martes, 4 de junio de 2024

MEMORIAS (DEPLORABLES) DE ÁFRICA EN 'UNDER THE HANGING TREE'

 


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Málaga, 04 de junio de 2024

 


La película namibia Under the Hanging Tree (2023), de Perivi Katjavivi, también guionista, está dedicada al actor David Ndjavera, que forma parte de elenco de este filme interpretando el papel del asesino, formó parte de recién finalizado Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) dentro de la sección oficial a concurso Hipermetropía y, de hecho, su protagonista Girley Jazama fue galardonada con el premio a la Mejor actriz, aunque reconozco que no pude verla durante ese certamen y hube de verla pocos días después, una vez regresado a mi ciudad.

          Y ya que hemos mencionado un galardón, podemos indicar también que Katjavivi fue nominado a mejor realizador dentro de la categoría de Nuevos Directores en el Festival Internacional de Cine de São Paulo.

          Este largometraje de ficción comienza con una invocación a los espíritus de los antepasados para cometer un crimen ritual en la persona de un alemán, quien efectivamente es ahorcado y se inicia así una investigación policial por una agente de Namibia y su ayudante, todo lo cual nos permite iniciar nuestro análisis acerca del choque cultural entre África y Europa, que se observa en muchos aspectos, como el lingüístico, pues unos personajes prefieren la lengua tradicional en esas regiones del desierto del Kalahari, es decir, el  oshivambo y también el herero, frente a otros que utilizan el inglés.


          Hay un trasfondo obvio que remite al pasado como colonia alemana y presente poscolonial de Namibia, cuya historia podemos esbozar muy someramente como un país que formó parte de Sudáfrica con el nombre de África del Sudoeste, hasta que Namibia obtuvo su independencia en 1990, tras una larga serie de guerra de guerrillas, liderada por la Organización del Pueblo de África del Sudoeste (SWAPO). Como dato enciclopédico, podemos añadir que, en los meses previos a esa independencia, Naciones Unidas estableció el Grupo de Asistencia de Naciones Unidas a la Transición de Namibia (UNTAG), que fue la primera misión de mantenimiento de paz en que intervino España, acaecido durante la administración de Felipe González.

          Así las cosas, existe en esta cinta un enigmático personaje, que es una mujer blanca, esposa del alemán que luego sería asesinado, que aparece en escena encendiendo unas velas en un altarcito familiar con arreglo al rito ortodoxo. Esta mujer, cuyo nombre no se facilita en la película ejerce un rol de cadena de transmisión o columna vertebral entre el asesinado, los policías investigadores y el asesino, pero sobre goza de una perturbadora obsesión por coleccionar niños namibios, habida cuenta su esterilidad biológica y no creo equivocarme demasiado si sostengo que, si unimos ambas características, es decir, espíritu religioso y esterilidad que supera con los niños africanos,  esa mujer, de aspecto poco tranquilizador, habitante con su marido en una impresionante mansión en medio del desierto, es una personalización o un símbolo de la vieja Europa, que vio en África un gigantesco continente en el que propagar la fe cristiana y superar la carencia de recursos naturales de nuestro continente con los del continente vecino.

          Su actitud es muy sombría, pero posee deslumbrante finca en Namibia, lo que pudiera recordar la situación de la aclamada Memorias de África (1985), de Sidney Pollack, basada en la obra de Isak Dinesen, pero no hay nada en el personaje de Under the Hanging Tree que transmita romanticismo, ni el florecimiento de un bello idilio, según acontece en las memorias de la escritora danesa, sino más bien más bien todo lo contrario: la placidez colonial de los europeos se metamorfosea en pesadilla poscolonial para todos. Tampoco podemos olvidar que el asesinato de europeos fue habitual durante los procesos de emancipación africana, algo de lo que quizá el mejor ejemplo es la masacre de Bvumba, acaecida el 23 de junio de 1978 durante la guerra civil de Rodesia, actual, Zimbabue, cuando un grupo de guerrilleros nacionalistas negros pertenecientes al Ejército Africano para la Liberación Nacional de Zimbabue atacó una misión cristiana y asesinó a todos los misioneros que eran blancos mientras realizaban labores humanitarias, porque las cosas se pusieron así: incluso realizando labores humanitarias, se consideró que los blancos eran enemigos de los negros tras más de cuatro décadas de apartheid en Rodesia.

