viernes, 27 de febrero de 2015

EL MIEDO A LA LIBERTAD EN "IDA"

http://www.filmaffinity.com/es/film313764.html 
            Hace tiempo que sostengo que lo único que merece la pena de la entrega de los Oscar es el de Mejor película en habla no inglesa, y si no lo único, sí lo más destacable. Este año ese premio ha sido concedido a Ida (2013), de Pawel Pawlikowski, lo cual ha constituido el colofón a una larguísima lista de galardones anteriores:
2014: Premios Oscar: Mejor película de habla no inglesa. Nominada mejor fotografía.
2014: 5 Premios del Cine Europeo, incluyendo mejor película, director y guion.
2014: Globos de Oro: Nominada a mejor película de habla no inglesa..
2014: Premios BAFTA: Mejor película de habla no inglesa.
2014: Premios Goya: Mejor película europea.
2014: Premios Guldbagge: Nominada a Mejor película extranjera.
2014: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor película extranjera.
2014: Críticos de Los Angeles: Mejor film extranjero y actriz secundaria (Agata Kulesza).
2014: Independent Spirit Awards: Mejor película extranjera.
2014: Satellite Awards: Nominada a Mejor película extranjera.
2014: Critics Choice Awards: Nominada a Mejor película de habla no inglesa
2014: Críticos de Chicago: 4 nominaciones incluyendo Mejor película extranjera.
2013: Premios David di Donatello: Nominada a mejor película europea.
2013: Festival de Toronto: Premio FIPRESCI (Special Presentations).
2013: Festival de Gijón: Mejor película, actriz (Agata Kulesza), guion y dirección artística.
2013: Festival de Londres: Mejor película.
2013: Festival de Varsovia: Mejor película.
             De donde se agradece que la reciente concesión de los Oscars haya permitido su regreso a las pantallas españolas, y este humilde comentador haya podido verla por segunda vez.

             Si empezamos por las cuestiones técnicas, que no sé por qué, suelen dejarse para el final, lo primero que llama la atención es la descolocación de los encuadres dentro de una fotografía que más que blanco y negro, es sombra y negro, con particular predilección a situar a la figura que se retrata en los ángulos inferiores, hasta tal punto que en una ocasión los subtítulos no son sub, sino supra, puesto que han de colocarse encima de los personajes. Es una fotografía con un inmenso poder de elocuencia: la austeridad del mundo que narra haya el correlato perfecto en ella, incluso en las escenas exteriores, que mantienen el aliento tenebroso que caracteriza a todo el filme. Y llama también la atención el formato 4:3 que en este caso acentúa la austeridad, yo diría incluso que vacío, social en que se desarrolla la película.

             También en el plano técnico, la banda sonora limita su aparición a lo que el guion pide en cada momento, y por ello, Ida tiene música cuando los actores ponen un vinilo, encienden la radio, o se recrea una orquesta en el salón de un hotel,  y todo ello enfatiza el rigor de los silencios y hace verosímil el fondo musical, como de bajo continuo, Bach es uno de los compositores que se oyen en esta producción, sólo cuando así lo permite la acción. El mundo de lo clásico tiene cabida en la película de Pawlikowski, pero también “Naima”, de John Coltrane, o “24 mille baci”, por Adriano Celentano. Convivencia, pues de lo clásico con lo contemporáneo (la acción se sitúa en 1960), o del jazz más profundo, más bebop, con la ligereza del pop de cuño San Remo: música capitalista aureolada por “La Internacional”, en una película que se constituye como un rosario de dualidades esenciales, de las que pasamos a hablar seguidamente.
             Nos situamos ya en la historia en sí, el punto de arranque es un convento en medio de la nada, en un país dominado por la austeridad soviética, en el que habitan no más de diez monjas y media docena de novicias. De manera que, con tan mínimos elementos se construye una película excepcional. La superiora del convento pide a Anna (interpretada por Agata Kulesza) que visite a su único pariente vivo, es decir, su tía Wanda (interpretada por Agata Trzebuchowska), a quien no conoce aún, antes de tomar los votos como religiosa. Y Anna encuentra a su tía para descubrir que no es Anna, sino Ida, y que no es cristiana, sino judía, toda cuya familia fue exterminada durante la Segunda Guerra Mundial. Para Ida se impone conocer la verdad, y es el camino que inicia junto a su tía, que ocupa un cargo en la judicatura polaca y disfruta, por lo tanto, de una serie de prebendas burguesas inaccesibles para el pueblo: tabaco, coche, apartamento.
             Dos mujeres, dos religiones, dos generaciones, y dos actitudes: Ida sufre por lo que no conoce, con el hábito por sudario, no ha visto nada del mundo, ni sabe la verdadera historia de sus padres. Ida es una muerta en vida: tan sólo ha visto lo que sucede dentro de las paredes del convento, cuya desnudez ambiental recuerda la imagen que tenemos todos de la Alta Edad Media. Pero Wanda sufre por lo que conoce y que ha bloqueado escépticamente sus sentimientos. Wanda es una viva en muerte.

 En los créditos oficiales de la película, Agata Trzebuchowska es la protagonista y Agata Kulesza es actriz de reparto, pero muy bien podían haber sido ambas co-protagonistas. En mi juicio personal, así lo son. Kulesza lo expresa todo en su mirada vacía: son unos ojos que no han visto nada, que están por llenar en unos planos cuya plasticidad, en blanco y negro, como hemos dicho antes, recuerda en ocasiones la de La joven de la perla, de Johannes Vermeer, un cuadro conocido también como Muchacha con turbante, lo que en la película de Pawlikowski se sustituye por la toca de la hermana Anna-Ida. De hecho, es portentoso el parecido de la modelo que utilizara el pintor flamenco en su día y el de la actriz polaca contemporánea. Los ojos de Wanda, en cambio, se han vaciado por todo lo que han visto.
El vacío intacto de Ida y el vacío germinado de Wanda.


Fragmentos desgarrados de intrahistoria, si recordamos a Unamuno, o el yermo de las almas, si acudimos a Valle-Inclán.
Nos queda aún otra dualidad y con esto termino, y es la de la libertad y el miedo, o por mejor decir, el miedo a la libertad, de lo que se ocupó largamente en 1941 Erich Fromm, gran fustigador de los totalitarismos, que es, en definitiva, el telón de fondo sobre el que se construye Ida. Recordemos una de sus más conocidas citas: “El acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de la razón”, dejó dicho el filósofo, lo que de manera irónica parafraseó Katherine Hepburn: “Si cumples todas las reglas, te pierdes la diversión”.  Pero Wanda ha sido fiel al Partido hasta sus últimas consecuencias e Ida no sabe qué hacer con el saxofonista, intérprete de Coltrane, que aparece casualmente en su vida.

 Convento vs. jazz en la Polonia comunista, con las heridas de la Segunda Guerra Mundial todavía abiertas en una película rodada en sombra y negro, formato 4:3 y los actores desencuadrados en los planos. Sinceramente, ¿hay quién dé más?

Francisco Javier Rodríguez Barranco

 


miércoles, 25 de febrero de 2015

SAN VALENTÍN SIN VALENTÍN EN "BRASSERIE ROMANTIEK"

http://www.filmaffinity.com/es/film720721.html 

            Para quienes pensamos que la cocina es una habitación inútil en una casa, una película de ambiente culinario es como si nos estuvieran hablando de ciencia-ficción. Ése es, pues, el contexto entre fogones en que se mueve Brasserie Romantiek (2012), de Joël Vanhoebrouck, una película belga (sí, más allá de Bruselas existe un país), que se une a otras del mismo país que han llegado recientemente a nuestras pantallas, como Hasta la vista (2011), de Geoffrey Enthoven, parcialmente rodada en Torremolinos y con título original en español, basada en hechos reales e inmensamente humana, galardonda como mejor película en los Festivales de Valladolid y Montreal, Premio del público a la Mejor película europea en los Premios del cine europeo; o Dos días, una noche (2014), de Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, basada en varios cientos de millones de historias reales, y que cuenta también con un impresionante glosario de nominaciones y premios internacionales, de los que sólo mencionaré los Premios Guldbagge a la Mejor película extranjera, o el de Mejor actriz a Marion Cotillard en los  Premios del Cine Europeo.

