martes, 19 de septiembre de 2017

EL MUNDO POR SOMBRERO: PRÓLOGO DEL AUTOR


El mundo por sombrero, de Francisco Javier Rodríguez Barranco
Estructurado en dos tomos:
-          Del Gran Bazar al mar de Coral
-          De las antípodas a Salvador de Bahía
Ediciones Azimut
Año de publicación: 2017
880 páginas, en total, con un extenso reportaje fotográfico




                Tal y como descubrirá con facilidad el aguerrido lector cuando llegue al primer punto y aparte de esta esforzada historia, esto no es el Lonely Planet. Y si, dotado de un espíritu aventurero sin par, desbroza la maraña de palabras que se ofrecen a su benevolencia, no necesitará muchos párrafos para comprender que esto tampoco es un diario de viaje. A ver, que yo no digo que esto sea una pachanga. Para nada. No, no, ni mucho menos: esto es un libro muy digno. Es sólo que se ha escrito dentro de unas coordenadas estéticas que quizá necesiten un comentario somero previo.
                Cuatro son los puntos cardinales desde los que cabe abordar la lectura de este viaje alrededor del mundo, todo ello dentro de una premisa básica: he huido con especial cuidado de la descripción de lugares sobradamente conocidos, o que pueden ser conocidos consultando cualquiera de las guías que la industria editorial pone a disposición de los ciudadanos. No sé, me pareció que no tenía sentido decir lo ya dicho. Mas enumeremos sin demora más esos ejes de azimut dentro de los que se ha inscrito la redacción de estas páginas:

                —En primer lugar, todos los comentarios Facebook mediante los que mantuve entretenidos —espero— a mis incondicionales seguidores y que no he tenido el menor pudor en recopilar minuciosamente para integrar el cuerpo de este libro. Estos pasajes, más o menos sucintos y a los que, si se definieran con una sola palabra, cabría categorizar como "desvaríos", vienen introducidos por su propio título y no es raro que acaben con la muletilla "Mis mejores deseos", o algo por el estilo. Quiero con todo, señalar que cuando a mediados de mayo de 2014 me puse a copiar y pegar esos comentarios, una parte significativa de ellos había desaparecido de la red social, ignoro por qué motivo, así que si algún día coincido con Mr. Zuckerberg en un congreso, o aunque no sea nada más que una convención de chanclas de playa o flip flops, ya le interrogaré acerca de tan singular evento.


                —Un segundo bloque de textos lo componen aquéllos que aparecen bajo el epígrafe LIBRO DE NOTAS y que sí se aproximaría bastante a lo que convencionalmente se entiende como un diario de viaje, si bien sería, en todo caso, un diario bastante irregular, muy poco disciplinado en cuanto a las fecha de su gestación, aunque procuré que todos los grandes bloques de lugares por los que pasé quedara reflejado en esas páginas. Si hubiera que buscar una categoría genérica para estas precisiones cronológicas, yo utilizaría el término "reflexiones".

                —Una tercera posibilidad es la de las narraciones que con mayor o menor fortuna se me iban ocurriendo mientras transcurría el viaje, también de manera bastante irregular. Relatos breves e incluso microrrelatos, que fácilmente pueden etiquetarse mediante el lexema "ficciones".
                —Aunque pueda parecer extraño, desvaríos, reflexiones y ficciones comparten un hecho esencial, y es el de su nacimiento al calor del paso por los lugares que iba conociendo, pero me queda aún un cuarto ángulo desde el que han sido observadas estas vicisitudes viajeras. Se llama Mags, a quien conocí en el centro de mi aventura en la India y con quien compartí itinerario en el paso por USA, así como en el recorrido por los Andes centrales, es decir, La Paz, lago Titicaca, Cuzco y Machu Picchu. Es por ello que las páginas dedicadas a estos lugares fueron escritas varios meses después de estar en ellos. Ay, ay, ay, qué momentos, qué momentos en Norteamérica y en Sudamérica. Pero no adelantemos acontecimientos, aunque estemos en un prólogo.


