Con una textura propia de un
documental, y bajo la ficción de estar grabando las actividades cotidianas, Lo que hacemos en las sombras (2014), de
Taika Waititi y Jemaine Clement, nos ofrece la vida de un grupo de vampiros que
comparten casa en Wellington (Nueva Zelanda), con los problemas característicos
que pueden surgir en una situación semejante: platos sin fregar desde hace
cinco años, necesidad de poner periódicos en el suelo antes de morder a una
víctima para favorecer las labores de limpieza, vida nocturna obligatoria,
problemas para entrar en las discotecas, cazavampiros que les acosan,
hostilidades con los licántropos, los roces propios de la convivencia entre
ellos, dificultades para elegir ropa al no tener imagen en los espejos, amores
imposibles con humanas, la añoranza de los amaneceres, que sólo pueden ver en
internet, la inadaptación a la vida moderna de quienes tiene varios siglos de vida, la imposibilidad de comer patatas, etc. En fin, nada que se salga de lo esperable.
Destacar que se trata de una producción
galardonada con el premio a la Mejor película en el Festival Internacional de
Cine de Toronto (TIFF), concretamente en la sección Midnight Madness, así como
con el Premio del público en el Festival de Sitges.
También me gustaría mencionar el
mestizaje cultural que se respira en Nueva Zelanda, donde los maorís han
alcanzado un nivel de integración en la cultura de los colonizadores europeos
como ningún otro pueblo nativo ha conseguido. Nada que ver con la situación en
América, la del norte y la del sur, o con la de África, incluso con la de Australia,
donde los aborígenes deambulan sin rumbo fijo por las calles de las ciudades,
sobre todo en el norte y muy especialmente en Alice Springs.
Cuando he estado en Nueva Zelanda
me ha llamado la atención que las páginas web oficiales son bilingües, inglés y
maorí, lo que desde luego no sucede en ningún otro estado de la órbita
occidental anglosajona, donde el inglés se ha impuesto sí o sí. Existe un área francófona
en Canadá y en los edificios oficiales la información se ofrece en inglés y
francés prácticamente en todo el país, pero ninguna de esas lenguas es la de
los pueblos nativos. En el sur de Estados Unidos, también en la ciudad de Nueva
York, o en California, por supuesto en Florida, no es extraño oír el español,
pero ni el inglés ni el español son las lenguas nativas. Y viene todo esto a
colación de que los dos directores de Lo
que hacemos en las sombras son mestizos: Waititi es maorí por parte de
padre y Clement por parte de madre. Y ésa fue una de las cosas que más gratamente
me atrajeron de esta nación en las antípodas de España: la pervivencia de la
cultura maorí, con el Día de Waitangi (6 de febrero) incluido.
Hablando con neozelandeses de
origen europeo me comentaron que ello se debía a que estas islas estaban tan
lejos de la metrópoli, que necesitaban imperiosamente la mano de obra local, y
de ahí que no les esquilmaran. Sea como sea, y si bien es cierto que los únicos
focos de marginalidad social que he presenciado en Nueva Zelanda son los de los
maorís, la situación de este pueblo dista una enormidad de ser la misma que la
de los aborígenes en Australia, los apache en USA, los tahínos en Cuba, donde
fueron totalmente exterminados por los españoles, o los masais en
Kenia-Tanzania.
Pues bien, directores mestizos
para una película esencialmente mestiza, pues desde el punto de vista
intrínseco del filme hay una división esencial entre los humanos y los no
humanos (vampiros, licántropos, brujos y zombis, esencialmente). Pero también
es una película mestiza en cuanto a género, puesto que se sitúa entre lo
legendario de todas las películas sobre el conde Drácula, de la que sin duda la
mejor es la de Francis Ford Coppola, Drácula de Bram Stocker (1992), que también es la más fiel al texto del autor
inglés, y lo insultante de las parodias de la saga Scary movie, aderezado todo ello con una parodia de la saga Crepúsculo, sin caer en la humorada
fácil.
Con motivo del Festival de cine
Fancine, subí a mi blog una reseña titulada “Morirse de la risa en el 24 Festival
de cine fantástico de la universidad de Málaga”, donde, entre otras, analicé el filme neozelandés Housebound
(2014), de Gerard Johnstone. Pues bien, parece que los
neozelandeses, además de las grandes superproducciones del tipo El señor de los anillos han encontrado una
vena en el humor inteligente inspirado en los grandes clásicos del cine de
terror. Menos iconoclasta, quizá, que La vida de Brian (1979), de los Monty Pithon, claro que esto dependerá de la
firmeza de las creencias religiosas de cada cual, o de su amor al cine eterno
de criaturas sobrenaturales.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
No hay comentarios:
Publicar un comentario