       Situadas mínimamente, pues, las coordenadas culturales, podemos referirnos ahora a las temáticas, de las que la cocina constituye la principal, y se inspira, por lo tanto, en un amplia muestra de películas del mismo género, de las que recordaré El festín de Babette (1987), de Gabriel Axe, Como agua para chocolate (1992), de Alfonso Arau, Chocolat (2000), de Lasse Hallström, Chef (2014), de  Jon Favreau, o la castiza Fuera de carta (2008), de Nacho G. Velilla, entre una lista que es extensísima, si bien no todas las producciones de la misma calidad, obviamente. El lado perverso de la gastronomía lo constituye, sin duda La gran comilona (1973), de Marco Ferreri.

      

            Algo que sí ofrece de diferente Brasserie Romantiek sobre las producciones más recientes de temática similar es que lo que sucede en el comedor es tan importante o más que lo que ocurre en la cocina, que cumple la función de realidad entre bastidores. No se trata, por lo tanto, de una desazón de chefs por lograr el mejor plato o subir en la jerarquía de las guías especializadas al respecto, sino de las vivencias de los clientes del restaurante. En ese sentido, podría parecerse algo a El festín de Babette, donde las secuencias de los comensales son esenciales, pero en la película de Vanhoebrouck lo verdaderamente interesante es todo el juego de relaciones en cada una de las diversas mesas.

    

     Se trata de la cena del Día de San Valentín y se ofrece una cena sólo para parejas, entre las que hay de todo: historias que se mantienen, aventuras contra natura, el recuerdo de viejos amores, amores de internet, matrimonios que han terminado, relaciones que se desvanecen, ilusiones que no cuajan, interacciones con la plantilla del restaurante, etc. Si bien, de manera cuantitativa, predominan los finales desgraciados, por lo que bajo un tono de celebración aparente, asistimos a toda una galería de desacuerdos de pareja, por lo que, lo que comienza con un tono agradable se encamina hacia finales más bien sombríos. Caramelos con corazón amargo, pero no podemos aplicar en propiedad la etiqueta de tragicomedia, sino que se trata más bien de una comedia dramática en una noche en que San Valentín se sentía poco motivado, estaba con la depre, o simplemente se sentía guasón.


            Podemos aproximarnos a esta película bajo la óptica de los filmes con protagonismo colectivo, que es lo que realmente ocurre en ella, así como dos piezas esenciales de la piel de todo, como Lacolmena (1982), de Mario Camus, Tiovivo C. 1950 (2004), de José Luis Garci, y por supuesto, nadsa que ver con las anteriores, pero muy colectiva, Short Cuts (1993), de Robert Altman . Cabe señalar, sin embargo que en el caso de Brasserie Romatiek, se eluden los espacios abiertos y se limita casi todo al salón comedor o a la cocina, dentro de un tiempo muy concreto, que es el de una cena supuestamente especial, todo ello con una cierta textura teatral.

            Y hasta ahí puedo contar, no porque no quiera desvelar datos de la trama, sino porque realmente no hay nada más que contar. 

Al iniciar esta saga de artículos me propuse hablar sólo de las películas que me gustaran, y es lo que he hecho con todas las que he citado en relación con Brasserie Romantiek. Por eso he citado tantas, y otras muchas que se han quedado en el tintero.

Ay, ay, ay, si es que ya ni San Valentín es San Valentín, ni las tragicomedias son tragicomedias, ni los corazones son como los que cantaba Willy de Ville. Total, que me van a permitir ustedes que, en cuestión de escenas de ambiente culinario, me quede con la de Meg Ryan y Billy Cristal en Cuando Harry encontró a Sally (1989), de Rob Reiner.

Francisco Javier Rodríguez Barranco