sábado, 27 de febrero de 2021

LA PAZ DE LOS SENTIDOS EN 'ZIN'NAARIYA!'

 



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Aunque no se trata realmente de una migración de retorno, una cierta sensación de alienación observamos en Zin'naariya! (2016), ‘Anillo de boda’, una película nigerina dirigida por Rahmatou Keïta, autora también de un guion donde la joven Tiyaa, un personaje que le correspondió a Magaajyia Silberfeld,  regresa a su poblado tras haber ido a la universidad en París, donde se vive sin tabúes y ha conocido el amor, contagiándose de los usos del hombre blanco, lo que provoca un ligero desfase en su alma, que ya no se siente tan integrada en su comunidad como lo estuvo antes de partir.

 


               A partir de ahí, este largometraje se articula como una serie de escenas cotidianas en un poblado a orillas del río Níger con un gran valor descriptivo. Se evitan las tragedias, incluso los dramas y  se subordinada todo a mostrar la vida en esa zona, donde conviven el Islam y los ritos animistas personificados en el zimma, o médium, que predice el futuro y arregla el presente con fórmulas mágicas. Por ejemplo, en un momento dado asistimos a una situación que recuerda mucho la de Bodas de sangre, de Lorca, pero en el filme de Rahmatou Keïta se resuelve como un detalle de las costumbres locales y nadie mata a nadie: el enamorado secreto tira su espada a los pies de la joven, esta lo acepta y huye con él a caballo. Conocemos también los temores de que una chica no se case bien, dado que eso estropearía los matrimonios de todas las jóvenes de su generación; vemos cómo se organizan en esta comunidad para ducharse, jugar en la calle o dormir la siesta (se paga dinero a unos niños para que abaniquen a los durmientes); aprendemos el significado de las marcas tribales y la importancia de los tatuajes de henna: evitar la excesiva albura en la piel; nos recreamos en el paso de los cayucos sobre el río Níger; etcétera.

De ahí que, ante un afán tan manifiestamente expositivo, algo hay también de las narraciones de los griots en Zin'naariya!.


     A nadie puede extrañar, entonces, que la fotografía, a cargo de Philippe Radoux-Bazzini, y el vestuario adquieran gran protagonismo en esta película, que discurre en imágenes de gran belleza, aunque su CV solo registra un premio: el Bi Kidude a la mejor película en el Festival Internacional de Cine de Zanzíbar, un galardón que lleva el nombre de la famosa cantante tanzana de taarab.

                Pero también el acompañamiento musical es muy importante y audaz pues combina piezas tradicionales interpretadas mediante instrumentos de cuerda y algunos de los momentos más excelsos de la música clásica europea, como el Preludio número 1, de J. S. Bach, suites para violonchelo, de este mismo autor, fragmentos de Madama Butterfly, de Puccini, pero sobre todo el «Ave Maria», del compositor romántico francés Charles Gounod, que lo diseñó sobre dicho Preludio número 1 de Bach, y aparece en los momentos más líricos de Zin'naariya!, como no podía ser de otra manera.

               


      La imagen de mujer que ofrece Zin'naariya! es colectiva. Podríamos centrarnos en la nostalgia de Tiyaa, si lo que queremos es individualizar dicha imagen, pero realmente este personaje funciona como el hilo que une las cuentas de un collar, que tan solo podemos imaginarlo en su conjunto y no, pieza a pieza.

                Así, la película de Keïta tiene sentido porque es una cinta coral donde las personas viven de puertas para fuera, sin aspavientos, ni gritos por las calles, ni «¡Agua va!», sino en un entorno que tiene algo de utopía adánica, siendo así que, como todas las utopías, necesita estar aislada para no contaminarse. Por eso Tiyaa, que ha conocido el placer de besarse en las calles de París, necesita un período de adaptación para recuperar sus señas de identidad, del mismo modo que los buceadores precisan sucesivas fases de descomprensión antes de regresar a la superficie: no es rechazada por la comunidad, ya que en Zin'naariya! se elude el drama, según ya hemos comentado, pero es menester que la joven recupere sus raíces en beneficio de todo el poblado.

                Mucho más peligroso para el mantenimiento de la situación se nos antojan determinadas alusiones a lo peligrosos que se están poniendo los caminos o una escena en la que vemos dos camiones de soldados en medio del desierto, armados hasta las cejas.


En ese modo colectivo de vida no hay secretos, las personas comparten inquietudes y esperanzas, se comunican entre sí, etcétera. Y no voy a decir que sean felices, o quizá sí lo son, pero, desde luego, una situación como la recién comentada tiene textura humana con todo lo sublime y canalla que implica pertenecer a la subespecie de los homínidos, un ser capaz de crear y de matar.

Este largometraje apela al regreso a un modo natural de vida, donde las personas, en general, y las mujeres, en particular, puesto que los personajes masculinos son testimoniales, recuperen el placer de volver a sentirse humanos.

No hay moralina, ni se demoniza a nadie. Simplemente se muestra un modo de vida que las sociedades del bienestar abandonamos hace muchos siglos, si es que alguna vez llegamos a conocerlo.

Fco. Javier Rodríguez Barranco



miércoles, 17 de febrero de 2021

'MICRORRELATOS', de JOSÉ MORENO VILLA - ARTÍCULO de ANA CASTRO MÉNDEZ

 



A lo largo de su historia, el mundo de la edición pasa por distintas transformaciones y, sobre todo, va siempre más allá de un ámbito puramente nacional. Hasta el comienzo de la Guerra Civil, España era la máxima potencia en este campo y apenas se conocía el mercado de Latinoamérica, aunque no por ello se perdía el interés. Tras la guerra, fueron más de 20 000 españoles los que exiliaron al sur de Francia y a México, a la vez que en España se iniciaba un proceso de cambio que deterioraría la industria de la edición debido a factores como la censura, la represión política y las carencias materiales. En ese momento, los exiliados en Latinoamérica empezaban a conocer el encanto de México y cayeron fascinados ante un país tan interesante y culturalmente atractivo, por lo que muchos de ellos decidieron establecerse definitivamente allí.

