Cuando uno
lee la sinopsis de Phoenix (2014), de
Christian Petzold, adaptación de la novela Regreso
de las cenizas, de Hubert Monteihet, uno piensa, cito literalmente de mis
pensamientos: “¡Coño, una película con guion!”; lo cual implica una cierta
novedad con respecto a un panorama actual en el que la creación de los
personajes prima sobre el argumento, y eso es algo que no me molesta en
absoluto: lo único que quiero comentar es que la sinopsis de Phoenix me pareció una nada desdeñable
novedad. Pero ahí queda todo. Quiero decir que la historia va poco más allá de
lo que el resumen oficial de la película desvela.
En la
historia del cine hay una película por excelencia que aborda el regreso de la
guerra, quiero decir la falsa vuelta de la guerra. Me refiero a El regreso de Maritn Guerre (1982), de
Daniel Vigne, con Gerard Depardieu y Natahlie Baye, basado en una historia real, ambientado en las guerras
europeas del siglo XVI, en las inagotables guerras europeas del siglo XVI,
quiero decir. Justo diez años después, la industria cinematográfica de
Hollywood alumbró Sommersby, de Jon
Amiel, ambientada en la guerra civil norteamericana: qué se le va a hacer,
tiene que haber de todo, pero hay que ver lo que les gusta a los
estadounidenses los filmes franceses. Pues bien, lo que Phoenix plantea es una historia similar, pero totalmente diferente:
no es un hombre quien regresa, sino una mujer; y no lo hace de la guerra, sino
de los campos de concentración. Concretamente, Auschwitz.
He leído en
alguna página de crítica cinematográfica que el guion es absurdo, lo cual me
parece un pelín exagerado, pero no del todo desacertado. El argumento exige,
eso sí, la benevolencia del espectador, pero absurdo, absurdo, lo que se dice
absurdo, yo no lo calificaría como absurdo, y quiero, de hecho, destacar las
cosas positivas que he apreciado, o he creído apreciar en esta película de
Petzold.
En primer
lugar, la mera circunstancia de que se trate de una versión sesgadamente
subversiva de El regreso de Martin Guerre
ya me parece algo destacable. Pero hay más y quiero mencionar también el
ejercicio de intrahistoria que Phoenix
plantea, dado que este largometraje no nos sitúa directamente ante el horror de
los campos de concentración. Ni siquiera está rodado en uno de ellos, sino que
la acción se sitúa en la primera posguerra en Alemania, tras la contienda
mundial. El filme se plantea, pues, mostrar en escenas cómo afectó a la vida de
una pareja las monstruosidades de ese conflicto, y de ahí, por extrapolación,
comprender cómo afectó al resto de la población del planeta, en general, y de los
judíos, en particular.
Me parece
también interesante comprobar una vez más cómo el telón de fondo de la música
es el contexto ideal para exhibir la degradación humana, habida cuenta que de
los dos protagonistas, ella es cantante y él, pianista. Un cameo también para un violinista sulfúrico y, por lo tanto, escéptico.
Otra cuestión
interesante, a mi modo de ver, es el conflicto de realidades que esta producción ofrece, puesto que se trata de una guerra
real, lamentablemente demasiado real, que da pie a la novela-película de Monteihet-Perzold, productos ambos de ficción, donde a su vez se plantea otra
vuelta de tuerca inventando otra realidad, que es nueva para él, el pianista,
pero totalmente cierta para ella, la cantante. Quizá falte un poco de verosimilitud
para esta última parte del entramado de realidades sucesivas y simultáneas,
pero la idea básica que subyace en ese modo de narrar historias me parece,
cuando menos, mencionable. La realidad de las cenizas. La realidad del ser
humano.
Por otro
lado, para un final tan abierto como el que plantea Petzold en Phoenix habría que remontarse hasta muy
atrás en la historia del cine. Quizá hasta, salvando las disancias, por supuesto, Lo que el viento se llevó. No voy a revelar dicho final, pero quizá sea lo
mejor de la película.
En definitiva,
una producción que trata de los horrores del holocausto judío, sin mostrar ni
una sola imagen de los campos de concentración: muy al contrario, se deja todo
a los efectos en la vida cotidiana de las personas en la inmediata posguerra.
Magnífica la interpretación de Nina Hoss, y un filme que debe valorarse más en
las intenciones que en los logros.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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