¿La poesía es
un arma cargada de futuro, según profetizó Gabriel Celaya? Pues, diríase que
no, habida cuenta de cómo se han desarrollado los acontecimientos en el mundo
durante las últimas décadas ¿Y el cine? Qué sé yo. Debería serlo.
Y por eso, de
vez en cuando, tropezamos con películas como Un homme qui crie, del director chadiano Mahamat-Saleh Haroun,
película de 2010 que llegó a la 18º edición del Festival de Cine Francés de Málaga después de haber obtenido el Premio del jurado en el Festival de
Cannes de 2011, así como el Griot al
mejor actor protagonista a Youssouf Djaoro en la octava edición del Festival de Cine Africano de Tarifa, también en 2011, si bien a partir de 2012 este evento se celebra en Córdoba. Cabe, por tanto, agradecer alos
organizadores del Festival de Cine Francés en Málaga la inclusión de esta
película en el certamen, lo que, por otro lado, confirma la tendencia hacia
otras fronteras de este evento, puesto que en la programación de ese año se
incluyeron también la macedonia Louves (2012),
de Teona Strugar Mitevska, cuyo título en inglés difiere sensiblemente del original, así como la argelina este Délice Paloma (2007), de Nadir Noknèche,
lo cual constituye una muy loable actitud en este festival, que puede así ganar
en diversidad cultural.
El
desencadenante de todos los acontecimientos en el largometraje de Mahamat-Saleh
Haroun es la pérdida de su puesto de trabajo en un hotel de lujo de Adam, un
socorrista ya veterano, cuidador de piscina y campeón africano de natación en
1965, todo eso con el telón de fondo de la guerra civil en Chad. Así pues, la
primera reflexión que se me ocurre es su paralelismo con algo tan próximo a la
cultura mediterránea como es el neo-realismo italiano de mediados del siglo XX.
Relato certero de la sociedad en que se mueven los personajes de Un homme qui crie, como en su día lo
fueron las fotográficas creaciones del país latino. Así, por centrarnos en
algunos episodios del filme chadiano, nos encontramos con lo siguiente: las
calles con casas de barro, que parecen sacadas de escenas de la antigüedad
bíblica, pero que son las actuales en Chad; la falta de horizontes laborales de
los personajes y la perversidad del capitalismo puro y duro que deja en la
calle, por ejemplo, a un cocinero próximo ya a la jubilación, que no obstante comete
el pecado de poner demasiada sal a los alimentos cuando está enamorado
¿Deberíamos recordar ahora una de las frases más célebres de José Luis Garci en
Volver a empezar: “Sólo se envejece
cuando se deja de amar”? Otros hechos significativos son la ausencia de
ornamentos en las viviendas, pero sobre todo la relación entre Adam y su su
hijo Abdel.
Ambos son los
socorristas- cuidadores de la piscina del hotel de lujo (donde, por cierto, los
clientes son todos blancos y muy discretamente se muestra que gran parte de
ellos son cascos azules de la ONU), lo cual, ya de por sí constituye un
vergozante contraste con el resto de la ciudad, y ambos están en peligro de
perder su puesto de trabajo, dado que la recién privatizada dirección del
establecimiento considera que sólo hace falta uno. Por eso, Abdel, cuya novia
está embarazada, opta por acceder a las demandas sexuales de la nueva directora
del resort, y Adam es relegado a
subir la barrera de entrada-salida al hotel. Ante esta situación, Adam, el
padre, que además no puede pagar sus impuestos para soportar la guerra contra
los rebeldes, opta por entregar a su hijo al Ejército. Entonces, ¿realmente las
cosas son así? ¿Vale tan poco la vida humana en África que un padre convierte a
su hijo en carne de cañón, en el sentido literal de la expresión, para
recuperar un puesto de trabajo servil? El caso es que siento inclinado a pensar
que la ficción del filme no dista demasiado de la realidad.
