martes, 3 de marzo de 2015

LA COTIDIANEIDAD TRASCENDENTAL EN "BOYHOOD"

http://www.filmaffinity.com/es/film175667.html 
            También podía haber denominado a esta reseña “Momentos de una vida”, pero es ya de por sí el subtítulo de la película y no me pareció bien utilizarlo. Porque realmente Boyhood (2014), de Richard Linklater, va de eso: imágenes familiares grabadas durante doce años y “embutidas” en un filme de casi tres horas de duración en el montaje final, según se ha exhibido, al menos, en las pantallas españolas. Y es que conocidas creo que son ya, mis debilidades por relacionar cada largometraje que comento con otros del mismo director o de género similar, pero no soy capaz de encontrar un parangón exacto para esta producción de Linklater. 

           Si forzamos mucho la comparación, podría argumentarse que algo del Warhol que rodó Imperio con una técnica tan simple como colocar una cámara estática desde el amanecer al anochecer delante de Empire State Building y que consiguió con ello una película de unas ocho horas de duración, que para él en una entrevista que escuché era un proyecto totalmente serio. En tal sentido, Boyhood sería como una selección de una cámara rodando durante más de diez años. O podemos relacionar el filme de Linklater con Birdman, más que nada por el morbillo que provocó saber cuál de las dos películas sería la triunfadora de los Oscars, siendo así que la de Iñárritu se llevó el gato al agua: como se recordará, tan sólo Patricia Arquette consiguió el galardón a la Mejor actriz de reparto en el largometraje estadounidense. Realmente me resulta difícil concebir dos películas más disímiles, puesto que el mexicano apela a la fantasía, mientras que Boyhood nos ofrece fragmentos de realidad.

           

Así, pues, lo que Linklater nor ofrece es la vida tal cual es y para ello se vale del mismo elenco de actores durante todos los años que duró el rodaje, lo cual en principio, si esta producción no gozara de otros méritos, significaría un interesantísimo experimento de aproximar el cine a la vida, y no la deformación fílmica de la vida a la que estamos tan acostumbrados.

            Además de lo anterior, me parece muy interesante que el director parece desaparecer detrás de los planos y que sean los propios actores quienes hagan su vida, lo que se traduce en una narración que deja muy atrás la simpleza de las emociones epidérmicas de los telefilmes o teleseries familiares, pero tampoco pretende desarrollar una crítica social tan habitual como respetable, de la que existen infinitos ejemplos, particularmente claro en la filmografía de Sam Mendes con producciones como American Beauty (1999) o Revolutionary Road (2008), con un Leonardo di Caprio y una Kate Winslet reivindicados al fin para la interpretación.

            Muy al contrario de lo anterior, la película de Linklater consiste en mostrar la vida tal cual, sin moralinas, sin manipulaciones, sin desgarros innecesarios: simplemente la vida. Tan sencillo y tan complejo como eso: la vida, momentos de vida, según anuncia el subtítulo y ya hemos mencionado, en cuyo caso, lo que debemos preguntarnos qué momentos de la vida interesan al director de Boyhood y en realidad descubrimos que la película narra los eventos de cada día: matrimonios, divorcios, personas que entran en nuestras vidas, personas que salen, problemas para pagar la hipoteca, ilusiones, desilusiones, relaciones paterno-filiales, etc. En definitiva, los hechos de que se compone el humano devenir: tampoco hace falta hurgar mucho para descubrir una epopeya en cada vida: una de las supervivientes de los atentados del 11-M comentaba que en el momento de la explosión iba pensando en las cuestiones habituales: la lista de la compra, que tenía que recoger a los niños a la salida de la escuela, e inquietudes por el estilo, porque en eso radica todo, en acometer cada nuevo día con las menudencias que le son consustanciales: no podemos vivir constantemente en la cresta de la ola.


           En un determinado momento, una profesora comenta a Mason Jr., ante la proximidad de la universidad de éste, que se trata de un pánico excitante, para acto seguido recomendarle que no se olvide el hilo dental, y en eso precisamente consiste esta película: los detalles más cotidianos frente a las situaciones más trascendentes.

