Si hablamos
de la poesía del mar, probablemente estaremos recreando uno de los tópicos más
tópicos de cuantos tópicos han sido. Dos películas muy próximas en el tiempo, El cielo protector (1989), de Bernardo
Bertolucci, y Bailando con lobos
(1990), de Kevin Costner (sí, sí, Kevin Costner, así como suena) (Kevin Costner
ha sido capaz de hacer una película buena) nos permitieron apreciar la poesía
del desierto y la poesía de la pradera, respectivamente.
Y ahora llega la
última película de la directora peruana Claudia Llosa, No llores, vuela (2014), que se relame en la poesía del hielo. “Esto
es como conducir sobre las nubes”, afirma Mélanie Laurent en su papel de Jannia,
la joven periodista que busca a Nana (Jennifer Connelly). Es la poesía de los
espacios infinitos. La poesía de la soledad. Ese malsano regustillo de sentirse
una nadería en lugares ilimitados.
Hace poco
recibí un link de los 34 lugares más bellos del planeta para visitar en
invierno, en plena orgía de hielo y nieve. Todos ellos pertenecen al hemisferio
norte, sin duda porque dicha lista ha sido confeccionada por viajeros de la
mitad septentrional del planeta (en el hemisferio sur también hay invierno,
sólo que en momentos diferentes). 6 de ellos pertenecen a Canadá y uno a
España: Segovia, nuestra Segovia, Segovia de Perico Delgado o Segovia de Juan
Bravo, pero no en una imagen del acueducto, sino del Alcázar. Cachis.
He aquí el
link:
Tuve la
ocasión de saludar a Claudia Llosa nada más recibir la Biznaga de plata a la
mejor película de la Sección Territorio Latinoamericano en el Festival de
Málaga de Cine Español de 2006 por su película Madeinusa, máximo galardón de la categoría. Estaba en un bar y
llegó ella con la biznaga, acompañada de la protagonista Magaly Solier, con
aire tímido y medio desorientada. Quizá por eso me permitió tocar la Biznaga y
la pena es que por entonces mi teléfono móvil no tenía la opción de hacer
fotografías. Cachis.
Después de Madeinusa,
Llosa rodó La teta asustada (2009),
con la misma protagonista, pero una película para la que reconozco que necesito
una segunda visión. No llores, vuela
constituye su tercer y último largometraje
hasta el momento.
Se trata de una co-producción hispano-canadiense,
cuya acción transcurre en Canadá, pero no en la sofistificación y
multiculturalidad de ciudades como Toronto o Montreal, sino en la inmensidad de
las llanuras heladas.
Tenemos el recuerdo de Canadá en fráncés en el papel
de Jannie, y la versión anglófona en todos los demás personajes, pero lo que
de verdad importa a Llosa es la construcción del infinito blanco: todo en
la historia transcurre en ámbitos gélidos, pero por si eso fuera poco, la
búsqueda de Jannie e Ivan (interpretado por Cillian Murphy) se dirige hacia el
Círculo Polar Ártico: el agua es el origen de la vida y el hielo la conserva
parece que son los mensajes implícitos de esta película. Pero un lago helado
puede ser también una trampa mortal cuando se resquebraja. Tensión, pues, de la
vida y de la muerte en un mismo espacio, magistralmente descrito por Nicolas
Bolduc, que no en vano obtuvo el premio a la Mejor fotografía en el Festival de
Málaga de Cine Español del año 2014.
Después de Madeinusa,
Llosa rodó La teta asustada (2009),
con la misma protagonista, pero una película para la que reconozco que necesito
una segunda visión. No llores, vuela
constituye su tercer y último largometraje
hasta el momento.
De alguna
manera, la filmografía de Claudia Llosa se despliega sobre situaciones
terminales: Madeinusa acontece en un
pueblo perdido de la cordillera de Perú, donde hay “barra libre” para hacer lo
que se quiera durante los días en que dios esté muerto, es decir, del Viernes
Santo al Domingo de Resurrección.
La teta asustada se refiere a una enfermedad que se transmite por la leche materna de
mujeres maltratadas durante la época del terrorismo en el Perú; y No llores, vuela consiste en la delgada
frontera entre la vida y la muerte, tan frágil como el hielo.
La historia
consiste en el arte y la naturaleza como contexto para devolver la salud a
personas médicamente desahuciadas. Es el asirse a la última posibilidad, cuando
ésta ya casi no existe, y da igual que esas sanaciones superen con mucho las
concesiones más benévolas de un pueblo esencialmente racional como es el
anglosajón.
Por otro
lado, se nos muestra también la amargura de Ivan, hijo de Nana, que sublima la
ausencia de la madre criando halcones, cuyo vuelo en el cielo tiene lugar en un
infinito de colores idénticos a los del hielo.
Es muy
difícil comprender qué compensación obtuvieron los colonizadores europeos
estableciéndose en regiones climáticamente tan desfavorables como los grandes
hielos de Norteamérica. La abundancia de recursos naturales quizá sirvió como
aliciente de las sociedades que ahí se establecieron. De la misma manera que la
naturaleza es la medicina de la que se espera que cure enfermedades incurables.
Es la última esperanza en unas coordenadas geográficas que inevitablemente
evocan el último lugar del planeta Tierra. Es la necesidad del inicio justo
cuando llegamos al final.
Lo que no se
puede negar a Claudia Llosa es la la predilección e impecable construcción de los personajes
femeninos. Así lo ha demostrado en los tres largometrajes que ha dirigido hasta
ahora: dos de ellos en los confines de su Perú natal, el último en
el extremo boreal del globo.
El hielo
conserva la vida. El hielo conserva la esperanza, ¿por qué no?
Francisco Javier
Rodríguez Barranco
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