Sin embargo, no es un ejercicio de
psicoanálisis lo que se muestra en el filme de Labbé, sino socioanálisis
(¡chúpate esa herr Sigmund!), donde
el papel principal corresponde a Selma, interpretada por Golshifteh Farahani,
quien protagoniza, entre una amplia filmografía a pesar de sus escasos años, Paterson (2016), de Jim Jarmusch, lo que
da una idea de la gran variedad de registros de esta actriz.
Y entre la galería de personajes
que pasan por su improvisado gabinete, destacamos los siguientes, entre los
masculinos:
Mourad, el tío de Selma, que bebe
alcohol a escondidas porque lo necesita para superar el miedo que todavía le
queda de la primavera árabe.
El imam depresivo que vive en la casa
vecina, tiene aspecto de Woody Allen y no logra superar el duelo por el abandono
de su mujer, ni la intransigencia de los salafistas que le afean lo blando que
ha sido con su mujer, que no se deje barba, ni tenga zabiba, es decir la mancha oscura en la frente por golpear la
cabeza contra el suelo en las oraciones, algo para lo que se precisan décadas,
pero ya hay jóvenes en Egipto que la tienen. Por eso se hace una herida en la
frente e intenta ensuciarla con ajo. Finalmente, es cesado como imam y
sustituido por Fethi, el carnicero del pueblo.
Raouf, una mujer encerrada en el
cuerpo de un hombre que aspira a recuperar su identidad femenina.
Naim, el policía interpretado por Majd Mastoura, que protagonizó Hedi (2016), de Mohamed Ben Attia, y que si nos atuviéramos al patrón convencional de chico-chica como binomio protagónico, sería el coprotagonista de Un diván en Túnez, pues hay aquí un conato de relación afectiva, pero realmente la presencia de Naim no es tan importante en el largometraje de Labbé: se limita a transmitir un cierto aire de disconformidad con su vida y una determinada, no excesiva, curiosidad por el mundo de renovación que Selma personifica.
Otro personaje femenino interesante
es Baya, la dueña del salón de belleza, a quien aparentemente todo le va bien,
pero no ha superado los traumas con su madre y los somatiza en náuseas.
De todos ellos inferimos que esta
película no desarrolla un régimen falócrata, ni se interpretan los sueños.
Tampoco se debate sobre las faenas mutuas entre Eros y Tánatos: si es que,
seamos realistas, más allá de Sófocles y su Edipo
rey también hay vida. La vida de cada día, que no aspira a ser la mejor
vida de todas las vidas posibles, sino la vida, esa porción de existencia, con
sus luces y sus sombras que a cada nos ha tocado vivir. La vida que vivimos y
la vida que compartimos con otras personas. Una vida a la que tenemos que
agradecer, como declara Violeta Parra en su conocidísima canción que nos haya
dado la risa, pero también el llanto. Mientras vas y vienes, vida tienes,
sostiene un aforismo popular. Pues eso, que a Sigmund le sienta muy bien un fez
en la cabeza.
Pero el tono de Labbé es amable.
La directora no demoniza a nadie, sino que busca más bien un esguince cómico
para resolver las diferentes situaciones con la Selma se topa. Al fin y al
cabo, estuviera o no estuviera Freud de acuerdo, reírse de uno mismo es la mejor
terapia.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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