 

         Por otro lado, en cuanto a las cuestiones técnicas del largometraje de Katjavivi, observamos un tratamiento fílmico muy creativo que podríamos considerar experimental, entre otras cosas porque su película no es realmente un relato policial, puesto que no se muestra en pantalla el desarrollo de la investigación en sí, sino algunos esbozos. Además, las escenas no se suceden de manera natural, ni una es consecuencia de la anterior, sino que más bien se muestran de manera ilógica, no desordenada, pero tampoco siguiendo el proceso de la búsqueda del asesino, a todo lo cual contribuyen unos planos que rompen la dinámica habitual de las películas.

          Las imágenes hablan por sí mismas, dado que los silencios son abundantes. Los encuadres no son los encuadres normales, sino que muchas veces se nos muestra la escena en planos inclinados o en tomas panorámicas del desierto del Kalahari donde los personajes son como hormiguitas en la distancia. Además, la banda sonora, a cargo de Mpumelelo Mcata y João Orecchia, se recrea en lo más contemporáneo de la música clásica con dos aspectos que le son característicos: la desintegración de la melodía y el tono desasosegante, angustioso incluso.

          De manera que hay una voluntad expresa de conseguir un proyecto artístico, experimental, según hemos mencionado más arriba, como también lo hay en otra de las películas que ha pasado este año por el FCAT: Indivision (2023), de la directora marroquí Leïla Kilani, también guionista, premio a la Mejor dirección en este certamen, que reinterpreta La mil y una noches trasladada a los tiempos actuales, mediante una narración absolutamente innovadora, por no decir revolucionaria; todo lo cual demuestra que el cine africano ha alcanzado su mayoría de edad (de hecho, la ha alcanzado hace tiempo), algo que es injustamente desconocido para la inmensa mayoría de espectadores en el mundo. Pincha aquí para traíler de Indivision

Ese sería el telón de fondo de Under the Hanging Tree, es decir, un crimen ritual en la Namibia poscolonial y una, digamos, investigación policial.


Pero hay más, puesto que en un momento dado sabemos que el alemán ahorcado es biznieto de Eugen Fisher, el científico nazi, profesor de medicina, antropología y eugenesia, quien durante la Segunda Guerra Mundial fue el responsable de estudiar la «higiene racial» para enviar a los judíos a exterminar. Un monstruo que consideraba «racialmente defectuosos» a los bastardos y a los enfermos mentales, lo cual expande nuestro análisis hasta el conflicto más atroz que ha conocido la humanidad (hasta que estalle la Tercera Guerra Mundial, algo que cada vez parece más próximo en nuestros días), cuyas consecuencias estamos padeciendo todavía, pues tras el holocausto judío se impuso el Estado de Israel en Palestina, comenzando así uno de los focos más potentes de desestabilización contemporánea, cuya última, hasta ahora, ramificación está teniendo lugar en Gaza en estos momentos.


Resulta pavorosamente casual que el nombre de Fisher fuera Eugen, que es un apelativo de origen griego que significa ‘bien nacido’ o quizá, forzando un poco la semántica, ‘buena genética’, dentro del cual, es obvio, no incluía este científico a todos los diferentes.

En lo que a nuestra película se refiere, Fisher recolectó huesos y cráneos para sus estudios, y realizó experimentos médicos con prisioneros de guerra africanos en Namibia durante el genocidio de Herero y Namaqua[1]. No contento con lo anterior, Fischer también esterilizó a mujeres herero.


Finalmente, y si cambiamos el rumbo de nuestras reflexiones, ustedes me van a perdonar un spoiler tan brutal, pero la última frase de esta película es tremendamente elocuente: «¿Y si estuviéramos todos muertos?», pregunta retóricamente Christine, la joven policía, a su ayudante; una cuestión que vincula esta película con la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, donde todos los personajes están muertos y el pasaje desolado que recorre Pedro en Comala es el infierno, algo de lo cual también se trata en Under the Hanging Tree, pues la mujer alemana a la que nos hemos referido más arriba pontifica en un determinado momento: «Un árbol no puede llegar al cielo si sus raíces no tocan el infierno». Y esta obra nos elevamos así a un plano metafísico, donde la clave viene en una de las primeras escenas cuando la policía conduce su coche y escucha por la radio: «Hay tres planos para el entendimiento: tenemos el intelecto, somos criaturas espirituales y vivimos en cuerpos físicos».


