El tráfico humano es el tema de Joy (2018), de la directora
austríaco-iraní Sudabeh Mortezai, que ofrece el lado de acá, o sea, el país de
destino de ese movimiento aberrante de personas. Nos hallamos, por lo tanto,
con una película austriaca de tema africano cuya acción transcurre en esa parte
de Viena que los turistas nunca visitamos. Y es curioso porque en mi
experiencia personal he visto esta cinta por la tarde del día 1 de enero de
2021, siendo así que por la mañana había escuchado/visto por televisión el
Concierto de Año Nuevo retransmitido, como siempre, con todo el esplendor imperial de una Austria que un día soñó con vivir
junto al mar en la península de Istria. Así, pues, las siglas ORF (Österreichischer
Rundfunk, en español Radiodifusión Austriaca) aparecieron ante mis ojos en dos
vertientes bien diferentes: en la misma ciudad en que Riccardo Muti deseaba un
feliz año a la humanidad y hablaba de la fraternidad a través de la música,
muchas mujeres arrastran unas vidas miserables en condicione indignas.
Esa
sería la presión animista, complementada con la económica, pues estas mujeres
que viajan a Europa, teóricamente para trabajar como limpiadoras, han contraído
una deuda brutal con los traficantes de carne humana, lo que significa la otra
vertiente de la tensión que sufren y se aplica ya en Europa, en este caso
Viena. También se menciona una vez Salzburgo en Joy, una localidad que normalmente se evoca bajo los acordes de la
exquisitez musical, todo lo cual evidencia la voluntad de la directora de sacarnos
de nuestra zona de confort estético con zarpazos de realidad.
De
manera que se trata de una doble soga alrededor del cuello de estas mujeres,
que ni siquiera trabajan para ganarse la vida, sino para pagar sus deudas y
enviar dinero a Nigeria.
Así
las cosas, comprobamos que la textura del largometraje de Sudabeh Mortezai
recuerda mucho el de Lizzie Borden, directora de un magnífico ejemplo de cine
independiente estadounidense titulado Chicas de Nueva York (1986), que obtuvo el Premio Especial del Jurado en Sundance,
pues ninguna de las dos construye un argumento con su planteamiento, su nudo y
su desenlace, como marcan los cánones: no se trata de definir una trama con el
trasfondo de la prostitución en la gran ciudad, sino que ambas películas, Joy y Chicas de Nueva York, se concentran en mostrar cómo es la vida de
estas personas. Ambas gozan por lo tanto de un gran tejido documental: de hecho,
la sinopsis oficial de Chicas de Nueva
York se reduce a una línea sin demasiada complejidad sintáctica: “Un día en
la vida de varias prostitutas en un burdel de lujo de Manhattan”: creo que es
la primera vez que leo un resumen película que no usa ningún verbo.
Ambas películas definen universos
distópicos, algo bastante acusado en la filmografía de la directora
norteamericana, llamada originalmente Linda Elizabeth Borden y que a la edad de
once años decidió adoptar el nombre de la asesina de Massachusetts Lizzie
Borden, quien en la década de 1890 fue acusada de matar a hachazos a la mitad
de su familia. Sin embargo, Chicas de
Nueva York se sitúa en un lugar determinado durante un día en concreto,
mientras que en la película de Mortezai los contextos espacial y temporal son mucho
más amplios, todo ello para mostrarnos diferentes secuencias de la vida de
estas mujeres nigerianas condenadas a ejercer la prostitución en Europa.
Hay otra cosa llamativa y es que teniendo
en cuenta que la película describe el submundo de la prostitución, no hay ni
una sola escena ni de sexo ni de violencia: no vemos la violación a Precious,
pero sabemos que está ocurriendo, y no vemos la agresión a Joy, pero sabemos
que ha sucedido: la cámara salta del momento previo al ataque al momento
posterior. De hecho, la calificación moral de esta película en Netfix es para
mayores de doce años.
Y quiero señalar por último un
detalle que no me parece menor, pues la directora elige para su película
actrices sin experiencia escénica, un procedimiento del que tenemos grandes
ejemplos en el neorrealismo italiano, como es el caso de Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio de Sica, o en la
filmografía del colombiano Víctor Gaviria en películas como La vendedora de rosas (1998) o La mujer del animal (2016), entre otras.
Además, en Joy, sin duda para eliminar
la barrera convencional entre realidad y ficción, el personaje Joy se llama Joy
Alphonsus al otro lado de la pantalla y Precious, Mariam Precious Sanusi. Por
cierto, que Joy Alphonsus obtuvo el Premio a la Mejor actriz en el Festival de
Sevilla.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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