que, según comentamos poco más arriba, es la de abrazar a nuestros lectores desconocidos.


Por fin, el teatro, incluso cuando no se está en el escenario: “Sí soy básicamente un hombre de teatro y eso me ha servido para «triunfar» fuera del teatro”. El teatro como compendio de otras artes (literatura, vestuario, escenografía, luces, música, en ocasiones danza, etc.). Todos actuamos en la vida, incluso para pedir un café en un bar. No es que sea una actuación continua, no quiero hacer apología de la insinceridad, pero todos, insisto, todos actuamos en la vida y por ello amar el teatro es amar la vida. Y Enrique sabe muy bien lo que es el teatro. De hecho, nos sería muy difícil encontrar a alguien que conozca mejor el teatro español del Siglo de Oro o el del siglo XX que Gallud, que también es actor y director escénico.

Comienzo aquí el último párrafo de esta reseña y es evidente que no puede resumirse en algo menos de dos mil palabras un libro de ciento ocho páginas, pero sí me parece importante concentrar todas estas reflexiones en una: en unos tiempos como los actuales en los que se han impuesto las tecnologías, el postureo y la inmediatez todavía queda resquicio para las humanidades, gracias a personalidades como Enrique Gallud Jardiel, quien jamás de los jamases podrá ser sustituido por un programa de inteligencia artificial. Y es que, al fin y al cabo, alguien tiene que leer a los clásicos en este país.

 Francisco Javier Rodríguez Barranco


martes, 2 de mayo de 2023

NUEVAS TENDENCIAS EN EL CINE AFRICANO

 



Festival de Tarifa-Tánger, 2 de mayo de 2023

               La tarde de hoy ha traído a la sección Hipermetropía del FCAT, es decir, la sección oficial de largometrajes y documentales a concurso, dos magníficas muestras de los nuevos horizontes que está alcanzado el cine africano, lo cual no es algo que hay empezado en estos momentos, pero sí una tendencia que se va consolidando y, con ello, situando al cine de nuestro continente vecino en el lugar que le corresponde, es decir, uno más de la cuadrilla entre las casi infinitas posibilidades que permiten las diferentes cinematografías en todo el mundo, superando de esa manera los clichés que lo han situado tradicionalmente como algo exótico y naif. Creo que ya va siendo hora de que al cine africano le quitemos el adjetivo geográfico y empecemos a valorarlo por lo que es, es decir, una explosión de creatividad tan solo lastrada por la falta de presupuesto y los problemas políticos y sociales, que estos sí que son males endémicos en África.

               La primera de las películas de hoy ha sido la ruandesa Father’s Day (2022), de Kivu Ruhorahoza, que ha pasado por la Berlinale, y la primera, tristísima, pero primera pregunta que surge es: ¿cómo se celebra el Día del Padre en un país como Ruanda donde no hay padres, pues todos ellos fueron exterminado durante el genocidio de los años noventa? Afortunadamente, se trata de una exageración manifiesta, porque sí quedan padres en este país de los Grandes Lagos. Ahora, bien, ¿en qué condiciones han quedado dichos padres sobrevivientes, en particular, y las familias, en general? Pues para contestar a esta pregunta ha rodado Ruhorahoza, cuyo anterior largometraje, Grey Matter (2011), obtuvo la Mención Especial del Jurado en el festival de Tribeca, cuando este director no había cumplido aún los treinta años.


              En cuanto a Father’s Day, el espectador se ve sorprendido por la ausencia casi total de diálogos durante los primeros compases del largometraje. Poquito a poco se va entrando en la película y comprendemos que se trata de tres historias cruzadas con el denominador común de la guerra. Al final, el espectador comprende guardan una cierta conexión directa entre sí, sin que eso sea demasiado relevante, pues lo que verdaderamente importa es el diseño de historias que realmente ocurren en el interior de las personas: se habla muy poco de la guerra, no se ve ni una sola escena de guerra, pero las secuelas afectivas en la población ruandesa son innegables para trazar perfiles humanos de violencia, pena o decepción todo ello en un contexto familiar que justifica el título.

 


              Así, por ejemplo, aunque la historia transcurre cuando todavía la pandemia por covid no ha concluido y, por lo tanto, es habitual ver a los personajes con mascarillas, la protagonista de una de esas tres historias afirma, cito de memoria: “El covid tan solo ha destruido lo que ya era frágil”.