Por eso la secuencia de imágenes no es la lógica, ni siquiera aunque aceptáramos una técnica tan fílmica y literaria como los saltos en el tiempo, puesto que no hay tales avances y retrocesos temporales, sino que todo acontece simultáneamente: cada escena tiene valor por sí misma, sin que necesiten un antes ni un después, y todas ellas se hallan en un mismo plano temporal, aunque haya sido necesario hilvanarlas en una determinada secuencia para mostrarlas en este filme. Almas muertas en la eternidad del infierno.

Y es que el árbol, que para Antonio Machado era un símbolo del ser humano, en Under the Hanging Tree se convierte en el símbolo de la vida, la madre de la que todos procedemos y lo que verdaderamente se halla debajo del árbol donde han colgado al alemán biznieto de Fisher somos todos nosotros, homínidos insignificantes que vagamos por el desierto.

El árbol, en general, y el árbol de los ahorcamientos, en particular, simbolizaría nuestro paso por la Tierra.

No, desde luego que no hay espacio para la memoria nostálgica de África en Under the Hanging Tree.

Francisco Javier Rodríguez Barranco








[1] El genocidio de los hereros y nama empezó ya en 1904 y llegó hasta 1907, durante la repartición de África. Se considera que es el primer genocidio del siglo xx.1​ El 12 de enero de 1904 los hereros, comandados por el jefe Samuel Maharero, se rebelan contra el dominio colonial alemán. En agosto el general Lothar von Trotha derrotó a los hereros en la batalla de Waterberg y los persiguió por el desierto de Omaheke, donde la mayoría de los hereros murieron de deshidratación. En octubre los namaquas también se levantaron en armas contra los alemanes y fueron tratados de manera similar. En total entre veinticuatro mil y sesenta y cinco mil hereros (aproximadamente el 50% o 70% del total de la población herero), y diez mil namaquas (50% del total de la población namaqua) perecieron. Tres hechos caracterizaron a este genocidio: la muerte por inanición, el envenenamiento de los pozos utilizados por los hereros y namaquas, y el acorralamiento de los nativos en el desierto de Namibia. Véase en Wikipedia, concretamente en: https://es.wikipedia.org/wiki/Genocidio_herero_y_namaqua


domingo, 2 de junio de 2024

LA NEGRITUD EN EL FESTIVAL DE CINE AFRICANO DE TARIFA-TANGER (FCAT)

 




Tarifa, 29 de mayo  y 1 de junio de 2024

Curiosamente, de los grandes males que padece el mundo actual, uno de los pocos que no repercute en África es el de la negritud, dado que en nuestro continente vecino nadie insulta a nadie llamándole “¡Negro!”; no, al menos, en el Sahel y el África Subsahariana. Una vez superado el apartheid, no dejamos de horrorizarnos de las sangrientas guerras tribales en el continente donde nació Lucy, pero el desprecio hacia los descendientes de África por el color de su piel es más propio de otros continentes, principalmente de Norteamérica, como es de sobra conocido.

          Quizá por ese motivo, el FCAT en su 21 edición, dedicada precisamente a los feminismos, ha incluido un conjunto de cortometrajes, dirigidos y protagonizados por mujeres afroamericanas, todas ellas en blanco y negro, de finales de la década de los setenta o principios de los ochenta, recientemente remasterizadas. Entre ellos:

-        “Four Women” (1975), de Julie Dash, que puede considerarse que pertenece al género experimental y consiste en una performance de una joven danzando sobre la canción homónima, interpretada por Nina Simone. Pincha aquí para corto completo

-        “Fannie’s Film” (1981), un documental de Fronza Woods, que consiste en el monólogo de una mujer afroamericana de más de sesenta años que nos cuenta su vida mientras limpia en un gimnasio donde unos jóvenes blancos realizan ejercicios de estiramiento y flexibilidad con gesto displicente.


-        “Illusions” (1982), una ficción de Julie Dash, probablemente la única película de la Segunda Guerra Mundial en que no aparece ni una sola escena bélica, sino que todo transcurre en un estudio de cine en Hollywood, que pretende producir películas agradables para la tropa en el frente, pero dentro de esos estudios se dan situaciones flagrantes de discriminación racial.

-        “Suzanne, Suzanne” (1982), un documental de Camille Billops y James Hatch, en que una joven con ese nombre narra sus dramas personales y familiares, con el denominador común de un padre violento.

