Cuando se viaja, es lógico encontrar
diferencias. Si el viaje consiste en “cruzar el charco”, es perfectamente
esperable que las diferencias aumenten. Lo que resulta estremecedoramente
agradable es comprobar la diversidad de posibilidades tan inmensas como da
dentro del subcontinente hispanoamericano. Algo de lo que da buena muestra la
sección Territorio Latinoamericano, dentro del Festival de Málaga de Cine
Español.
Así, el día en que se inauguraba esa
sección dentro de la 16ª edición del Festival, nos hemos encontrado con dos
películas radicalmente diferentes: la peruana Casa dentro, de Joanna Lombardi Pollarolo, y la venezolana Piedra, papel o tijera, de Hernán Jabes.
Lo primero de lo que quiero dejar
constancia, sin embargo, es de un apreciable incremento de espectadores a esta
sección, tradicionalmente la gran Cenicienta del Festival. Eso es, al menos, lo
que he apreciado hoy en la Sala 2 del Cine Albéniz. Quizá porque era sábado. En
todo caso, me parece un incremento esperanzador de un componente oficial al
certamen, que también recibe su Biznaga
de plata, sobre todo porque la desatención habitual del público hacia esta
selección de películas en habla hispana me resulta de todo punto injustificada,
primero porque se trata de películas mu cribadas, muchas de las cuales han
formado parte del cartel oficial de otros eventos, y segundo, porque de no ser
en el Festival de Málaga, es prácticamente imposible poder disfrutarlas en las
salas comerciales de España, toda vez que su distribución por nuestro país es
menguada o, directamente, nula.
Pues, bien, centrados ya en las
películas en sí, asistimos en Casa dentro
a un drama familiar, con todo el dramatismo que puede imponer el que no suceda
absolutamente nada dramático. Se trata de un día en que se celebra el
cumpleaños de la matriarca de tres generaciones de mujeres: la de la bisabuela
nonagenaria, la abuela, la madre; y aun podríamos añadir una cuarta generación:
la de la biznieta con dos meses de vida, de la que realmente sólo tenemos
noticias por referencias. Pues bien, toda la película transcurre en el seno de
un caserón y no se explicita de qué ciudad, probablemente Lima, pero eso no es
lo importante. Lo importante es que esas mujeres, junto con las criadas,
separadas también por una generación de diferencia, viven vidas oscuras,
silenciosas, vacías. Un detalle cargado de simbolismo es el de que todos los
armarios de la casa, de los roperos a las alacenas de bebidas, pasando por los
muebles de cocina, están cerrados con llave. No hay ni una lucecita de
esperanza. Son vidas gastadas por la vida, incluso para la más joven de ellas,
la madre de la biznieta, agotada por la crianza del bebé y sin leche en sus
pechos. Nada se dice explícitamente de por qué sus vidas son así, aunque se
deja entrever que todo radica en la maléfica faena del tiempo. Estamos hechos
de tiempo, decía Borges, y eso es lo que parece evidenciarse en esta película,
donde el principal índice de vitalidad es la inquietud por la localización de
Tuna, la perra de la bisabuela. En esta película todo sucede en una misma casa,
aunque utilizar aquí la palabra suceder es un mero hábito de escritura, porque
suceder no sucede nada. Y sin embargo, sucede todo, precisamente porque no
acontece nada, como decía más arriba. Es el drama del individuo. No hay
muertos, pero no hace falta para esta historia.
Seis son los personajes de Casa dentro, si incluimos al padre de la
biznieta y si excluimos a esta en propiedad, frente a los casi cinco millones y
medio de personas que habitan Caracas (según los datos de la Wikipedia para
2011). Pues bien, aunque la historia que narra Piedra, papel o tijera, una película indudablemente filial de Hermano (2011), de Marcel Rasquín, se reduce
obviamente a un número limitado de personajes, podemos afirmar que toda la
población caraqueña es personaje de la película de Jabes. Todo sucede en una
vivienda en Casa dentro, mientras que
toda la megalópolis capital de Venezuela es el escenario de Piedra,
papel o tijera. La historia, realmente puede no parecer es excesivamente
imaginativa en un principio: se trata de un secuestro exprés, tan real y tan
habitual, lamentablemente, como la vida misma en determinadas regiones, de la
América de habla hispana. No resulta tan normal todo el cúmulo de
desafortunadas coincidencias que desembocan en un secuestro no planeado, ni
tampoco el modo, también infaustamente azaroso en que se resuelve todo. Pero,
definitivamente es toda la población de Caracas, es toda la ciudad de Caracas
quien protagoniza esta película. Es el drama de toda una sociedad enferma, como
explicitan los créditos al acabar el filme. En Piedra, papel o tijera acontece todo, precisamente porque acontece
todo. Es el drama de la sociedad. Hay muchos muertos, porque hacen falta para
esta historia.
Y eso es lo que dio de sí el primer
día de Territorio Latinoamericano: un juego de contrastes ¿Un juego de
contrastes?
Francisco Javier Rodríguez Barranco
No hay comentarios:
Publicar un comentario