“Yo soy
fuego y él era agua”, afirma Julianne Moore en una de las escenas de Maps to the Stars (2014), de David Cronenberg, lo que nos acerca a la principal clave interpretativa de este
filme: convivencia de contrarios, como si de vivencias esquizofrénicas se
tratara y, de hecho, ésa es la enfermedad que padece Mia Wasikowska en su papel
de Agatha.
Toda
una galería de opuestos en esta película, desde el mismísimo inicio, puesto que
un actor en la cima de su carrera cinematográfica visita a una chica en un
hospital, que piensa que padece SIDA, pero no es así, sino que su mal es el linfoma
de no Hodgkin, que se llama así para diferenciarlo
de la enfermedad de Hodgkin: “¿Es o no es una enfermedad?”, se pregunta
el adolescente triunfante, y lamentablemente lo es y mortal. Un terapeuta
incapaz de arreglar los problemas psicológicos domésticos; dos mujeres en la
cama con un hombre; Julianne Moore, que es una actriz en la vida real, pero
también en el largometraje de Cronenberg, traumatizada por su madre, también
actriz, pero a quien quiere interpretar a pesar de todo; relaciones sexuales de
un hombre con dos mujeres a la vez; un conductor de
limusinas que se considera guionista o como poco actor; relaciones incestuosas, etc.
Pero sobre todo, hay dos contrarios
que cohabitan en esta película: el que separa la realidad de las fantasías,
vividas como realidades en los casos más dramáticos; o el que escinde la vida
de las películas, lo que se enfatiza con particular nitidez en una producción
que se ambienta en Hollywood.
El toque perverso de ese glosario de
dualidades se da cuando en la pantalla de televisión vemos a Havana, es decir,
Julianne Moore, entrevistada como una diva, mientras en su casa está sentada en
el inodoro suspirando por un enema que le alivie el estreñimiento. Incluso se
escuchan un par de pedos (ya se ve que en esta peli todas son relaciones binarias).
Y podríamos entender Maps to the Stars como una más de las películas rodadas para escarnecer la crueldad del
mundo hollywoodiense, de las que hay grandísimos ejemplos, quizá el más desgarrador
sea Frances (1982), de Graeme Clifford, una película basada en la vida de Frances
Farmer, una mujer sistemáticamente destrozada por Hollywood, un papel tras el cual Jessica Lange necesitó rodar
algo mucho más ligero para recuperarse anímicamente, motivo por el cual hizo el
papel de enfermera tonta en Tootsie (1982),
de Sidney Pollack. También se podría haber optado por una crítica de las
relaciones familiares: el contexto es idóneo, y algo de eso ahí en la terapia
que sigue Havana.
Sin embargo, no son ésas las
principales motivaciones de Cronenberg en este filme, sino que el director de
Toronto se propone ahondar en la esencia misma del sufrimiento humano. Son los
dramas personales lo que le interesan, como ya hiciera en Crash (1996), o mucho más recientemente en Un método peligroso (2011), donde recrea sin eufemismos las tesis psicoanalíticas de Freud y Jung, tomando
como eje a una paciente y futura terapeuta: Sabina Spielrein, metodológicamente conocida por Jung, en el sentido evangélico de la
palabra “conocer”.
No es una película
sobre ambiciones, sino sobre emociones. No es una película sobre atrocidades,
sino sobre mendicidades, mendigos morales me refiero. No es una película sobre causas, sino sobre efectos. No es una película sobre heroicidades, sino sobre fragilidades. No es una película sobre marginaciones,
sino sobre delirios. No es una película sobre decepciones, sino sobre incertidumbres.
No es una película sobre calamidades, sino sobre frustraciones. No es una
película, en definitiva, sobre desengaños, sino sobre vacíos, vacíos compartidos, que probablemente sean los peores.
Así, una vez
más hemos fantaseado sobre las posibilidades de lo binario, pero entre las
muchas dualidades que se proponen en este largometraje, falta una esencial: la
que contrapone la felicidad al sufrimiento. Nadie es feliz en la película de
Cronenberg, ni siquiera quienes en teoría han triunfado profesionalmente. El
dolor humano se disecciona en una serie de situaciones que abarcan una muestra
importante de posibilidades diversas: actores jóvenes, actrices maduras,
enfermas físicas, enfermas mentales, muertes contra natura, vidas contra la
lógica, etc.
En cuanto al
estilo narrativo, es un lugar común, que yo, por cierto comparto, de considerar
que una buena película es aquella que en que las escenas cuentan mucho por sí
mismas.
El procedimiento utilizado por el director canadiense en este caso
consiste en construir la historia de manera natural, tal y como se dan los
hechos cronológicamente, pero con saltos de una a otra escena, es decir, que la
información no se ofrece completa al espectador, sino que de las conversaciones
al principio de cada nueva escena hay que deducir lo que ha ocurrido y no se ha
visto, lo que me parece un procedimiento muy original, si bien se acerca
moderadamente al teatro clásico, el de planteamiento, nudo y desenlace, donde
los primeros momentos de la primera escena sirven para informar al público de
dónde, cuándo, cómo y por qué están ahí los actores, hablando de lo que estén
hablando, quiénes son esos actores, cuál se intuye que es su función en la
obra, etc.
Por todo
ello, no es una producción fácil de seguir en el encadenamiento de secuencias,
ni en la ni lo tortuoso de las situaciones presentadas permiten un disfrute
afectivo. Quienes no quieren ir al cine para ver penas, hallarán en esta
película motivos sobrados para seguir huyendo del sufrimiento fílmico. Sin
embargo, desde un punto de vista meramente estético, a mí pocas cosas me hacen
sufrir tanto como un mal producto, incluso aunque el tema sea amable.
De todas
maneras, siempre es un placer ver a Julianne Moore llenando la pantalla,
premiada por su papel en Maps to the
Stars en Cannes y en Sitges, además del Globo de Oro.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
PD.- ¿Podría alguien decir a la empresa a cargo de los
subtítulos que guion se escribe sin tilde?
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