Ya es oficial: más allá de Lars von
Triars existe vida cinematográfica en Dinamarca. Podría argumentarse que la
magnífica película En un mundo mejor,
de Susanne Bier
Oscar a la mejor película extranjera en 2010, no es de Triars, sin embargo,
gran parte de la crítica coincide en que Bier sí pertenece a la escuela
cinematográfica que el director de Melancolía
representa en su país.
La historia de Secuestro (2012), de Tobias Lindholm, como su propio nombre indica,
es la historia de un secuestro, concretamente en el Océano Índico de un barco
danés por piratas somalíes, lo cual es un fenómeno relativamente reciente y que
hasta ahora no ha dejado mucha huella en el cine. De hecho, he buscado títulos
en internet sobre ese tema y tan sólo he encontrado la norteamericana Capitán Phillips (2013), de Paul
Greengrass, que es un año posterior a de Lindholm, lo que permite a Secuestro la frescura de una opción
nueva.
Antes de esta película, Lindholm
había rodado R, que se trata de un
drama carcelario, de donde cabe inferir su predilección por las situaciones
límite.
Con todo, la acción de Secuestro es bastante limitada: ni
siquiera se ofrecen imágenes del abordaje del barco capturado. Básicamente toda
la película consiste en la negociación que se establece para liberar a los
rehenes y barco, porque hacia donde el director dirige su cámara es a los
perfiles psicológicos de los dos principales protagonistas: Mikkel, el cocinero
del barco, y Peter, el director ejecutivo de Orion Seaways, la empresa a la que pertenece la embarcación.
Pero particularmente interesante me
parece la dinámica de contrarios, de la que ya hemos mencionado la primera:
Mikkel y Peter. Pero hay otras muchas oposiciones, como la básica de los mundos
a los que pertenece cada una de las partes actuantes: la opulencia burguesa en
Copenhague y la miseria absoluta de los secuestradores; el calor del matrimonio
en el caso de Mikkel frente a la frialdad del de Peter; los secuestradores y los
secuestrados; el negociador danés, Peter, y el somalí, Omar; la diferencia
entre los secuestradores, en sentido estricto, y su negociador, que nunca se
considera un pirata más, sino un traductor; el negociador danés y el experto en
este tipo de negociaciones, que le asesora; la negociación con unos empresarios
japoneses y la negociación con los secuestradores africanos; los sentimientos
humanitarios frente a la voracidad mercantilista; la libertad y el secuestro; la
esperanza y la desesperación, la cordura y la insania; la serenidad del mar y
la angustia de los capturados; el colegueo ocasional, sí, sí he dicho colegueo,
de los secuestradores con los secuestrados; la tierra firme y el mar; etc.
Toda la película, pues, se construye
sobre un entramado de dualidades, que es lo que verdaderamente le interesas
destacar a Lindholm, intensificado todo ello por la elocuencia de unas escenas
que te cuentan muchas cosas en imágenes. Y por cierto que En un mundo mejor también se da ese juego de opuestos entre el desastre de vida familiar en Europa del protagonista y lo admirable de la labor como médico en uno de los inagotables conflictos africanos, de donde quizá quepa inferir un cierto regustillo danés por la convivencia de contrarios, o al menos por las dualidades, puede que debido a que el territorio de Dinamarca se reparte entre dos grandes entidades, situadas en dos continentes diferentes: la península de Jutlandia y la isla de Grenlandia. El final de Secuestro, por ejemplo, que no voy yo a
desvelar aquí ahora, es todo un ejemplo de narración fotográfica.
Y quiero destacar, por último que
acostumbrados como estamos a los hombres excepcionales que resuelven las
situaciones más imposibles por sí solos en el cine más comercial anglosajón, la
película de Lindholm se desarrolla en las márgenes de lo creíble, lo cual se
agradece bastante, y sin hacer concesiones a las emociones de escaparate.
Hondura en los sentimientos, más bien.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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