Quizá era necesario que llegara Cantinflas (2014), de Sebastián del Amo, para que detuviera a
pensar en la obviedad de los personajes inventados en el cine, que tan
importantes han sido en el desarrollo de la Historia del Séptimo Arte y que tan
bien conocemos, afortunadamente.
Cabe señalar, en primer lugar, que cuando un cineasta
opta por construir un personaje de estas características, el cineasta salta de
la condición de artista, que no es poco, a la de creador en el sentido pleno de
la palabra. Es lo que sucedió a Charles Chaplin con Charlot, Groucho Marx con Groucho
Marx, Woody Allen con Woody Allen y Mario Moreno con Cantinflas.
La invención de Charlot se remonta casi a los orígenes
del cine con Ganándose el pan (1914) a
la que siguió una extensa serie de cortometrajes y cuatro soberbios largos: La quimera del oro (1925), Luces de la ciudad (1931), Tiempos modernos (1936) y El gran dictador (1940), ero un
personaje como Charlot, un personaje tan corporalmente expresivo como Charlot,
queremos decir, necesitaba el cine mudo para sobrevivir y de ahí que fuera
perdiendo vigencia según se desarrolló el sonoro.
Frente
a otros grandes cómicos de la época, como Buster Keaton, de facciones
hieráticas, porque todo lo confiaba a los ojos, eternamente recordado por El maquinista de La General (1926),
dirigida por el propio Buster y Clyde Bruckman, o Harold Lloyd, cuya estética
conseguía transmitir fácilmente las contradicciones propias de la ingenuidad
taimada, inolvidable, por supuesto, su escena del reloj, Charlot aportó un mayor
registro de convulsiones faciales, así como el toque inglés en los epígonos de
la revolución industrial, con tan gan naturalismo retratada por Dickens.
En
el imaginario colectivo cinéfilo permanecen las filosóficas astucias del
hombrecillo y particularmente emotiva me resulta el baile de los panecillos en
La quimera del oro, una prueba
evidente de la dignidad que Chaplin quiso insuflar a su personaje, cuyas
características esenciales podemos resumir en inconformismo y ternura.
Groucho comparte con Chaplin el triste año de su fallecimiento, 1977, y casi, casi
el fasto de su nacimiento, pues si el inglés vino al mundo en 1889, el
norteamericano lo hizo en 1890, pudieron haber tenido, pues, carreras
simultáneas, pero un personaje como el de Groucho Marx, necesitaba sin duda el
sonoro, pues es en los diálogos febriles donde se despliega todo su arte. De
ahí que Sopa de ganso (1933), de Leo
McCarey, Una noche en la ópera (1935)
y Un día en las carreras (1937), estas
dos últimas de Sam Wood, marquen los tres hitos fundamentales de los hermanos
Marx.
Es
muy difícil olvidar la perversión contractual de Groucho Marx con Chico en Una noche en la ópera y me parece que
ése es buen ejemplo de la actitud estética de Groucho: sublimación del absurdo
en un mundo carente de sentido. Con sus más y sus menos, trasladado a nuestros
días y en un medio totalmente diferente, ésa es la misma crítica que realiza
Matt Groening en Los Simpsons.
He
aquí algunas frases de Groucho:
—Estos
son mis principios. Si no les gusta, tengo otros.
—Puede
que parezca un idiota y hable como un idiota, pero no deje que eso les engañe.
Realmente es un idiota.
—La
televisión es muy educativa. Siempre que alguien la enciende, voy a otra
habitación y leo un buen libro.
—El
verdadero amor se presenta una vez en la vida…, y luego ya no hay quien se lo
quite de encima.
Y
bueno, muchas otras que están en la mente de todos (“Disculpen si les llamo
caballeros, pero es que todavía no les conozco”, Epitafio deseado, que no real:
“Disculpe que no me levante”). Corrección política subvertida en estilete
social.
Woody
Allen nació en días de radio, como ya se encargó él mismo de recordarnos en la película
de 1987. Realmente costaría trabajo encontrar un cineasta que con mayor ahínco
se haya dedicado a bucear en sí mismo en sus filmes. Allen se inició
artísticamente como humorista en la década de los cincuenta y fue configurando
un personaje que se caracterizaba por sus rasgos de antihéroe: inseguridad,
timidez, dudas, angustias son algunos de esos rasgos, siendo así que la
principal aportación artística de Allen ha sido embutirlos en un discurso
cómico y creativo desde su primera película Tomael dinero y corre (1968).
