Reproducimos a continuación la intervención de María Teresa Morillas García durante el acto de presentación de la novela Eslabón de papel, de Guadalupe Eichelbaum, acaecida el 7 de febrero de 2017 en el Centro Andaluz de las Letras de Málaga.
En un tren de cercanías viaja una mujer. Este es uno más
de los recorridos que realiza por su Buenos Aires natal, en un viaje del alma
que posibilita el reencuentro con la ciudad y sus recuerdos. Un niño se acerca
a ofrecerle un marcapáginas y ella, movida por la tristeza que supone ver a la
infancia expuesta sin red a la vida, le da unas monedas. Diez años más tarde,
la frase impresa en ese punto de lectura es rescatada, hace de semilla
inspiradora y le mueve a escribir su quinta novela; la novela que hoy
presentamos: Eslabón de papel. Publicada
por Azimut Editorial y con ilustración de portada de Esther de la Cruz. En ella
nos encontraremos con trece historias enlazadas por un nexo común, a través de
las cuales Guadalupe Eichelbaum nos lanza una propuesta para realizar una
inmersión. Ya les informo de que no será una inmersión cómoda, olvídense por el
momento de bañadores tropicales y de utilizar unas simples gafas con tubo
incorporado. Porque estamos invitados a bucear en aguas más frías y, por
momentos, turbias, con el objetivo de familiarizarnos con la galería de
personajes iceberg que en esta ocasión nos presenta.
Y los califico así, porque a Eichelbaum no le atrae en
absoluto permanecer en la superficie para mostrar al lector esa primera capa
visible en que lo evidente se narra y los protagonistas exponen una vida sin
aristas, exenta de todo vértigo y carente de matices. Por ello, de forma valiente,
Guadalupe sostiene desde la sencillez una narrativa que pone en evidencia la
complejidad de la existencia humana hasta hacerla protagonista indiscutible; animándonos
con su prosa sugerente a acompañarla y descender hasta esas siguientes capas
veladas, para ser testigos silenciosos de lo que no desea ser mostrado. Dando
paso al diálogo interno que sostienen estos personajes con la vida y con ellos
mismos. Y por lo tanto colocándonos en un lugar privilegiado desde donde, con
toda certeza, no podremos evitar tomar partido ante sus actos y decisiones. En
este sentido una de las protagonistas de Eslabón sostiene: “Todos somos
fiscales del prójimo y abogados defensores de nosotros mismos”.
Guadalupe
Eichelbaum tiene el acierto de presentarnos unas historias y unos personajes anónimos muy cercanos. No son
superhéroes, asesinos en serie, mutantes o profetas, y los conoceremos en
diferentes etapas de sus vidas, espacios y tiempos. Así irán apareciendo uno a
uno: la desequilibrada Baronesa, la inquietante sombra del señor Friedrich, Alejandra
abriéndose al amor y al sexo, el anciano que decide huir tras un infortunio,
Carla y su toma de decisiones, el señor Jones exprimiendo la vida, la niña
reflexiva que no desea ser veleta, el conductor al cual se le abrirá una vieja
herida; y gozaremos de algunos protagonistas más. Todos tan genuinos que
difícilmente van a provocar nuestra indiferencia. Incluso nos serán tan
familiares que acompañarlos en sus reflexiones más íntimas, tomar nota de sus
contradicciones, habitar su locura, respirar con ellos la vulnerabilidad o el
miedo, la ternura y el perdón, va a suponer un sano ejercicio de reencuentro
con nuestra esencia y con el pulso de la vida. Además, la propuesta concreta de
la autora es que realicemos este acercamiento en un momento crucial de quiebre
en sus vidas. Por supuesto, el suspense en este thriller psicológico está garantizado.
A estos personajes
los conoceremos leyendo La Isla del
Tesoro de Stevenson, Frankenstein
de Mary Shelley, Primera Memoria de
Ana María Matute o La Bestia de Ally
Keller, por citar alguno de estos libros. Es un circuito de lecturas que
Guadalupe Eichelbaun nos deja de forma silenciosa, quizás como una pista
interpretativa de historias dentro de historias y vidas que nos llevan a otras
vidas. Y a todos ellos les une la posesión o el hallazgo del mismo punto de
lectura con una frase de Emerson, la misma que ha sido semilla inspiradora para
Guadalupe, que dice así: “lo que llamamos en otros pecado, consideramos en
nosotros experiencia”. Frase provocadora de sentimientos tan dispares como la
furia, la culpa o la indiferencia, y que incluso será simiente facilitadora de
liberación para alguno de estos personajes.
Porque aunque frágiles
parecen los eslabones de papel, no olvidemos que llevan impresa la fuerza de
las palabras, y estas son tremendamente poderosas y creadoras de nuevas
realidades. Y es que, en efecto, otro de los grandes protagonistas de esta
novela es, sin duda, el lenguaje. El lenguaje como constructor y generador de mundos.
Porque si disertáramos
sobre qué hace a la raza humana ser lo que es, si buscáramos la condición
constitutiva primaria de los seres humanos; tras descartar al animal político
de Aristóteles o el uso de herramientas propuesto por Carlyle, podríamos
concluir que todo siempre ha apuntado en la misma dirección: los seres humanos
somos seres racionales. Pero hoy día la biología, al frente entre otros de
Humberto Maturana, sostiene que ante todo somos seres lingüísticos y nuestro
hábitat son las palabras. Guadalupe Eichelbaum, como si estuviese en Eslabón de Papel realizando un experimento
sobre la condición humana, y cada capítulo fuese un elaborado cuaderno de
campo, confirma esta teoría. Con sencillez juega y danza abiertamente con la
capacidad recursiva del lenguaje para dotar a sus personajes de historia y, a
la vez, es muy consciente de que esos personajes son la propia historia. Organizada alrededor de la tela de araña de
sus discursos, de las declaraciones que realizan y por supuesto de los juicios
maestros que les sostienen y los anclan para hacer de ellos las personas que
son, definiendo y acotando sus actuaciones y acompañándolos en el fluctuar del
devenir de la vida. Y los dota de una estructura de coherencia que los hace
totalmente verosímiles, representando una
muestra muy interesante del individuo contemporáneo, de sus esfuerzos para
abrir posibilidades de reconducir o reinventar sus vidas, dejando patente que
somos una especie en continua transformación.
Organizada alrededor de la tela de araña de
sus discursos, de las declaraciones que realizan y por supuesto de los juicios
maestros que les sostienen y los anclan para hacer de ellos las personas que
son, definiendo y acotando sus actuaciones y acompañándolos en el fluctuar del
devenir de la vida. Y los dota de una estructura de coherencia que los hace
totalmente verosímiles, representando una
muestra muy interesante del individuo contemporáneo, de sus esfuerzos para
abrir posibilidades de reconducir o reinventar sus vidas, dejando patente que
somos una especie en continua transformación.
Por todo ello, aceptar la invitación de Guadalupe Eichelbaum
supone bucear entre las páginas de Eslabón
de Papel dejando atrás las aguas de la apariencia en una búsqueda continua
de honestidad. Puesto que nos reta a una reflexión constante, en la cual los
personajes hacen de espejo al mostrarse con intensidad y verdad. Convirtiendo
en una aventura inquietante y bella el acercamiento a estas interpretaciones de
la realidad que encierran. Abramos, pues, este regalo.
María Teresa Morillas García
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