Pincha aquí para tráiler de Negra


Llegamos así a Negra (2020), que ha formado parte de la sección La Tercera Raíz, dentro del FCAT, dedicada a las películas que tocan la diáspora africana en América y es el primer largometraje de la directora mexicana Medhin Tewolde, un proyecto que realmente arrancó cuando tenía siete años y un niño le llamó negra, lo cual marcó un antes y un después en la vida de esta mujer. Aquella experiencia traumática ha desembocado, sin embargo en un magnífico filme que ha cosechado una buena remesa de premios, entre ellos: Premio del Público al Mejor documental en el Festival de Cine Latino de Chicago (EE.UU., 2021); Premio Lola al Mejor largometraje documental en el Festival de Cine Latino de Filadelfia (EE.UU., 2021); Premio al Mejor largometraje documental mexicano en el Festival Internacional de Cine de Monterrey (México, 2020); Mención honorífica del Premio José Rovirosa al Mejor Documental Mexicano del Año (México, 2020).

          Medhin Tewolde rodó en los Estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, articula su película en una serie de entrevistas a mujeres afrodescendientes en México, todas ellas mexicanas, salvo una cubana, todo ello con el objetivo de investigar la presencia de población de origen africano en el país azteca.


Surgen así varias cuestiones, la primera de las cuales es la enorme carga negativa asociada al adjetivo negro, según puede comprobarse en expresiones como  “día negro”, “gato negro”, “panorama negro”, etcétera. Todo un corpus de imágenes muy poco encomiásticas, aunque quizá tengan más que ver con la ausencia de color que significa el negro que con algo propiamente racial. Mucho más despectiva es esta otra: “merienda de negros”, que sí implica una infravolaración de la raza imperante en África.

Observa luego Medhin Tewolde la negación de lo negro en México entre la propia población negra. Se habla de piel oscura, de piel morena, pero no de piel negra, lo que demuestra las connotaciones poco favorecedoras del negro como epidermis. Una de las entrevistadas cuenta un episodio infantil en el que aparecen personajes negros y la niña le pregunta al padre si ella es también negra, lo que provocó una furibunda reacción por parte del progenitor. La joven cubana entrevistada relata que en su país los negros recurren a todo tipo de vericuetos lingüísticos para evitar reconocer el color de su piel. Por ello, se llaman a sí mismos mulatos, jabaos, trigueños, etcétera, es decir, todo un catálogo de eufemismos para transmitir una negritud atenuada, light. Muy significativo es también el caso de otra de las intervnientes, hija de negro e indígena, a quien animaron a considerarse afroindígena, lo que ella rechazó para abrazar su condición de negra.


En cuanto a los estereotipos asociados a la condición de afromexicana, disponemos de la valiosa aportación de Marisol Alcocer Perulero, Doctora de Investigación en Ciencias Sociales, por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en México, quien en su artículo “Población afrodescendiente en Guerrero: entre la representación y la apropiación de estereotipos raciales y sexuales”, publicado por Cultura y representaciones sociales, afirma, entre otras cosas, que las comunidades con mayor población afrodescendiente son Cuajinicuilapa, cabecera municipal, San Nicolás y El Pitahayo.


Por otro lado, señala Alcocer que “en determinadas situaciones de relaciones sociales de género algunos hombres afrodescendientes recuperan, reproducen y/ o se reapropian de algunos elementos de dichas construcciones estereotipadas para referirse a las mujeres afrodescendientes” y recuerda la investigadora, que uno de esos estereotipos bastante peyorativos es el que asocia la negritud a la violencia, según constituye la tesis de Gonzalo Aguirre Beltrán, Cuijla en Esbozo etnográfico de un pueblo negro, donde defiende que los cimarrones (negros huidos) vivieron en libertad  “a la creación de un ethos violento y agresivo en su cultura que hizo de sus individuos sujetos temibles. Estos remanentes de nuestra población negro-colonial se encuentran hoy localizados en las costas de ambos océanos”; todo ello en tiempos del virreinato y algo que los españoles fueron incapaces de eliminar. Un estigma secular al que, afortunadamente, se unen otros estereotipos más benévolos, como el rizado del pelo o la facilidad para la música y la danza. No demasiado positivo, pero tampoco visceralmente ofensivo es el que vincula la pereza a los hombres negros, algo que se rechaza en el filme de Medhin Tewolde, pues si han estado pescando toda la noche, es lógico que estén agotados durante el día.


