domingo, 4 de enero de 2015

HISTORIAS TERMINALES EN "LEVIATÁN"


http://www.filmaffinity.com/es/film900794.html


Que sí, de verdad, que a mí me lo podéis decir tranquilamente, que de mi blog no sale: ¿Cuántas películas rusas conocemos? Venga, venga, frikazos del cine, que no se diga ¿Cuántas, cuántas? Porque Bye, bye, Lenin (2003) no es soviética, ni siquiera su acción transcurre en la Unión soviética. Ni tampoco es soviética Doctor Zhivago (1965). No veo yo a Omar Sharif desfilando en la Plaza Roja, la verdad. De Taras Bulba (1962), ¿para qué hablar? Y así podríamos seguir con un largo etcétera de filmes originarios en leyendas o novelas del gran hermano del este. Tampoco es rusa una película aparentemente tan moscovita como El concierto (2009), sino oficialmente francesa, en realidad una coproducción franco-rumano-italo-belga. Su director, al menos, Radu Mihaleanu, rumano, sí pertenece a la Europa del Este. Por decir algo, vaya.


 Ah, por cierto, en adelante, y por simplificar el texto, utilizaré el gentilicio “ruso” para referirme tanto al cine ruso, en sentido estricto, como al soviético. Al fin y al cabo, uno de Historia, lo justito.
Pero yo tampoco soy capaz de recordar muchas películas rusas, más allá de Sergei Eisenstein. Realmente sólo una: Moscú no cree en las lágrimas (1979), que obtuvo el Oscar a la mejor película en habla no inglesa en 1980 y que quizá por ello llegó a las pantallas españolas: en aquel momento ya se habían restablecido las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Posteriormente, en 1994, fue distinguida con el mismo galardón Quemado por el sol, que reconozco no haber visto. Aún. Nunca se sabe.
 
Y sin embargo, en buena lógica, desde que los hermanos Lumière inventaron el cine en 1896, cabe inferir que muchos y de gran calidad han sido los largometrajes procedentes de Rusia, que es una nación que ha dejado grandísimas muestras de creatividad en todas las disciplinas artísticas oficialmente reconocidas. Y es que en esta nuestra querida y temida piel de toro es muy poquito lo que se sabe de Rusia: ese gigante que no está muy claro a qué continente pertenece, si es que no constituye un continente por sí mismo. Mucho ruso en Rusia, ¿para qué insistir?

Y ahora, así de golpe y porrazo, resulta que llega a nuestros cines una grandiosa producción: Leviatán (2014) o Leviathan, en la denominación original, que no en balde ha sido galardonada con el Premio al Mejor guión en el último Festival de Cannes, y está nominada a los Globos de Oro en la categoría de Mejor película en habla no inglesa. La acción de Leviatán se sitúa en una diminuta aldea junto al mar de Barents, es decir, en un rinconcito del Océano Glacial Ártico, o con otras palabras, en los confines septentrionales del planeta Tierra. Así que por ello, y porque ya he admitido mi ignorancia sobre el cine ruso, me voy a permitir compararla no con otros filmes de su país, sino con la argentina Historias mínimas (2002), de Carlos Sorin, como es de sobra conocido, puesto que se ambienta en los confines meridionales de la Tierra, concretamente en la Patagonia. El cine argentino sí que lo conozco un poco mejor.

Pues bien, en la película de Sorin se entrecruzan una serie de experiencias vitales, que son de todo, menos gozosas. Se trata de dramas personales, que rayan en el patetismo: Don Justo, un anciano de ochenta años, que es el dueño de un bar de carretera que regenta su hijo, se ha escapado de casa para buscar a su perro desaparecido desde hace tiempo; Roberto, un viajante de comercio de cuarenta años, lleva en su viejo coche una tarta de crema para el cumpleaños del hijo de la joven viuda de uno de sus clientes; y María Flores, una joven de 25 años, que viaja con su hija en autobús, y  acaba de saber que ha resultado ganadora en un sorteo de un programa de TV, cuyo premio mayor es un robot de cocina. Pero la mirada del director sobre todos estos personajes es tierna. Es un enfoque muy amable, que no resta dimensión al fracaso personal de cada personaje, puede ser incluso que lo acentúe, pero el enfoque es muy humano y hasta cierto punto esperanzador. De hecho, oficialmente esta película ha sido calificada como “comedia” y toques cómicos hay, pero dentro de un dramatismo implícito.

