Si ya es difícil rodar una
película en África en circunstancias normales, durante el transcurso de una
pandemia es prácticamente imposible. Por ello, en la edición de 2021 del
Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) la presencia de documentales
ha sido muy abundante, puesto que este género implica un equipo de grabación y
una puesta en escena mucho más sencillos. No hace falta recrear escenarios,
puesto que los que hay de manera natural son los que son, ni debemos repetir las
tomas, por ejemplo. Tan solo hace falta abrir la cámara, que puede ser solo
una, y reproducir lo que sucede delante de ella.
Si juntamos los dos párrafos
anteriores, es decir, documentales y producciones europeas, obtenemos la
sección “Miradas españolas”, de la que ya nos hemos ocupado en un artículo
anterior.
Pues bien, así las cosas,
disponemos ya de elementos suficientes para trazar las líneas básicas en las
que se desenvuelve el género documental en África, todo ello con la advertencia
previa de que cada cineasta es un modelo en sí mismo, por lo que habrá tantas
opciones como cineastas.
Podemos empezar por lo que
no es el género documental en África, que de manera tradicional en las así
denominadas sociedades occidentales se mueve sobre dos coordenadas básicas: el
carácter divulgativo y la tendencia a mostrar grandes biografías, como puede
ser la de Bukowski o Bob Marley, que hemos visto recientemente en las pantallas
de nuestro mundo acomodado. El documental en África tampoco persigue enseñar al
espectador las fuentes del Nilo o el esplendor del Antiguo Egipto. Eso no los
veremos en los documentalistas africanos de nuestros días, que huyen de las
imágenes retrospectivas para estar mucho más apegados a las circunstancias que
les ha tocado vivir, a ellos particularmente, o a una determinada comunidad.
A continuación vamos a
enumerar dos características básicas de lo que entendemos que sí es el género
documental africano, ilustrando nuestras afirmaciones con ejemplos sacados del
FCAT.
Así, el documental en África
tiene un acusado carácter narrativo,
lo que no puede sorprender demasiado si tenemos en cuenta que ya la ficción
tiene un acusado carácter documental e incluso durante el último lustro se
observa una fuerte tendencia a usar para papeles protagónicos actores sin
experiencia interpretativa, sacados directamente de la comunidad donde se
desarrolla la acción. Quienes hayan leído mi libro Personajes femeninos en el cine africano contemporáneo habrán
encontrado numerosos ejemplos de esa última afirmación.
De manera que, hemos
establecido ya un carácter narrativo para los documentales africanos, pero
observamos en los tres ejemplos mencionados dos cualidades compartidas: se
refieren a problemas sociales y se desarrollan en África. Otro rasgo común es
que en esos tres casos los realizadores son varones.
Comparten estas dos
producciones, además de toque intimista recién aludido y el hecho de que se
desarrollan en Europa, que las realizadoras son mujeres y también que las
historias personales mostradas se refieren a personas próximas a la directora:
los abuelos de Lina en el documental de Soualem, y una antigua compañera de
trabajo en una peluquería, en la cinta de Mbakam.
Desde luego que la intimidad
alcanza la máxima expresión en el caso de Les
prières de Delphine, pues toda la película transcurre en la habitación de
Delphine, sentada o recostada en su cama, hablando durante varios días de sus
recuerdos, donde, por desgracia, hay muy pocos buenos que espigar, y reducido
casi el papel de la directora al de una observadora muda.
Todo lo cual, el carácter narrativo y la intimidad trascendente, nos permite inferir la voluntad de los documentalistas africanos de convertirse en portavoces o pantallas donde se muestren las grandes lacras que nuestro continente del sur sigue padeciendo cada día y ya están durando demasiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario