domingo, 2 de junio de 2024

LA SOLEDAD EN EL CINE AFRICANO: DOS EJEMPLOS


 

Pulsa aquí para clip de Bazigaga

Tarifa, 30 de mayo y 1 de junio de 2024

 

«Bazigaga» (2022) ha sido el cortometraje ganador en la sección En breve del 21 Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT). Se trata de una obra de ficción y una ambiciosa coproducción entre Francia, Reino Unido y Bélgica, dirigido por la escritora, actriz y directora ruandesa-británica Jo Ingabire Moys, un filme que fue nominado al BAFTA, además de una exitosa carrera entre nominado y ganador en festivales de los cinco continentes[1].

         


La acción se ambienta en la selva ruandesa en 1994 y se inspira en una mujer real, considerada bruja, que salvó la vida de más de doscientos tutsis durante aquel espantoso genocidio y todo ello gracias al temor supersticioso que inspiran quienes se cree que pueden interactuar con los espíritus, algo que sirve de argumento a la película I Am Not a Witch (2017), de la directora de Zambia Rungano Nyonide, donde lo grotesco y lo trágico se reclaman mutuamente en una historia inspirada en casos reales en lo que se consideran brujas a las jóvenes a quienes se observa alguna rareza, lo cual desemboca en una situación de internamiento y escarnio, algo que desarrollé en un capítulo dentro del ensayo Personajes femeninos en el cine africano contemporáneo[2].

          En cuanto a «Bazigaga», podemos considerar que la trama se inscribe dentro de un eje de coordenadas, cuyos eje de ordenadas sería el odio de los hutus hacia los tutsis, es decir, el odio a ras de tierra y, por tanto, horizontal; mientras que las abscisas estarían definidas por el odio de las prácticas monoteístas cristinas hacia las tradiciones seculares africanas, es decir, un odio que se eleva sobre la condición terrena y, por tanto, vertical.

          Observamos, en efecto, que el episodio narrado en este corto consiste en la implacable persecución de las milicias hutus contra un pastor protestante y su hija, quienes se refugian en la cabaña de una bruja, lo que provoca una situación extraña, que puede resumirse en un pequeño detalle: la tensión acumulada provoca una cefalea al pastor y por eso le pide una aspirina a la supuesta bruja, quien le responde que en su casa no entra veneno. Comprobamos así el choque cultural entre los hábitos introducidos por los blancos y la cultura ancestral africana. Tras ello, la mujer aplica al religiosa lo que piensa que le sanará y así es, pues el pastor duerme plácidamente esa noche y al día siguiente ha desaparecido su dolor de cabeza.

 

         Pero, además de esas posiciones ideológicas enfrentadas, quiero llamar la atención sobre algo que pertenece al común de los mortales, perfectamente definido por Fernando Aínsa en su obra Necesidad de la utopía, y que consiste en el soñar despierto, un impulso que mueve a las sociedades, según afirma el filósofo uruguayo: «Se trata del acto del “soñar diurno” acompañado del coraje necesario para tratar que “los castillos en el aire de hoy puedan ser los palacios de mañana”, como propone el autor de El principio de esperanza[3]». Cita Aínsa también a Tillich, quien no puede plantear la cuestión con mayor claridad: «ser hombre significa tener una utopía»[4]. A sensu contrario, una persona sin utopía es apenas un muñoncito de persona.

        Sin embargo, la utopía, una vez lograda, requiere aislamiento para que no se contamine, lo que se logra protegiéndola con barreras infranqueables, según se practica en las urbanizaciones más lujosas en todo el mundo para salvaguardar sus arcadias burguesas, según vemos, por ejemplo, a la película mexicana-española-argentina La zona (2007), de Rodrigo Plá;  o bien situándola en lugares de difícil acceso, como lo más intrincado de la jungla, según narra Alejo Carpentier en Los pasos perdidos; o poco recomendables debido a sus condiciones insalubres, que es la principal característica de la isla en que transcurre la acción de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. El caso es mantener su pureza intacta, pues la utopía es demasiado sensible a la presencia de cuerpos extraños.

          Y sin duda que las islas son las regiones utópicas por excelencia, al menos desde que Platón intuyó su Atlántida, pero acabamos de comentar que también son válidos los lugares a donde llega nadie, por un motivo u otro, según le sucede a la mujer protagonista de «Bazigaga”, quien vive sola en una cabaña perdida en la selva, adonde no se acerca ningún ser humano por temor a la magia negra de esa mujer y, por ello, el miedo a los supuestos poderes de la presunta bruja se configura como argumento eficaz para que la, digamos, bruja mantenga para sí la minúscula parcela del paraíso en que vive.

          Una situación edénica que se corrompe, sin embargo, por la llegada de la guerra hasta la puerta de su cabaña en forma de milicianos, precedidos por la angustia vital del pastor protestante.

Pulsa aquí para tráiler de Omi Nobu

      Pasamos así a otro filme directamente relacionado con la soledad, como es el documental caboverdiano Omi Nobu (2022), segundo trabajo del realizador Carlos Yuri Ceuninck, una cinta galardonada al Mejor documental en el Festival Panafricano de Cine y Televisión de Uagadugú (FESPACO), así como Mención de Honor al Mejor documental de mediometraje en el Festival Internacional de Documentales Hot Docs de Canadá. Una obra, en todo caso, que se sitúa a caballo entre el mediometraje y el largometraje, pues dura poco más de una hora.


El título es una expresión en kriolu, variante del portugués hablada en Cabo Verde, que significa ‘hombre nuevo’ y el documental narra las vivencias mínimas en total aislamiento durante casi cuarenta años de Regino Quirino en la minúscula aldea de Ribeira Funda, dentro de la isla de São Nicolau en dicho archipiélago caboverdiano.

Las ruinas de las casas que se ven en pantalla están construidas con piedra volcánica y el éxodo se produjo durante la década de los ochenta cuando una piedra cayó de la montaña, también volcánica, aplastó una de esas viviendas y mató a un joven. Tras esa tragedia, el resto de los habitantes de Ribeira Funda decidieron emigrar a un lugar más seguro, salvo Regino Quirino, que permaneció obstinadamente, dedicado a lo que había sido su modo tradicional de vida: pescando en el océano de ocho de la mañana a las tres de la tarde y en su humilde vivienda hasta que se pone el sol, confiando tan solo en sus manos para remar y pescar y las piernas para desplazarse, sin más compañía que la de Dios, según él mismo manifiesta, aunque también dispone de una radio, gracias a la cual escucha a Cesárea Évora o recibe noticias del exterior, como la aparición del primer caso de COVID en Cabo Verde en la persona de un turista inglés.

La voz narradora es la del mismo Regino o la de su hermana, pues la película termina pocos meses después del fallecimiento de Quirino, que es enterrado entre música y cantos, de manera similar a los funerales sincréticos de los afroamericanos en Nueva Orleáns.



Antes de ello, acompañamos a Regino durante algunos momentos de su ascética vida, completamente solo en una isla que, una vez más se configura como el espacio idóneo para la utopía, motivo por el cual en una isla situó Tomás Moro la acción de su novela y Campanella la de La ciudad del Sol; a Sancho le mueve la consecución de una ínsula, Barataria; en una isla, Sicilia, fracasó dos veces el quimérico sistema político ideado por Platón; y a una pequeña isla, por no prolongar excesivamente los ejemplos, arribó inicialmente Colón en su descerebrado viaje siempre en busca del sol poniente.

La isla permite regiones idílicas para el establecimiento de una determinada comunidad, pero en una isla también se puede lograr una utopía personal, como es el caso real de Regino, y una casa aislada acoge la utopía de Bizagaga en el cortometraje homónimo recién comentado.


El documental de Ceuninck alcanza así momentos de gran lirismo en la vida de Regino, aunque no muestre más que situaciones tan aparentemente irrelevantes como cambiar las pilas de la radio o preparar la comida en una cocina arcaica. Además, Omi Nobu habilita toda una reflexión acerca de la verdadera esencia de la vida a la que Regino considera un regalo, algo que existe mientras no nos devore la amnesia, pero sobre todo este hombre nuevo sostiene en varias ocasiones que la vida es un sueño, lo cual necesariamente recuerda la obra de Calderón de la Barca, donde otro grandísimo solitario, en este caso a su pesar, Segismundo, monologa en términos similares, como una inyección de metafísica en vena: «porque toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son».

A modo de resumen, una guerra desbarata la pequeña utopía de la supuesta bruja en «Bizgaga» y esa compañera fiel llamada muerte, con la decrepitud previa que implica, descompone la soledad idílica de Regino cuando comprende que sus piernas ya no dan más de sí y decide mudarse donde su hermana, lo cual se muestra en pantalla mediante una escena de gran carga melancólica.

Y es que, seamos sinceros, la soledad es un bien demasiado precioso para compartirla con nadie.

Francisco Javier Rodríguez Barranco



[1] Véase la relación completa en:

https://www.imdb.com/title/tt16247282/awards/?ref_=tt_ql_op_1

[2] Véanse en concreto las páginas 288 a 294 de esa obra (Málaga, Ediciones Azimut, 2021).

 [3] F. Ainsa, Necesidad de la utopía, Montevideo, Comunidad del Sur-Edinor, 1990, p. 32. Se refiere Ainsa a Ernst Bloch en su obra El principio de esperanza, París, Gallimard, 1983.

  [4] Véase en Necesidad de la utopía, op. cit., p. 65.


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