¿Qué es algo que parece un pato, camina como un pato y habla
como un pato? Bueno, pues para dar respuesta a esa pregunta se realiza Kaplan, del uruguayo Álvaro Bechner,
basada en la novela El salmo de Kaplan,
de Marco Schwartz, ganadora del Premio Norma de novela en México. Y sin
embargo, el pato es uno de los pocos animales que mueven moverse en los tres
medios físicos esenciales: agua, aire y tierra. Creo que sólo las palmípedas
son capaces de hacerlo, incluso caminando sobre hielo.
Pero, desde un punto de vista cinéfilo, cabe plantearse otra
pregunta: ¿Existe realmente un cine uruguayo? Son muy pocos los títulos que
trascienden las fronteras de este país. Sólo soy capaz de recordar cuatro: Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, El baño del Papa, de César
Charlone y Enrique Fernández, La culpa del cordero, de Gabriel Drak, ya comentada en este modesto blog, y Kaplan, que es la que ahora nos ocupa.
Un sabor muy montevideano tiene El lado
oscuro del corazón, de Eliseo Subiela, construida sobre versos de Mario
Benedetti e incluso algún cameo de poeta, pero no se trata de una película de
la República Oriental en sentido estricto. Pues bien, en opinión de Drak, no
puede etiquetarse el cine de Uruguay como una escuela creativa con sus
peculiares señas de identidad, sino que se trata de uruguayos que hacen cine.
En opinión de algunos uruguayos que conozco, esto, como todo, es una cuestión
de plata.
El caso es que a finales de 2014 se ha estrenado en las
pantallas españolas Kaplan, que es la
película aspirante de Uruguay al Oscar a la Mejor película en habla no inglesa,
un filme que, además del enigma del pato arriba aludido, se concibe como una metáfora
del renacimiento de una persona de 76 años, a quien bautizaron Jacob, puesto
que con este nombre se sintiera estimulado para acometer grandes empresas en
esta vida. Pero no ha sido así, y el largometraje se basa en la firme decisión
de Kaplan de hacer algo importante. Una especie de nueva vida o algo que dé
sentido a la suya, y que, por pura casualidad, puesto que en mis planes entraba
el verla en los últimos días del año recién acabado y sin embargo ha sido en el
de Año Nuevo cuando he podido conseguirlo.
Y el hilo conductor de ese renacer lo constituye el descubrimiento
casual de un alemán de más de 80 años, que regenta un restaurante sin clientes
en la playa, y a quien el grupo de amigos de la nieta de Kaplan denomina “El
nazi”. Y eso nos introduce en un mar de sugerencias fílmicas, puesto que con
esta película, el cine uruguayo, o simplemente cine de Uruguay, conecta con una
de las grandes tendencias del cine argentino, representada muy principalmente por
Daniel Burman, con producciones como Derecho
de familia o Esperando al Mesías
y sobre todo El abrazo partido. Sin
embargo, en mi opinión, la dinámica de estas películas argentinas se refiere
más bien a la identidad cultural de los judíos “en tierra extraña”, mientras
que el filme de Bechner aborda directamente la cuestión del holocausto, y de
ahí que el hilo argumental pretenda emular la detención y traslado a Israel de
uno de los mayores criminales de guerra nazis: Adolf Eichmann. Con todo, la
película uruguaya no se ceba con las atrocidades del genocidio, sino que
concentra todo el horror del momento en la separación de un niño de sus padres
para viajar de Alemania a América del Sur y poder así salvar la vida. Y es que
en Uruguay también hay judíos: no todos van a estar en Manhattan o en Queens. O
en Buenos Aires. Un guiño a El abrazo
partido se aprecia en Kaplan,
cuando se celebra el funeral de un alemán manco.
Otro aspecto que me parece interesante al que asistimos en
este filme es el de comprobar la realidad de 1997, que es el año en que se
sitúa la acción, en cuanto a la comunidad judía en la cotidianeidad de la vida
en Montevideo, que no parece que difiera excesivamente de la del resto de los
uruguayos. El tiempo pasa y en ocasiones su tarea es bastante balsámica, puesto
que desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días los judíos
autoexiliados por cuestiones de mera supervivencia desarrollan ahora un modus vivendi totalmente normal dentro
de su nuevo contexto, con todo lo implica de grandezas y miserias.
Decíamos antes que no es fácil delimitar una escuela cinematográfica
uruguaya, pero sí que creo considerar en las tres películas que recuerdo dos
características que comparten: la ironía y la ternura; y por ello Whisky, El baño del Papa, La culpa del cordero y Kaplan
participan a mi entender de un tono de comedia para plasmar las condiciones
sociales más duras, lo que las hace más duras a los ojos del espectador por una
mera cuestión de contraste entre el tratamiento que reciben y las desigualdades
denunciadas. Quizá no sea tan irónico sino mucho más directo el planteamiento
general La culpa del cordero, pero
esa menor comicidad se compensa con el escepticismo triunfante del padre de
familia.
Reírse por no llorar, si bien muchas veces hay ganas de
llorar, lo que trasladado a la película que nos ocupa se concentra en los dos
personajes principales: Jacobo Kaplan y Willi Contreras. Del primero ya hemos
dicho que se trata de un anciano, que además sufre un ataque por obstrucción en
el aparato circulatorio de la sangre, por lo que su vida no tardará en
finalizar. Se trata la suya de una tragedia diacrónica, un fracaso que se
extiende durante el pasado, el presente y un futuro prácticamente extinto. De
ahí que quiera dar un sentido a su existencia y acometer un acto de justicia
con su pueblo. con la detención y traslado a Israel de su Eichmann particular.
Toda una actitud quijotesca.
En cuanto a Willi Contreras, se trata de un expolicía, cuyo
fracaso vital se concentra en una penosa situación personal, sin trabajo,
abandonado por su mujer y sus cinco hijos, gordo, borracho, ludópata de pin-balls, expulsado del cuerpo como
cómplice de las corrupciones de su cuñado, también policía, que sin embargo mantiene el puesto. Su fracaso, pues,
se refiere al presente. Es un fracaso diacrónico. Y por eso se decide a ayudar
a Kaplan en su disparatado proyecto. Toda una actitud sanchopancesca.
Y con esos mimbres pretenden nuestros héroes pelear contra molinos
de viento de los monstruosos gigantes nazis, con un resultado que no debo
desvelar para no arruinar el disfrute del filme.
Finalmente, hace tiempo que me comentaron que una buena
película lo es desde la primera imagen, una regla general que se cumple rigurosamente.
Y en este caso, el incio son unos pies descalzos bajo unos pantalones
elegantes, que caminan sobre una pasarela, que luego comprendemos que se trata
del trampolín de una piscina. Pero no se trata de un intento de suicidio, según
vemos luego, sino que la razón de que Kaplan, pues se trata de él, haya dado
ese paseo y pretenda darse ese paseo es otra. Tan sólo quiero comentar ahora, y
así cierro esta reseña, que Kaplan no sabe nadar, que el agua es un elemento
constante en esta película y que ello sucede así con toda la intención, puesto
que al fin y al cabo, todo esto se trata de agua y de personas que no saben nada: si sólo fueran patos.
Francisco Javier
Rodríguez Barranco
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