jueves, 10 de junio de 2021

CASA RECUPERADA EN 'AÑOS LUZ'

 



 

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            A uno le parece muy cateto que un festival, como el de Málaga, pretende ser internacional, pero se articula sobre la lengua española como columna vertebral y luego admite producciones en cualquier idioma (de hecho, creo que solo falta el sánscrito, aunque todo se andará). Ya hemos hablado sobre esta cuestión en ocasiones anteriores y no quiero extenderme más ahora. Y mira que adoro la lengua española, pero es que a los organizadores del Festival de Málaga parece que solo les preocupan las fotos con los famosetes.

            Pero los despropósitos no acaban ahí, sino que, gracias a Dios, la sección oficial contempla películas llegadas de allende la mar océano, pues de otro modo, al de Málaga le cabría el curioso honor de ser el único festival de cine del mundo que se organiza sin películas. En efecto, ¿quién coño selecciona las películas españolas en este certamen? Hay algunas, no muchas, excepciones a esta regla general, pero, insisto, gracias a Dios que podemos ver películas hispanoamericanas en él para que suban un poco el nivel. O simplemente para poder ver películas: que lo mejor de la cinematografía patria no llega a este evento es una verdad de Pero Grullo.

            Dentro de ese ramillete de películas no españolas, hemos asistido hace un par de días a la proyección de la uruguaya Años luz (2021), de Joaquín Mauad, que, al parecer fue apuntalada por una cosa llamada MAFIZ y que, según consta en su web: “tiene como objetivo favorecer la difusión y promoción de la cinematografía Iberoamericana”. Probablemente se refiera al apoyo económico, dado que a nivel creativo no tenemos nada que enseñarles.

            Así las cosas, nos centramos en el filme de Mauad y todos, creo, recordamos el relato de Julio Cortázar “Casa tomada”, de Julio Cortázar, incluido en Bestiario, una obra publicada en 1951. Este cuento narra la angustia de dos hermanos que ven cómo poco a poco se van extendiendo por su hogar unos extraños seres hasta que les acaban expulsando. En su momento la crítica consideró que este relato, uno de los mejores de la literatura universal, era una metáfora de la expansión del peronismo en Argentina a partir de la segunda mitad de la década de los cuarenta, pero yo tuve ocasión de ver una entrevista a Cortázar en la segunda mitad de los setenta en España, donde el escritor admitía esa posible lectura, aunque matizaba que la idea realmente nació de un sueño. “Interesante, muy interesante”, diría Herr Sigmund.



            Años luz viene ser algo así como la culminación de ese texto de Cortázar, pues la trama consiste en la recuperación de la casa que constituyó el hogar familiar en Colonia de Sacramento. Tres hermanos emprenden, pues, el viaje en coche, el viejo coche del padre, desde Montevideo hasta Sacramento, con su portentoso faro, que también tiene su protagonismo en este filme, una ciudad mitad brasileña y mitad uruguaya, a la que le ocurre un poco como a las chicas de Olivenza en la provincia de Badajoz, que no son como las demás, pues son hijas de España y nietas de Portugal.

            Doble naturaleza, por lo tanto, en la ciudad de los recuerdos infantiles de los tres hermanos, como doble naturaleza tiene todo en esta película, ya que sobre la superficie de la pax familiar, permanecen dramas profundos.



            Nos hallamos ante una película de ambiente familiar que conecta con alguno de los grandes títulos del cine reciente en Uruguay: Whisky (2004), de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll , en este caso, por omisión, es decir, la falta de familia; El baño del Papa (2007), de César Charlone y Enrique Fernández; y, sobre todo, La culpa del cordero (2012), de Gabriel Drak, un director con el que tuve la ocasión de conversar hace algunos años y, entre otras cosas, me comentó que no existe un cine uruguayo en propiedad, sino uruguayos que hacen cine.

            Considerada oficialmente Años luz, como una road movie, pues el viaje en coche es esencial, observamos, sin embargo, una gran textura teatral, dado que los diálogos son esenciales en este filme. Son las palabras, las conversaciones entre los hermanos, las que perfilan las relaciones entre los hermanos hasta tal punto que no me parece excesivamente complicado llevar esta cinta a las tablas.



