domingo, 26 de julio de 2015

SUEÑOS DE CENICIENTA EN "TODO LO QUE BRILLA"

http://www.filmaffinity.com/es/film180325.html



             En la recientísima y española, aunque mayoritariamente en habla francesa, película de Fernando Trueba, El artista y la modelo (2012), dos son las pruebas irrefutables de la existencia de Dios, según expone el protagonista: la mujer y el aceite de oliva. En mi soberbia, me permito ampliarlo y matizarlo, puesto que cinco son a mi entender las evidencias de la existencia divina: la Gioconda, de Leonardo da Vinci, los Conciertos de Brademburgo, de Johan Sebatian Bach, principalmente al caer la tarde en otoño, el azahar en el corazón de los idus de marzo, el aceite de oliva en cualquier momento y la piel de la mujer. Compartimos, eso sí, el aceite de oliva, pero sobre todo la mujer como argumentos ontológicos.


             Me quedo así con ese número, porque gran parte de mis reflexiones sobre Tout ce qui brille (2010) girarán alrededor del dos, desde el mismo momento en que son dos los directores de la película: Géraldine Nakache y Hervé Minram; y desde el mismísimo primer fotograma, en el que hayamos dos chicas, Lila (interpretada por Leila Behkti) y Ely (interpretada por la propia co-directora Géraldine Nakache)  de aspecto post-adolescente, que hablan de sus cosas e imitan a otras personas u animales, por lo que introducimos ya el concepto de la “otredad”, que me parece esencial para comprender esta película.


           Este largometraje, efectivamente, se articula sobre el contraste de dualidades: personajes que viven en dos realidades, en no pocas ocasiones realidades imaginadas, valga la paradoja. Así, entre los personajes de reparto, la madre de Lila vive su vida con la quimérica esperanza del regreso de su marido; Salim, el loco de la urbanización, vive en su mundo particular; Joan, una modelo de origen oriental, es madre biológica de un niño, por lo que ha conocido una sexualidad hetero, pero vive con una mujer, por lo que conoce también una sexualidad homo; el padre de Ely es taxista público de sus clientes y privado de su hija cuando se recoge ésta de madrugada; el padre de Lila va a casarse por segunda vez en Marruecos, donde nada saben de su vida matrimonial en Francia, un secreto que él, mediante la correspondencia que mantiene con su hija, quiere mantener a toda costa; por otro lado, Lila y su padre pertencen a la mestiza y enriquecedora realidad de los mestizajes culturales; Carole consigue un caché importante como entrenadora personal sin haber obtenido la titulación necesaria en Educación Física; Maxx sostiene dos relaciones de pareja simultáneamente, etc. Volveremos sobre Maxx en cuanto a pieza fundamental de las dualidades en que se mueven las protagonistas.

Los lugares también pueden ser duales, como sucede con un supermercado, que pierde su naturaleza original para convertirse en el decorado de una sofisticada fiesta alto standing: la hard discount party, en una escena digna de figurar con todo merecimiento en cualquier antología que se hiciera del cine surrealista.

            El propio título de la película apunta ya a lo que es, pero no es, a lo que parece, pero no existe: Tout ce qui brille, Todo lo que brilla, en español, que necesariamente ha de recordarnos el refrán: no es oro todo lo que reluce, dado que, una y otra vez, esta película se mueve en una dicotomía de otredades, razón por la cual no podemos esperar más para abordar los contrastes esenciales de las dos protagonistas del filme.

De alguna manera, ya hemos sugerido uno de los mayores: su condición fronteriza entre la adolescencia y la juventud, su evolución hacia la vida, algo de lo que el espectador es testigo de lujo. Ambas protagonistas deciden vivir una vida al margen de la suya, una vida que les transporte de Puteaux, su barrio, un lugar donde la ciudad pierde su honesto nombre, a Neuilly, uno de los barrios más selectos de París. Para ello deciden, casi como un juego, habida cuenta de que ninguna de las dos ha abandonado completamente su condición infantil, fingir una posición social que no es la suya, ni muchísimo menos, para colarse en una fiesta privada en una discoteca exclusiva, en la que, en un rasgo de comicidad, hay quien usa botas para nieve como sello de elegancia. Y hasta aquí llega la complicidad de Lila y Ely, puesto que ésta comprende lo absurdo de seguir adelante con la farsa y no se esfuerza mucho por demostrar su carencia de mundo para aceptar un trabajo de canguro del hijo de Joan, pero Lila conoce a Maxx, con dos equis, se enamora e intuye que eso es su pista de aterrizaje hacia una vida mucho más glamourosa y, por lo tanto, según ella, mucho más interesante: conflicto de contrarios entre la sociedad de plástico que a Lila le es habitual con el lujo que adivina en otro contexto. Pero es curioso cómo la distancia que se establece a partir de ese momento entre ambas chicas se subraya incluso mediante detalles menores, como es un trayecto en taxi en el que, a las preguntas del conductor, una dice constantemente “Sí” y la otra “No”. Por ello, cuando el taxista les pregunta a dónde les lleva, una dice que a Puteaux y simultáneamente otra que a Neuilly.


 Mantiene Lila, pues, ante Maxx la ficción de su residencia en Neuilly, y desde ese momento y hasta que el joven no puede seguir con su ficción personal (recordemos que tiene otra novia), la chica vive una situación que bien pudiera recordar el cuento de Cenicienta, con zapato incluido, sólo que en este caso, el zapatito no es de cristal, sino de firma, color fucsia y un precio de 300 euros. Lila, además, al igual que Maxx, tampoco ha terminado una relación anterior con Eric. Oscila, pues, la joven entre la realidad y el deseo, si recordamos el título del libro de Luis Cernuda: su realidad deja de ser la de su amiga, que ha optado por vivir con los pies en el suelo, o la de su madre, que canta, pero tampoco canciones reales, sino karaoke, o la de su barriada. Su mundo ya no es real. Su mundo es ahora un mundo imaginario: su propio mundo imaginario, hasta que todo se desmorona, como no podía ser de otra manera, porque la vida no es otra cosa que lo que tenemos delante. La vida es lo que nos traemos entre manos en cada momento y además no es posible un concepto uniforme de vida: existen tantas como seres vivos hay en este planeta (y si hubiera vida en otros planetas, más vidas aún). Esto es lo que hay, y la hierba en nuestro jardín no tiene por qué ser menos verde que la que brilla en el jardín del vecino.


Sin embargo, los guionistas de Tout ce qui brille, que son también los directores, han sido más benévolos que Cervantes con su hidalgo, porque la apertura de ojos a la realidad de Lila está acompañada de la reconciliación con Ely y no con la muerte: es increíble hasta dónde llega la actualidad de la inmortal novela del autor alcalaíno, aunque no fueran los libros de caballerías los que alteraron el juicio de Lila, sino la fascinación por el lujo frívolo. Pero ése es otro de los rasgos esenciales de este largometraje, que se desliza por la peligrosa senda del patetismo televisivo, pero lo supera con oficio para no caer en la lágrima fácil, en las emociones epidérmicas. Dramatismo sin cebarse, amabilidad en el planteamiento y desenlace. De hecho, toda esa experiencia sirve a Lila para crecer interiormente.

Francisco Javier Rodríguez Barranco

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