viernes, 4 de junio de 2021

RECUERDOS ANALÓGICOS EN EL FESTIVAL DE CINE AFRICANO DE TARIFA-TÁNGER 2021

 




La tarde del 3 de junio se inició para este humilde cronista con la película ecuatoguineana Anu Ngan (2016), de Santiago Nfá Obiang, que obtuvo en su momento el premio a la Mejor Película en Guinea Ecuatorial y es la elegido por Casa África de España para el Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger 2021.



Lo cierto es que uno agradece muchísimo que los propios ecuatoguineanos construyan su cine nacional, pues hasta ahora, básicamente, lo que se conocían eran películas españolas de aventuras, como Bandera negra (1986), de Pedro Olea, o los recuerdos de infancia de Cecilia Bartolomé en Lejos de África (1996) . También hay producciones afrentosas a la inteligencia como Palmeras en la nieve (2015), de Fernando González Molina, que no merecen mayor comentario.



Por ello, es muy positivo que los ecuatoguineanos aborden su propio cine, si bien, a juzgar por Anu Ngan, les queda todavía un camino por recorrer, pues se trata de una thriller con un final muy novedoso para un género donde se supone que es imposible innovar, con un banda sonora consistente, una calidad fotográfica tan aceptable como permiten los actuales medios técnicos, y una trama que sorprende, como acabo de mencionar, pero la parte actoral, a mi juicio, desmerece bastante y es que, según confesó el propio Nfá en coloquio posterior a la película, que es un director autodidacta, en Guinea Ecuatorial no existen escuelas de cine por lo que, una vez completado el casting, fue necesario impartir a los actores elegidos un curso acelerado de interpretación. Poco a poco. La idea central de la película es mostrar que muchas el enemigo está dentro de uno: una película pensada para el público ecuatoguineano, como también reconoció el director, entre el que ha tenido gran aceptación.

Muy sorprendente me ha resultado asistir a una imágenes de Malabo que en nada se corresponden a mis recuerdos de hace más de tres décadas, pues a finales de la década de los ochenta, Guinea Ecuatorial ocupaba el segundo lugar en cuanto a los países más pobres del planeta, superada solo en ese penoso ranking por Haití. Luego se descubrió petróleo en la zona y cambió la cara de un país, según se muestra en Anu Ngan, con grandes autopistas y modernas urbanizaciones, que para mí son totalmente nuevas.


Pinche aquí para ver clip de Anu Ngan



Lo que sí se parece más a lo que uno conoció en 1987 con sus recuerdos analógicos es lo que vemos en el documental Memorias de ultramar (2021), de Carmen Bellas y Alberto Berzosa, un proyecto auspiciado por la Filmoteca Nacional de España, cuya proyección estuvo precedida por el corto “Africa Bianca” (2020), de Filippo Foscarini y Marta Violante, que recuerda la conquista fascista de Abisinia y donde se mezclan imágenes de archivo con dibujos de animación tomados de los que los niños italianos de la época hicieron. Con una gran dosis de creatividad, este trabajo sirve para recordar el adoctrinamiento infantil en tiempos de Mussolini.

En cuanto Memorias de ultramar, es el tercer y último proyecto emprendido por la Filmoteca Nacional para reconstruir con videos domésticos cómo fue la vida de los españoles en determinados contextos, como la transición a la democracia, los exiliados y, por fin, las vivencias de quienes vivieron en Tánger, Tetuán, el Sahara Occidental o Guinea Ecuatorial entre la década de los 40 y la de los 70, una reconstrucción minuciosa que Carmen y Alberto pudieron llevar a cabo gracias a material facilitado por diferentes filmotecas regionales en España, pero sobre todo poniéndose en contacto con las familias en cuestión.

Se trata, por lo tanto, de imágenes domésticas, grabadas en su momento sin ánimo artístico de ningún tipo y quizá por eso abundan las tomadas en Guinea Ecuatorial, pues de lo que se ve en este documental en este país sí hubo una verdadera vida comercial, lúdica y familiar con sus reuniones, sus paellitas y esas cosas, mientras que en las imágenes que vemos del Sahara imperan el desierto, la soledad y las unidades militares.


Ay, ay, ay, y yo ¿qué quieren que les diga? Mis vivencias personales de Guinea Ecuatorial no llegan a un año, pero recuerdo perfectamente aquellos meses en Malabo, una ciudad capital de un Estado, pero en la que solo había un hotel que mereciera la pena, el Impala; solo un bar, el Bantú, adonde llevábamos nuestros propios hielos y vasos, fregados con agua embotellada, por temor a las amebas que circulaban por las cañerías (un gesto un poco hostil, lo reconozco, pero prudente); donde solo había un restaurante en condiciones, quizá dos; donde no podíamos tender la colada en el exterior, porque había una mosca puñetera tenía la mala costumbre de poner huevos en la ropa, cuyas larvas, una vez nacidas, pasaban a tu piel con total desvergüenza; donde nuestros vecinos eran unos lagartos enormes y bellísimos, además de los ofidios, por supuesto; donde la quinina para la malaria era el pan nuestro de cada día, en sentido literal . Pero esa fue también la experiencia donde pude escuchar la noche de África por primera vez y creo que desde entonces se ha incorporado a mi ADN, como las larvas de las moscas de la ropa, pero en este caso de manera positiva. Y lo vamos a dejar ahí porque igual me caen todavía dos lagrimillas antes de terminar esta reseña.



Poco después, como he comentado, se descubrió petróleo en la zona y todo ha cambiado, al menos en cuanto a las infraestructuras, quizá no tanto en cuanto a las desigualdades sociales.



Un poco de todo eso es lo que se ve en Memorias de ultramar o, al menos, así lo he imaginado yo.

Pinche aquí para ver tráiler de Memorias de ultramar

La tarde se cerró con Tajouje (1977), de Gadalla Gubara, dentro del ciclo que el Festival de Cine Africano está dedicando este año al cine de Sudán, un país con una prometedora industria cinematográfica antes de que la dictadura islámica que ha durado tres décadas pasara como una trituradora por el mundo de la cultura. De hecho, Gubara está considerado como uno de los patriarcas del cine africano.


Iniciado en el mundo de los documentales, Gadalla Gubara decidió crear su propio estudio en Jartum, con la idea busca de ampliar su creatividad hacia la ficción. Tajouje fue su primer largometraje y cualquier espectador medianamente formado reconocerá en él una marcada filiación shakesperiana, si bien en el caso del director sudanés el desenlace difiere bastante de lo que cupiera esperar en el autor de Statford-upon-Avon.



Tajouje se ambienta en una de les regiones más áridas del planeta Tierra en un pueblecito perdido al este de Sudán, situada con arreglo a la sinopsis oficial en el siglo XIX, pero la idea que realmente emana es la de que se trata de una trama intemporal. Pasión y celos en esta historia, donde los diálogos son quienes verdaderamente construyen la historia, más que las imágenes, todo lo cual me permite conjeturar con la inequívoca adscripción de este filme a esa tradición tan africana de los contadores de cuentos o griots, con adivina malévola incluida, lo cual es algo que el senegalés Sembène, padre de la cinematografía en nuestros vecinos del sur, reclamaba a los directores africanos desde los mismísimos comienzos del cine en este continente.

Pincha aquí para ver clip de Tajouje

Fco. Javier Rodríguez Barranco



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