Lo bueno que tienen las películas japonesas es que uno
nunca se siente decepcionado: si entra en el cine para ver una atrocidad
godzilliana, lo que obtiene es una atrocidad godzilliana, pero si uno saca una entrada
para una exaltación de la delicadeza, lo que se encuentra es una exaltación de
la delicadeza. Las cosas como son.
Por fortuna, si bien en un ambiente de traumas
familiares, valga la redundancia, Nuestra hermana pequeña (2015), de Hirokazu Koreeda, Premio del público en el
último Festival de San Sebastián y Sección oficial en el de Cannes, se inscribe
dentro del segundo grupo de los mencionados en el párrafo precedente y se trata,
además, de una película que permite aproximaciones desde muy diferentes puntos
de vista, como caracteriza a cualquier obra de arte que se precie.
Empecemos por lo que de familiar hay en ella, que reside
sobre todo en la fraternidad, puesto que las relaciones patrerno-filiales son
referencias lejanas, ejemplos de insatisfacción.
El mundo de las hermanas
numerosas ha sido reiteradamente abordado en diferentes largometrajes, de muy
diversa índole. Puede recordarse así un incunable como Mujercitas (1949), de Mervyn LeRoy, que ha conocido sucesivos remakes en el cine o en la televisión: sólo le ha faltado una precuela.
Al contexto estadounidense, y basada también en una novela, pertenece Las vírgenes suicidas (1999), de Sofia
Coppola, la originalidad de cuyo guion viene establecida desde la narración
homónima de Jeffrey Eugenides.
Cuatro hermanas hay en la oscarizada Belle Époque (1992) del nomehesentidoespañolniduratecincominutos
Fernando Trueba, paladín de los ejércitos napoleónicos. Presencia unánime de
hermanas en la reciente Mi familia italiana (2015), de Cristina Comencini, una película que nace, porque tiene
que haber de todo. Y, hermanas, por fin, en la producción turca Mustang (2015), de Deniz Gamze Ergüven,
que narra la penosa situación de la mujer en el islam y que ha conocido mucha
más gloria de la que en términos estrictamente fílmicos le corresponde, sin
duda por el tema que aborda más que por los propios méritos cinematográficos.
Fraternidad de mujeres,
pues, que contrasta con el escaso o poco memorable recorrido de las películas
de hermanos. Prefiero no citar ninguna. Podemos inferir, pues, el interés que
ese tema ha despertado entre los directores de ambos sexos, para lo que la
mejor explicación que se me ocurre es el entramado de sutilezas y posibilidades
que el mundo de la mujer permite, sin querer caer en más tópicos de los
imprescindibles, pero en el largometraje que nos ocupa la actitud de cada una
de las hermanas puede muy bien simplificarse en cuatro posibilidades básicas:
Sachi es el sentido maternal de la responsabilidad, aunque no tenga hijos, pero
sus hermanas es como si lo fueran, así como, incluso, la madre, Yoshino
representa el flanco material, frívolo, de la mujer, Chika, la
desestructurización y Suku, la melancolía, enumeradas de mayor a menor.
Pero también hay otras mujeres que permiten acercamientos
diferentes al mundo de la mujer, cuyos nombres no se explicitan en el filme,
como son la propietaria de un restaurante, que personifica el sentido del
sacrificio, la madre de las jóvenes, que representa la fragilidad emotiva, o la
tía abuela, que da vida a los valores tradicionales.
Con todos, una cosa que llama poderosamente la atención
es que el filme de Koreeda no se despeña por la sima de las emociones
simplonas. No hay melodrama en esta película, y muy bien podría haberlo, porque
las situaciones, como la de inicio (un padre que abandona a su familia por otra
mujer y se establece en otra ciudad), muy bien podría haberse prestado a ello,
pero las imágenes se desarrollan con madurez y sin moralina, una textura
técnica que debe mucho en su grabación a Yasujiro Ozu, otro gran narrador
fílmico de la familia japonesa, que eligió para sus escenas de interior una
lente de 50 milímetros, que es la que más se aproxima a la visión directa del
ojo humano. Nuestra hermana pequeña,
por lo tanto, profundiza en las inseguridades, frustraciones y contradicciones
de los personajes, que no son ni buenos ni malos: son sencillamente humanos.
Podríamos hablar también de la mística del número cuatro,
tan arraigado en todas las culturas de todos los tiempos: cuatro (aire, tierra,
agua y fuego) eran los elementos en la antigüedad griega; cuatro (infancia,
juventud, madurez y vejez), las edades del hombre; cuatro, las estaciones;
cuatro, los puntos cardinales, etc. En la cultura preincaica del altiplano
americano y de los Andes, el icono, por excelencia es una conjunción de las
cuatro estaciones y los cuatro puntos cardinales, con el sol en el glorioso
centro. Y una narración muy estacional, si bien, no se explicita, es lo que
presenciamos en Nuestra hermana pequeña,
donde no es muy difícil descubrir escenas en cada uno de los grandes períodos
del año, con la floración de los cerezos como gran protagonista, un
acontecimiento que pertenece a la cultura milenaria en el país del sol naciente,
como es de sobra conocido, y que en este filme se evoca desde un punto de vista
nostálgico: convivencia de los kimonos con la indumentaria occidental, como
toda la carga de simbolismo que ello implica, y que es lo que todavía sucede al
día de hoy en Japón, donde comparten su espacio las manifestaciones
rabiosamente tecnológicas con la presencia de las costumbres tradicionales de
la sociedad.
Y quiero finalizar estas reflexiones con lo que considero
que es el gran hallazgo de esta película. Songs
in the key of life ¿Recordamos el álbum de Stevie Wonder? Seguro que sí, lo
cual me facilita la siguiente paráfrasis: canciones de vida en la llave de la
muerte es lo que nos ofrece esta producción japonesa, aunque muchos son los
motivos que pueden hundir psicológicamente a los personajes, puesto que el
argumento zigzaguea entre funerales, pero no es ésa la intención del director:
—Tengo envidia de tus padres —confiesa una mujer a Suku.
—¿Y eso? —responde ésta, más que nada, porque se ha
quedado huérfana cuando sus progenitores, uno detrás de otro, han fallecido en
edades todavía tempranas
.
—Por haber dejado un tesoro como tú en la Tierra.
Y ése es el principal mensaje de Nuestra hermana pequeña: la vida que lucha por permanecer, la vida
que lucha por abrirse camino entre los momentos más tristes, la vida que surge
entre los resquicios de la muerte. Este filme no es una comedia, ni muchísimo
menos: las cuestiones se muestran sin eufemismos: las hermanas prácticamente no
han tenido contacto con su madre, por ejemplo, que además nada les ha
transmitido, y esto se cuenta tal cual. Pero si la pena se muestra descarnada,
el impulso vital, sin duda, también.
Todo
ello sin planteamientos facilones, sentimientos epidérmicos, ni música
celestial. Todo ello sobre la base de las emociones firmes, valga la
redundancia, y una banda sonora exquisita. De manera que, no me parece que la
insistencia en los cerezos en flor sea superflua: es la vida que se renueva
cada año.
El futuro es mujer
(1984), afirmó Marco Ferreri en esa película, donde la protagonista es una
joven embarazada. Y ése parece ser también el mensaje de Kareedo: la vida es
mujer.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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