domingo, 9 de noviembre de 2014

LOS ESPEJOS REBELDES EN "COHERENCE"


            Me permito citar a Monterroso en un conocidísimo relato hiperbreve: “Cuando despertó el dinosaurio, todavía estaba ahí”. Imposible mayor concisión. Ahora bien, ¿y si las cosas fueran realmente así? ¿Y si los dinosaurios siguieran vivos en otra realidad que no sea otra, sino ésta misma? Quizá ellos se sintieran igual de impresionados al ver un ser humano, que nosotros al ver un saurio gigante.

            Poco más o menos eso es lo que se plantea en Coherence, sin dinosaurios, claro: sólo seres humanos. Se trata de un filme norteamericano de 2013 dirigido por James Ward Byrkit, con guión suyo y de Alex Manugian, galardonado precisamente en esta categoría, Mejor Guión, en el Festival de Sitges de 2013. En todo caso, magnífica la actuación del elenco de actores, y de manera especial Emily Baldoni.

            Yo creo que todos conocemos la experiencia de un cuarto de espejos en el cual las imágenes de uno mismo se repiten hasta el infinito. Son muy corrientes en los probadores de ropa. Ahora bien, ¿y si no todas las reproducciones de uno mismo fueran idénticas? ¿Y si existieran diferencias en cuanto a los colores, por ejemplo? ¿Y si no todas las repeticiones de ese ser humano que soy yo mismo guardaran entre sí una relación de atracción-repulsión, es decir, que no todas las imágenes congeniaran entre sí? En el mundo donde creemos vivir sería imposible. Pero únicamente en el mundo en que creemos vivir, pues tan sólo sería necesario un cometa lo suficientemente próximo a la Tierra para que se rompiera la coherencia, para que se desbaratara esta ficción de realidad, valga la redundancia, en la que necesitamos vivir. Ficciones de realidad. Ficciones de seguridad. Para mayor credibilidad, los personajes en la película tienen los mismos nombres que en la vida real.

            Y no quiero arruinar más el disfrute de ciencia-ficción, con más dosis de ciencia que de ficción.

            Espejos rebeldes, en definitiva, que desautorizan los postulados de la Física clásica.

            Pero si nos movemos en el ámbito de los cuartos de espejos, la referencia a Jorge Luis Borges es preceptiva. Recordemos, por ejemplo, "El jardín de los senderos que se bifurcan", dentro del libro Ficciones, y que consiste en una narración donde se enfrenta al lector con la noción de infinito o eternidad que se articula sobre la ilimitada repetición de los hechos:

                                El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado.

            El futuro, por lo tanto, como repetición infinita del pasado, imagen uno del otro sobre un punto especular, al que hemos de considerar como el presente de todas las acciones, y así lo colegimos del propio texto: "Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora". De este modo, alcanzamos dos de los grandes temas del pensamiento borgiano: el tiempo y los espejos, que en pocos relatos como éste aparecen tan directamente relacionados: el futuro no es más que la repetición infinita del pasado, gracias a la sucesión ilimitada de los momentos del presente, de la misma manera que la imagen de un objeto o una persona situada en un cuarto de espejos se repetirá infinitamente. Imágenes eternas, como eterno es el pensamiento, y constatamos entonces que, muy curiosamente, se utiliza en castellano una misma palabra, "reflexión", para esas dos acciones, la acción de reflejarse y la acción de pensar.

            La interrelación de la multirrepetición de los cuartos de espejos y el sentido borgiano del tiempo se percibe con bastante nitidez en algunos pasajes de este relato: "El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. [...]. Me pareció que el húmedo jardín que rodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de invisibles personas. Esas personas eran Albert y yo, secretos, atareados, multiformes en otras dimensiones de tiempo".