            Pero eso nos permite mencionar otro elemento recurrente en Boyhood: la universidad, que sin duda en esta película constituye es una metáfora de la vida. La madre, efectivamente, decide rehacer su vida iniciando una licenciatura (ahora se llaman grados) y posterior master, para convertirse luego en profesora; uno de sus maridos es profesor universitario; la universidad se convierte en una escuela para la vida en Samantha, hermana de Mason Jr; y precisamente las tribulaciones de éste de cara a empezar el College le permiten iniciar y terminar el primer amor que se le reconoce en la película.



            Otro elemento interesante son las constantes mudanzas que se dan en esta película, donde la unidad familiar, por una razón u otra se ve impelida con regularidad a cambiar de casa, bien por motivos laborales de una ciudad a otra, bien por motivos económicos dentro de la misma ciudad, si bien todo ello dentro de estado de Texas, lo cual es un símil del panta rei heraclitiano: todo fluye y la vida es así: nunca podremos meter dos veces la mano en el mismo río. Somos tiempo, hermanos, admitámoslo: somos tiempo y tanta mudanza en el largometraje de Linklater apunta en ese sentido.

 Pero, puesto que este filme se desarrolla íntegramente en Texas, quiero permitirme otra reflexión, y es que resulta extraño, por no decir molesto, que la única presencia mexicana en él sea la de un fontanero micro-pícaro, sabiamente aleccionado por la sensatez anglosajona para medrar en la vida y llegar a maître en un restaurante: los mexicanos están ausentes en Birdman, del mexicano Iñárritu, y prácticamente también en la Texas de Boyhood. Bueno, tampoco se puede pedir que sean películas perfectas.


           Donde sí llega con la crítica impasible de quien se limita a presenta imágenes Linklater es a un momento en que Mason Jr. celebra su decimoquinto cumpleaños y le regalan: el padre, un traje de chaqueta, camisa azul y corbata incluidos, uniforme de los presidiarios del sistema; la madre de la actual esposa del padre, una biblia con su nombre grabado en oro y las palabras de Jesucristo impresas en tinta roja; y el padre de la actual esposa del padre, un abuelito entrañable con peto vaquero de granjero, una escopeta que le enseña a manejar candorosamente. Oro, incienso y mirra de la sociedad más compleja que ha conocido la humanidad hasta ahora, pero una vez más Linklater no se ceba en mostrar las pústulas del sistema, sino que se limita a abrir la cámara y rodar con la naturalidad de quien sabe que las escenas no necesitan mayor adorno.


            Con todo, adonde quiero llegar es al mensaje esencial de la película, que no es otro que el de mostrarnos la vida tal cual es, it is what it is, para transmitir la idea de la búsqueda de un sentido:

            ¿Para qué sirve todo esto? pregunta Mason Jr, a su padre en un momento dado, precisamente antes de empezar la universidad, a lo que su padre le aconseja que estudie lo que mejor le cuadre.

            Yo pensaba que había algo más se lamenta la madre, cuando se queda sola, para lo que no hay un consejo válido, al menos en la película.

            Sin duda son ésos, madre e hijo, quienes mejor representan la desorientación en este filme, porque ésa es la idea central de Boyhood: grabar la vida de cada día para constatar la confusión ante el verdadero significado de todo esto que pretendemos que sea algo más que un respirar con regularidad.



            Al final, después de doce años reales de rodaje y casi tres horas de largometraje, se resuelve todo como una soberbia afirmación del presente y para ello lleva Linklater a Mason Jr. a la inmensidad de coyote del desierto de Texas en el primer día de universidad, acompañado de una nueva compañera para subvertir el planteamiento básico, infinitamente repetido: no se trata del Carpe diem, no se trata de atrapar el momento, es que el momento nos atrapa a nosotros.
 
Francisco Javier Rodríguez Barranco

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