jueves, 29 de octubre de 2015

SECCIÓN OFICIAL EN LA SEMANA INTERNACIONAL DE CINE DE VALLADOLID



http://www.seminci.es/indexweb.php

            La Semana de Cine de Valladolid es un Festival sin adjetivos. No es un Festival de Cine Africano, como el de Córdoba, y mira que me gusta el cine africano. No es un Festival de Cine Iberoamericano, como el de Huelva. No es un Festival de Cine Español, como el de Málaga. No es un Festival de Cine del Tercer Mundo, como el de Granada. No es un Festival de Cine Europeo, como el de Sevilla. Es una semana de cine. O si se prefiere, una Semana Internacional de Cine, como su propio nombre indica y con todo lo que el término “internacional” implica.

            Por eso en un mismo día uno puede ver en un mismo día en la Sección Oficial una película española, otra finlandesa, otra israelí y otra canadiense. Y es que la capacidad de concentración de uno no le permite disfrutar de más de cuatro películas al día, la primera proyección de las cuales tuvo lugar a las nueve de la mañana, cuando todavía los churros del desayuno no habían casi iniciado su ciclo natural de metabolismo.

            Esa primera película fue el largometraje catalán L’arteria invisible (2015), de Per Vilá Barceló, y lo que siente uno, sobre todo a las nueve de la mañana, en el pase de prensa de una película en un festival de cine es que está penetrando en una selva cada vez menos virgen a medida que los pasos van avanzando. Para el cartel oficial de la película se ha utilizado el español, es decir, La arteria invisible, que eso no significa nada. Es sólo que el cartel oficial de la película está en español.

             Y en ese filme de Vilá Barceló lo que más llama la atención es el lenguaje cinematográfico, puesto que cada puesta en escena habla por sí misma, sin que sea muchas veces sea necesaria la presencia de los actores. Asistimos así a momentos en los que escuchamos la voces, pero no vemos a los personajes, o los vemos de espaldas, o vemos a uno sólo, también de espaldas, o le vemos reflejado en un espejo, o escuchamos sólo los ruidos de fondo (ladridos, televisión, coches) sin que nadie diga nada en la pantalla, todo lo cual me parece un alarde fílmico.


            La historia en sí no es nada que no sepamos (la dudosa moralidad de los políticos, los problemas de pareja, la falta de oportunidades para los jóvenes). Digamos que, lo que constituye algo habitual en el cine de nuestros días, la trama se subordina a la construcción de los caracteres, pero sí quiero destacar que la falta de vida de los personajes se materializa en un embarazo obsesivamente deseado, pero no conseguido.

            Otro elemento con el que cuenta esta producción son los “enfrentamientos” cara a cara de los intervinientes en el filme, que constituye una de las señas de identidad de la película, puesto que, siendo como es un largometraje coral, no asistimos a conversaciones en grupo, sino casi siempre entre dos personas, pero los respectivos ausentes de cada una de esas conversaciones están muy presentes en palabras de Pere Vilá en la rueda de prensa posterior a la proyección, y así lo aprecia también el espectador.

            La segunda película de la Sección Oficial que he visto hoy ha sido The Girl King (2015), del director finés Mikas Kaurismäki, si bien constituye una multiproducción sueco alemana canadiense finladesa, rodada en este país, pero que reconstruye la vida de la reina Cristina de Suecia en el siglo XVII, una de las grandes impulsoras de la Paz de Westfalia, de la que tan poco provecho sacamos los españoles, por decirlo de la manera menos dolorosa.



            Renè Descartes es otro de los personajes, lo que no es demasiado habitual en el cine mundial y, por cierto, que se muestra en el filme que su muerte no fue natural, sino que sucedió tras haber sido envenenado con el arsénico aplicado a una Sagrada Forma con la comulgó. Ni quito ni pongo iglesia, pero eso es lo que se en la película, donde además se desarrollan varios juegos de dualidades: la pasión personal frente a la razón de estado, la intolerancia religiosa frente al racionalismo, o la vida privada frente a los deberes públicos.


             En los corrillos cockteleros se comenta que es la gran favorita para la Espiga de oro, algo para lo que no poseo todos los elementos de juicio al no haber asistido a las proyecciones de los días anteriores, pero si así fuera, me parecería una digna ganadora.