               La guerra, pues, continúa en el interior de las personas, al menos, las secuelas morales de la guerra como el verdadero problema al que se enfrenta la sociedad ruandesa de nuestros días, y lo que Ruhorahoza consigue es que las cámaras penetren en el alma de personas, lo cual es algo que recuerda a ese portentoso observador de la pena que fue Fassbinder y que hoy también podemos perseguir en la filmografía de Haneke, por citar solo dos ejemplos ilustres.

               Es por ello que en numerosas ocasiones los silencios se ven aureolados por los ruidos ambientales de la ciudad o de la naturaleza, un recurso mediante el cual este director ruandés facilita la introspección y el espectador puede contemplar las almas desnudas de los personajes, que es la verdadera intención de Ruhorahoza en esta cinta.


               La segunda película de la tarde ha sido la tunecina Ashkal (2022), de Youssef Chebbi, que comienza con una sucesión de textos en pantalla donde se informa que la urbanización Jardines de Cartago era un ambicioso proyecto de construcción de viviendas para dignatarios en Túnez, que se vio interrumpida con el comienzo de la así denominada Primavera Árabe, cuando, en diciembre de 2010, el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi se inmoló por fuego tras un abuso policial en la ciudad de Sidi Bouzid, lo cual, a la postre desembocaría en la dimisión de Ben Ali.

 


              Pues bien, tras esa información inicial, la película en sentido estricto, arranca con lo que tiene todo el aspecto de un caso policial, pues en los despojos de esa urbanización inconclusa se halla el cadáver calcinado de uno de sus vigilantes. Pero ya está, porque no tardamos en comprender que ese entramado criminológico trasciende a cuestiones que alcanzan a la sociedad tunecina, en general.

               Podemos hablar así del peso de la religión y, por ello, vemos al comisario rezando en la mezquita, algo que, desde luego, es muy difícil de imaginar en Pepe Carvalho, por ejemplo, ni siquiera en el interior de la Sagrada Familia de Barcelona, por no hablar de toda esa legión de policías, guardias civiles y detectives privados con los que se han familiarizado los aficionados al cine o a la novela negra.

               De hecho, la investigación policial en sí es bastante básica y se limita a poco más que observar la escena del crimen e interrogar superficialmente a posibles testigos circunstanciales.

 


              Para mayor abundamiento, siguen apareciendo cadáveres calcinados y el terrorismo asciende a posible causa de los crímenes, aunque ningún grupo reivindica nada.

Así, no tardamos en comprender que estamos asistiendo a otras cosas, como la soledad de los personajes o el lento recorrer de la cámara en numerosas ocasiones de los inconclusos edificios, con sus vigas de hormigón armado donde los hierros asoman impotentes, desubicados, estériles, en la parte superior, todo lo cual transmite una imagen de inmensa desolación.

Asistimos también al inicio de las sesiones de la Comisión de la Verdad y la Dignidad en Túnez para conocer las violaciones de derechos humanos durante la dictadura posterior a la revolución de 2011 en ese país, de tal modo que los investigadores del crimen, es decir, la policía, se convierten en los investigados de la Comisión. Además, el análisis forense determina que en ningún caso existen contusiones o marcas de resistencia a morir por fuego de los inmolados, por lo que diríase que se han quemado voluntariamente.

¿Y a qué apunta todo esto? Pues a que toda la investigación policial no es nada más que un entramado simbólico para mostrar el desaliento de la sociedad tunecina, materializado en el pavoroso abandono de la construcción de los Jardines de Cartago, ante una situación de injusticia social, acerca de cuya superación han perdido toda esperanza los habitantes de este país ribereño del Mediterráneo y ante la cual no cabe otra salida que la inmolación, exactamente igual que hiciera Bouazizi el 17 de diciembre de 2010.


Por ello, no llegamos a saber la identidad del asesino, si es que se puede culpar a una persona en concreto y no a todo el sistema y la policía también es seducida para inmolarse, un planteamiento totalmente novedoso dentro de los cánones de la novela y el cine negro, que hace de este filme de Chebbi una pieza innovadora en la cinematografía mundial.

Y si para la película de Ruhorahoza señalábamos que los sonidos ambientales marcan la pauta de la penetración anímica, en el de Chebbi, las escenas se acompañan de una desasosegante música clásica de nuestros días para acentuar la desesperación nacional en que se inscribe este filme.


Francisco Javier Rodríguez Barranco





LA MUJER EN EL FESTIVAL DE CINE AFRICANO DE TARIFA-TÁNGER

 



1 de mayo de 2023

               La tarde de hoy ha traído dos películas que coinciden en varios puntos: pertenecen ambas a la sección que conmemora el vigésimo aniversario del FCAT “Es al final de la vieja cuerda que se teje la nueva”, de la que ya hemos hablado en algún artículo anterior; a pesar de haber sido dirigidas por hombres, se centran en la problemática de la mujer; en ambas subyace la lacra de la prostitución como telón de fondo; y las dos fueron rodadas el mismo año, concretamente, 2012. Se diferencian, eso sí, en los países de producción, pues la primera en proyectarse ha sido la guineana Morbayassa, de Cheick Fantamady Camara, tristemente fallecido en Francia a la edad de 56 años, y la segunda, la mozambiqueña Virgem Margarida, de Licínio Azevedo.

 


              Así pues, nos situamos ya en Morbayassa y observamos dos cosas que ya pudimos apreciar en su anterior filme Il va pleuvoir sur Conakry, ‘lloverá sobre Conakry’, (2007). La primera es que las escenas se alargan de un modo al que el espectador o, al menos, el espectador que redacta estas líneas, no está acostumbrado, dado que Camara ofrece mucha información ellas. Es algo parecido al inicio de las obras de teatros convencionales cuando los actores dicen cosas que no son necesario decir en la vida real, pero que sirven para poner al espectador en contexto. Nadie que esté hablando con un amigo, dice, por ejemplo, “Hoy quince de septiembre de 1834 en Londres”, pero es una información que viene muy bien a quienes están sentados en las butacas, y una cosa así se observa en las escenas de Morbayassa, sobre todo en la primera mitad del filme. La segunda característica que me parece observar en esta cinta del director guineano que estamos considerando es que existe una cierta desconexión de las escenas entre sí, en el sentido que no hay nada al final de una escena que permita inferir lo que va a suceder en la siguiente. Y estas dos características que acabamos de mencionar no hacen ni mejor ni peor la filmografía de Cheick Fantamady Camara, sino que se trata tan solo de unas señas de identidad perfectamente respetables.

               El argumento de Morbayassa describe las vicisitudes de una sensual mujer guineana obligada a prostituirse en Dakar, lo cual incide directamente en una de las principales lacras sociales del continente situado en el sur de Europa: el tráfico humano. Corrupción y extorsiones, ante la inoperancia de la ONU, son otras de las dinámicas degradantes denunciadas nítidamente en este filme. Y poco a poco vamos sabiendo que esta mujer tuvo una hija a los diecisiete años, que es la edad de su hija en ese momento, a quien abandonó en la puerta de un dispensario al nacer y fue adoptada por una familia francesa que vive en París.

               Por ello, media película, más o menos, transcurre en Dakar y la otra en París, lo que significa una tristemente sarcástica evocación de famoso rally. Y es muy curioso que la principal protagonista, soberbiamente interpretada por Fatoumata Diawara, se hace llamar mediante un nombre europeo en África, concretamente, Bella, y por un nombre africano, que es el suyo verdadero, en Europa, concretamente, Koumba.

               Resulta obvio que la mujer es el eje de este largometraje, pero hay en él toda una reflexión acerca de la difícil, por no decir imposible, comprensión mutua entre las culturas africana y europea. Hay una frase, por ejemplo, bastante cristalina, cuando el padre adoptivo de Vanessa, la hija de Bella/Koumba, que es un enamorado de África, pero rechaza la idea de que su hija regrese con la madre biológica, afirma para justificar su actitud, cito de memoria: “Una cosa es África y otra, los africanos”. Un comentario en pantalla que provocó la carcajada del público en la sala.

               Señalar por último que morbayassa es el baile mediante el que Bella/Koumba piensa agradecer el regreso de su hija, si lo consigue.


               La segunda película de la tarde fue Virgem Margarida, de 2012, según hemos comentado más arriba, y de Licínio Azevedo, director brasileño afincado en Mozambique, producida por Pedro Pimenta, que fue el encargado de presentar esta película de su elección en el FCAT.

