Los CD,s castran la música dice
Woody Allen en una de sus películas, Y
todo lo demás, si no recuerdo mal, y ése parece ser el mensaje central de
la película argentina Días de vinilo,
de Gabriel Nesci, una película en la que, al igual que suele suceder en los
largometrajes del cineasta norteamericano, las referencias culturales son
constantes: muy evidente la de la música, sobre todo en su vertiente pop, y en
esto se distancia Nesci de Allen, pero también el cine, puesto que el eje de la
narración es un guionista incomprendido y desbaratado por Leonardo Sbaraglia,
que hace tres deliciosas parodias de sí mismo. La literatura también tiene su
espacio en la persona del guionista, así como del gran amor de su vida, crítica
literaria. Tampoco carece la película argentina de las referencias a Ana Karenina, así como Madame Bovary. De manera que, las tres
patas de este banco son la música, el cine y la literatura, si bien no todas
con el mismo peso específico, pero ya se sabe que mesa con tres patas nunca
cojea. Con todo, me resulta muy curioso que, si bien como decía antes, la
música pop es la gran protagonista de esta película coral, y las menciones a
Pink Floyd, Elton Jhon, Eric Clapton, los Rolling Stones, pero sobre todo los
Beatles son constantes, la banda sonora del filme de Nasci no se construye
sobre estas bandas o cantantes: que nadie espere una sucesión de canciones como
la de El graduado (1967), o con mucha
mayor contundencia American Graffiti
(1973), de George Lucas, o Good Morning,
Vietnam (1987), de Barry Levinson, aunque uno de los protagonistas de Días de vinilo, Luciano, también lleva
un programa de música en la radio. Incluso aunque uno de los protagonsitas,
Marcelo, hace más de veinte años que lidera una banda tributo a los Beatles,
los Hitles, cuyo último concierto, además, se sugiere que tendrá lugar en una
terraza, exactamente igual que sucedió con la banda de Liverpool cuando se
subieron a la terraza de los estudios de grabación en Abbey Road para
despedirse con “Let it be”. En Días de
vinilo apenas escuchamos los compases iniciales de las canciones del grupo
inglés.
Sí que otro de los protagonistas,
Facundo, me ha recordado al de Andy Garcia en Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto (1995), de Gary
Felder, pero más por el contexto (el humor negro de las bombas fúnebres) que
por la historia en sí: en la película de Felder se graban mensajes
individualizados en vídeo de los moribundos, mientras que Facundo, en la de
Nesci, graba spots audiovisuales
genéricos, cuya música es compuesta por el propio Facundo.
Si regresamos a las comedias de
Woody Allen, la sordera del DJ en la película argentina ha de recordarnos
necesariamente la ceguera del director de cine en la norteamericana. Así como
la carrera final del guionista en pos de su amor, que se parece notablemente a
la de Woody al final de Manhattan. Las
relaciones cruzadas entre los personajes, los desacuerdos y acuerdos de las
parejas creo que también apuntan en esa dirección. Por ello, todas esas
referencias al hermano grande del norte, así como el tono general de la
película de Nesci me animan a pensar en un cambio de foco de la comedia
argentina que habría evolucionado desde el argentinistmo galopante de Nueve reinas (2000), de Fabián
Bielinsky a los guiños hollywoodienses de Días de radio, siendo así que el actor protagonista en ambos es el
mismo: Gastón Pauls. La propia caricatura del actor de fama que hace Leonardo
Sbaraglia también apunta en ese sentido, puesto que todos los actores a los que
quiere emular proceden de la órbita de los estudios californianos.
Con todo y con eso, la película de
Nesci es una película argentina y muy argentina, subrayado ese argentinismo en
el tono y ritmo de las conversaciones y en determinados destellos de fatalismo
cómico, como son, por ejemplo, las somatizaciones de los problemas afectivos
del DJ Luciano, o las desternillantes peripecias del guionista en busca de su
guion perdido, habida cuenta de que en pleno siglo XXI sigue usando la máquina
de escribir convencional, ni siquiera una simple fotocopiadora, por lo que sólo
tiene una copia del mismo. Ése es también uno de los grandes logros de este
filme: las cotas de comicidad que alcanzan determinados pasajes, contado en
ocasiones con una mera imagen, como es la de Luciano escribiendo con rotulador
(probablemente de tinta indeleble) el nombre de su nuevo amor, Karina, sobre el
tatuaje del anterior, Lila.
Y he dejado para el final lo que
considero el principal debate de esta película: la inmadurez resuelta en
nostalgia o en la supervivencia de los tiempos pasados. El más importante rasgo
en ese sentido es la veneración de los cuatro amigos por los discos de vinilo:
discos de vinilo pincha el DJ en su programa de radio, discos de vinilo con
valor de coleccionista buscan en una tienda, Discos de vinilo es el título de la película sin ir más lejos. De
hecho, los CDs aparecen en dos momentos negativos: una grabación de Lila para
humillar a Luciano y una grabación de éste para enamorar a Karina, novia y
luego mujer de Facundo. Otros ejemplos son la ya mencionada máquina de escribir
que utiliza el guionista en nuestros días, la también mencionada banda tributo
a los Beatles, que incluye una casa templo-museo en honor a esta banda. Nos
hallamos pues ante hombres que viven en el pasado y que no quieren desprenderse
de las señas de identidad esenciales de ese pasado. Nostalgia, pues, cuyo
origen es su propia inmadurez. Los coches que aparecen en esta película parecen
sacados de un museo del automóvil de los años ochenta. La novia
colombiano-japonesa de Marcelo bromea con la pervivencia de la figura materna
en la vida de éste. El personaje de Gastón Pauls sigue enganchadísimo a su
primera novia, que le dejó por ser una cumbre alternativa y no el Everest que
ella persigue. Personajes inmaduros y yo no voy a hacer la apología de la
inmadurez, pero la madurez es muy predecible. Yo no voy a hacer la apología de
la insensatez, pero la sensatez es muy poco creativa. Yo no voy a hacer la
vindicación del equilibrio, pero el desequilibrio permite una riqueza
insospechada de puntos de vista. Yo no voy a hacer la vindicación de la
perfección, pero ésta es única, mientras que la imperfección exhibe infinitas
posibilidades. Todo un mundo analógico para una comedia de relaciones
anailógicas. Y bueno, creo que yo no puedo ir más allá: me limito a sugerir
esas cuestiones.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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