La
comida, ¿qué? ¿Bien o en familia? Parece que ésa es la idea central de la
película uruguaya La culpa del cordero,
de Gabriel Drak. Es lugar común que todas las familias guardan un cadáver en el
armario, conocido habitualmente como “ropero” en el habla de la República
Oriental. La familia, en efecto, puede ser el espacio natural para la
satisfacción de las necesidades afectivas del ser humano. El hombre es un ser sociable
por naturaleza, postuló Aristóteles, según es bien conocido, siendo así que el
primer peldaño de esa vida social del ser humano es la familia. El
planteamiento teórico, desde luego, es impecable. Pero todos sabemos que con
demasiado frecuencia es precisamente el contexto familiar donde se gestan los
mayores sufrimientos del individuo.
La película de Drak se sitúa
cronológicamente en la crisis de 2009 y se hace mención expresa de las crisis
más señaladas de Uruguay, y no hace falta repetirlas todas aquí, sino
simplemente recordar que cada década durante los últimos cuarenta años ostenta
el dudoso honor de haber albergado una. Pero lo que verdaderamente se retrata
en La culpa del cordero no es una
crisis económica, sino la crisis de valores de los personajes. Con arreglo a la
etimología oficial, “crisis” es una palabra que viene del griego, donde
significaba ‘separar’ o ‘decidir’, lo que no ha de comportar, necesariamente,
una connotación negativa y en la Grecia clásica no lo implicaba. Cuando se utilizaba
este vocablo se quería significar que algo se rompe porque es necesario
analizarlo, es decir, rompemos como parte de un proceso de estudio, es algo
relacionado con el análisis y la reflexión. En nuestros tiempos esa palabra ha
experimentado una evolución semántica, de tal manera que con el término
“crisis” se alude a situaciones que sí son necesariamente negativas. Pero
recuperemos el étimo original del vocablo y analicemos cómo son los miembros de
la familia que muestra Drak en su película:
-
Jorge es el pater familiae y en la crisis económica
de 1982 dejó a muchos trabajadores en la calle.
-
Elena es la mater amantissima, pero no tiene ni
idea de las actividades de sus hijos y además mantiene una relación adúltera
con Carlos, uno de los criados de la casa, que también está casado. No contenta
con eso, ha impuesto a Jorge la vida en una chacra, una vez que éste decide
jubilarse.
-
La hija mayor es
bulímica y sus fuentes de ingresos son todo un misterio.
-
Fernando es un
estafador sin escrúpulos, entre cuyas víctimas se encuentra su propio padre y
su ex-esposa. Pero, además es un estafador torpe, porque está arruinado.
-
Álvaro lleva infinitos
años matriculado en Antropología, cuando su verdadera actividad es la de
camello en la Facultad de cocaína, heroína y LSD.
-
La hija menor nació
cuando Jorge y Elena ya no querían más hijos y está embarazada de Agustín,
marido de la hermana mayor.
-
Agustín, como ya hemos
dicho, es el marido de la hermana mayor, mantiene una relación adúltera con la
menor y se desahoga sexualmente con Berenice, la chica que cuida de la hija que
la hermana mayor y Agustín tienen.
Cabría añadir a esta relación los ya
mencionados Carlos y Berenice. La falta de ética del criado ya ha sido
enumerada. En cuanto a la chica, digamos, que se deja abusar por Agustín,
aparentemente ausente a todo lo que sucede en esta familia.
De manera que, en este filme no se
trata de relaciones destructivas paterno-filiales, o filio-paternales, sino de
una especie de todos contra todos. Resulta irónico que Elena recoja el móvil a
todos y cada uno y no permita Internet en la chacra, para que no haya elementos
que distorsionen la convivencia. Varias horas tarda en asarse el cordero a
fuego natural, nada de hornos, pero realmente se trata de varias horas de
tiempo muerto en lo que a la concordia familiar se refiera, como metáfora
eficaz de una vida familiar completamente putrefacta. Por lo tanto, no es que
haya un muerto en el ropero, es que toda la familia está muerta en el armario:
una buena cosecha de ignominias próximas. Quizá sea Berenice y, por supuesto,
la bebita los únicos que se salven.
No terminan ahí las posibilidades de
análisis de esta película. Comidas, conversaciones y cuernos son las tres ces
características del cine francés. Comidas, conversaciones y cuernos tenemos
también en La culpa del cordero, lo
que le otorga una textura muy europea. Comidas, conversaciones y cuernos suelen
ser habituales en los largometrajes de Woody Allen, pero en una atmósfera
marcadamente urbana. Comidas, conversaciones y cuernos hay, dentro de un
ambiente de viñedos californianos en la
magnífica Los chicos están bien
(2010), de Lisa Cholodenko. Pero hemos de convenir que esos
elementos, construidos sobre planos largos son mucho más habituales en el cine
europeo, en general, y francés, en particular.
Por último, muchas son las películas
de la historia del cine que han tratado de la familia desde muy diferentes
puntos de vista. Tan sólo en las últimas décadas, podemos enumerar unos
apresurados botones de muestra, todas ellas con sus “muertecitos” bien
guardados, pero bien presentes: La
familia (1987), de Ettore Scola, Secretos
y mentiras (1996), de Mike Leigh, Celebración
(1998), de Thomas Vintenberg, o American
Beauty (1999), de Sam Mendes, entre las más conocidas. Pero yo creo que si
hemos de buscar un parangón claro para La
culpa del cordero, ha de ser necesariamente Familia (1996), de Fernando León de Aranoa, sólo que subvirtiendo
la historia, puesto que si en la película del español se trata de una
celebración ficticia de un evento real, un cumpleaños, en la de Drak se trata
de una reunión real de un evento desconocido para todos los personajes, salvo
Jorge, que lo ha planeado todo concienzudamente. Los hijos no saben realmente
para qué han sido convocados y Elena está errada en su idea de la comida, y
ello a pesar de los numerosos brindis que se realizan. Otros elementos que unen
ambas películas son la ambientación de la acción en un espacio natural y con
césped, las figuras femeninas que lo ignoran todo, como es la de la automovilista
que llama a la casa para pedir ayuda por una avería mecánica y Berenice en La culpa del cordero, que tan sólo pide
un poco de agua fresca sin gas en un momento dado. Sin duda que el retrato de
familia final en ambas películas también tiende a unirlas. Y la complicidad con
España se busca también en la elección de un faro, precisamente en Cataluña y
la música final de los créditos: un tema flamenco.
¿La familia? Mal, claro ¿De qué otro
modo podría ser? Parece que quiere decirnos Gabriel Drak en su filme, porque no
puede decirse que sea una película fecunda en soluciones positivas de la
situación.
Francisco Javier Rodríguez Barranco