Con
mayor o menor intensidad, con mayor o menor claridad, esos grandes temas (la
religión, la familia, el amor, el sexo, la muerte) han sido las señas de identidad de
ese otro hombrecillo que nos acompaña desde la segunda mitad del siglo XX hasta
nuestros días.
He
mencionado ya en otras ocasiones este chiste con que se inicia Annie Hall (1977), pero me parece un
buen compendio de la filosofía de Woody:
—En
este restaurante la comida es muy mala.
—Sí,
y además las raciones son muy escasas.
Con
otras palabras, la vida es decepcionante, pero aun así nos parece corta.
De
manera que, dentro de esta enumeración de personajes inventados en la pantalla,
Woody Allen representa el flanco autobiográfico mediante un personajillo menesteroso,
cuyas características morales son muy reconocibles.
Y,
por fin, Cantinflas es el personaje que ahora nos trae Sebastián del Amo en una
película, donde lo más destacable, sin duda, es la actuación de Óscar Jaenada,
cuya magnífica actuación en el papel de Camarón se ve ahora corroborada por la recreación
de Mario Moreno.
No
es esta película, en mi opinión, un proyecto logrado: se nota mucho que los
escenarios son escenarios, por ejemplo y no se explotan lo suficiente los
diferentes episodios narrados, que además carecen de la fuerza dramática
suficiente, incluso en momentos de particular desgarro.
Pero
quedémonos con lo que sí tiene de positivo como es la plasmación de la creación
del personaje Cantinflas a través de sucesivos momentos vitales de Mario
Moreno, en cuyos planes juveniles ni siquiera entraba el ser actor. Converge
así el largometraje hacia el rodaje de La vuelta al mundo en 80 días (1956), de Michael Anderson, donde Mario Moreno
tuvo un papel protagonista. Y lo que vemos durante la proyección es cómo Cantinflas
surge casi por generación espontánea alrededor de una frase: “Y ahí está eldetalle”, que es el título de su primera película como protagonista de Mario en
1940, dirigida por Juan Bustillo Oro. De la misma manera que sus diálogos son
improvisados y así lo exigía Moreno en el rodaje, lo que no constituía una
dificultad menor por la total carencia de sentido de los mismos.
A
partir de ahí, Cantinflas va creciendo dentro de unas coordenadas que podríamos
considerar la torpeza ilustrada en un eje y la humildad en el otro, de aquí que
este personaje sea conocido con el sobrenombre de “peladito”. Posteriormente,
también en México y para televisión, Roberto Gómez Bolaños alumbraría “El chavo
del 8”, de características similares, pero con más limitadas posibilidades.
No
quiero dejar de mencionar que todos los personajes que estamos considerando
tienen una indumentaria perfectamente ideada para mejor soporte del carácter esencial
de su propietario, una imagen con la cual el espectador está familiarizado,
algo más dispersa en el caso de Woody Allen, pero etiquetable como urbana sin
mayores problemas, además de sus gafas de montura negra.
Con
todo, lo que me parece particularmente útil para cerrar estas reflexiones y es
que, de manera inversa a como sucede tradicionalmente, que el actor se adueña
del personaje, lo hace suyo y se identifica con él para lograr una mejor
interpretación, Charlot, Groucho Marx en pantalla, Woody Allen también en
pantalla, y Cantinflas se adueñan de los actores.
Pongamos
un ejemplo sacado de Cantinflas, el
filme de Sebastián del Amo, donde en un momento dado, Michael Todd ha sido
rechazado por Mario Moreno para intervenir en La vuelta al mundo en 80 días, a lo que Chaplin le aconseja: “Diríjase
a Cantinflas y no a Mario Moreno”. Si lo sabría que él bien que el personaje es
la realidad y no a la inversa.
No
se trata de Humphrey Bogart dando vida, de manera magnífica, por cierto, a
Phillip Marlowe o San Spade, por citar unos casos perfectamente conocidos, sino
de Charlot o Cantinflas apoderándose del espíritu creativo de Charlie Chaplin o
Mario Moreno, respectivamente.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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