domingo, 17 de enero de 2021

LAS GUERRAS DE OTROS EN 'LA HIGUERA'

 


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                Definitivamente, pocas cosas se me ocurren más desastrosas para una sociedad como una guerra civil, sobre todo si se desarrolla durante un período tan largo como los diecisiete años que van desde el derrocamiento de Haile Selassie en 1974 y el final del régimen comunista de Mengistu en 1991, poniendo fin a la República Democrática Popular de Etiopía. La verdad es que uno se pregunta cómo es posible que un país como Etiopía con una hambruna en la región de Tigray, pero sobre todo en la de Wolo, cuando se calcula que murieron por este motivo entre 40.000 y 80.000 personas de 1972 a 1974, pueda soportar una guerra civil durante casi dos décadas. Deben ser cosas de la macroeconomía que se nos escapan a los profanos.  

                 Durante esa guerra civil, habida cuenta de los vínculos milenarios entre Israel y la antigua Abisinia, se desarrollaron varias operaciones militares para facilitar la emigración de judíos etíopes a la Tierra Prometida. En la mayor de ellas, conocida como Operación Salomón, una de las personas evacuadas fue Aalam-Warqe Davidian, directora de La higuera (2018), que fue la película ganadora del Festival de cine africano de Tarifa-Tánger en su edición de 2019.




            Aunque se basa en hechos vividos en primera persona por la directora y también guionista, no se trata de un filme autobiofgráfico en sentido estricto, pero sus recuerdos de aquella circunstancia extrema estuvieron muy presentes. De hecho, lo que vemos en este largometraje no es una operación militar de salida de Etiopía, sino una mafia que se lucra con la necesidad de refugio en otro país de los emigrantes.

                Y lo que viene a relatar este filme es esa situación en que los jóvenes varones de más de quince años eran alistados contra su voluntad para las Fuerzas Armadas, lo que viene a ser un secuestro contra toda regla.               


     La protagonista es la joven Mina, de quien en la sinopsis oficial se dice que tiene dieciséis años, pero su presencia en la pantalla es más propia de una preadolescente de once o doce años, como mucho. La obsesión de Mina es evitar que su chico, Eli, otro adolescente, este sí con aspecto de adolescente, sea reclutado a la fuerza para el ejército: la única opción es huir a Israel. Pero es Mina quien ocupa casi todo el tiempo en la película y no recuerdo ni una sola escena en la que no participe.

                Es Mina quien nos interesa y es a quien vamos a seguir en los siguientes párrafos, de la misma manera que hace la cámara, constantemente interesada en los movimientos de esta niña.

                Para ello vamos a utilizar algunos conceptos cinematográficos básicos, que nos ayudarán a mejor comprender esta película y por qué se trata de una cinta que ha cosechado tantos premios.

MOVIMIENTO: Básicamente es esto lo que diferencia una película de una fotografía. De ahí que el modo en que cada realizador/-a presenta ese movimiento sea esencial. Hemos de comenzar en La higuera por las escenas iniciales en que vemos a Mina cortando leña y cargando luego con ella atravesada a la espalda, como si fueran las alas de un ángel, pero que, por desgracia, es una imagen muy habitual entre las niñas etíopes.                    

               En lo que a nuestros fines interesa, Mina, camina desde el bosque donde ha juntado la leña hasta su casa en un paseo acompañada por la cámara y sin haber abierto ella todavía la boca, la directora coloca al espectador en situación: la madre de Mina está ya en Israel, la abuela quiere huir con ella, una emigración a la que quieren unirse la madre de Eli y, obviamente, el joven.

Podríamos profundizar nuestro análisis al comprobar que Mina es como la cámara que recogiendo cada una de las situaciones. Es un personaje que observa y transmite sus observaciones al público, convirtiéndose ella en un espectador más, una experiencia por la que probablemente pasó Aalam-Warqe Davidian, pues tenía unos diez años cuando se refugió en Israel: no es hasta el último cuarto de hora de esta producción, más o menos, cuando Mina toma decididamente las riendas de la situación. O intenta tomarlas. Pero en dos ocasiones durante el primer cuarto de hora, más o menos, preguntan a la preadolescente si se le ha comido la lengua el gato (literalmente de los subtítulos). Además, cuando le llama su madre, por ejemplo, desde Israel, sus respuestas son agónicas y le falta tiempo para colgar discretamente el auricular.

Otro movimiento interesante es el de un militar que ha perdido las piernas y se aleja caminando con los brazos, utilizando dos piezas de madera una en cada mano. Sentados nosotros en nuestra butaca y escondida Mina de pie en la película vemos como este personaje se aleja hasta que cae exhausto y la vida en las calles del poblado continúa como si tal cosa.

El último movimiento que quiero mencionar viene con spoiler, por lo que ruego a los lectores más pudorosos que se salten este párrafo. Es la escena final, tiene lugar por la noche y vemos a los camiones militares que se alejan llevando a Eli esposado.

