domingo, 3 de abril de 2016

FEMENINO PLURAL EN "NUESTRA HERMANA PEQUEÑA"



https://www.youtube.com/watch?v=sh7zZXscUCU

            Lo bueno que tienen las películas japonesas es que uno nunca se siente decepcionado: si entra en el cine para ver una atrocidad godzilliana, lo que obtiene es una atrocidad godzilliana, pero si uno saca una entrada para una exaltación de la delicadeza, lo que se encuentra es una exaltación de la delicadeza. Las cosas como son.

           Por fortuna, si bien en un ambiente de traumas familiares, valga la redundancia, Nuestra hermana pequeña (2015), de Hirokazu Koreeda, Premio del público en el último Festival de San Sebastián y Sección oficial en el de Cannes, se inscribe dentro del segundo grupo de los mencionados en el párrafo precedente y se trata, además, de una película que permite aproximaciones desde muy diferentes puntos de vista, como caracteriza a cualquier obra de arte que se precie.

           Empecemos por lo que de familiar hay en ella, que reside sobre todo en la fraternidad, puesto que las relaciones patrerno-filiales son referencias lejanas, ejemplos de insatisfacción.

     El mundo de las hermanas numerosas ha sido reiteradamente abordado en diferentes largometrajes, de muy diversa índole. Puede recordarse así un incunable como Mujercitas (1949), de Mervyn LeRoy, que ha conocido sucesivos remakes en el cine o en la televisión: sólo le ha faltado una precuela. Al contexto estadounidense, y basada también en una novela, pertenece Las vírgenes suicidas (1999), de Sofia Coppola, la originalidad de cuyo guion viene establecida desde la narración homónima de Jeffrey Eugenides.


     Cuatro hermanas hay en la oscarizada Belle Époque (1992) del nomehesentidoespañolniduratecincominutos Fernando Trueba, paladín de los ejércitos napoleónicos. Presencia unánime de hermanas en la reciente Mi familia italiana (2015), de Cristina Comencini, una película que nace, porque tiene que haber de todo. Y, hermanas, por fin, en la producción turca Mustang (2015), de Deniz Gamze Ergüven, que narra la penosa situación de la mujer en el islam y que ha conocido mucha más gloria de la que en términos estrictamente fílmicos le corresponde, sin duda por el tema que aborda más que por los propios méritos cinematográficos. 


          Fraternidad de mujeres, pues, que contrasta con el escaso o poco memorable recorrido de las películas de hermanos. Prefiero no citar ninguna. Podemos inferir, pues, el interés que ese tema ha despertado entre los directores de ambos sexos, para lo que la mejor explicación que se me ocurre es el entramado de sutilezas y posibilidades que el mundo de la mujer permite, sin querer caer en más tópicos de los imprescindibles, pero en el largometraje que nos ocupa la actitud de cada una de las hermanas puede muy bien simplificarse en cuatro posibilidades básicas: Sachi es el sentido maternal de la responsabilidad, aunque no tenga hijos, pero sus hermanas es como si lo fueran, así como, incluso, la madre, Yoshino representa el flanco material, frívolo, de la mujer, Chika, la desestructurización y Suku, la melancolía, enumeradas de mayor a menor.




             Pero también hay otras mujeres que permiten acercamientos diferentes al mundo de la mujer, cuyos nombres no se explicitan en el filme, como son la propietaria de un restaurante, que personifica el sentido del sacrificio, la madre de las jóvenes, que representa la fragilidad emotiva, o la tía abuela, que da vida a los valores tradicionales.

            Con todos, una cosa que llama poderosamente la atención es que el filme de Koreeda no se despeña por la sima de las emociones simplonas. No hay melodrama en esta película, y muy bien podría haberlo, porque las situaciones, como la de inicio (un padre que abandona a su familia por otra mujer y se establece en otra ciudad), muy bien podría haberse prestado a ello, pero las imágenes se desarrollan con madurez y sin moralina, una textura técnica que debe mucho en su grabación a Yasujiro Ozu, otro gran narrador fílmico de la familia japonesa, que eligió para sus escenas de interior una lente de 50 milímetros, que es la que más se aproxima a la visión directa del ojo humano. Nuestra hermana pequeña, por lo tanto, profundiza en las inseguridades, frustraciones y contradicciones de los personajes, que no son ni buenos ni malos: son sencillamente humanos.


           Podríamos hablar también de la mística del número cuatro, tan arraigado en todas las culturas de todos los tiempos: cuatro (aire, tierra, agua y fuego) eran los elementos en la antigüedad griega; cuatro (infancia, juventud, madurez y vejez), las edades del hombre; cuatro, las estaciones; cuatro, los puntos cardinales, etc. En la cultura preincaica del altiplano americano y de los Andes, el icono, por excelencia es una conjunción de las cuatro estaciones y los cuatro puntos cardinales, con el sol en el glorioso centro. Y una narración muy estacional, si bien, no se explicita, es lo que presenciamos en Nuestra hermana pequeña, donde no es muy difícil descubrir escenas en cada uno de los grandes períodos del año, con la floración de los cerezos como gran protagonista, un acontecimiento que pertenece a la cultura milenaria en el país del sol naciente, como es de sobra conocido, y que en este filme se evoca desde un punto de vista nostálgico: convivencia de los kimonos con la indumentaria occidental, como toda la carga de simbolismo que ello implica, y que es lo que todavía sucede al día de hoy en Japón, donde comparten su espacio las manifestaciones rabiosamente tecnológicas con la presencia de las costumbres tradicionales de la sociedad.



           Y quiero finalizar estas reflexiones con lo que considero que es el gran hallazgo de esta película. Songs in the key of life ¿Recordamos el álbum de Stevie Wonder? Seguro que sí, lo cual me facilita la siguiente paráfrasis: canciones de vida en la llave de la muerte es lo que nos ofrece esta producción japonesa, aunque muchos son los motivos que pueden hundir psicológicamente a los personajes, puesto que el argumento zigzaguea entre funerales, pero no es ésa la intención del director:

            —Tengo envidia de tus padres —confiesa una mujer a Suku.

           —¿Y eso? —responde ésta, más que nada, porque se ha quedado huérfana cuando sus progenitores, uno detrás de otro, han fallecido en edades todavía tempranas
.
            —Por haber dejado un tesoro como tú en la Tierra.

            Y ése es el principal mensaje de Nuestra hermana pequeña: la vida que lucha por permanecer, la vida que lucha por abrirse camino entre los momentos más tristes, la vida que surge entre los resquicios de la muerte. Este filme no es una comedia, ni muchísimo menos: las cuestiones se muestran sin eufemismos: las hermanas prácticamente no han tenido contacto con su madre, por ejemplo, que además nada les ha transmitido, y esto se cuenta tal cual. Pero si la pena se muestra descarnada, el impulso vital, sin duda, también.


Todo ello sin planteamientos facilones, sentimientos epidérmicos, ni música celestial. Todo ello sobre la base de las emociones firmes, valga la redundancia, y una banda sonora exquisita. De manera que, no me parece que la insistencia en los cerezos en flor sea superflua: es la vida que se renueva cada año.

          El futuro es mujer (1984), afirmó Marco Ferreri en esa película, donde la protagonista es una joven embarazada. Y ése parece ser también el mensaje de Kareedo: la vida es mujer.

Fco. Javier Rodríguez Barranco

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