Ramón del Valle-Inclán abordó directamente el tópico de
don Juan Tenorio en Las galas del difunto que, como es sabido, integra
la trilogía Martes de Carnaval junto con Los cuernos de Don Friolera
y La hija del capitán[1],
todo lo cual fue llevado al cine por
José Luis García Sánchez en 2011, con guion de García Sánchez, junto a Rafael Azcona, lo cual
vino a continuar una encomiable serie de películas en las que este mismo director buscó en Valle su inspiración. Recordemos, por ejemplo, Divinas
Palabras (1987), deliciosa, por cierto, Ana Belén en el papel de la Marigaila, o Tirano
Banderas (1993). Antes, Miguel Ángel Díez había dirigido Luces de Bohemia, concretamente en 1985.
En cuanto a las obras que componen Martes, García Sánchez las incluyó bajo el título Esperpentos, haciendo así alusión al género literario que inventó don Ramón y mediante el que calificó dos de sus obras esenciales: la recién mencionada Martes de Carnaval (1924) y Luces de Bohemia
(1920), que inauguró
oficialmente esta corriente estética.
Con todo, quiero centrarme en este artículo en el original literario de la esperpentización de don Juan
Tenorio, es decir, Las galas del difunto.
Pues bien, para la
acción de su "Juanito", elige Valle-Inclán un momento particularmente
significativo de la Historia de España y bastante relacionado con la generación
de escritores a la que por justicia le corresponde pertenecer: el desastre de
Cuba y la pérdida de las últimas colonias ultramarinas. Pero, como veremos, la
contemplación de este suceso suscita en él reflexiones poco compartidas.
En primer lugar, hay
que tener en cuenta que Valle había recorrido algunas Repúblicas
Hispanoamericanas antes de la independencia cubana -muy significativamente
Méjico, como también es sabido- y lo que el paso de España por estas regiones
le sugiere no es más que un régimen colonial sin ningún tipo de atenuante, con
todo lo que esto implica de explotación y atropello. Así lo dejó registrado en
la estremecedora escena sexta de Luces de bohemia:
«EL PRESO.- [...] En Europa, el patrono de más
negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias
Españolas de América [...]»
Partiendo de esta
premisa, la Guerra de Cuba en realidad no es más que la guerra de liberación de
un pueblo sometido[2].
No existió, pues, ninguna grandeza en la defensa que España realizó de estos
territorios y cuando aquello se perdió en 1898 las cosas regresaron al punto
del que nunca debieron haber salido. Cualquier atisbo de rememoración épica que
quiera llevarse a cabo de aquella desastrosa campaña no merece más que el
escalpelo ridiculizante, porque existe una penosa circunstancia social y
política en la España de los años veinte demasiado tangible como para que Luces
de bohemia numerosos ejemplos de la crítica coyuntura social que atravesaba
España en esos momentos. También así en Las galas del difunto, como en
el siguiente pasaje que corresponde al diálogo inicial de la obra entre Juanito
y La Daifa, una prostituta portuaria contrafactura esperpéntica de la de la
doña Inés del Tenorio:
«JUANITO VENTOLERA.- Siento no agradarte,
paloma. Lo siento de veras.
LA DAIFA.- ¿Quién te ha dicho que no me agradas? Tanto que me agradas,
y si quieres convidar, puedes hacerlo.
JUANITO VENTOLERA.- Estoy sin plata.
LA DAIFA.- Algo tendrás.
JUANITO VENTOLERA.- El corazón para
quererte.
LA DAIFA.- ¿Ni
siquiera tienes un duro romanonista?»
Ante esta situación,
el uniforme de rayadillo que vestía el ejército colonial español no resulta
precisamente propicio para el tono elevado de los cantares de gesta:
«LA DAIFA.- ¡A los redaños que tenía, algunos
mambises habrá tumbado!
JUANITO VENTOLERA.- Muchos no habrán sido... Siempre se tira de lejos.
[...]. Allí sólo se busca el gasto de municiones. Es una cochina vergüenza
aquella guerra. El soldado, si supiese su obligación y no fuese un paria,
debería tirar sobre sus jefes»
Pues bien, ésta es la
base sobre la que se asienta lo que el donjuanismo inspira a Valle-Inclán
porque a partir de aquí el autor gallego se enfrenta abiertamente a los
supuestos básicos que sustentan al héroe zorrillano y los desbarata en una pieza
inmisericorde al respecto, toda vez que donde en el aventurero romántico eran
la audacia, la decisión, la valentía, la irreverencia y el estilo apasionado de
vida, en la deformación valleinclanesca se dan la mezquindad, el
aplebeyamiento, la felonía, la innobleza y la pícara concepción de la vida.
