Cuentos marengos, por varios autores
malagueños
Ediciones Azimut
Año de publicación: 2017
336 páginas
Imágenes de portada, contraportada y lomo:
Anais Angulo Delgado
Aquí
cada uno que piense lo que quiera, pero hace varios miles de año la
civilización no se hubiera transportado sobre carros de bueyes, y no es que
tenga nada contra los bueyes, por supuesto.
Por
eso era necesario que los seres humanos del momento se embarcaran, nunca mejor
dicho, en aventuras de resultado incierto en unas naves, cuya tecnología no
estaba del todo mal, habida cuenta, sobre todo, de las posibilidades de la
época.
Desde
el punto de vista mediterráneo y occidental es de justicia que nos sintamos
agradecidos con este mar, pero no fue el único, puesto que las navegaciones de
los chinos por el hoy llamado océano Índico rebasan en un par de milenios las
de los fenicios, que ya es decir. Mucho más impactante me resultó el caso de
las Islas Fiji cuando las visité hace tiempo, dado que ahí aseguran que fueron
pobladas por africanos procedentes de su ribera oriental, que emprendieron ese
periplo por razones que hoy día todavía nos resultan desconocidas. Incluso
veneran con actitud casi religiosa el punto donde se produjo el primer desembarco.
En general, la historia de los Mares del Sur se construye de esa manera:
singladuras arriesgadas de una isla a otra, salvo Australia, cuyo desarrollo es
de otra índole, vinculado al mar, ni que decir tiene, pero de manera diferente.
En el planeta Agua, por tanto, todas las civilizaciones buscaron siempre construirse alrededor de ese elemento, bien en oasis en el desierto, bien en la proximidad de cuencas fluviales, bien directamente en puertos junto al mar, que ha sido evocado por escritores de todas las épocas bajo muy diferentes puntos de vista: desde los miles de barcos que movieron los griegos en pos de Helena de Troya, dando así origen al primer texto conocido de nuestra cultura, hasta el intimismo de las historias de amor de Gara y Jonay en las Islas Canarias o los maorís Hinema y Tutanekai en Aotearoa, actual Nueva Zelanda, pasando por la mitología de Simbad, el Marino, o toda las peripecias de los Mares del Sur. Grandes, grandes Stevenson y Conrad.
Llegamos así a la trimilenaria Málaga, que ha celebrado en 2017 el bicentenario de su emblemática Farola y cuya fundación se debe a las navegaciones en el mar Mediterráneo, donde un grupo de escritores ahí afincados se proponen pues lo que han hecho siempre: respirar el aire salobre de la brisa local, sólo que ahora plasmándolo en un conjunto de relatos y compartiéndolo con los lectores, puesto que, al fin y al cabo, la literatura es un medio de comunicación y para que funcione hace falta un receptor del mensaje.
En cuanto a la intrahistoria de la obra, he de señalar que se trata de un proyecto largamente acariciado por algunos de los autores incluidos en él, pero que, por una razón u otra, la nave no lograba zarpar. En el pasado verano, Ángel Domínguez y este humilde coordinador, sentados ante la puerta del infierno —infierno en las temperaturas, quiero decir—, como si de Dante y Virgilio se tratara —con la natural modestia que nos caracteriza, por supuesto— decidimos soltar amarras e intentarlo de nuevo, sólo que, en vez de la barca de Caronte, preferimos la fragilidad de una jabega mediterránea.
Derrochábamos entusiasmo, cada uno por su lado, y nos dirigimos a lo más granado de la narrativa malagueña con afanes de enrolamiento y, para gran sorpresa de ambos, al menos para gran sorpresa mía, nos contestaron casi todos, no necesariamente en sentido afirmativo, pero ambos —ahora sí que puedo afirmarlo con rotundidad— agradecimos todas las respuestas recibidas. A partir de ahí, los vientos nos resultaron favorables y apenas tuvimos que señalar las coordenadas espacio-temporales para llevar la nave a puerto seguro: en la sentina de marinería se respiraban buenas vibraciones.
Pero se ha querido que asistiéramos a una realidad que se descompone como un fenómeno de refracción de la luz blanca a su paso por un prisma, porque del mar surgen las islas, en sentido literal o metafórico, que pueden ser el espacio natural para la utopía o la región propia de la pesadilla. De ahí que no todos los sentimientos sean gozosos en este libro, sino que la proximidad del mar se resuelve unas veces permitiendo aflorar las más bajas pasiones, mientras que otras es el escenario de una historia de amor, de una leyenda, o de ambas.
Personas-islas,
en definitiva, pueblan las páginas de Cuentos marengos lo que nos permitirá un acercamiento al ser humano desde muy
diferentes opciones entre las que se encuentran la socarronería, la nostalgia,
la duda, el drama, la fantasía e incluso la evocación futurista, valga la
paradoja, puesto que de lo que se trata es de poner rumbo a esa Humanidad-Mar
en la que habitamos.
Todos
los trabajos arribados a este libro han pasado por un proceso de selección y
han sido elegidos, inicialmente los autores y luego los textos, en función de
su calidad, obviamente, pero también bajo la consideración de cómo apuntalaban
la pluralidad de voces que se perseguía. Sin embargo, como ya habrá podido
comprobarse, no he querido particularizar a ningún cuento mis razonamientos en
estas páginas introductorias, ni mucho menos extraer citas de los textos,
puesto que habría tenido que mencionar a todos y eso quizá hubiera oscurecido
lo que se pretende en estas líneas, es decir, plantear las ideas básicas de
este libro donde, eso sí debo decirlo, conviven con total naturalidad autores
con un importante recorrido literario, reconocido en importantes en importantes
certámenes, y otros cuya obra no ha gozado aún de la difusión que merece. Poco
a poco.
En cualquier caso, la tripulación de Cuentos marengos les da la bienvenida a este libro y les desea una feliz lectura.
En cualquier caso, la tripulación de Cuentos marengos les da la bienvenida a este libro y les desea una feliz lectura.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
Lola Clavero
Francisco Eduardo
Conde Ruiz
Salvador Domínguez
Ruiz
Raelana Dsagan
Guadalupe
Eichelbaum
Juan José López
Gallego
María Teresa Morillas García
Miguel Ángel Oeste
Loli Pérez González
Francisco Javier
Rodríguez Barranco
José Antonio Sau
Martín
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