Autor:
Colectivo Tresviernes
Ediciones
del Genal (Promotora Cultural Malagueña), número 1 de la colección
California.
1ª
edición: octubre de 2020
ISBN: 978-84-18453-07-6
PVP:
14 euros
156
páginas
De
manera totalmente casual hace poco cayó en mis manos uno de esos sobrecillos de
azúcar tan llenos de filosofía que se ven hoy día en las cafeterías. Contenía
una cita, al parecer, de John Lennon en la que el exBeatle asesinado lamentaba
que la violencia formaba parte de nuestras vidas cotidianas con todo descaro y
visibilidad, mientras que para hacer el amor había que esconderse. Y no es que
uno comparta totalmente esta opinión, dado que considero que la actividad
amatoria requiere una cierta intimidad para mejor disfrutarla, incluso en una
orgía, como un pequeño secreto compartido en un estrechísimo círculo, pero sí
que existe una espesa la sombra de culpa en todo lo que se refiere a la coyunda.
Incluso
un cantar de gesta tan sobrio como el del Mio
Cid no excluye las escenas eróticas, según se puede comprobar en este
pasaje, situado en la afrenta que los infantes de Carrión infligieron a doña
Elvira y doña Sol, hijas de Rodrigo Díaz:
«Fallaron
un vergel con una linpia fuent,
mandan
fincar la tienda ifantes de
Carrión,
con
quantos que ellos traen í iazen
essa noch,
con
sus mugieres en braços demuéstranles amor,
¡mal
ge lo cunplieron quando salié el
sol!».
(vv.
2700-2704)
Es
decir, buscaron un lugar agradable, el famoso locus amoenus medieval, con vergel y limpia fuente incluidos, para mejor
solazarse con sus mujeres antes de cometer su felonía, lo que a la postre les
acarrearía la venganza del Campeador. Eros y Tánatos del bracete, ya lo dijo el
viejo Sigmund, pero mucho antes que él el anónimo juglar (o juglares) que
escribió (o escribieron) el Poema de Mio
Cid en el siglo XII.
Y no solo en la lírica castellana: un motivo como la peste inspira el Decamerón, de Bocaccio, y el peregrinaje religioso que se narra en Los cuentos de Canterbury, de Chaucer, no excluye el chunda-chunda: de hecho, la crítica considera que Chaucer se inspiró en Bocaccio y quizá en Juan Ruiz. Nunca perdonaré que la trilogía Las mil y una noches, El Decamerón y Los Cuentos de Canterbury, de Pasolini no fuera una tetralogía que incluyera el Libro de Buen Amor. Hombre, por favor. (O quizá Pier Paolo sí lo tenía in mente cuando fue asesinado). (Voy a concederle el beneficio de la duda).
Esplendor erótico, por lo tanto, en el medioevo, pero luego, ay, la cosa cambió bastante, porque la Reforma luterana y la Contrarreforma católica derivaron, cada una a su manera, en un progresivo e hipócrita (recordemos a John Lennon) puritanismo. El caso es que hoy día no se habla de física cuántica con el mismo tonillo recochineante que se hace del sexo, algo que no sucedía en la Edad Media, acaso porque en aquel entonces no habían sido establecidos aún los cuantos de acción de Plank.
Y así, en pleno siglo XXI, la red de redes, la red de Zuckerberg (¡Mark! ¡Oh, Mark!), te censura una publicación en la que se vea un pecho, aunque sea con fines didácticos o culturales. Sé bien lo que digo: a mí me ha sucedido. ¿Y contra quién se rebela uno entonces? Pues si se tratara de un régimen político o religioso sabríamos perfectamente quién es el enemigo, mas en este caso el censor es un currito, probablemente con un infrasalario, a quien se le ha dicho: “Con tetas, no. Sin tetas, sí”; y así hace: con tetas, no; sin tetas, sí, que un infrasueldo es un infrasueldo y no es plan despreciarlo.
Por
eso, resulta especialmente gratificante un libro como Erótika. Eros de enero a diciembre, publicado bajo el seudónimo
Colectivo Tresviernes, aunque todos sabemos a quién corresponde, pero si el
autor no lo ha querido desvelar, no seré yo quien lo haga, desde luego.
Y
¿cómo es el sexo que nos ofrece Tresviernes en esta obra? Podemos señalar
algunas características básicas:
a) Muy
variadito, dado que este libro se compone de doce relatos, uno por mes, con un
número muy alto de posibilidades, afortunadamente no exhaustivas. Nos hallamos
así con diferentes combinaciones en cuanto edades; amores homosexuales y
heterosexuales; en parejas o en tríos, incluso en orgía; juegos de dominación;
etc.
b) No se juzga a nadie. Se trata tan solo de disfrutar de aquello que nos da placer, sin cortapisas y, por supuesto, con el deseo de repetir. No se trata de un planteamiento maniqueo de buenos y malos, algo del tipo: “yo follo mucho y soy guay. Tú follas poco y estás reprimido”. El sexo en este libro ni se demoniza, ni se impone. Surge cuando surge en doce contextos diferentes y la cosa consiste simplemente en disfrutar y hacer disfrutar. No parece que sea muy difícil de conseguir, ¿verdad? Pasárselo bien sin autolimitaciones morales impuestas.
c) No se trata de un sexo mutuamente destructivo. Que nadie busque aquí situaciones como las relatadas por Bertolucci en El último tango en París, o por Nagisa Oshima en El imperio de los sentidos. El sexo de Tresviernes es un sexo sin violencia y sin tortura. Sin remordimientos y sin malos rollos. Sin mentiras, sin prejuicios y sin papeles, ni falta que hacen. De hecho, en todos o en casi todos los relatos contenidos en esta obra, si hay algo que emana con especial fuerza es la ternura, una palabra que aparece con relativa regularidad en este libro. Porque el sexo que se muestra en Erótika es una vía de experimentación y horizontes ampliados, pero sobre todo impregna las almas de los personajes como el más eficaz antídoto contra las carencias afectivas.
Por
ello, seamos realistas: el sexo es bello y, además, nos hace mejores personas.
Ay,
ay, ay, lo que se pierden los ángeles. Si es que tiene uno que darle gracias a
Dios por haberle hecho humano, pues a mí eso de las liras y los cantos
celestiales, que sí, que está muy bien, pero no sé, como que no.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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