            Y si de la coexistencia de realidades diferentes hablamos, resulta igualmente inevitable recordar al gran compañero de Borges en sus iniciativas literarias, Adolfo Bioy Casares, quien en “La trama celeste”, dentro del libro homónimo, plantea la pluri-realidad, o multiplicidad de posibilidades, dado que asistimos en este relato a una situación en la que un aviador, el capitán Morris, realiza una serie de acrobacias aéreas que azarosamente coinciden con los pases:

                                Abrí el diccionario de Kent; en la palabra pase, leí: "Complicadas series de movimientos que se hacen con las manos, por las cuales se provocan apariciones y desapariciones". Pensé que las manos tal vez no fueran indispensables; que los movimientos podrían hacerse con otros objetos; por ejemplo, con aviones.

            Morris y su avión despegan de un Buenos Aires, digamos, estándar, realizan una serie de movimientos en un determinado esquema y aterrizan en otro Buenos Aires de otro mundo, donde, por ejemplo, "no existía Gales y donde existía Cartago". De este modo, nos hallamos en una dinámica que se explica en L'Eternité par les astres, de Blanqui[1]: "habrá infinitos mundos idénticos, infinitos mundos ligeramente variados, infinitos mundos diferentes. Lo que ahora escribo en este calabozo del fuerte del Toro, lo he escrito y lo escribiré durante la eternidad, en una mesa, en un papel, en un calabozo, enteramente parecidos". Infinitos mundos iguales, ligeramente diferentes, porque quien sucesivamente aparece y desaparece en el relato de Bioy de ese Buenos Aires, al que por simplificar denominaremos normal, no es exactamente el mismo Morris: "En varios mundos casi iguales, varios capitanes Morris salieron un día (aquí el 23 de junio) a probar aeroplanos. Nuestro Morris se fugó a Uruguay, o al Brasil. Otro que salió de otro Buenos Aires, hizo unos "pases" con su aeroplano y se encontró en el Buenos Aires de otro mundo".

            Dentro de ese planteamiento básicamente plural, descubrimos, sin embargo, interesantísimos juegos de oposiciones, como el que se establece entre el ya mencionado 23 de junio, y el 20 de diciembre: "Cuando el capitán Ireneo Morris y el doctor Carlos Alberto Servian, médico homeópata, desaparecieron, un 20 de diciembre, de Buenos Aires, los diarios apenas comentaron el hecho", donde observamos que el solsticio de invierno en el hemisferio austral se sitúa enfrente del de verano, lo que por otro lado no deja de sorprender a un lector del otro hemisferio, en el que ambas estaciones están exactamente invertidas, y de ahí que cuando Morris despega un 23 de junio, llame la atención la alusión a las malas condiciones meterológicas: "El 23 de junio, alba de una hermosa y terrible aventura, fue un día gris, lluvioso. Cuando Morris llegó al aeródromo, el aparato estaba en el hangar. Tuvo que esperar que lo sacaran. Caminó para no enfermarse de frío". Detalle ése que adquirirá trascendencia en el transcurso de la historia, porque las condiciones atmosféricas han cambiado radicalmente en el Buenos Aires donde aterriza, enfatizándose de esa manera las diferencias entre ambos mundos: "Remontó el vuelo una mañana gris y lluviosa; cayó en un día radiante".

            Descartemos, pues, la soberbia de creernos únicos y atrevámonos a considerar otras imágenes diferentes de nosotros mismos conviviendo en esta realidad ¿Por qué no? Al fin y al cabo, no todos los días pasa un cometa tan cerca de la Tierra que no sitúe enfrente de otros yos, no necesariamente agradables.





     [1] Luis Augusto Blanqui (1805-1884), comunista revolucionario francés, cuya vida fue una constante sucesión de conspiraciones y encarcelamientos, persuadido como estaba de la verdad de sus predicaciones. El 1 de enero de 1884, murió como consecuencia de un ataque de apoplejía sufrido tras asistir el 27 de diciembre a un mitin en el que defendió la bandera roja para sustituir a la tricolor. Sus partidarios se denominaron blanquistas y fundó el periódico La Patrie en danger. Entre sus obras se cuentan: L'Eternité par les Astres (París, 1872), L'armée esclave et opprimée (París, 1880) y Critique sociale (París, 1885).

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