El enfoque de Andrey Zvyagintsev, director de Leviatán, sin embargo nos presenta con toda su crudeza la realidad de unas existencias terminales.

Empecemos por recordar que la palabra "Leviatán" aparece en los siguientes libros bíblicos:

En aquel día Jehová castigara con su espada dura, grande y fuerte al Leviatán serpiente veloz, y al Leviatán serpiente tortuosa ; y mataran al dragón que está en el mar.
Rompiste las cabezas del Leviatán; y lo diste por comida a las tortugas de mar.
Por allí circulan los navíos y Leviatán que hiciste para entretenerte.
¿Sacarás tú al Leviatán con el anzuelo, o con cuerda que le eches en su lengua?
Wikipedia dixit.

De alguna manera ya se da a entender la existencia del monstruo en el Génesis y desde ese mismísimo inicio se asocia con Satanás. Y no me parece casual que Zvyagintsev haya elegido tan diabólica referencia para bautizar su película, pues todo sucede en la proximidad de uno de los mares más remotos del mundo y todas las atrocidades a las asistimos durante la proyección cuentan con las bendiciones eclesiásticas de la iglesia, concretamente de la iglesia ortodoxa, imperante en Rusia.

Zvyagintsev nos traslada, pues a una región terminal del planeta, donde el contexto político es lo suficientemente terminal: los retratos de los anteriores Jefes del Estado hasta Gorbachov, inclusive se utilizan como blancos para demostrar la puntería de los hombres, y si no se usa el de Yeltsin es porque ni siquiera eso merece. Una sociedad terminal, donde la máxima autoridad, es decir, el alcalde, ejerce como gánster oficial, al que se subordinan todos los demás poderes: la policía, el fiscal, los jueces. Las referencias a la Justicia tan sólo sirven para que el espectador comprenda el clima de abusos y podredumbre moral de las fuerzas vivas.

Y en ese campo de cultivo terminal, germinan las vidas terminales de los personajes, como Pasha, un Policía de Tráfico que complementa sus ingresos con las mordidas a los conductores; o Roma, un adolescente, cuyo único aliciente vital consiste en reunirse con sus amigos en una iglesia en ruinas para beber cerveza; pero sobre todo el trío protagonista: Kolya, padre de Roma, el hombre que ve cómo sus bienes son confiscados por una limosna con total impunidad; Dimitri, el abogado moscovita, amigo personal de Kolya, que se traslada al mar de Barents para representar a su amigo, a quien llama hermano; y Lylia, segunda mujer de Kolya, totalmente rechazada por Roma, de quien no es madre biológica, y que forma parte de una cadena de envasado de pescado. Todo ello con el denominador común del vodka, omnipresente en toda la película. Aquí no se da esa mirada analógica, que se supone que preside la caída del carrito de bebé por la escalinata en El acorazado Potemkin. Aqui todo es real y directo.

Y particularmente interesante me parece el personaje de Lylia, magníficamente interpretado por Elena Lyadova, a quien el guion no asignó mucho texto, pero su drama interno, su carencia de horizontes, se comprende perfectamente con su expresión corporal, especialmente sus miradas. “¿Te vienes conmigo a Moscú?”, le pregunta Dimitri, una vez que su adulterio ha sido descubierto y castigado físicamente. “¿No entiendo a qué te refieres?” (cito de memoria de los subtítulos).



No hay un más allá. No existe un PLUS ULTRA para los personajes de este largometraje: su vida empieza y termina en la proximidad de Leviatán.

Francisco Javier Rodríguez Barranco

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