Ay, ay, ay,
África. Los restos humanoides más antiguos que se conservan, los
australopitecos, proceden de este continente, que hasta tal punto fascinó a los
rastafaris jamaicanos que, tras una curiosa serie de peripecias argumentales,
llegaron a la conclusión de que Dios era negro y que su encarnación en la
Tierra era Haile Selassie, emperador de Etiopía. De hecho, cuando llegó a
Jamaica en 1966 fue recibido como el último descendiente de la dinastía
salomónica. Bob Marley dedicó a Haile Selassie una de sus canciones menos
conocidas, “Selassie Is the Chapel”, pero probablemente una de las más
intimistas, cuyo título es ya de por sí lo suficientemente elocuente, aunque si
todavía hubiera alguna ambigüedad al respecto, en la letra dice que Haile es el
Padre de la Trinidad. No hace falta recordar que cuando se hizo casi
mundialmente famoso, a Bob Marley le atormentaba el hecho de que prácticamente
no fuera conocido en África, su adorado continente. El cantante jamaicano se
puso “manos a la obra” y consiguió el reconocimiento ahí pocos años antes de su
muerte, causada, por cierto, por una enfermedad de blancos: un melanoma, que
Bob, mulato, heredó sin duda de su padre inglés, de ahí que sus hermanos fueran
blancos.
Pero, ¿qué es
hoy día África? Si Hispanoamérica es la trastienda de USA, África es el
basurero de Europa, poco más o menos. África devorada y desestructurada por los
colonos blancos, que desbarataron sus hábitos ancestrales y los sustituyeron
por los vicios naturales en Occidente: la corrupción, la guerra y el alcohol.
Sin embargo,
si bien pienso que no es disparatado establecer algún tipo de comparación entre
Un homme qui crie y el neo-realismo,
principalmente italiano, creo que hay algunas diferencias importantes, la
primera es obvia, pues si los cineastas europeos prefirieron el blanco y negro
para enfatizar el dramatismo de la situación, Mahamat-Saleh Haroun opta por el
color para su realista filme. Hay otras diferencias quizá más trascendentales
que el formato técnico y es que, mientras el neo-realismo italiano es social,
el de Un homme qui crie, sin dejar de
ser social, según hemos mencionado más arriba, es sobre todo un drama personal,
de ahí el título de la película: Un hombre
que llora, es decir, un hombre, como dolor individual, y el llanto, como
desgarro solitario.
Pero además el
hombre que llora en este largometraje es el símbolo de todo un continente: un
continente que llora podría, muy bien, haber sido el título de esta producción
chadiana, y aquí podemos profundizar en nuestro razonamiento, puesto que los
cineastas italianos retrataron los últimos estertores de una sociedad que
agotaba sus posibilidades y que alumbraba dolorosamente nuevas posibilidades, toda
vez que en 1945 se puso fin a una larga sucesión de guerras seculares entre las
naciones europeas. Otra cosa es que lo que ahora tenemos nos guste, pero me
parece indudable que la Europa actual nace en 1945. Pero África no ha nacido
aún, así como suena. África es la cuestión eternamente aplazada. África no ha
empezado todavía a recorrer su propio camino. Los países africanos ni siquiera
gozan del derecho mínimo a una identidad cultural, por la sencilla razón de que
las fronteras fueron artificialmente impuestas por los colonos. África es un
continente con todo su inmenso potencial intacto. África es la historia de
nunca empezar.
¿El cine es un
arma cargada de futuro? Pues, parece que no mucho, la verdad, a juzgar por el
pavoroso panorama que contemplamos cada día ¿Y la poesía, según profetizó
Gabriel Celaya hace ya muchas décadas? Qué sé yo. Diríase que tampoco.
Empezaba esta
reseña escuchando “Jammu Africa”, por Ismaël Lo, y la finalizo con “Tajabone”,
por el mismo músico senegalés.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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