sábado, 5 de junio de 2021

EL CINE DOCUMENTAL EN ÁFRICA

 




Si ya es difícil rodar una película en África en circunstancias normales, durante el transcurso de una pandemia es prácticamente imposible. Por ello, en la edición de 2021 del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) la presencia de documentales ha sido muy abundante, puesto que este género implica un equipo de grabación y una puesta en escena mucho más sencillos. No hace falta recrear escenarios, puesto que los que hay de manera natural son los que son, ni debemos repetir las tomas, por ejemplo. Tan solo hace falta abrir la cámara, que puede ser solo una, y reproducir lo que sucede delante de ella.


Otra dificultad evidente a la que se han enfrentado los cineastas africanos durante todo lo que llevamos de crisis del coronavirus es la falta de financiación, un problema endémico, pero que en estos momentos se revela crítico. Por ello, en las diferentes secciones del FCAT hemos asistido a películas rodadas por africanos en la diáspora europea, como es el caso de Ibrahim (2020), de Samir Guesmi, estadounidense, según podemos comprobar en Residue (2020), de Merawi Gerima, o directamente producciones europeas ambientadas en África, como es el caso de Pequeño país (2020), de Eric Barbier, o en África y Cuba, que son los contextos donde se desenvuelven las imágenes de África mía. La fabulosa historia de las maravillas de Malí (2019), de Richard Minier y Édouard Salier, si bien en este caso, propiamente anterior a la pandemia.

Si juntamos los dos párrafos anteriores, es decir, documentales y producciones europeas, obtenemos la sección “Miradas españolas”, de la que ya nos hemos ocupado en un artículo anterior.

Pues bien, así las cosas, disponemos ya de elementos suficientes para trazar las líneas básicas en las que se desenvuelve el género documental en África, todo ello con la advertencia previa de que cada cineasta es un modelo en sí mismo, por lo que habrá tantas opciones como cineastas.

Podemos empezar por lo que no es el género documental en África, que de manera tradicional en las así denominadas sociedades occidentales se mueve sobre dos coordenadas básicas: el carácter divulgativo y la tendencia a mostrar grandes biografías, como puede ser la de Bukowski o Bob Marley, que hemos visto recientemente en las pantallas de nuestro mundo acomodado. El documental en África tampoco persigue enseñar al espectador las fuentes del Nilo o el esplendor del Antiguo Egipto. Eso no los veremos en los documentalistas africanos de nuestros días, que huyen de las imágenes retrospectivas para estar mucho más apegados a las circunstancias que les ha tocado vivir, a ellos particularmente, o a una determinada comunidad.



A continuación vamos a enumerar dos características básicas de lo que entendemos que sí es el género documental africano, ilustrando nuestras afirmaciones con ejemplos sacados del FCAT.

Así, el documental en África tiene un acusado carácter narrativo, lo que no puede sorprender demasiado si tenemos en cuenta que ya la ficción tiene un acusado carácter documental e incluso durante el último lustro se observa una fuerte tendencia a usar para papeles protagónicos actores sin experiencia interpretativa, sacados directamente de la comunidad donde se desarrolla la acción. Quienes hayan leído mi libro Personajes femeninos en el cine africano contemporáneo habrán encontrado numerosos ejemplos de esa última afirmación.


Así, pues, nos hallamos en África con ficciones documentales o documentales narrativos, como es muy fácil apreciar en producciones como En route pour le milliard (2020), de Dieudo Hamadi, Le dernier refuge (2021), de Ousmane Samassekou, o Makongo (2020), de Elvis Sabin Ngaïbino, siendo así que la primera de estas películas narra el viaje por el río Congo a Kinshasa de los mutilados en la Guerra de los Seis Días de Kisangani para reclamar veinte años después de que tuviera lugar el conflicto la reclamación que les corresponde; la segunda, el drama de la inmigración y del penoso a casa de quienes no han conseguido establecerse en el autodenominado Primer Mundo; y la tercera, el difícil acceso a la educación de los pigmeos que habitan en un claro de la selva. Esta última cinta se centra en dos chicos, André y Albert, que deben andar ya en la veintena, con sus cargas familiares y su lucha por la supervivencia y puede recordar en algún momento a Camino a la escuela (2013), de Pascal Plisson, pero en esta película hay como una capa almibarada que impide penetrar en la intensidad del problema. Señalar que Makongo se trata de un filme procedente de la República Centroafricana, donde esta palabra, significa ‘orugas’.

De manera que, hemos establecido ya un carácter narrativo para los documentales africanos, pero observamos en los tres ejemplos mencionados dos cualidades compartidas: se refieren a problemas sociales y se desarrollan en África. Otro rasgo común es que en esos tres casos los realizadores son varones.


Sin embargo, la segunda característica que quiero apuntar para los documentales africanos, es decir, la intimidad, desarrolla más bien situaciones personales y se trata de obras pertenecientes a la diáspora francesa, como Leur Algérie (2020), de Lina Soualem, o a la belga, según acontece en Les prières de Delphine (2020), de Rosine Mbakam. La primera de ellas nos habla de la difícil acomodación a la sociedad francesa de una pareja argelina que emigró tras la Segunda Guerra Mundial, todavía en tiempos de la colonia; mientras que la segunda nos habla de las vicisitudes personales de Delphine desde que fue violada en Camerún cuando tenía 13 años, de donde quedó embarazada y fue madre por primera vez con catorce años, su paso por la prostitución y, por fin, la emigración a Bélgica, tras un matrimonio de conveniencia, donde también ejerce la prostitución cuando hace falta dinero para la supervivencia cotidiana.

Comparten estas dos producciones, además de toque intimista recién aludido y el hecho de que se desarrollan en Europa, que las realizadoras son mujeres y también que las historias personales mostradas se refieren a personas próximas a la directora: los abuelos de Lina en el documental de Soualem, y una antigua compañera de trabajo en una peluquería, en la cinta de Mbakam.

Desde luego que la intimidad alcanza la máxima expresión en el caso de Les prières de Delphine, pues toda la película transcurre en la habitación de Delphine, sentada o recostada en su cama, hablando durante varios días de sus recuerdos, donde, por desgracia, hay muy pocos buenos que espigar, y reducido casi el papel de la directora al de una observadora muda.


Por último, me gustaría destacar que la dimensión intimista que estamos persiguiendo en los párrafos anteriores no excluye lo social. Todo lo contario: a través de documentos familiares o individuales, Soualem y Mbakam aspiran a ofrecernos la realidad de sus respectivas comunidades.

Todo lo cual, el carácter narrativo y la intimidad trascendente, nos permite inferir la voluntad de los documentalistas africanos de convertirse en portavoces o pantallas donde se muestren las grandes lacras que nuestro continente del sur sigue padeciendo cada día y ya están durando demasiado.

Fco. Javier Rodríguez Barranco

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