De alguna manera, Virgem Margarida constituye junto con A costa dos murmurios, ‘la costa de los susurros’ (2004), de Margarida Cardoso, el binomio por excelencia de películas inspiradas por la independencia de Mozambique, si bien en este caso, quizá por tratarse de una producción portuguesa, se basa en los epígonos de la colonia, mientras que Virgem Margarida se desarrolla durante el primer año de vida del país independiente.

Nos situamos, pues, en Virgem Margarida, y ya desde el comienzo se nos informa que está basada en hechos reales acaecidos en Mozambique en 1975. Debemos recordar, por lo tanto, que, sin entrar en los pormenores de la guerra civil que se desencadenó en ese momento, la independencia de Mozambique colocó en el poder a Samora Moises Machella, del Frente de Liberación Mozambiqueño (Frelimo), sustentado por la Unión Soviética y Cuba, por lo que cabe inferir una fuerte orientación dialéctica de la cosa pública, y es que, ¡qué difícil resulta a los países africanos caminar por sí mismos! Cuando no les salen mentores de un tipo, le aparecen de otro.


En ese contexto, las autoridades mozambiqueñas decidieron reeducar a lo que ellas denominaron con eufemismo colectivista, “camaradas de mala vida”, es decir, las putas de la capital, y para ello organizaron redadas nocturnas para arrestar prostitutas, cantantes, bailarinas y, ya de paso, a toda aquella mujer que se hallara indocumentada en las calles de Maputo, como le sucede a Margarida, que da nombre al filme, que es una adolescente virgen de dieciséis años, que habita en un medio rural, prometida en matrimonio a su hijo y que había a la capital para comprar el ajuar.

 


El caso es que esas mujeres son literalmente secuestradas, ignorando por completo sus circunstancias personales, y son metidas en camiones y autobuses para, tras un viaje de varios días, llegar a la selva donde, digamos, se ha constituido un Centro de Reeducación, al mando de la comandante, fuertemente ideologizada a pesar de su juventud, Maria Joao. En ese viaje se ven carteles en la carretera que indican el paso por Xai-Xai o el río Save.

La idea última el limpiar las mentes de basura reaccionaria de esas mujeres, lo cual implica necesariamente, un lavado de cerebro, para convertirlas en mujeres nuevas, sin un miligramo de neuronas reaccionarias o colonialistas.

La película, entonces, más que construir una trama en sí, nos va mostrando, las diferentes fases de esa reeducación, como levantar una, digamos, ciudad en medio de la selva, construir una carretera en idéntico contexto, además de recibir instrucción militar y todo tipo de sandeces por el estilo. Sometidas a todo tipo de privaciones alimentarias o higiénicas: algo tan sencillo como poseer una pastilla jabón hace merecedora a una de estas mujeres de pasar un día entero con su noche metida en un bidón de agua hasta el cuello.


Efectivamente, eso sucedió en la vida real en Mozambique en 1975, y mucho peor fue lo de Camboya también por aquella época, donde los jemeres rojos de Pol Pot despoblaron las ciudades para construir una especie de utopía rural, un proceso durante el cual exterminaron a una cuarta parte de la población en tan solo tres años, dado que los meros hechos de tener marcas de gafas en la parte superior de la nariz o las manos sin callos, te convertían en intelectual y, por ello, reo de muerte, tras someterte a varios meses de atroces tormentos.

En cuanto a la cinta que nos ocupa, constituye Virgem Margarida un largometraje coral femenino, donde destacan cuatro de ellas, la ya mencionada Margarida, así como Susana, Lucía y Rosa, que se considera a sí misma una puta de tercera y es la más levantisca de todas, lo que le vale, entre otros, el sin duda pedagógico castigo de ser enterrada hasta el cuello. Otro castigo colectivo consiste en atarlas en aspa al suelo y obligarlas a mirar al sol, perfectamente uniformadas, eso sí.

De manera que, la mujer en África, concretamente en Guinea Conakry y en Mozambique, como botones de muestra del tormento social a que son sometidas las personas del sexo femenino en el continente vecino.

Francisco Javier Rodríguez Barranco


lunes, 1 de mayo de 2023

LA VOZ DE ÁFRICA EN EL FESTICAL DE CINE AFRICANO DE TARIFA-TÁNGER

 



30 de abril de 2023

               La tarde se ha iniciado con la película burkinesa, aunque rodada cuando Burkina Faso era todavía Alto Volta, Wênd Kûuni (1982), de Gaston Kaboré, que obtuvo diez Premios César, entre ellos, el de Mejor película francófona, y que dentro del FCAT se ha incluido en la sección “Es al final de la vieja cuerda que se teje la nueva”, que es una manera que tiene este festival de cine de celebrar su vigésimo aniversario: ha pedido a cinco cineastas españoles y cinco cineastas africanos que elijan un filme clásico y otro de nuestros años más próximos, puesto que el lema que da nombre a esta sección retrospectiva es un proverbio de África Occidental que viene a significar algo así como la conservación de la memoria colectiva de generación en generación, de tal modo que las innovaciones sociales, culturales o de cualquier tipo que se produzcan en nuestro continente vecino no olvide cuáles son sus orígenes o, al menos, sus antecedentes más inmediatos.

              Y eso es precisamente lo que plantea Kaboré en este filme: recuperar la identidad del continente y las raíces africanas, pervertidas por la llegada del hombre blanco y alguna que otra cultura foránea, como las religiones monoteístas, de las que luego hablaremos, y la omnipresencia china de nuestros días, a la que también dedicaremos unas líneas en este artículo.

               Para ello este director que hoy es burkinés vertebra su largometraje sobre un niño mudo al que le ponen el nombre de Wênd Kûuni, pero que está aureolado de valor alegórico, pues representa a las jóvenes repúblicas africanas, jovencísimas en 1982, que han perdido la voz por el feroz colonialismo europeo y la pésima descolonización posterior. De hecho, para Kaboré, la voz es un don divino, que es exactamente el subtítulo de este filme: El don divino.

               A partir de ahí, la película se desarrolla en un poblado, cuyo modo de vida se ajusta a los cánones más tradicionales, por lo que no disponemos de ninguna referencia externa para saber en qué período histórico de África nos hallamos: es la vida en África tal cual, atemporal, según pretende defender el director de este filme.

               Para mayor abundamiento, la estructura de esta cinta se ajusta a los preceptos básicos del cine africano en sus orígenes, según los cuales, los directores deben ser como los griots, es decir, narradores de historias, en las comunidades rurales. Incluso en ocasiones una voz en off  ofrece información al espectador.

 


              Las familias, por lo tanto, viven en cabañas y hay una diferencias sexual de las tareas, según la cual las mujeres y niñas se encargan de todo lo que tenga que ver con el hogar, e incluso en circunstancias extremas tienes que padecer acusaciones de brujería, mientras que los hombres y niños se dedican a las labores externas de la casa, como la venta en el mercado, la caza o el pastoreo, y nadie discute el poder del brujo: no se trata, por lo tanto, de un modelo social igualitario, pero sí una manera de empezar a reconocerse a sí mismos los africanos y, a partir de ahí, avanzar en libertad hacia situaciones más justas.

               Y Wênd, quien, como ya hemos dicho es una alegoría de África, por la manera sorpresiva en que es encontrado en medio del campo, es considerado el niño del destino y de él se afirma que su destino es muy raro, lo que tampoco me parece demasiado distante de la realidad de África poscolonial. 

              Por fin, el niño habla y entonces el espectador comprende, porque así se muestra en escena, que Wênd nació con voz, pero la perdió ante el hecho traumático de la muerte de su madre, tras haber perdido recientemente a su padre, y la recupera ante otro hecho traumático: un señor ya bastante madurito, aunque no propiamente anciano, mata a su rebelde mujer y luego se ahorca, siendo así que es Wênd quien lo descubre colgando de un árbol.

               El valor simbólico de la pérdida de la voz es bastante evidente: la madre es una alegoría de las tradiciones y el niño se queda sin voz cuando ella muere. ¿Y la recuperación de la palabra? Bueno, pues probablemente quede a juicio del espectador la interpretación de ese hecho, dado que no es mucho lo que este filme desvela al respecto; así que me voy a aventurar a facilitar la mía: si la falta del don divino de la voz es una alegoría de todo aquello de lo que se ha privado a África, este continente volverá a ser África después de mucho dolor y mucha muerte.

               La segunda película de la tarde, dentro también de la sección “Es al final de la vieja cuerda que se teje la nueva”, ha sido Bamako (2006), de Abderrahmane Sissako, uno de los principales cineastas africanos de todos los tiempos, nacido mauritano, nacionalizado maliense, quien en 2015 sería nominado al Oscar a la Mejor película en habla no inglesa por Timbuktu.