Con todo, en mi opinión, no es una discriminación racial lo que padecen los negros, como sí sucede en USA, donde la lucha por los derechos civiles no ha terminado. Entre las situaciones que muestran la mexicana Negra y la estadounidense I Am Not Your Negro (2017), de Raoul Peck, que también formó parte de la programación del FCAT en su momento, con asesinatos de líderes negros incluidos, entre ellos el de un Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King, jr., hay una diferencia importante, quizá porque ni siquiera los blancos en México, salvo las élites sociales, vulgo chilangos, gozan de una calidad de vida demasiado boyante. Por eso, considero que más que discriminación social, lo que se da en el país de los mayas es un desprecio social, una cierta actitud supremacista, que tampoco es demasiado ennoblecedora, pero los negros en México no han tenido nunca que ocupar determinados asientos en los autobuses, por no hablar de las mezclas étnicas como el pan nuestro de cada día, en parte para “mejorar” la raza haciendo que las afromexicanas se casen con blancos, como se narra en el documental que nos ocupa.

También debemos alegrarnos, y mucho, de que no haga falta poner en México el cartel BLACK LIVES MATTER.

Pero quiero cerrar mi análisis indicando que en un filme que rebosa ternura, Medhin Tewolde aboga por la aceptación y la afirmación de la condición de negros. Ojalá que los hijos de los afromexicanos actuales vivan en un país donde ninguno de ellos sea denostado a los siete años por el color de su piel.

Francisco Javier Rodríguez Barranco





[1] Véanse las citas de Alcocer y Aguirre en:

https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2007-81102019000200011#:~: Consultado el 29 de mayo.


LA SOLEDAD EN EL CINE AFRICANO: DOS EJEMPLOS


 

Pulsa aquí para clip de Bazigaga

Tarifa, 30 de mayo y 1 de junio de 2024

 

«Bazigaga» (2022) ha sido el cortometraje ganador en la sección En breve del 21 Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT). Se trata de una obra de ficción y una ambiciosa coproducción entre Francia, Reino Unido y Bélgica, dirigido por la escritora, actriz y directora ruandesa-británica Jo Ingabire Moys, un filme que fue nominado al BAFTA, además de una exitosa carrera entre nominado y ganador en festivales de los cinco continentes[1].

         


La acción se ambienta en la selva ruandesa en 1994 y se inspira en una mujer real, considerada bruja, que salvó la vida de más de doscientos tutsis durante aquel espantoso genocidio y todo ello gracias al temor supersticioso que inspiran quienes se cree que pueden interactuar con los espíritus, algo que sirve de argumento a la película I Am Not a Witch (2017), de la directora de Zambia Rungano Nyonide, donde lo grotesco y lo trágico se reclaman mutuamente en una historia inspirada en casos reales en lo que se consideran brujas a las jóvenes a quienes se observa alguna rareza, lo cual desemboca en una situación de internamiento y escarnio, algo que desarrollé en un capítulo dentro del ensayo Personajes femeninos en el cine africano contemporáneo[2].

          En cuanto a «Bazigaga», podemos considerar que la trama se inscribe dentro de un eje de coordenadas, cuyos eje de ordenadas sería el odio de los hutus hacia los tutsis, es decir, el odio a ras de tierra y, por tanto, horizontal; mientras que las abscisas estarían definidas por el odio de las prácticas monoteístas cristinas hacia las tradiciones seculares africanas, es decir, un odio que se eleva sobre la condición terrena y, por tanto, vertical.

          Observamos, en efecto, que el episodio narrado en este corto consiste en la implacable persecución de las milicias hutus contra un pastor protestante y su hija, quienes se refugian en la cabaña de una bruja, lo que provoca una situación extraña, que puede resumirse en un pequeño detalle: la tensión acumulada provoca una cefalea al pastor y por eso le pide una aspirina a la supuesta bruja, quien le responde que en su casa no entra veneno. Comprobamos así el choque cultural entre los hábitos introducidos por los blancos y la cultura ancestral africana. Tras ello, la mujer aplica al religiosa lo que piensa que le sanará y así es, pues el pastor duerme plácidamente esa noche y al día siguiente ha desaparecido su dolor de cabeza.

