jueves, 3 de junio de 2021

BLACK LIVES MATTER en 'RESIDUE'


 

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Tarifa, 3 de junio de 2021


A uno le llama mucho la atención que Thomas Jefferson, que llegaría a ser Presidente de los USA, redactara la Declaración Universal de los Derechos Humanos en una hacienda abarrotada de esclavos. Y que sí, que está muy bien eso de que todos los hombres nacimos iguales, es solo que quizá el bueno de Tomás no consideraba humanas a las personas de raza negra. Mucho más astuto fue George Washington, quien tenía su propiedad en el Estado de Virginia, donde una vez alcanzada la independencia se permitía la esclavitud, pero mira tú por dónde sus compatriotas decidieron hacerle Presidente, nada menos que el primer Presidente de la Unión y tuvo que desplazarse a Filadelfia, que era la capital del país a la sazón, en el Estado de Pensilvania, donde se permitía la esclavitud durante un máximo de seis meses y luego había que manumitir a los esclavos. ¿Qué hizo el bueno de Jorge? Lo que hubiera aconsejado el abogado más astuto: llevó consigo a Filadelfia un tercio, aproximadamente, de su mano de obra negra a Pensilvania y cuando se aproximaban a los seis meses de estancia, los cambiaba por otro tercio, que se traía de Virginia. Pragmatismo americano. Oh, yeah!

            Los USA son el único país del mundo donde tuvo lugar una guerra civil para mantener la esclavitud. A día de hoy, las banderas de la Confederación son las dueñas absolutas del sur profundo y es obvio que en ese país existe un problema de racismo que asalta las noticias con demasiada regularidad incluso en nuestros días. Hace un par de días se celebró en Tusla un homenaje al primer centenario de la matanza del 31 de mayo de 1921, considerada como la mayor masacre de la historia contra la población negra en Estados Unidos.


            Semejante situación no podía obviarse del cine, plasmada de manera muy especial en películas de la década de los sesenta, como Adivina quién viene esta noche (1967), de Stanley Kramer, En el calor de la noche (1967), de Norman Jewinson (1962), de Robert Mulligan, o la mejor del lote, a mi modo de ver, Matar a un ruiseñor. Películas de un Hollywood que había decidido dar un paso adelante en la por entonces muy candente cuestión de los derechos civiles, pero que constituyen todavía miradas desde fuera hacia la negritud.



Era necesario que directoras(es) de raza negra se pusieran detrás de las cámaras y así en fechas muy recientes han sido estrenadas Moonlight (2016), de Barry Jenkins, o Mudbound (2017), de Dee Rees, largamente premiadas ambas, especialmente la primera, que obtuvo el Oscar en una ceremonia caracterizada por unos gazapos sin precedentes, como se recordará. Prefiero obviar Green Book (2018), de Peter Farrelli, por no ser afroamericano su director, pero sobre todo porque, por mucho Oscar que recibiera, se trata de una de esas películas que te pueden gustar, o no, pero nunca molestan, es decir, que no dicen nada.

            Pues, acaba prácticamente de estrenarse Residue (2020), de Merawi Gerima, nacido ya en Estados Unidos y formado cinematográficamente en este país, pero hijo del prestigioso director etíope Haile Gerima. Esta películas forma parte de la sección Hipermetropía dentro del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) 2021 y no me sorprendería lo más mínimo que mañana cuando se entreguen los premios forme parte del palmarés en alguna de sus categorías.



            La clave interpretativa de esta película nos la da un diálogo en el cual se afirma que la caca de los perros deja residuos en el césped, incluso una vez retirados los excrementos. Son, por lo tanto, residuos de vidas mierdosas lo que muestra en este filme.

       


    Para ello, la narración de se construye sobre destellos de imágenes, reales o imaginadas, presentes o pasadas, mezcladas de manera aparentemente anárquica y que exigen, por lo tanto, un espectador activo que reúna esos fogonazos y dé sentido a este magnífico largometraje.

            Esta película denuncia también la progresiva hipsterización de un barrio, la calle Q, en Washington (el esclavista de Virginia, ya lo hemos comentado), D. C. Pero el hombre blanco nunca aparece completo en la cinta, es decir, en voz e imagen, sino que cuando se le ve no habla y cuando habla no se le ve, o no se le ve completo: puede ser un brazo, una pierna, la espalda, pero nunca el busto parlante. Muy significativo a ese respecto es una escena en que una pareja de blanquitos aparecen desenfocados en primer plano en lo alto de un edificio gentrificado mientras toman unas birrillas y asiste como espectadores indolentes a una persecución en la calle de la policía contra un joven negro.

            Es la vida de los negros lo que importa a este filme y para mostrar esa situación tan dura no recurre a los siempre efectistas procedimientos de un linchamiento kukluxklanero, una violación o cualquier otra aberración cometida contra alguna persona de raza negra, sino que es el normal desarrollo de la vida cotidiana lo que no permite intuir la dimensión de la tragedia.



            Residue muestra la vida tal cual es y la falta de horizontes en una calle marginal de la capital del Estado más poderoso del planeta guerra, perdón, quise decir Tierra.

            Es el drama cotidiano de unas personas cuyas expectativas no van más allá del trapicheo de drogas con sus dos opciones básicas: la cárcel, en el mejor de los casos, o, en el peor, la muerte. Una detención American way es lo más violento que se ve, pero no muestran escenas de tiroteos ni, realmente, vemos sangre: la muerte se ofrece por sus efectos, más que por la muerte en sí, porque la muerte en ese contexto urbano es un componente más de la vida.

            Un espectador atento, por lo tanto, para amalgamar el bombardeo de imágenes que le sacuden en su butaca, pero yo creo que el mensaje de este filme de Gerima llega con toda nitidez.

            Una narrativa fílmica muy poco convencional, mas dirigida en escenas como estiletes a lo más mullido de nuestra zona de confort.

            Y yo no sé si esta película será finalmente galardonada en FCAT, pero cuenta ya con el John Cassavetes dentro de los premios Indpendent Spirit. Una magnífica muestra, pues, de cine independiente que lo más probable es que no conozca recorrido en las pantallas de España, como suele ser habitual entre las numerosas joyitas que forman parte del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger.

Fco. Javier Rodríguez Barranco

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