 


              En cuanto a Bamako, que ya estuvo en el FCAT de 2007, constituye un poderoso alegato de denuncia contra el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el G8 e instituciones similares, que han perdido totalmente el norte del espíritu por el que fueron fundados y, en vez de ayudar a los países más desfavorecidos, se han convertidos en los más decididos instrumentos opresores del África, favoreciendo el neocolonialismo, la neoesclavitud y, en definitiva, la pérdida de soberanía de las neorepúblicas de nuestro continente vecino.

               ¿Cómo logran esas instituciones, en general, y el Banco Mundial, en particular, que es contra quien principalmente se dirigen las invectivas de este filme, tan siniestros objetivos? Pues mediante dos vías a cual más pavorosa: primero, mediante la descomunal deuda exterior, que se autoalimenta y no para de aumentar, por lo que el Producto Interior Bruto africano se dedica exclusivamente a ese concepto, sin que la población de este continente tenga acceso a nada; y, segundo, mediante la privatización de servicios públicos básicos, como el ferrocarril, la educación o la sanidad, lo cual provoca que piezas que esenciales para cualquier sociedad queden en manos extranjeras y, con ello el analfabetismo de dos tercios de la población africana, una descomunal mortalidad infantil, etcétera. 


              ¿Cuáles son las principales lacras, además de las recién mencionadas, del continente que propicia el Banco Mundial? Pues, el empobrecimiento estructural de la población, la emigración, incluso a través del desierto del Sahara sin comida ni bebida, la destrucción de los valores tradicionales y, por supuesto, la corrupción, acerca de la cual se realiza un curioso razonamiento: si existen corruptos es porque hay corruptores, que, lógicamente, han de ser muy ricos, pero el dinero no está en el sur, sino en el norte, es decir, en Europa y Estados Unidos, como queríamos demostrar.

               Destaca mucho la puesta en escena de este filme, pues Sissako diseña una especie de tribunal, con abogados defensores del Banco Mundial, entre los que destaca un letrado francés, pero cuenta con un importante equipo de togados africanos, y acusación particular, entre la que destaca otro abogado francés, así como una letrada africana. Durante las diferentes sesiones se van llamando a testigos, que son personas que han sufrido alguna de las miserias arriba descritas: emigración, pobreza, privatización de las infraestructuras, corrupción, carencias sanitarias, etcétera. En determinado momento, se levanta un anciano de aspecto menesteroso cantando a estilo tradicional para no sufrir en silencio, para que se escuche la voz de la tradición.

               Otro matiz que permea durante toda la película es el de las religiones monoteístas, principalmente el islam y el cristianismo, venidas de fuera, pero arraigadas con fuerza en África y que, desde luego, no ayudan demasiado a resolver la situación. 


              Para mayor abundamiento, quizá para que el tribunal sepa bien lo que está juzgando, la sala no se sitúa en una corte de justicia, digamos, estándar, sino en el patio de una comunidad tercermundista de vecinos, con todo lo que eso implica de gallinas correteando a sus anchas, cabras atadas a la pared, suelo de tierra, casas de adobe, en una de las cuales pena sin esperanza un enfermo, ropa tendida, bebés poco menos que abandonados a su suerte, etcétera. Y legajos, montañas de legajos por todos lados, incluido por el suelo, pero que más que documentos con virtualidad jurídica parecen formar parte del atrezo del tribunal, pues da la impresión de que se distribuyen al buen tuntún. Todo lo cual tiene un toque esperpéntico, aunque, por desgracia, trágicamente esperpéntico.

               Muy significativo es el caso de Melé, interpretada por Aïssa Maiga, que obtuvo el Premio César a la Mejor actriz. Melé es una joven que canta en un bar y de vez en cuando se ve obligada a bailar con algún parroquiano, y su camerino es la misma sala donde los jueces y magistrados cuelgan sus togas tras las sesiones. Melé canta y llora simultáneamente. Delante del tribunal se dirige hacia su trabajo embutida en un vestido muy sensual y delante del tribunal se hace atar por detrás las cintas del vestido.


               Sissako se permite también el sarcasmo de intercalar el fragmento de un Western, con todas las convenciones del género, al que titula Death in Timbuktu, ‘muerte en Timbuktú’, como prueba de que hay cosas inequívocamente americanas: la invasión y la destrucción de otras culturas que no lo son afines, o incluso aunque le sean afines.

