30 de abril de 2023
La
tarde se ha iniciado con la película burkinesa, aunque rodada cuando Burkina
Faso era todavía Alto Volta, Wênd Kûuni
(1982), de Gaston Kaboré, que obtuvo diez Premios César, entre ellos, el de
Mejor película francófona, y que dentro del FCAT se ha incluido en la sección
“Es al final de la vieja cuerda que se teje la nueva”, que es una manera que
tiene este festival de cine de celebrar su vigésimo aniversario: ha pedido a
cinco cineastas españoles y cinco cineastas africanos que elijan un filme
clásico y otro de nuestros años más próximos, puesto que el lema que da nombre
a esta sección retrospectiva es un proverbio de África Occidental que viene a
significar algo así como la conservación de la memoria colectiva de generación
en generación, de tal modo que las innovaciones sociales, culturales o de
cualquier tipo que se produzcan en nuestro continente vecino no olvide cuáles
son sus orígenes o, al menos, sus antecedentes más inmediatos.
Y eso es precisamente lo que plantea Kaboré en este filme: recuperar la identidad del continente y las raíces africanas, pervertidas por la llegada del hombre blanco y alguna que otra cultura foránea, como las religiones monoteístas, de las que luego hablaremos, y la omnipresencia china de nuestros días, a la que también dedicaremos unas líneas en este artículo.
Para
ello este director que hoy es burkinés vertebra su largometraje sobre un niño mudo
al que le ponen el nombre de Wênd Kûuni, pero que está aureolado de valor
alegórico, pues representa a las jóvenes repúblicas africanas, jovencísimas en
1982, que han perdido la voz por el feroz colonialismo europeo y la pésima
descolonización posterior. De hecho, para Kaboré, la voz es un don divino, que
es exactamente el subtítulo de este filme: El
don divino.
A
partir de ahí, la película se desarrolla en un poblado, cuyo modo de vida se
ajusta a los cánones más tradicionales, por lo que no disponemos de ninguna
referencia externa para saber en qué período histórico de África nos hallamos:
es la vida en África tal cual, atemporal, según pretende defender el director
de este filme.
Para
mayor abundamiento, la estructura de esta cinta se ajusta a los preceptos
básicos del cine africano en sus orígenes, según los cuales, los directores
deben ser como los griots, es decir,
narradores de historias, en las comunidades rurales. Incluso en ocasiones una
voz en off ofrece información al espectador.
Y Wênd, quien, como ya hemos dicho es una alegoría de África, por la manera sorpresiva en que es encontrado en medio del campo, es considerado el niño del destino y de él se afirma que su destino es muy raro, lo que tampoco me parece demasiado distante de la realidad de África poscolonial.
El
valor simbólico de la pérdida de la voz es bastante evidente: la madre es una
alegoría de las tradiciones y el niño se queda sin voz cuando ella muere. ¿Y la
recuperación de la palabra? Bueno, pues probablemente quede a juicio del
espectador la interpretación de ese hecho, dado que no es mucho lo que este
filme desvela al respecto; así que me voy a aventurar a facilitar la mía: si la
falta del don divino de la voz es una alegoría de todo aquello de lo que se ha
privado a África, este continente volverá a ser África después de mucho dolor y
mucha muerte.
La
segunda película de la tarde, dentro también de la sección “Es al final de la
vieja cuerda que se teje la nueva”, ha sido Bamako
(2006), de Abderrahmane Sissako, uno de los principales cineastas africanos de
todos los tiempos, nacido mauritano, nacionalizado maliense, quien en 2015
sería nominado al Oscar a la Mejor película en habla no inglesa por Timbuktu.
¿Cómo logran esas instituciones, en general, y el Banco Mundial, en particular, que es contra quien principalmente se dirigen las invectivas de este filme, tan siniestros objetivos? Pues mediante dos vías a cual más pavorosa: primero, mediante la descomunal deuda exterior, que se autoalimenta y no para de aumentar, por lo que el Producto Interior Bruto africano se dedica exclusivamente a ese concepto, sin que la población de este continente tenga acceso a nada; y, segundo, mediante la privatización de servicios públicos básicos, como el ferrocarril, la educación o la sanidad, lo cual provoca que piezas que esenciales para cualquier sociedad queden en manos extranjeras y, con ello el analfabetismo de dos tercios de la población africana, una descomunal mortalidad infantil, etcétera.
