Uno, claro, sobre todo por la
natural modestia que le caracteriza, no puede verlo todo e igual se le escapan
cositas que no deberían escapársele. Por eso mis opiniones sobre los primeros
días en la Sección oficial del Festival de Málaga (FMCE) se refieren a lo que
he visto, de lo que lo primero ha sido el programa, donde un total de 16 largometrajes,
no todas a concurso, conforman dicha Sección oficial, lo que se aproxima mucho
a otros Festivales con pedigrí: 18 películas hubo en la SEMINCI de Valladolid
de 2015, 21 en el de Cannes de este año 2016 y 22 en el de San Sebastián de
2015, con una diferencia importante: Valladolid, Cannes y San Sebastián están
abiertos a películas de todo el mundo, mientras que en Málaga, por propia definición,
sólo lo hacen filmes españoles.
Otra diferencia más, y es que a Valladolid,
Cannes o San Sebastián acuden los mejores directores del mundo, mientras que a
Málaga, lo más reconocidos realizadores españoles se autolimitan. Pero ¿es que
nadie se ha parado a pensar que la presencia de la Sección oficial del FMCE,
cuando la hay, es testimonial entre las nominaciones a los Goya? Pues,
bien, todo lo cual no obsta, como vemos,
para que el número de películas en el Festival de Málaga aspire a lo máximo.
Y si entramos en materia, hombre, no
sé, pero yo creo que lo mínimo que se puede pedir a una película es que sea una
película y no un producto audiovisual de filiación televisiva, o de dudosa
filiación, como está sucediendo en estos primeros días de Festival. Repasemos
las películas vistas hasta ahora:
-
Toro, de
Kike Maíllo: una buena prueba de que dos buenísimos actores y un rosario de
crímenes son circunstancias insuficientes para hacer un gran filme, sobre todo
cuando a esos dos buenos actores se les limita a papeles planos. No voy a
desvelar el argumento, nos limitaremos a señalar que cuesta trabajo comprender
que haya sido esta película precisamente la que ha abierto el Festival. Quizá
se deba a que está rodada en Málaga, pero yo creo que esta ciudad se merece
otra cosa, porque esto no es más que una mala película de chinos.
-
La punta del iceberg, de David Cánovas, basada en hechos reales y
quizá por eso no desvela nada nuevo en el mundo del capitalismo puro y duro.
Uno de los actores argumenta en un momento dado que los problemas se dejan en
casa y que al trabajo se va a trabajar. El problema es cuando el trabajo no se
deja en el trabajo, sino que se lleva a casa también. Se trata, pues, de un
filme que si bien no gusta, por lo menos no molesta, a pesar de la dureza de lo
narrado.
-
Rumbos, de
Manuela Burló Moreno: todo un glosario de situaciones manidas con la única
originalidad, por buscarle algo bueno, de que las historias se cruzan como
coches y que todo transcurre en tiempo real, es decir, que lo que se ve en el
filme sucede durante la media hora que dura el largometraje. Durante la rueda
de prensa Manuela desveló que su gran pasión son los cortos y los relatos, más
que los largometrajes y las novelas, lo que me parece una actitud muy
encomiable. Es sólo que para Rumbos
ha mezclado cinco o seis historias pequeñas, que juntas siguen siendo cinco o
seis historias pequeñas, pero no un producto compacto.
-
Acantilado, de
Helena Taberna: un magnífico ejemplo de lo que nunca puede considerarse como
cine. Los errores en el guion son tan abrumadores, que me resisto a realizar un
análisis más exhaustivo.
Y,
por fin, llegamos a Quatretondeta, de
Pol Rodríguez, con un descomunal José Sacristán y un excepcional Sergi López:
si las películas enumeradas más arriba consisten en fragmentos fallidos de
realidad, Quatretondeta es una
historia inverosímil que conmueve por su enorme realidad, puesto que en ella se
crea un artificio de todo punto increíble (un anciano roba un coche fúnebre
cargado con una mujer muerta para enterrarla donde él cree que debe ser
enterrada y no donde su hija ha decidido) para construir una sucesión de episodios
de todo punto coherentes con esa situación incoherente, lo que no me parece un
logro menguado.
Porque
la creatividad consiste precisamente en eso: en perfilar mundos propios, cada
uno con su propia dinámica, y en mantenerse dentro de las coordenadas que se han
definido. El mejor ejemplo, dentro también del cine español, es Amanece, que no es poco (1989), de José
Luis Cuerda.
En
algunas ocasiones, pocas, la película de Pol Rodríguez necesita de una cierta
dosis de benevolencia por parte del espectador, pero el producto final es muy
digno, porque en Quatretondeta se
llora de la risa y se llora de la pena: una prueba más de que el humor es mucho
más complejo y mucho más rico en matices que la tristeza.
Hace tiempo que
sostengo que el arte, sobre todo el arte narrado, como en el cine o en la
literatura, no puede ser una mera exposición de penas con pulcritud: hay que
aspirar a algo más. Inventar sobre la realidad, descomponerla y volver a
componerla de otra manera, a ser posible con piezas sobrantes, pero esta reflexión
quizá quede mejor para otra ocasión.
Por
ahora, nada más que añadir a los primeros días del FMCE, pero si hablamos de un filme como Quatretondeta que desarrolla un ambiente festivo en el Levante español, no tenemos más remedio que recordar la inmortal Calabuch (1956), de Luis García Berlanga, cuyo protagonista también es un anciano.
Esta noche me esperan
dos películas dentro de la sección Territorio Latinoamericano, donde
tradicionalmente suelo hallar las mejores propuestas de este Festival de cine
español.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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