   
            Configura todo ello una especie de tubo caleidoscópico desde el que hilvanar una serie de impresiones personales, que es, en definitiva, de lo que se trata. 
                ¿Que por qué me gusta viajar? Pues vaya pregunta: facilísimo ¡Ojalá todas las preguntas fueran así de fáciles! Me gusta viajar porque en esos momentos me sucede como en los carnavales, sólo que al revés, puesto que en estas fechas la gente se enmascara en lo físico para desenmascararse en lo psicológico, siendo así que cuando uno está fuera, rodeado de gente extraña en un contexto que no es el nuestro habitual, es como si desapareciera súbitamente ese pesado lastre del papel que se supone que tenemos que cumplir constantemente en nuestras coordenadas de referencia. Con otras palabras, cuando estamos de viaje, nos quitamos la máscara psicológica para ser físicamente lo que de verdad nos apetece ser, sin rendir cuentas a nadie y casi que me siento tentado de afirmar que cuando nos vemos a solas con nosotros mismos en otros lugares favorecemos la presencia de ese niño que todos llevamos dentro, pero quizá sea mejor que contenga aquí el espasmo entusiasmado de mis dedos sobre el teclado. Ligero, ligero, muy ligero me siento cuando viajo. Los viajes, además, permiten una perspectiva muy balsámica sobre las inquietudes de la cotidianeidad.


                Pero hay más, porque excepto cuando llevamos nosotros las riendas del vehículo (conduciendo un coche, pilotando un barco, etc.), los viajes me parecen la pasividad más activa que podamos imaginar: en las butacas de los pasajeros, que es donde verdaderamente me apetece estar, los paisajes o las nubes pasan mientras nosotros no estamos quietos: sentados, pero en marcha. Un inmóvil en movimiento, que subvierte el postulado aristotélico del Primer Motor Inmóvil.

          El mundo, y por lo tanto la vida, pasan ante nuestros ojos, mientras la butaca delantera sigue ahí, tal cual, en la misma posición relativa con respecto a nosotros en que estaba cuando ocupamos nuestro asiento, de todo punto ajena a ese inabarcable cúmulo de intuiciones que pasa por nuestra mente y por nuestro espíritu en tales momentos: salvo el cuerpo, toda nuestra persona disfruta en un viaje. Al otro lado de nuestro medio de locomoción, otro mundo, y por lo tanto otra vida, nos espera. Cada día me gusta más el transporte colectivo.

                Lo bueno del caso es que ahí, en ese nuevo mundo, o en esa nueva vida, la creatividad se intensifica. Pongamos el ejemplo de la fotografía, que ya sé que se trata de algo muy obvio, pero es que algo así como el ochenta por ciento de las fotos que hago se toman cuando estoy de viaje. La vida diaria está llena de infinitas posibilidades, sobre todo para el tipo de fotografía que mejor se adapta a mis preferencias, es decir, las escenas callejeras, pero salvo circunstancias muy especiales sólo hago fotos cuando estoy fuera.


             Puede que no sea más que una manía personal, pero estoy contando las cosas según me suceden. Aunque no sólo la fotografía: la creación literaria también se acrecienta en esas circunstancias. Es muy raro que regrese de un viaje sin algún texto nuevo en el disco duro del ordenador portátil. Si bien igual que digo una cosa, admito otra, y es que la gran perdedora de todo esto es la lectura, porque la ansiedad de conocer sitios nuevos, de ver personas diferentes es tan grande, que me cuesta muchísimo trabajo concentrarme cuando estoy fuera, porque no soy un viajero de grandes monumentos: más bien de pequeños rincones y gente, gente, gente, mucha gente diferente. Otras personas vivirán todo esto de otra manera, me refiero a lo de la no lectura en los viajes. Es lógico. Ya me gustaría que me sucediera a mí lo mismo
               
         Cuando estamos fuera, al menos esto sí me ocurre, y nos cruzamos con toda naturalidad con personas completamente diferentes, sobre todo cuando se viaja a lugares lejanos, nos sentimos también como piezas naturales de esa diferencia y esta sensación suele venir acompañada de una gran serenidad. Es lo más parecido a esa búsqueda de la paz interior y la reconciliación universal que ahora están tan de moda dentro de todas estas corrientes de espiritualidad alternativa. Un viaje permite comprender la relatividad de nuestros postulados más arraigados y la mera intuición de la viabilidad de lo extraño puede ser una de las más beatíficas experiencias.

                Viajar es también una manera de irse. Hay un cierto componente de desaparición, de abandono, de ruptura que cada día percibo con mayor claridad, sobre todo cuando los viajes se piensan sin fecha de vuelta, o al menos sin el deseo de volver. Un viaje es el no estar, el diluirse. Un viaje es lo evanescente y lo efímero. La decisión voluntaria de ser otro en otro lugar, porque en el mismo lugar resulta mucho más difícil. Un viaje implica buscar aires menos viciados para respirar, sumergirse en las frías, aunque deliciosas, aguas de la ignorancia y el ser ignorado. Un viaje puede ser un recomenzar, o un lifting psicológico. Un viaje puede venir con el aroma de los amaneceres a las siete de la tarde o con el estigma de los tiempos perdidos. Un viaje, pues, puede ser esencia sin existencia, o al menos sin la existencia conocida.



Francisco Javier Rodríguez Barranco



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