               ¿Y el veredicto? ¿Es condenado finalmente el Banco Mundial? Me van a permitir que conteste con otra pregunta: ¿alguien conoce alguna condena en firme o alguna exigencia de reparación contra el Banco Mundial?

               El caso es que la película se inicia con Chaka, interpretado por Tiécoura Traoré caminando por unas calles miserables, donde encuentra un perro moribundo de color negro, y finaliza con el suicidio de Chaka, que de esa manera vendría a simbolizar la falta de esperanzas del continente africano.

               La tercera película de la tarde, en esta ocasión dentro de “Hipermetropía”, es decir, la sección oficial a concurso del FCAT, ha sido Nossa Senhora da Loja do Chinês (2022), ‘Nuestra Señora de la tienda de los chinos’, del director angoleño Ery Cláver, que forma parte del colectivo Geração 80, quienes intentan desarrollar el cine en esta antigua colonia portuguesa contra viento y marea.


          Nossa Senhora es una película tremendamente vanguardista y experimental, lo cual demuestra cuán claros tienen los conceptos los miembros de Geração 80 y cómo van abriendo camino, pues no llegan a diez los largometrajes rodados en Angola durante toda su historia independiente y no pueden, por lo tanto, apoyarse en una tradición previa, sino que son ellos quienes van abriendo camino.

               Los primeros planos de Cláudia Púcuta, en el papel de Domingas, son soberbios por el enorme talento de esta actriz, concentrado en su mirada, pero sobre todo destacaría cómo las imágenes se van mezclando sin seguir un orden coherente para mostrarnos diferentes aspectos de la sociedad luandesa, como la megalomanía de los poderosos hasta sobrepasar con creces lo ridículo, los abusos sexuales, la pobreza, la santería atávica, la milagrería cristiana y, desde luego, la omnipresencia china en este país africano: en toda África, en general. Así, por ejemplo, estructurado el largometraje en tres capítulos y un prólogo, se coloca este después del segundo capítulo y no donde le correspondería con arreglo a la preceptiva académica.

                Y muy reseñable resulta la voz en off en chino que narra con gran intensidad lírica unas escenas tomadas de la realidad más real, así como el protagonismo del agua y su presencia durante casi todo el filme, pues es este el elemento asociado milenariamente a la melancolía y su descenso a las regiones más profundas de la pena humana. 


                    Sin embargo, el desenlace no vendrá por el agua, sino por el fuego y de ese modo, la virgen que venden los chinos cambiará su rostro de blanco a negro, que es un color más propio del continente africano.


               En charla posterior a la proyección del filme, Cláver desveló que en Angola, modos de vida propiamente angoleños hay apenas un veinte por ciento, correspondiendo el ochenta por ciento restante al pasado colonial o al presente chino, con su paciente expansión por el planeta de manera similar a cómo el agua horada la piedra.

               Una tarde, en definitiva, dedicada a reclamar la voz africana, amenazada desde muy diferentes puntos de vista, según hemos comentado en este capítulo.


Francisco Javier Rodríguez Barranco


domingo, 30 de abril de 2023

20 AÑOS ES MUCHO: UN PEQUEÑO MILAGRO

 



30 de abril de 2023 

 

Por Marta Jiménez (desde la oficina de prensa del FCAT)

 

Hola, amigas y amigos,

Ayer fue un día emocionante. Por la mañana escuchamos versos en árabe y español en el paseo tangerino de Entrelíneas. Fue por las calles de la kasbah, desde el Bab el Bhar (Mirador del Estrecho) y con paradas para las lecturas a cargo de cuatro escritores 'estrecheños'.

Por la noche, equipo y público del FCAT, homenajeamos a las dos décadas del festival, ese pequeño milagro que aún no sabemos muy bien cómo hemos logrado. Lo hicimos con sencillez, cariño y, lo más importante, con el (esperemos) futuro del festival a nuestro lado.

Con una resaca tan bonita nos vamos al cobijo de El Árbol de las palabras. que comienza a las 10:15 en el espacio de Santa María.