 

         Pero, además de esas posiciones ideológicas enfrentadas, quiero llamar la atención sobre algo que pertenece al común de los mortales, perfectamente definido por Fernando Aínsa en su obra Necesidad de la utopía, y que consiste en el soñar despierto, un impulso que mueve a las sociedades, según afirma el filósofo uruguayo: «Se trata del acto del “soñar diurno” acompañado del coraje necesario para tratar que “los castillos en el aire de hoy puedan ser los palacios de mañana”, como propone el autor de El principio de esperanza[3]». Cita Aínsa también a Tillich, quien no puede plantear la cuestión con mayor claridad: «ser hombre significa tener una utopía»[4]. A sensu contrario, una persona sin utopía es apenas un muñoncito de persona.

        Sin embargo, la utopía, una vez lograda, requiere aislamiento para que no se contamine, lo que se logra protegiéndola con barreras infranqueables, según se practica en las urbanizaciones más lujosas en todo el mundo para salvaguardar sus arcadias burguesas, según vemos, por ejemplo, a la película mexicana-española-argentina La zona (2007), de Rodrigo Plá;  o bien situándola en lugares de difícil acceso, como lo más intrincado de la jungla, según narra Alejo Carpentier en Los pasos perdidos; o poco recomendables debido a sus condiciones insalubres, que es la principal característica de la isla en que transcurre la acción de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. El caso es mantener su pureza intacta, pues la utopía es demasiado sensible a la presencia de cuerpos extraños.

          Y sin duda que las islas son las regiones utópicas por excelencia, al menos desde que Platón intuyó su Atlántida, pero acabamos de comentar que también son válidos los lugares a donde llega nadie, por un motivo u otro, según le sucede a la mujer protagonista de «Bazigaga”, quien vive sola en una cabaña perdida en la selva, adonde no se acerca ningún ser humano por temor a la magia negra de esa mujer y, por ello, el miedo a los supuestos poderes de la presunta bruja se configura como argumento eficaz para que la, digamos, bruja mantenga para sí la minúscula parcela del paraíso en que vive.

          Una situación edénica que se corrompe, sin embargo, por la llegada de la guerra hasta la puerta de su cabaña en forma de milicianos, precedidos por la angustia vital del pastor protestante.

Pulsa aquí para tráiler de Omi Nobu

      Pasamos así a otro filme directamente relacionado con la soledad, como es el documental caboverdiano Omi Nobu (2022), segundo trabajo del realizador Carlos Yuri Ceuninck, una cinta galardonada al Mejor documental en el Festival Panafricano de Cine y Televisión de Uagadugú (FESPACO), así como Mención de Honor al Mejor documental de mediometraje en el Festival Internacional de Documentales Hot Docs de Canadá. Una obra, en todo caso, que se sitúa a caballo entre el mediometraje y el largometraje, pues dura poco más de una hora.


El título es una expresión en kriolu, variante del portugués hablada en Cabo Verde, que significa ‘hombre nuevo’ y el documental narra las vivencias mínimas en total aislamiento durante casi cuarenta años de Regino Quirino en la minúscula aldea de Ribeira Funda, dentro de la isla de São Nicolau en dicho archipiélago caboverdiano.

Las ruinas de las casas que se ven en pantalla están construidas con piedra volcánica y el éxodo se produjo durante la década de los ochenta cuando una piedra cayó de la montaña, también volcánica, aplastó una de esas viviendas y mató a un joven. Tras esa tragedia, el resto de los habitantes de Ribeira Funda decidieron emigrar a un lugar más seguro, salvo Regino Quirino, que permaneció obstinadamente, dedicado a lo que había sido su modo tradicional de vida: pescando en el océano de ocho de la mañana a las tres de la tarde y en su humilde vivienda hasta que se pone el sol, confiando tan solo en sus manos para remar y pescar y las piernas para desplazarse, sin más compañía que la de Dios, según él mismo manifiesta, aunque también dispone de una radio, gracias a la cual escucha a Cesárea Évora o recibe noticias del exterior, como la aparición del primer caso de COVID en Cabo Verde en la persona de un turista inglés.

La voz narradora es la del mismo Regino o la de su hermana, pues la película termina pocos meses después del fallecimiento de Quirino, que es enterrado entre música y cantos, de manera similar a los funerales sincréticos de los afroamericanos en Nueva Orleáns.



Antes de ello, acompañamos a Regino durante algunos momentos de su ascética vida, completamente solo en una isla que, una vez más se configura como el espacio idóneo para la utopía, motivo por el cual en una isla situó Tomás Moro la acción de su novela y Campanella la de La ciudad del Sol; a Sancho le mueve la consecución de una ínsula, Barataria; en una isla, Sicilia, fracasó dos veces el quimérico sistema político ideado por Platón; y a una pequeña isla, por no prolongar excesivamente los ejemplos, arribó inicialmente Colón en su descerebrado viaje siempre en busca del sol poniente.