Juanito Ventolera -desennoblecedor ya desde el mismo nombre- se nos ofrece como
un ser de bajos intereses, cuyo esquema de valores se reduce a la olla bien
repleta. Don Ramón, entonces, se aplica a destruir sistemáticamente cada uno de
los episodios básicos que mantienen el espíritu altanero del Tenorio: si la
obra de Zorrilla empieza con un Don Juan desafiante que regresa de una gloriosa
campaña militar en uno de los momentos de máximo esplendor del Imperio Español,
Juanito Ventolera es un «sorche repatriado» que regresa a la Península
después de la desastrosa guerra que condujo a la pérdida de las últimas
colonias; si Don Juan pronuncia un irreverente reto en el mausoleo de una de
sus víctimas, el padre de Doña Inés, y la estatua acepta el desafío
presentándose a cenar, lo cual constituye uno de los puntos álgidos de la obra,
Juanito profana ladinamente la tumba del boticario, que casualmente ha muerto
en su presencia, y le roba las ropas que le amortajan; si Don Juan se
compromete en épico lance a seducir una novicia, la apuesta de Juanito ante
otros tres rufianes como él consiste en hacerse con el bombín y el bastón del
finado, que obran en poder de la boticaria; finalmente, si Doña Inés era una
novicia pudibunda, de altos ideales y espíritu sensible y delicado, la Daifa, «una gachí de mistó» que entretiene a Juanito, es
una prostituta de ínfima condición y alma folletinesca, casualmente hija del
fallecido propietario de las galas.
En definitiva, el
Tenorio de Valle es un fulano de muy baja estopa que deambula sin horizonte
sobre un mundo patético, anonadado, vil. Veamos un par de pasajes
significativos, empezando por la afamada escena del sofá en la obra de
Zorrilla, que se metamorfosea en el siguiente diálogo de meretriz callejera:
«LA DAIFA.- Ya has oído. ¡Que ahueques!
JUANITO VENTOLERA.- ¿Así me da usted boleta, morena? ¡Usted no quiere
ver en mí al testamentario de Aureliano Iglesias!
LA DAIFA.-
¡Camelista! ¡Si al menos tuvieses para pagar la cama!» (p. 89)
Comprobamos que es la
"dama" quien lleva la iniciativa. Otro pasaje importante es el
episodio del homérico desafío de ultratumba, que se reinterpreta como sigue:
«FRANCO RICOTE.- ¡Las burlas con los muertos
por veces salen caras!
PEDRO MASIDE.- ¡No apruebo lo que
haces!
EL BIZCO MALDUENDA.- Si un difunto se levanta, la valentía de nada
vale. ¿Qué haces? ¿Volver a matarlo? Ya está muerto. Si ahora se levantase el
boticario, por muchos viajes que le tirásemos puestos los cuatro en rueda, le
veríamos siempre derecho.
JUANITO VENTOLERA.- ¡Eso supuesto
que se levantase!
FRANCO RICOTE.- Vamos amigo, deja
esa burla y vente a cenar.
JUANITO VENTOLERA.-
Luego que recoja la manda»
Y, sin embargo, con
ser lance muy poco heroico, apostilla el bizco Malduenda: «Ese atolondramiento
no lo tuvo ni el propio Juan Tenorio.
Es evidente que la
desfachatez y bravura de don Juan, aun no siendo una actitud encomiable,
provocan cierta estela de admiración por lo osado. La conducta de Juanito,
empero, carece por completo de ese aditamento de arrojo y pasión. No es
precisamente una estela de admiración lo que Juanito Ventolera deja tras de sí,
y todo esto nos conduce, una vez más, a la conclusión de que actitudes como las
difundidas en el Tenorio de Zorrilla son ridículas en una sociedad
miserable, carente de cualquier tipo de ideales.
Todo lo cual me pareció oportuno traerlo a este blog hoy que que se conmemorael Día de los Difuntos.
Todo lo cual me pareció oportuno traerlo a este blog hoy que que se conmemorael Día de los Difuntos.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
[1] Algunos estudiosos añaden a su edición de las obras de Valle-Inclán
el entremés ¿Para cuándo son las reclamaciones diplomáticas?, que aunque
propiamente no pertenece a Martes, participa del espíritu de los
Esperpentos. Éste es el caso de Gaspar Gómez de la Serna (Obras escogidas,
Madrid, Aguilar, 1956) o Jesús Rubio Jiménez (Martes de Carnaval,
Madrid, Espasa Calpe-Colección Austral, 1992) o el director teatral Mario Gas,
quien representó en el Teatro María Guerrero de Madrid las tres obras de
Martes junto con ese entremés durante el otoño de 1995.
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