            Hay un mar de fondo importante en las existencias de los tres hermanos, María José, Mateo y Belén, cada uno con sus dramas personales, pero lo que me llama poderosamente la atención es que esos dramas no proceden de ningún hecho traumático de la infancia, como sí sucede con relativa frecuencia en las películas escandinavas, donde quizá el mejor ejemplo sea la danesa Celebración (1998), de Thomas Vinterberg, una película multipremiada. Pero en el filme de Mauad no existe tal hecho traumático larvado, sino que cada uno de los tres hermanos arrastra su existencia como puede con una enorme sensación de fracaso que procede del simple devenir de la vida misma. Y es que todas las familias ocultan un cadáver en el armario, pero en el caso de la película que nos ocupa, el armario es la propia alma de los personajes.

            Por fin, desde el mismo título comprobamos la voluntad del director por desarrollar un largometraje que nos hable de lo que estuvo, pero ya no está, como es el caso de las estrellas, cuya luz nos llega cuando ellas ya no están ahí. Toda una metáfora de la vida, donde los recuerdos, recuerdos son: fantasmas del pasado, lo que se nos antoja esencial en una película donde los personajes, sobre todo Mateo, se desenvuelven en un mundo cargado de objetos nostálgicos, de los cuales el más importante, sin duda es el coche familiar, que circula cuando circula, lo cual no sucede siempre, hasta que queda arrumbado. Recuperación de la casa familiar, por lo tanto, para mejor superar el pasado.



            Dentro de ese mundo encerrado en sí mismo que constituyen las relaciones entre los hermanos, se introducen elementos “impuros” que les fuerzan a replantearse su situación, como es una autoestopista que recogen y les cuenta una fábula cuya idea central es la superación personal cuando se toca fondo; o, con mucha mayor fuerza aún, el personaje del mecánico exprofesor de literatura y propietario de un alojamiento rural, quien con su fuerte actitud extrovertida impacta en Mateo, devorado por la introspección más aterradora.

            De manera que una situación familiar para animarnos a una superación personal y, ustedes me van a perdonar, pero eso me recuerda mucho a otro gran nombre de la cultura uruguaya: Mario Benedetti, cuyas novelas discurren dentro de la más absoluta cotidianeidad para apuntar hacia las regiones más íntimas del ser humano, según apreciamos en títulos como La tregua, Gracias, por el fuego o La borra del café, por citar solo tres. Un autor que permite una lectura literal, suficientemente satisfactoria para lectores rápidos, pero insuficiente.

            Por todo ello, considero que esta película de Mauad conecta con una tradición fílmica importante en su país, como es el cine de temática familia y aspira a entroncar con grandes nombres de la literatura del Cono Sur: nada menos que Julio Cortázar y Mario Benedetti, según vengo desgranando en este humilde reseña.



            Y una última reflexión para acabar, pues si ya hemos mencionado la función de los diálogos en esta cinta, no menos importante es la banda sonora, cuando aparece, que no es siempre, dado que no se limita a acompañar a la acción, sino que, en realidad se carga de elocuencia cuando no existen tales diálogos. Es el caso de la escena en que María José sale a correr y llega a la playa donde ve a un hombre preparando la caña de pesca, lo cual es una evocación del padre, pues ese mismo momento ya lo hemos visto en una de las diapositivas que conserva Mateo como oro en paño. Es la música y el magnífico trabajo actoral, concentrado en los gesto, quienes nos transmiten todo lo que María José está sintiendo en ese momento.

            Y otro momento, particularmente intenso sin diálogo subrayado por la música es cuando María José y Belén se abrazan tras una pesadilla recurrente de esta, mediante la que retrocede a los malos momentos de la infancia. Un abrazo que se acentúa mediante una efectiva percusión. Banda sonora para mejor comprender los sueños: más madera para Freud.

Francisco Javier Rodríguez Barranco


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