             Tras la pausa para la comida, rodada en blanco y negro, con una técnica propia del cine mudo, pues las escenas hablan por sí solas y se carece de una banda sonora, hemos asistido a la película israelí Tikkum (2015), de Avisahi Sivan, que ha dirigido una palabras previas al público para informarnos que se trata de la segunda de una trilogía, enfocada en este caso a las dudas de fe, a la par que plantea el conflicto entre ciencia y fe, algo de lo que nos podría hablar largo y tendido Galileo Galilei, pero mejor no le preguntamos, que bastante tuvo ya el pobre con lo tuvo y haber pechado con tres siglos en el fuego eterno de los excomulgados. Creo que ahora su situación es algo mejor.




            Si regresmos a Tikkum en sentido estricto, se trata de una película difícil de seguir por su extrema lentitud pero que alcanza cotas de vibrante sensibilidad cinematográfica dado que cada fotograma, como comentaba más arriba, está dotado de de un manual discursivo.

            Particularmente impactante se me antoja un momento en que el estudiante de las Sagradas Escrituras, un joven en la veintena, en pleno “frenesí” escandalizante, abre las ventanas de su habitación para dejar entrar el sol y se sube las mangas de la camisa para sentirlo en su piel, a lo que su hermano pequeño, un niño, objeta que eso es impúdico. Acto seguido, la madre cierra las ventanas y las persianas para que no entre ni un fotón. Dicotomía de la ciencia y la fe, según hemos mencionado, pero dicotomía también de la fe y la vida, porque la vida, creedme hermanos, mancha. Las cosas son así, y Pablo Neruda lo plasmó en la revista que fundó en Madrid en la década de los treinta Caballo verde para la poesía, con el manifiesto de evitar toda tentación de poesía pura.


              El agua destilada es mala para la salud, y lo mismo sucede con las actitudes antinaturales. Muy ilustrativo considero en ese sentido la equiparación escénica entre las vacas preparadas para el sacrificio y el alma de los judíos ultraortodoxos.

           Por último, en cuanto a la cuarte película vista hoy, si hay un género del que no me canso nunca, es de los gansters, que es lo que recrea la directora india Deepa Mehta, muy alejada, por tanto de los tópicos bollywoodienses en la producción canadiense Beeba Boys (2015), cuya acción transcurre en la British Columbia, concretamente en Vancouver.

            Sabido es que Canadá es un país de acogida y que, por ejemplo, en Toronto se estiman en más de ciento cincuenta lenguas las que se hablan. Ahora que Harper ha perdido las elecciones y ha triunfado Trudeau como Primer Ministro la hospitalidad del pueblo canadiense regresará a lo que ha sido siempre. Pero sabido es también que algunos de estos pueblos han trasladado a su nuevo país los conflictos de sus lugres de origen, como sucede con las facciones antagónicas de los somalíes en la capital de la provincia de Ontario. Y uno ignoraba, por ejemplo, que en la de British Columbia estaba tan arraigada la mafia india, puesto que la directora indiocanadiense explicita en su filme que está basado en hechos reales.

            Nos hallamos, pues, ante una película de gansters y lo que procede es analizar, o por lo menos enumerar lo que diferencia Beeba Boys de otras películas de un género tan fecundo, aunque de irregulares resultados:

—En primer lugar, la propia voz narrativa de la directora, que es mujer y no hombre dentro de un género en el que los realizadores han sido hasta ahora mayoritariamente masculinos. Hay un marcado interés en diseñar psicológicamente a los hampones mediante perfiles sin aristas.

—La familia no es la familia italiana, en la que los clanes del crimen organizado se dotan de una estructura jerárquica. En el filme de Mehta las familias son familias normales a las que les han salido hijos mafiosos. De ahí que en un momento dado, por ejemplo, la madre del jefe de la banda se permita regañarle como todas las madres regañan a sus hijos.

—De mi viaje por la India comprendí que los sijs, cuyo atavío natural es el turbante, tienen terminantemente prohibido hacer el mal, pero en Beeba Boys, la violencia para los sijs es tan natural como las sombreros de paja para los meses de verano en el campo.

—La estética es muy colorista, de un color cada traje, sin embargo, pero sin que haya límites en cuanto a la elección de los colores. Lo ceñido de los trajes y lo corto de los pantalones, que no llegan hasta los zapatos en algunos casos, dejando una línea de carne entre el final de la ropa y el inicio del calzado.


 —Y por fin, a mí me ha quedado una idea clara de en qué consisten las fuentes de ingreso de cada grupo (drogas, alcohol, contrabando, prostitución, etc.). Tan sólo se muestra el factor de autodefensa de una comunidad que este tipo de organizaciones ofrecen.


             Día entero, pues, de cine en Valladolid, que espero continuar mañana.

Fco. Javier Rodríguez Barranco

No hay comentarios:

Publicar un comentario