 

 

 

 

 

👧🏾 La vida es lo que ha sucedido mientras planeábamos, año tras año y década tras década, cada Festival de Cine Africano. Por eso, niños y niñas gestados y amamantados al calor del FCAT protagonizaron ayer el pequeño acto de homenaje a los 20 años de festival, que celebró tanto a su equipo como a su público en el Teatro Alameda de Tarifa.

 

🌍 El espíritu y la filosofía del FCAT se resume en la anécdota que contó la programadora, Marion Berger, sobre lo que le dijo hace años el director maliense-mauritano Adberrahmane Sissako. Ella ella por las energías gastadas, aparentemente inútiles, para poner en pie un festival: “Llevas razón, pero lo importante es crear espacios de resistencia”, le dijo. Y en eso seguimos.

 

🥥 Ayer comenzaron los encuentros con los cineastas tras las proyecciones de películas de Hipermetropía. Uno de ellos fue el nigeriano Alain Kassanda con su estupendo documental, Coconut Head Generation (Generación Cabeza de Coco). Si te interesa el activismo político de los jóvenes africanos y el futuro que dibujan para el continente, esta es tu película.

 

🎥 Otro director, el marroquí Eli Essafi ha hecho doblete presentando en Santa María Avant le déclin du jour (Antes de que se ponga el sol), un importante trabajo documental de recolección y exploración de imágenes de archivos, que pone de relieve el desconocido cine marroquí de los años 70, un periodo de creación vibrante. Hoy inaugura los Aperitivos de cine a las 13 h. en Lia.me (antiguo Econcenter, calle San Sebastián, 6) charlando con Pablo de María.

 

 Hoy domingo el paseo literario de Entrelíneas cruza el Estrecho y tendrá lugar en la Isla de Tarifa. Un estrecho, dos orillas, tres autores, con Zoubeir Ben Bouchta, Trino Cruz, Juan José Téllez y Javier Rioyo como conductor. Comienza a las 12:30 y te rogamos puntualidad.

 

 Me cuenta mi compañera Valeria Reyes, que estuvo en el Entrelíneas de Tánger, que es una ciudad "imprevisible donde pueden pasar mucha cosas, y como hacía Goytisolo, ayer nos perdimos por sus callejuela para recorrerlas buscándolas entre citas literarias, memorias y poemas. 14 kilómetros son los que separan ambas orillas del Estrecho, una distancia que ayer se hizo muy corta gracias a este intercambio de maneras de ver el mundo.

 

👉🏽 Entre las proyecciones del día, la retrospectiva Es al final de la vieja cuerda que se teje la nueva rescata a las 19.00 h en la gran pantalla del Teatro Alameda, Bamako, de Adberrahmane Sissako, protagonizada por Aïssa Maïga. El filme lo ha elegido el realizador Thierno Souleymane Diallo, que estará en el coloquio.

 

👉🏽 En la sección a competición Hipermetropía, el director Ery Claver presenta y dialoga con el público sobre Nuestra señora de la tienda del chino (Nossa senhora da loja do chinês) a las 21:15 en el Teatro Alameda. Un delicado relato urbano que revela una fachada familiar y urbana llena de resentimiento, codicia y tormento en las calles de Luanda.

 

🌙 Por la noche habrá cine a la luz de la luna en la calle Pozo, también dentro de la sección retrospectiva. El director Alain Kassanda ha elegido para la ocasión La vie est belle, de Benoît Lamy y Mweze Ngangura.

 

📀 Y esta noche también hay ¡fiesta! #afrobeat

 




 

🎨 Por cierto, hasta el 6 de mayo estará abierta en la Cárcel Real la exposición, El arte de vivir Amazigh, de Zahira Tigtate, en  colaboración con la Fundación Euroárabe y la Fundación Márgenes y Vínculos. La autora invita a contemplar un mundo vivo en contenido y colorido, relatando al visitante la cultura popular amazigh y la cotidianidad de las mujeres. Nos relata así, a través de sus obras de estilo naif, el legado y las celebraciones amazighes y expresa su identidad a través de símbolos abstractos, inspirados en un patrimonio milenario. Horario: de 18 a 20 h.




 

 

 

 


🛥️ Y termino ya recordándote que si vienes a nuestras proyecciones presenciales en Tarifa, Tánger, Ceuta o el Parque de los Toruños, puedes ganar dos billetes de ferry que sortea nuestro transporte oficial :FRS Iberia. Tienes toda la información en nuestra página web: www.fcat.es/sorteo