PRESENTACIÓN DE LOS PERSONAJES: Ya hemos mencionado cómo aparece Mina en la primerísima escena, pero considero muy creativa la manera en que aparece Eli. Tras soltar Mina el pesado fardo de leña, se sube a la higuera que da título al filme (durante la película sabremos que “Higuera” es también el nombre de la casa donde vive Mina con su abuela y su hermano). 



         Desde ahí, Mina y los espectadores vemos alguien con una camiseta roja cogiendo agua en el río y poco después, cotejamos que esa camiseta roja pertenece a un chico que se acerca subrepticiamente a Mina, esta echa a correr, el chico la persigue, la da alcance y la tira al suelo en la posición característica de las violaciones. Acto seguido, los dos jóvenes descansan y ríen: no ha sido más que un juego, pero me parece una opción muy original de introducir al personaje masculino.


ENCUADRE: La cámara, como bien podemos imaginar, se concentra en Mina en todo tipo de planos, pero me gustaría comentar una opción en otros planos, que son colectivos y donde varios personajes se quedan estáticos mirando algo que no ve el espectador. Están atentos a lo que sucede en esa zona oculta al público, pero el efecto es el de estar mirando directamente a la cámara y, por ende, al público en un planteamiento que subvierte el visionado habitual de las cintas: llámenme previsible, pero uno está acostumbrado a ir al cine a mirar y no a ser mirado.

Otro encuadre interesante es el de dos actores, Mina y el militar sin piernas, que ocupan toda la pantalla en un momento dado, pero no se miran, sino que se apoyan espalda contra espalda: no tardamos en comprender que de otro modo el soldado mutilado se caería. Pero esa situación me permite otra reflexión y es la de que en la película que comentamos a continuación, es decir, Alma mater, no se ven escenas bélicas, porque está concebida para mostrar la guerra por dentro, pero sí se ve alguna acción armada, algo de lo que carece La higuera, donde, al igual que en los cuadros de Goya, los estragos de la guerra se muestran mediante las amputaciones y desgarros en las personas. 

Fiel a esa idea, Aalam-Warqe Davidian no hace un filme tipo Apocalypse Now sino que los destrucción aparejada a esa curiosa costumbre del ser humano de matarse los unos a los otros se muestra mediante dicho militar sin piernas o Retta, el hermano de Mina, a quien le falta un brazo, pero también aquí, se aprecia otra rasgo del estilo cinematográfico de la directora, pues organiza las escenas y la posición de cada personaje de manera que vemos muchas veces a Retta en la pantalla, pero es muy difícil detectar que le falta un brazo. Digamos que nos acostumbramos a este personaje hasta que hacia la segunda mitad de la cinta, Mina se ofrece a darle un masaje en el brazo y ahí sí ya vemos el muñón.

                Por fin, otro encuadre singular es cuando Mina le pide a Eli que hagan “la cosa” (literalmente de los subtítulos). La idea es que, como ya sabemos, tras una penetración, forzada o involuntaria, en Etiopía deviene el matrimonio y lo que busca Mina es utilizar esa mentalidad paleolítica para forzar una boda con Eli y que pueda huir con ella a Israel. Pues bien, la imagen es horizontal (a día de hoy las pantallas de los cines son horizontales, aunque todo se andará), pero la cámara gira noventa grados para que la chica, que está tendida en el suelo, se vea en vertical, totalmente a la izquierda del plano. Eso permite que la atención del espectador se concentre en la expresión de la joven: no vemos cómo se desnuda, de hecho, tan solo intuimos por un ligero movimiento de hombros que se quita las bragas, pero ella sigue con su ropa en el cuerpo, porque eso es lo que le interesa a la directora: captar las sutilezas gestuales de Mina.




ESCENARIO: La acción transcurre en muy diferentes contextos (diferentes viviendas, la escuela en diversas aulas, las calles, etcétera), pero hay uno por encima de todos: sí, efectivamente, la higuera, que se configura como el espacio para los juegos de los dos chicos, un lugar a salvo de toda persecución, y una esquinita del cielo, que no del infierno, según opina Eli en una ocasión. En cualquiera de los otros lugares siempre hay margen para el sufrimiento. La higuera, en cambio, es una plasmación de la felicidad.


ACTORES: Betalehem Asmamawe, cuya experiencia previa ante las cámaras era nula, interpreta a Mina, pero lo mismo puede decirse del resto del elenco (Mareta Getachew, Weyenshiet Belachew, Mitiku Haylu, Yohannes Musa o Rodas Gizaw), que tampoco son actores profesionales en algo que no es inusual en los largometrajes con alto contenido social y que permite una conexión sin solución de continuidad entre la realidad y la ficción.

Fco. Javier Rodríguez Barranco


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