No, no, no, no. No me
estoy refiriendo a la conocida novela de Truman Capote, llevada luego al cine
en 1967 por Richard Brooks, y más recientemente, incluyendo al novelista en la
génesis de la novela por Douglas McGrath en Historia de un crimen (2006), sino a la frialdad de la sangre palpitada por un
corazón muy frío, que es lo que Win Wenders nos transmite en su, hasta ahora,
última película Todo saldrá bien
(2015), con un soberbio James Franco en el papel de Tomas Eldan, un escritor
sin pasión. Lo fácil en ese papel era la monotonía abúlica, o en el extremo
opuesto, el histrionismo patético, pero no es así: James Franco sostiene
magníficamente al personaje sin exageraciones, dentro de unas coordenadas
creíbles.
Sí que nos sirve en cambio para este análisis el
artificio del narrador narrado a que aludíamos en el párrafo anterior con
respecto a la película de McGrath, puesto que en eso consiste en esencia el
filme de Wenders que nos proponemos analizar en las siguientes líneas. A tal
fin, no creo desvelar el argumento si comento que la película se gesta sobre
las dos grandes actividades de la literatura: la lectura y la escritura. Una
madre una novela, que luego sabremos que es de Faulkner, mientras que un
escritor huérfano de inspiración conduce su coche por los helados paisajes de
Canadá en invierno. Y ése es otro de los ejes desde los que puede abordarse Todo saldrá bien: la pluralidad de
países que participan en la producción: Alemania, Canadá, Francia, Suecia y
Noruega. Cine y literatura, pues, coinciden en esta película que hace un guiño
a Faulkner, quien también ejerció de guionista cinematográfico, por lo que la
simbiosis de esas dos posibilidades creativas se observa desde casi todos los
ángulos.
La literatura ha estado presente en el cine, casi desde
los mismos orígenes de éste. Es imposible mencionar todos los títulos, pero sí
quiero dejar constancia de dos hechos: el género negro no hubiera sido tal sin
la fusión armónica de novelas y películas; y el Oscar al Mejor guion adaptado
se concedió por primera vez en 1928, en concreto a Benjamin Glazer por El séptimo cielo, que se basa en la obra
de teatro de Austin Stong, siendo así que la ceremonia de los Oscars nacía
precisamente en ese momento. Pero de la diferente naturaleza de ambas artes nos
da cuenta un hecho: es lugar común que de una mala novela se puede hacer una
buena película, pero no estoy tan seguro que de una mala película se puede
hacer una buena novela.
De manera que, cine y literatura del bracete, pero quiero
ceñirme a aquellos casos en que no se trata de un guion adaptado, sino de un
filme que retrata la actividad literaria en sí, o sus consecuencias en la vida
real (la vida real que llevan los personajes en la película, obviamente). Eso
es lo que sucede con Misery (1990),
de Rob Reiner, donde un novelista se ve sometido a las obsesiones de su lectora
más voraz, El resplandor (1980),
donde un narrador busca el aislamiento absoluto para mejor escribir, o La ventana secreta (2004), de David
Koepp, que aborda el tema del plagio, todas ellas basadas en novelas de Stephen
King, que ya se ve que se pirra por la metaliteratura.
Grandiosa es la película francesa En la casa (2012), de François Ozon, donde la vida anima la
creación literaria, que a su vez altera completamente la vida de los personajes.
Se trata de un interesantísimo juego de interferencias mutuas, que se basa
también en un espectáculo teatral de Juan Mayorga.
Podríamos incluso hablar de la impecable comedia Mejor imposible (1997), de James L.
Brooks, donde un escritor de best sellers
sobre el amor ignora totalmente el significado de esa palabra, incluso el de
algunas hermanas suyas como la empatía o la consideración.
Pues bien, en lo que a Todo saldrá bien se refiere, asistimos a un juego perverso: el
editor de Eldan le sugiere que las tragedias directamente vividas por él pueden
significar libros de éxito, y acierta. De lo que se trata es de comparar la
evolución de las personas que rodean a Eldan en diferentes momentos de su vida
con la malsana acedia que atenaza al escritor. Podríamos recordar así Un corazón en invierno (1992), de Claude
Sautet, ambientada en el mundo de la música, como un buen ejemplo de lo que la
frialdad afectiva implica en las personas que tienen la inmensa desgracia de
enamorarse de quien menos les conviene: témpanos de hielo.
La película de Wenders transcurre en cuatro momentos: el
inicial de arranque del filme, dos años después, cuatro años después y otros
cuatro. Diez años, por lo tanto, transcurren desde que empieza la acción, y no
es casual que se elijan cuatro momentos, puesto que ése es el número de veces
que el protagonista se relaciona con cuatro personas diferentes: su primera
novia, la madre que lee a Faulkner, su actual pareja y el hijo de la madre que
leía a Faulkner. Todos ellos bajo un mismo denominador: la vida que reclama su
sitio frente a la apatía del novelista. El éxito vibrante de sus libros, frente
a la indolencia del narrador. Inepcia afectiva frente a talento creativo.
Por lo tanto, Todo
saldrá bien se erige como una portentosa muestra de la vida real frente a
ese componente evasivo que puede tener la creación literaria. No es necesaria
que sean así las cosas. No es imprescindible que el artista acorche sus
emociones ante las diferentes existencias que se despliegan delante de sus
narices, pero tampoco es imposible.
De lo que Eldan escribe, la verdad es que no llegamos a
saber nada. Nada se muestra de ello al espectador, porque lo que de verdad
interesa a Wenders es la actitud del creador, o de los creadores, en general,
pequeños dioses en torres de marfil, desinteresados de la vida de los mortales,
incluso cuando recibe una carta desesperada de alguien que implora una palabra
con él, construido todo ello sobre una banda sonora tremendamente inquietante, a cargo de Alexandre Desplat.
Así pues, asistimos en esta película al Wenders menos
simbólico, menos hermético, más accesible, más lineal, que todavía se permite
un inequívoco rasgo de soberbia: la grabación en 3-D para una película cuya
historia no necesita de ese virtuosismo técnico, dado que podría seguirse
perfectamente en dos dimensiones. Pero todo ello forma parte de la apuesta de
Wenders por la vida: desde el primer al último fotograma, créditos incluidos,
todo está rodado en tres dimensiones, porque de ese modo, las escenas que se
desarrollan ante nuestros ojos son mucho más tangibles. Los seres humanos que
interactúan en Todo saldrá bien son
casi tan reales como los propios cuerpos de los espectadores. Encarnadura
humana. Personajes de carne y hueso. Real como la vida misma.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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