Destaca
mucho la puesta en escena de este filme, pues Sissako diseña una especie de
tribunal, con abogados defensores del Banco Mundial, entre los que destaca un
letrado francés, pero cuenta con un importante equipo de togados africanos, y
acusación particular, entre la que destaca otro abogado francés, así como una
letrada africana. Durante las diferentes sesiones se van llamando a testigos,
que son personas que han sufrido alguna de las miserias arriba descritas:
emigración, pobreza, privatización de las infraestructuras, corrupción,
carencias sanitarias, etcétera. En determinado momento, se levanta un anciano de
aspecto menesteroso cantando a estilo tradicional para no sufrir en silencio,
para que se escuche la voz de la tradición.
Otro matiz que permea durante toda la película es el de las religiones monoteístas, principalmente el islam y el cristianismo, venidas de fuera, pero arraigadas con fuerza en África y que, desde luego, no ayudan demasiado a resolver la situación.
Muy
significativo es el caso de Melé, interpretada por Aïssa Maiga, que obtuvo el
Premio César a la Mejor actriz. Melé es una joven que canta en un bar y de vez
en cuando se ve obligada a bailar con algún parroquiano, y su camerino es la
misma sala donde los jueces y magistrados cuelgan sus togas tras las sesiones.
Melé canta y llora simultáneamente. Delante del tribunal se dirige hacia su
trabajo embutida en un vestido muy sensual y delante del tribunal se hace atar por
detrás las cintas del vestido.
Sissako se permite también el sarcasmo de intercalar el fragmento de un Western, con todas las convenciones del género, al que titula Death in Timbuktu, ‘muerte en Timbuktú’, como prueba de que hay cosas inequívocamente americanas: la invasión y la destrucción de otras culturas que no lo son afines, o incluso aunque le sean afines.
¿Y
el veredicto? ¿Es condenado finalmente el Banco Mundial? Me van a permitir que
conteste con otra pregunta: ¿alguien conoce alguna condena en firme o alguna
exigencia de reparación contra el Banco Mundial?
El
caso es que la película se inicia con Chaka, interpretado por Tiécoura Traoré
caminando por unas calles miserables, donde encuentra un perro moribundo de
color negro, y finaliza con el suicidio de Chaka, que de esa manera vendría a
simbolizar la falta de esperanzas del continente africano.
La
tercera película de la tarde, en esta ocasión dentro de “Hipermetropía”, es
decir, la sección oficial a concurso del FCAT, ha sido Nossa Senhora da Loja do Chinês (2022), ‘Nuestra Señora de la
tienda de los chinos’, del director angoleño Ery Cláver, que forma parte del colectivo
Geração 80, quienes intentan desarrollar el cine en esta antigua colonia
portuguesa contra viento y marea.
Los
primeros planos de Cláudia Púcuta, en el papel de Domingas, son soberbios por
el enorme talento de esta actriz, concentrado en su mirada, pero sobre todo destacaría
cómo las imágenes se van mezclando sin seguir un orden coherente para
mostrarnos diferentes aspectos de la sociedad luandesa, como la megalomanía de
los poderosos hasta sobrepasar con creces lo ridículo, los abusos sexuales, la
pobreza, la santería atávica, la milagrería cristiana y, desde luego, la
omnipresencia china en este país africano: en toda África, en general. Así, por
ejemplo, estructurado el largometraje en tres capítulos y un prólogo, se coloca
este después del segundo capítulo y no donde le correspondería con arreglo a la
preceptiva académica.
Y muy reseñable resulta la voz en off en chino que narra con gran intensidad lírica unas escenas tomadas de la realidad más real, así como el protagonismo del agua y su presencia durante casi todo el filme, pues es este el elemento asociado milenariamente a la melancolía y su descenso a las regiones más profundas de la pena humana.
En charla posterior a la proyección del filme, Cláver desveló que en Angola, modos de vida propiamente angoleños hay apenas un veinte por ciento, correspondiendo el ochenta por ciento restante al pasado colonial o al presente chino, con su paciente expansión por el planeta de manera similar a cómo el agua horada la piedra.
Una tarde, en definitiva, dedicada a reclamar la voz africana, amenazada desde muy diferentes puntos de vista, según hemos comentado en este capítulo.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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