Roberto Vivero y Enrique Gallud Jardiel
Una conversación con Enrique
Gallud Jardiel
Ápeiron
Ediciones
Año: 2023
108
páginas
Planteada la conversación
como una serie de preguntas expositivas a las que da cumplida réplica el
entrevistado, este libro constituye un poderoso manifiesto estético y uno
puede, o no, estar de acuerdo con las opiniones que Enrique Gallud Jardiel (Valencia,
1958), nieto de Enrique Jardiel Poncela e hijo de los actores Rafael Gallud y
María Luz Jardiel, vierte en la obra arriba referenciada. No puedo compartir, sin
ir más lejos, la poca estima hacia Cervantes, en general, o el Quijote, en particular, quizá porque me
he criado en Alcalá de Henares, jugando al fútbol alrededor de su estatua en la
plaza homónima. Del autor afirma que se trató de una invención de las potencias
culturales europeas para oscurecer a dos grandísimas figuras, como Lope de Vega
y Calderón de la Barca. Hacia la novela no ahorra Gallud comentarios minimizantes,
por decirlo de la manera más suave posible. Sin embargo, los extranjeros son
extranjeros, pero no tontos y si hubieran querido minusvalorar a Lope y
Calderón, hubieran encumbrado a alguno de los suyos: pongamos que hablo de
Shakespeare/Marlowe o Moliere. Cuando los ingleses quisieron, por ejemplo,
ningunear a Elcano, no beneficiaron a Legazpi, otro español, sino que
sacralizaron a Drake y a Cook, dos ingleses. Y, bueno, creo que el Quijote se defiende por sí mismo y no
hace falta añadir comentarios a lo que durante más de cuatro siglos se ha dicho
sobre él en todo el planeta: incluso Montesquieu, el antiespañol más
antiespañol de cuantos antiespañoles han existido, sentía admiración por esta
novela y no creo yo que cuando escribió las Cartas
Persas, 1721, el ilustre barón sintiera amenazado el esplendor cultural de
Francia por Fuenteovejuna (1619) o La vida es sueño (1635). Y es que las
cosas son así: al Príncipe de los Ingenios le salió una competencia feroz de
quien menos se lo esperaba: un cobrador de impuestos, prisionero en Argel,
presidiario en España, manco y no sé cuántas cosas más. Una enorme faena, sin
duda, pero es que las musas son así de juguetonas. Cervantes viajó y vio mucho;
Cervantes leyó y aprendió mucho; y no sé si de Lope se puede afirmar lo mismo,
al menos en lo que a los viajes se refiere.
Tampoco comparto con el
autor valenciano su desprecio por los montajes teatrales vanguardistas de las
obras clásicas. En mi humildísima opinión, esas puestas en escena tan modernas,
lejos de degradar los textos de los grandes autores del Siglo de Oro, les dotan
de una dimensión universal y atemporal.
Pues bien, de la India,
entre otras muchas cosas, Gallud afirma lo siguiente:
Por
circunstancias ajenas a mis propósitos, me encontré en la India, me aclimaté,
aprendí la lengua, conocí su pensamiento y encontré esa patria que encaja con
uno y que no suele ser en la que apareces un día al nacer. Si soy algo, en
cualquier orden de cosas, la India es responsable al menos del 60 % de ese
algo.
Y además:
La
India ofrece el pensamiento más avanzado que conozco (el advaita vedânta), los tratados filosóficos más impresionantes (las upanishads), la lengua más perfecta con
la que me he topado (el sánscrito) y una riquísima literatura en ella, la forma
musical más creativa (los râga), la
danza más elegante que he visto (el bhâratnatyam),
la obra literaria más grande y completa (el Mahâbhârata),
un universo estético en sus paisajes y monumentos, una sociedad amigable y
altamente educada, con un tremendo respeto por la educación, y amistades más
genuinas y duraderas que las de otros lugares.
Creo que es difícil expresar
con mayor claridad el amor a una región y a su cultura.
cuando
me burlo del poder en la persona de un Fernando VII o un Nerón, no incido en
sus injusticias, sino en sus imbecilidades. Como se ha dicho muchas veces, a
veces los malos descansan de su maldad, pero los tontos no descansan nunca y
eso es lo verdaderamente dañino para el resto.
Gallud encuentra especial acomodo en la parodia:
En
cuanto al talento, creo que no lo tengo, en el sentido de creatividad. A mí no
se me ocurre ni «usted lo pase bien» (de ahí que me haya especializado en la
parodia, en donde el tema lo tienes de antemano). Lo que hago bien es combinar,
permutar y, sobre todo, dosificar.
