lunes, 23 de marzo de 2015

ESOS PEQUEÑOS DETALLES EN "NEGOCIADOR"


            Hace poco supimos que, hace casi veinte años, cuando Felipe González pareció un gañán desganado en el primer debate televisivo de la democracia (con minúsculas) española en la elecciones generales (ambas con minúscula) de 1993 frente a un José María Aznar, metamorfoseado en notario robótico, se debió a que acabada de llegar a Madrid de un viaje por las Islas Canarias con molestias estomacales, y es que la vida funciona así, hermanos: los grandes eventos pueden verse condicionados por las menudencias cotidianas. En opinión de Víctor Hugo, Napoleón perdió la batalla de Waterloo, porque la noche antes llovió mucho y el emperador francés no pudo maniobrar las piezas de artillería como a él le gustaba hacer. Recordemos que el corso era de Artillería. De todos modos, Felipe González es un poco así. Y José María Aznar también.


             Pues bien, la situación en que Negociador (2014), de Borja Cobeaga, sitúa al espectador es muy similar a la recién mencionada, pues se trata de una versión libre de las conversaciones que desembocaron en la declaración de alto el fuego de ETA en la primavera de 2006, donde lo que menos interesa es la negociación en sí, de la que realmente apenas se aprecian unos leves brochazos, y en lo que se concentra el filme es en esos pequeños detalles que nos hacen humanos, algo que se aprecia desde el mismísimo inicio, dado que Manu, vasco con sentimiento español, que trabaja para el gobierno (con rotunda minúscula) central en Madrid, decide abrir la posibilidad de una negociación para acabar con la violencia (“conflicto” en la terminología etarra), porque en el restaurante donde la gusta cenar un filete con patatas suele encontrarse con tres antiguos compañeros de aula que hace treinta años que no le dirigen la palabra, porque son simpatizantes de HB.


De manera que, del filete y el vaso de vino tinto a la negociación (“diálogo” en la terminología de Manu), lo que confirma el aserto del terapeuta en No sos vos, soy yo (2004), de Juan Taratuto, quien afirma que en la vida los momentos espectacularmente buenos son muy escasos, afortunadamente, del mismo modo que los especialmente malos también lo son, con igual idea de alivio, siendo así que la vida, o al menos una vida equilibrada, se compone de una sucesión de experiencias de intensidad media.


            Narrada con gran sencillez, y casi sin apoyo musical, Negociador no analiza ni demoniza, aunque no se muestra condescendiente con el terrorismo, pero su actitud no es la profundizar en la esencia de la cuestión, sino ofrecer una imagen como de ayuda de cámara, un gremio para el que ya se sabe que no existen héroes.


            En la grandiosa In the Loop (2009), de Armando Iannucci, comprendemos el patetismo y la inmadurez de quienes dirigen el mundo occidental. Tras verla, perdí el recurso a la indignación por la situación mundial, puesto que quienes toman las decisiones, las grandes decisiones, como la segunda guerra de Irak, iniciada en 2003 y cuyas consecuencias aún padecemos, son apenas unos imberbes morales que realmente no saben hacerlo mejor: es que no dan más de sí. Guerreros liliputienses.

Por ello, en Negociador, el representante de la banda terrorista utiliza una frase tomada de una película serie B para cerrar la negociación; ésta se interrumpe en el momento de la firma, puesto que ésta se emplaza para el domingo, día de descanso de la traductora, lo que a la postre constituirá un obstáculo insalvable; el representante del gobierno central deja el hotel donde se celebran los encuentros sin abonar la cuenta del minibar; comparten ambos negociadores momentos de aburrimientos y cervezas en los que, comoquiera que no encuentran otro tema que les una, deciden brindar por las tetas de la traductora; el segundo representante de la banda comparte, de manera casual, puta con el negociador del gobierno central; al novio de la traductora le pueden los celos, incapaz de comprender la trascendencia del momento, y además se niega a que su chica sea explotada laboralmente; los escoltas debaten con pesimismo sobre su futuro laboral si finalmente las conversaciones cuajan en algo concreto; entre un sinfín de pequeños detalles que, como decía más arriba, concentran la atención del espectador en el negociador, de ahí sin duda el título de la película, y su textura humana, más que en lo negociado, que cumpla una función circunstancial.


             En la película se hace referencia en un par de ocasiones a atentados que suceden mientras se dialoga, o después de ello, pero no se trata de una película de terrorismo al uso, del que hay cien mil ejemplos, tanto de las acciones del IRA, como de las de ETA, sino que la situación actual de paz desde los últimos atentados (en España en 2009, y en Francia en 2010) permite una perspectiva para afrontar esa etapa de la historia peninsular sin el dramatismo, sin la tragedia, que le han sido consustanciales durante décadas. Mencionaré sólo, por su planteamiento descarado y magnífico tema musical, Juego de lágrimas (1993), de Neil Jordan.

Tampoco deriva hacia comedias estereotipadas de situación, del que últimamente hemos conocido algún exitoso proyecto, en el que el propio Cobeaga ha sido coguionista. Ni se despeña Negociaador por la sima de las interpretaciones sobreactuadas o las declaraciones solemnes: en ese sentido, el trabajo de los actores se desenvuelve dentro de unas coordenadas de contingencia relativa. Todo un placer ver a Oscar Ladoire en escena.


Un pelín de humor negro, quizá no desternillante, según he leído en alguna crítica, pero sí muy audaz al tratar un tema tan delicado con la naturalidad de quien sabe que está escribiendo una historia entre personas. Probablemente alguno de los negociadores en los diálogos reales se cortaría por la mañana al afeitarse o llevaría la camisa arrugada.

            Lo que no resulta creíble es que un cargo público del gobierno central con presencia mediática no supiera utilizar, ni hubiera utilizado nunca, un teléfono móvil en 2005; que los organizadores del evento le dieran la bienvenida al mismo, como si fuera el representante de ETA, precisamente por su presencia mediática, o quizá sólo pensando que alguien enviaría fotos de los interlocutores a los organizadores de las conversaciones: es lo lógico; o que en un encuentro del que tanto se esperaba asistiera sólo un representante de cada parte. Por encontrar algún sentido a estas, a mi entender, carencias de la película, he de reconocer que estos detalles pocos verosímiles favorecen, como comprobaran quienes vean la película, la gestación de un clima de poderes relativos, con arreglo a lo que he comentado en los párrafos anteriores.



             Digamos que, para finalizar estar reseña, un vasco, Miguel de Unamuno, acuñó el término “intrahistoria” para referirse a la influencia de los grandes hechos históricos en la vida de las personas, mientras que Negociador muestra cómo la vida de las personas afecta a los grandes hechos históricos.

Francisco Javier Rodríguez Barranco


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