En los años sesenta, durante los procesos de modernización cultural y política, los editores y los exiliados tuvieron un papel fundamental y, tan solo una década después, México consiguió convertirse en el principal receptor de los libros españoles. No obstante, tras la muerte de Franco, los papeles se invirtieron y las editoriales en España comenzaron a aflorar: ya no solo crecían las potencias más grandes —Planeta y Penguin Random House—, sino que también lo hacían las editoriales medianas y más pequeñas. Aun así, las relaciones entre ambos países se mantenían cada vez con unos lazos más estrechos. Tanto es así que las nuevas editoriales que surgen a finales del siglo XX nacen ya internacionales, teniendo siempre en cuenta el mercado latinoamericano.

Por otra parte, muchos de los exiliados eran profesores o intelectuales, lo cual hizo mucho más fácil el cambio en la edición. Uno de aquellos intelectuales fue José Moreno Villa, quien, pese a estar a caballo entre dos grandes generaciones —la Generación del 98 y la del 27—, pasó desapercibido entre los nombres que de aquella época se conocen. Sin embargo, no por eso su producción literaria es menos cuantiosa o de menor calidad.


Para comenzar, es importante tener en cuenta el contexto en el que vivió. Moreno Villa nació en Málaga en 1887 en el seno de una familia burguesa, estudió desde los 10 años en un internado —aunque se rebeló contra ciertos profesores de la institución y acabó examinándose del bachillerato por libre— y acudió a clases con el pintor Fernández Alvarado gracias a su afición por la pintura. En su adolescencia, a pesar de que sus padres lo mandaron a Alemania a estudiar química para ayudar con el negocio de vino familiar, Moreno Villa aprovechó su estancia para conocer a distintos escritores del país. Al igual que en Alemania, en Málaga conoció a otros jóvenes poetas durante los años veinte, con los que después pondría en circulación la revista Litoral. También puso rumbo a Madrid para estudiar arte y en la Residencia de Estudiantes conoció a intelectuales como García Lorca, Dalí y Buñuel. Sin embargo, cuando estalló la Guerra Civil, inició su exilio y se estableció en México, donde viviría hasta el fin de sus días sin regresar jamás a España. Cuando finalizó la guerra, la Residencia de Estudiantes devolvió pinturas, dibujos y varios objetos personales al Instituto Diego Velázquez, las cuales luego pasaron a componer la colección de Moreno Villa en el Museo de Málaga.

José Moreno no solo destacó en aspectos como la poesía y la pintura, sino que también fue dibujante, ensayista, crítico de arte y traductor de alemán, entre otras muchas disciplinas. Su intensa y extensa producción artística, literaria y cultural ayudó a transformar las tendencias de aquella época y fueron muchos autores —como García Lorca o Alberti— los que bebieron de sus ideas para dar nuevas formas a sus creaciones. En cuanto a sus obras, podemos destacar entre la poesía obras como Jacinta la Pelirroja. Poema en poemas y dibujos y Evoluciones. Cuentos, Caprichos, Bestiario, Epitafios y Obras paralelas, su autobiografía Vida en claro o su Antología Poética, junto con su Bestiario.


No obstante, aquí investigaremos a Moreno Villa en su producción micronarrativa. Una vez más, a pesar de su gran calidad y de caracterizarse por ser uno de los pioneros en el género, sus obras quedaron eclipsadas por otros escritores. Pero las historias de este autor despiertan un especial interés entre los amantes del género. En Microrrelatos se incluye una reedición de Evoluciones con distintas narraciones. En primer lugar, en el Libro I de la colección, el autor pone de manifiesto su conocimiento sobre la historia de España y refleja aspectos como la arquitectura o varios acontecimientos reales. Este último es el caso de los relatos de Sabandijas humanas —acompañados de las ilustraciones de Daniela Miazzo—, inspirados en los retratos de bufones y sirvientes de la corte de Felipe IV que pintó Velázquez. Para el Libro II: Bestiario, Moreno Villa redacta tanto textos de carácter descriptivo y didáctico, como historias con sentido alegórico o simbólico. En ellas, los protagonistas son los mismos animales. Este tipo de relatos y los herbarios fueron muy populares durante la Edad Media, aunque con el tiempo se sustituyeron por textos de carácter científico. Por último, esta obra se cierra con «Juicio», que quizás destaca más por su carácter ensayista.


La idea de Microrrelatos surgió con motivo del centenario de la publicación de la anterior colección —Evoluciones. Cuentos, Caprichos, Bestiario, Epitafios y Obras paralelas— para darle el reconocimiento que merece al autor, José Moreno Villa, y al conjunto de sus creaciones, no solo literarias. Es por eso que, junto con las ilustraciones de Daniela Miazzo, se incluyen otras del propio autor. Además, puede encontrarse una interesante introducción crítica de Darío Hernández, profesor en la Universidad de La Laguna.

Si todo lo anterior ha despertado algún interés en ti, en Ediciones Azimut te animamos a leer Microrrelatos y a disfrutar de las pequeñas y curiosas narraciones que el malagueño José Moreno Villa puso a nuestra disposición hace no tanto tiempo, pasando desde relatos cotidianos de ciertos personajes históricos hasta descubrir moralejas e ironías con los distintos animales de la colección, entre muchas otras historias.

Ana  Castro Méndez