Aspiraciones compartidas,
por lo tanto, para buscar lo grotesco que, lamentablemente, no goza de
demasiada presencia en nuestras letras actuales, y mira que se publican libros
al año en España, la inmensa mayoría de ellos perfectamente prescindibles. En
opinión de Gallud:
En
cuanto a ideas, yo no tengo: no se me ocurren historias nuevas, por lo que me
dedico a la parodia, en donde el argumento me viene dado. Pero en este terreno,
con perdón por mi soberbia, no hay en España en la actualidad quien me meta
mano. He descubierto el filón de comiquizar el mundo y los temas sobre los que
puedo escribir son nada menos que infinitos.
Ay, ay, ay, el humor, tan
difícil y tan poco valorado.
Nos enfrentamos así
inevitablemente al arte con todo lo que esto significa y no es que se pretenda
dar una opinión absoluta al respecto, pero el arte nos hace más humanos,
incluso cuando se abordan los aspectos más despreciables de las personas:
El
arte es un producto del genio individual y no puede hacerse una obra maestra
por sufragio universal. El colectivismo, la igualdad, son entelequias, porque
los seres humanos somos distintos, aunque las tendencias del mundo quieran
unificarnos y que todos en el planeta usemos el mismo tipo de zapatillas de
deporte.
El arte, pero, ¿qué es el
arte? Probablemente el arte es todo aquello que no sirve para nada, salvo para
hacernos sentir mejor. Algo así como el abrazo fraterno de alguien a quien no
conocemos en persona y tampoco está ahí, salvo que uno asista al acto inaugural
de una exposición o la presentación de un libro con presencia del autor. El
placer estético es inconmensurable y casi que lo mejor es que sea así. Casi que
lo mejor es conocer la obra y no al creador.
En todo caso, el arte,
además de una predisposición natural, requiere un esfuerzo deliberado, un
aprendizaje y una técnica, circunstancias estas que no escapan a la perspicacia
de Gallud:
Así
que en el arte, en cualquier arte, tenemos dos aspectos y nada más que dos
(¡cómo me gusta simplificar, sintetizar y resumir!): aprendizaje exhaustivo de
las técnicas (de muchas y no de muy poquitas) y un don especial para
combinarlas que, si no lo tienes, no puedes ser artista por mucho que quieras.
Pero si el ser humano se
compone de una parte física, otra afectiva y, por fin, una tercera intelectual,
no podemos olvidar esa parte cognitiva en algo tan complejo como el arte: “Sin
ideas, no hay arte ninguno. Sin estilo, no hay arte original, sino mera
artesanía repetitiva”. No existe la escritura automática ni los brochazos
sueltos justifican una obra de arte. “Inteligencia/ dame el nombre exacto de
las cosas”, reclamaba Juan Ramón Jiménez (bueno, realmente, Intelijencia, que ya sabemos la
predilección del moguereño por la j y
así lo destaca Gallud en el libro que estamos comentando).
Dentro del arte, la
literatura es donde se ha desempeñado Enrique:
escribo
para escribir, porque el proceso (pensar cómo hacer el libro, estructurarlo,
tomar notas, redactarlo, corregirlo luego) me encanta per se y aparte de otras consideraciones de prestigio o
crematísticas.
¿Y es que acaso el placer
personal, la sensación de ser un pequeño dios que crea el mundo en cada obra no
es ya de por sí suficiente satisfacción? ¿Hemos de buscarle otro sentido a la
literatura? Sartre consideraba que la función de la literatura era servir a la
revolución social; durante milenios se le asoció una función pedagógica; pero
todo eso no es nada más que mediatizar una actividad principal que, según
comentamos poco más arriba, es la de abrazar a nuestros lectores desconocidos.
Comienzo aquí el último
párrafo de esta reseña y es evidente que no puede resumirse en algo menos de
dos mil palabras un libro de ciento ocho páginas, pero sí me parece importante
concentrar todas estas reflexiones en una: en unos tiempos como los actuales en
los que se han impuesto las tecnologías, el postureo y la inmediatez todavía
queda resquicio para las humanidades, gracias a personalidades como Enrique
Gallud Jardiel, quien jamás de los jamases podrá ser sustituido por un programa
de inteligencia artificial. Y es que, al fin y al cabo, alguien tiene que leer
a los clásicos en este país.