Hace poco
supimos que, hace casi veinte años, cuando Felipe González pareció un gañán
desganado en el primer debate televisivo de la democracia (con minúsculas)
española en la elecciones generales (ambas con minúscula) de 1993 frente a un
José María Aznar, metamorfoseado en notario robótico, se debió a que acabada de
llegar a Madrid de un viaje por las Islas Canarias con molestias estomacales, y
es que la vida funciona así, hermanos: los grandes eventos pueden verse
condicionados por las menudencias cotidianas. En opinión de Víctor Hugo,
Napoleón perdió la batalla de Waterloo, porque la noche antes llovió mucho y el
emperador francés no pudo maniobrar las piezas de artillería como a él le
gustaba hacer. Recordemos que el corso era de Artillería. De todos modos,
Felipe González es un poco así. Y José María Aznar también.
Pues bien,
la situación en que Negociador
(2014), de Borja Cobeaga, sitúa al espectador es muy similar a la recién
mencionada, pues se trata de una versión libre de las conversaciones que
desembocaron en la declaración de alto el fuego de ETA en la primavera de 2006,
donde lo que menos interesa es la negociación en sí, de la que realmente apenas
se aprecian unos leves brochazos, y en lo que se concentra el filme es en esos
pequeños detalles que nos hacen humanos, algo que se aprecia desde el mismísimo
inicio, dado que Manu, vasco con sentimiento español, que trabaja para el
gobierno (con rotunda minúscula) central en Madrid, decide abrir la posibilidad
de una negociación para acabar con la violencia (“conflicto” en la terminología
etarra), porque en el restaurante donde la gusta cenar un filete con patatas
suele encontrarse con tres antiguos compañeros de aula que hace treinta años
que no le dirigen la palabra, porque son simpatizantes de HB.
De manera
que, del filete y el vaso de vino tinto a la negociación (“diálogo” en la
terminología de Manu), lo que confirma el aserto del terapeuta en No sos vos, soy yo (2004), de Juan
Taratuto, quien afirma que en la vida los momentos
espectacularmente buenos son muy escasos, afortunadamente, del mismo modo que
los especialmente malos también lo son, con igual idea de alivio, siendo así
que la vida, o al menos una vida equilibrada, se compone de una sucesión de
experiencias de intensidad media.
Narrada con
gran sencillez, y casi sin apoyo musical, Negociador
no analiza ni demoniza, aunque no se muestra condescendiente con el
terrorismo, pero su actitud no es la profundizar en la esencia de la cuestión,
sino ofrecer una imagen como de ayuda de cámara, un gremio para el que ya se
sabe que no existen héroes.
En la grandiosa
In the Loop (2009), de Armando
Iannucci, comprendemos el patetismo y la inmadurez de quienes dirigen el mundo
occidental. Tras verla, perdí el recurso a la indignación por la situación mundial,
puesto que quienes toman las decisiones, las grandes decisiones, como la
segunda guerra de Irak, iniciada en 2003 y cuyas consecuencias aún padecemos,
son apenas unos imberbes morales que realmente no saben hacerlo mejor: es que
no dan más de sí. Guerreros liliputienses.
Por ello, en
Negociador, el representante de la
banda terrorista utiliza una frase tomada de una película serie B para cerrar
la negociación; ésta se interrumpe en el momento de la firma, puesto que ésta
se emplaza para el domingo, día de descanso de la traductora, lo que a la
postre constituirá un obstáculo insalvable; el representante del gobierno central
deja el hotel donde se celebran los encuentros sin abonar la cuenta del
minibar; comparten ambos negociadores momentos de aburrimientos y cervezas en
los que, comoquiera que no encuentran otro tema que les una, deciden brindar
por las tetas de la traductora; el segundo representante de la banda comparte,
de manera casual, puta con el negociador del gobierno central; al novio de la
traductora le pueden los celos, incapaz de comprender la trascendencia del
momento, y además se niega a que su chica sea explotada laboralmente; los
escoltas debaten con pesimismo sobre su futuro laboral si finalmente las
conversaciones cuajan en algo concreto; entre un sinfín de pequeños detalles
que, como decía más arriba, concentran la atención del espectador en el
negociador, de ahí sin duda el título de la película, y su textura humana, más
que en lo negociado, que cumpla una función circunstancial.
En la
película se hace referencia en un par de ocasiones a atentados que suceden
mientras se dialoga, o después de ello, pero no se trata de una película de
terrorismo al uso, del que hay cien mil ejemplos, tanto de las acciones del
IRA, como de las de ETA, sino que la situación actual de paz desde los últimos atentados
(en España en 2009, y en Francia en 2010) permite una perspectiva para afrontar
esa etapa de la historia peninsular sin el dramatismo, sin la tragedia, que le
han sido consustanciales durante décadas. Mencionaré sólo, por su planteamiento
descarado y magnífico tema musical, Juego de lágrimas (1993), de Neil Jordan.
Tampoco deriva hacia comedias
estereotipadas de situación, del que últimamente hemos conocido algún exitoso
proyecto, en el que el propio Cobeaga ha sido coguionista. Ni se despeña Negociaador por la sima de las interpretaciones
sobreactuadas o las declaraciones solemnes: en ese sentido, el trabajo de los
actores se desenvuelve dentro de unas coordenadas de contingencia relativa. Todo
un placer ver a Oscar Ladoire en escena.
Un pelín de humor negro, quizá no
desternillante, según he leído en alguna crítica, pero sí muy audaz al tratar
un tema tan delicado con la naturalidad de quien sabe que está escribiendo una
historia entre personas. Probablemente alguno de los negociadores en los
diálogos reales se cortaría por la mañana al afeitarse o llevaría la camisa
arrugada.
Lo que no
resulta creíble es
que un cargo público del gobierno central con presencia mediática no supiera
utilizar, ni hubiera utilizado nunca, un teléfono móvil en 2005; que los
organizadores del evento le dieran la bienvenida al mismo, como si fuera el
representante de ETA, precisamente por su presencia mediática, o quizá sólo pensando
que alguien enviaría fotos de los interlocutores a los organizadores de las
conversaciones: es lo lógico; o que en un encuentro del que tanto se esperaba
asistiera sólo un representante de cada parte. Por encontrar algún sentido a
estas, a mi entender, carencias de la película, he de reconocer que estos
detalles pocos verosímiles favorecen, como comprobaran quienes vean la
película, la gestación de un clima de poderes relativos, con arreglo a lo que
he comentado en los párrafos anteriores.
Digamos que,
para finalizar estar reseña, un vasco, Miguel de Unamuno, acuñó el término “intrahistoria”
para referirse a la influencia de los grandes hechos históricos en la vida de
las personas, mientras que Negociador
muestra cómo la vida de las personas afecta a los grandes hechos históricos.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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