Con lo que
me gusta a mí el mes de julio, precisamente por el calorcito y por algunos
cumpleaños especialmente queridos que se celebran en él y ahora viene Jim
Mickle y dirige una película, basada en la novela homónima de Joe R. Lansdale. Al menos la peli se deja ver.
Así, Frío en julio, aunque formara parte de la sección oficial del
Festival de Sitges, es un thiller, un
género que alcanzó su momento de esplendor en los ochenta y primera mitad de
los noventa. A nadie se le escapan títulos como Instinto básico (1992), de Paul Verhoeven, Falso testigo (1987), de Curtis Hanson, Malicia (1993), de Harold Becker, Fuego en el cuerpo (1981), de Lawrence Kasdan, o Atracción fatal (1987), de Adrian Lyne,
entre un larguísimo etcétera. Particularmente interesante me parece la novela Prisioneros del cielo, de James Lee
Burke, de la que se hizo una película homónima en 1995, con Alec Baldwin en el
papel del atormentado detective Dave Robicheaux, al fin y al cabo, como he
leído en alguna ocasión, los buenos de la novela negra norteamericana son malos
que se han cansado de serlo. Pero esta película, se distribuyó muy tímidamente en España
y no la he visto. La novela sí que la he leído. Incluso Christopher Lambert
se permitió un pinito en Jaque al asesino
(1992), de Carl Schenkel, que tiene su puntito breathtaking, he de reconocerlo. Tan sólo aceptable, sin embargo,
me parece Labios ardientes (1990), de
Dennis Hopper, con Don Johnson, del que hablaremos luego.
Pero un buen
día los trailers de las películas
dejaron de ser interesantes y poco más o menos a partir de ese momento, el thiller decayó, al menos en Estados
Unidos, y otro género afín, el cine de terror, de alguna manera recogió el
testigo, puesto que ha conocido en las dos últimas décadas un desarrollo hipertrófico. Así, de 1995 a nuestros días, quizá se salve Killing me softly (2002), de Chen Kaige, puesto que la saga iniciada con El silencio de los corderos (1991), de Johnattan Demme, acabó convirtiéndose en una parodia de sí misma. Por lo tanto, hemos de buscar buenos thrillers en otras sensibilidades con
largometrajes como Tesis (1996), de
Alejandro Amenábar, La desconocida
(2006), de Giuseppe Tornatore, y por supuesto, El secreto de sus ojos (2009), de Juan José Campanella, por citar sólo tres ejemplos.
Por eso, y a
pesar de que ofrece una versión subversiva del mes de julio en el hemisferio
norte, es muy de agradecer una película como la de viene Jim Mickle, que me
dispongo a comentar en este momento, como último botón de muestra de lo que
durante muchas décadas ha sido una de las principales manifestaciones
cinematográficas.
Adolfo Bioy
Casares, un escritor argentino al que no me canso de leer, y que dirigió junto
con Borges una colección de novelas policiales en la editorial Emecé, mantenía
que la principal diferencia entre la novela policial británica y la americana
es que aquélla es más, digamos, sutil, algo así como un desafío a la inteligencia,
con muertes, que si pueden ser no sanguinarias, mejor que mejor, lo cual no
sucede, desde luego en la escuela norteamericana donde las más bajas pasiones
se dan cita, y por ello alcohol, asesinatos sangrientos y sexo son
denominadores comunes de estas novelas. Con otras palabra, y si bien Bioy
prefería la escuela británica, considero que la textura de la norteamericana es
mucho más humana, desde el punto de vista menos edificante, por supuesto. El
lado oscuro de la humanidad, también llamado thriller, pues en definitiva se trata de esto.
Y ya que
mezclamos novela y cine negros, que se reclaman mutuamente, me resulta muy
curioso el escaso prestigio de esa narrativa entre los eruditos de la
literatura y la veneración de esos largometrajes entre los cinéfilos. De lo
segundo me alegro, de lo primero no tanto.
Pero a lo
que vamos, Frío en julio comparte con
ese género las situaciones límite de los protagonistas, que les llevan a
posiciones psicológicas extremas. Son pasiones, grandes pasiones humanas, las
que dirigen los movimientos: la vida y la muerte (violenta) de los sujetos que
aparecen en el filme. No menos thríllica
es la posición ambigua de la policía, así como la encarnadura analógica en que
se desarrolla la acción, puesto que, como todo se desarrolla en 1989, es muy
gratificante la recuperación de la tecnología predigital: el VHS, los teléfonos
fijos y de monedas, los coqueteos iniciales con la telefonía móvil mediante
esos aparatos de gigantescas baterías que no cogían nunca cobertura, etc.
El inicio de
la película, asimismo, podría también adscribirse a lo esperable, pero luego el
argumento cambia de rumbo constantemente y todas las convenciones sobre este
tipo de largometrajes se desmoronan. Por lo tanto, una vez establecidos los
primeros compases, nada será lo que parece, y de ahí que la posición de unos
personajes con respecto a los otros experimente significativas variaciones de
rumbo.
Si nos
estamos moviendo en el tipo de película que nos estamos moviendo, el sexo ha de
ser un elemento esencial en el desenlace de la acción, y en efecto lo es, pero
no voy a decir aquí cómo, sino tan sólo señalar que las derivaciones sexuales
de esta película no son las habituales del género.
De hecho,
tres son los hombres sobre los que se construye la historia, interpretados por Michael
C. Hall, a quien hemos visto en Dexter y A dos metros bajo tierra, que
interpreta a un padre de familia en cuya casa entra un ladrón; Sam Shepard, con
una dilatadísima carrera, que interpreta a un ex-convicto que ve enterrar a su
hijo; y el ya mencionado Don Johnson, que interpreta a un detective privado
made in Texas y hace de Don Johnson, si bien en esta ocasión añade a su
hieratismo habitual algún registro cómico, ma non troppo, según ya
apuntaba en Django desencadenado, dentro de una carrera jalonada por grandes
paréntesis.
De
manera que, se trata de una película donde se respira la densidad característica
las grandes pasiones en tierra caliente (la acción se desarrolla en el este de
Texas): si es que ya lo decía al principio, si es que no puede haber frío en el
este de Texas, que es donde se desarrolla la acción, en el mes de julio.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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