La isla permite regiones idílicas para el establecimiento de una determinada comunidad, pero en una isla también se puede lograr una utopía personal, como es el caso real de Regino, y una casa aislada acoge la utopía de Bizagaga en el cortometraje homónimo recién comentado.


El documental de Ceuninck alcanza así momentos de gran lirismo en la vida de Regino, aunque no muestre más que situaciones tan aparentemente irrelevantes como cambiar las pilas de la radio o preparar la comida en una cocina arcaica. Además, Omi Nobu habilita toda una reflexión acerca de la verdadera esencia de la vida a la que Regino considera un regalo, algo que existe mientras no nos devore la amnesia, pero sobre todo este hombre nuevo sostiene en varias ocasiones que la vida es un sueño, lo cual necesariamente recuerda la obra de Calderón de la Barca, donde otro grandísimo solitario, en este caso a su pesar, Segismundo, monologa en términos similares, como una inyección de metafísica en vena: «porque toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son».

A modo de resumen, una guerra desbarata la pequeña utopía de la supuesta bruja en «Bizgaga» y esa compañera fiel llamada muerte, con la decrepitud previa que implica, descompone la soledad idílica de Regino cuando comprende que sus piernas ya no dan más de sí y decide mudarse donde su hermana, lo cual se muestra en pantalla mediante una escena de gran carga melancólica.

Y es que, seamos sinceros, la soledad es un bien demasiado precioso para compartirla con nadie.

Francisco Javier Rodríguez Barranco



[1] Véase la relación completa en:

https://www.imdb.com/title/tt16247282/awards/?ref_=tt_ql_op_1

[2] Véanse en concreto las páginas 288 a 294 de esa obra (Málaga, Ediciones Azimut, 2021).

 [3] F. Ainsa, Necesidad de la utopía, Montevideo, Comunidad del Sur-Edinor, 1990, p. 32. Se refiere Ainsa a Ernst Bloch en su obra El principio de esperanza, París, Gallimard, 1983.

  [4] Véase en Necesidad de la utopía, op. cit., p. 65.


sábado, 1 de junio de 2024

UNA HISTORIA MALGACHE EN 'DISCO AFRIKA'

 


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 Tarifa, 1 de junio de 2024


Disco Afrika
(2023), de Luck Razanajaona, es un largometraje de ficción que ha participado en el Festival Internacional de Seattle y en la Berlinale, dentro de la sección Generation 14plus, y lleva como subtítulo Una historia malgache, lo cual muy bien puede extrapolarse al resto del continente, pues las cuestiones sociales y políticas que en él se muestran, por desgracia, son las habituales en los países africanos, colonizados con saña, pésimamente descolonizados.

          Como primer apunte quiero señalar que su protagonista, el joven Delanoël Parista Sambo o, simplemente Parista Sambo, ha obtenido el premio al Mejor actor en la 21 edición del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT), además del V Premio ACERCA concedido por la Dirección de Relaciones Culturales y Científicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) en el mismo certamen, lo que no está nada mal, habida cuenta de que en Madagascar no hay ni escuelas de cine ni siquiera de interpretación. De hecho, se trata del primer filme de Parista, que no es actor profesional, así como tampoco lo son el resto de actores y actrices del elenco.

          Como valoración global, debemos señalar que esta película no goza de una estructura fílmica compleja, la trama es bastante simple y podemos indicar también que el número de extras cuando la acción así lo requiere, como, por ejemplo, en las revueltas callejeras que se ven en pantalla es reducido. Todo lo cual no perjudica a la eficacia para mostrar las lacras que esta cinta de Razanajaona quiere denunciar.

          Llama también la atención que, así como el subtítulo, Una historia malgache, es completamente adecuado, el título puede resultar algo engañoso, pues no se trata de una película musical: escuchamos abundantes temas durante la proyección y la banda sonora es soberbia, pero esta película apela a la música como un afán de reconstrucción panafricana, algo que tuvo su máximo apogeo durante la década de los setenta, pero que se ha ido extinguiendo poco a poco. Por ello, los temas que oímos son esencialmente piezas de afrobeat, una combinación de diferentes géneros (yoruba, jazz, highlife y funk), creada por el nigeriano Fela Kuti que triunfó precisamente en esa década de los setenta, siendo así que Fela se caracterizó por su compromiso social y político denunciando la corrupción y las dictaduras militares que relevaron a las potencias europeas durante ese penoso proceso de descolonización a que hemos aludido más arriba.

          La música como un arma cargada de esperanza, parafraseando el famoso verso de Rafael Alberti: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Por ello, Disco Afrika es el título del LP que sacó el padre del protagonista de la película, un activista por la libertad en Madagascar ejecutado en muy extrañas circunstancias, aunque fácilmente, por desgracia, imaginables antes de que se inicie la acción de la política, y fue asesinado por una delación en el club donde tocaba, denominado precisamente Afrika, por lo que la voluntad de hacer extensible a todo el continente las atrocidades que denuncia Razanajaona en su filme parece bastante evidente.

  

        De hecho, según se explicita en la cinta, el personaje interpretado por Parista, el protagonista, se llama Kwame, en honor a Kwame Nkrumah, uno de los líderes políticos de la independencia de Ghana, político y filósofo de la integración panafricanista. Fue el primer presidente de ese país, conocido como Costa de Oro durante la dominación británica, hasta su derrocamiento por un golpe militar el 24 de febrero de 1966. Ni que decir tiene que le fueron dedicados numerosos álbumes de música, como, por ejemplo, el de Ekowmania, denominado precisamente Kwame Nkrumah.

          La música, pues, como columna vertebral de la construcción del continente africano y de la recuperación de su identidad cultural.

 


         Podemos mencionar ahora algunas de las injusticias sociales y políticas que denuncia Razanajaona en la cinta que nos ocupa, como son: los dudosos procesos electorales que se resuelven a tiros; la corrupción a todos los niveles; el ínfimo salario de los trabajadores; el contrabando del palisandro, que es un árbol de muy apreciada madera característico de Madagascar; el imperio de bandas mafiosas, que, al igual que la saga de El padrino, de Coppola blanquean su imagen con obras sociales y el visto bueno de la iglesia; la adquisición de la tierra por capitales extranjeros y la consiguiente expulsión de los habitantes autóctonos, algo así como la gentrificación de los barrios humildes en los países desarrollados, pero con destierro jurídico de los pobladores; la prostitución; el tráfico de seres humanos; las condiciones de vida muy por debajo del umbral de la miseria y que se concentra en la fragilidad de la red eléctrica, etcétera. Todo lo cual acontece en la ciudad portuaria malgache de Toamsaina, pero son cuestiones que afectan al resto de África, cuya unidad continental parece haberse estancado en unas idénticas circunstancias inhumanas.

          Sin embargo, he dejado para el final de mi análisis la escena con que arranca la película, consistente en la búsqueda de zafiros, de modo similar al de los buscadores de oro en la California de la segunda mitad del siglo XIX. Pues bien, se considera que el principal país del mundo en cuanto a la existencia de zafiros es Madagascar, concretamente en la zona Ilakaka, donde se descubrió por casualidad tan preciada gema a finales de 1998 en un campo de arroz, donde se realizaban trabajos para conseguir más agua. Es obvio que eso atrajo un aluvión humando de malgaches, si bien la realidad indica que la mayor parte de la venta la controlan hoy negociantes de Tailandia y Sri Lanka[1], todo ello en una cadena cuyo primer escalón son los compradores armados, que aparecen con linternas para asesinar con nocturnidad a los buscadores que descubren y es lo que le sucede a Rivo, amigo de Kwame.

De manera que el gran estigma de Nigeria es el petróleo del golfo de Guinea; el gran estigma del Congo y países de la región de los Grandes Lagos es el Coltán; es la riqueza de fosfatos lo que no permite la verdadera independencia del Sáhara Occidental; y son los diamantes de Sudáfrica quienes no permiten que este país se desarrolle con normalidad, por citar solo los ejemplos más conocidos. En definitiva, es la riqueza de recursos naturales la causante de la miseria africana.

A pesar de los pesares, no voy a desvelar el final de Disco Afrika, pero sí quiero señalar que esta película no se abandona al pesimismo, sino que se cierra con una imagen de esperanza, a la par que anima a las revueltas populares.

Francisco Javier Rodríguez Barranco



[1] Véase con más detalle en:

https://www.elmundo.es/viajes/africa/2020/08/13/5e42cd4521efa049088b458d.html