Tráiler oficial
Pero, vamos, que el título original es Hell or High Water, de donde a uno le
queda la duda del nivel de exigencia profesional de los traductores de títulos.
Luego, durante la película nos enteramos que “comanche” significa ‘enemigo de
todos’, que no está mal como mensaje central y además se ajusta bastante al
tono de la película, aunque en términos lingüísticos puros, en fin, que había
otras opciones. Una vez dicho lo cual, utilizaremos el nombre en español. That's how I roll.
La hierba o, al menos, cuando hay hierba es azul en Texas, así lo
proclama su principal género musical, el bluegrass,
una mezcla muy afortunada de country
y blues, es decir, una fusión de la
desgana, de la entonación cansada del country
con el fatalismo del blues. Y eso es
lo que nos hallamos en Comanchería (2016), de David Mackenzie: actitudes desgastadas, vidas sin horizontes en la
región, Texas, de los espacios infinitos.
Una película que se inicia con una cita que supone un
ataque directo al sistema financiero, algo que, por cierto, se mantiene a lo
largo de todo el filme, pero que es algo más que eso, puesto que se trata de un
largometraje donde los ladrones roban sin quererlo y, desde luego, sin saber
hacerlo: “Ah, que sois unos aficionados”, comprende una cajera también en la
escena inicial, “pues ya os podéis ir de aquí. Hasta ahora sólo habéis hecho el
estúpido” (cito de memoria). Un comentario que enerva a uno de los atracadores
más que la cuantía de lo sustraído.
Una camarera en una ocasión
pregunta a los comensales qué es lo que no quieren, porque realmente sólo
preparan un plato, así que la elección de los clientes no consiste en lo que
desean, sino en descartar una de las dos posibles guarniciones. Otra camarera
se niega a entregar unos billetes, presuntamente robados, a la policía porque
ese dinero significa su propina. Los ladrones son ladrones sin quererlo, las camareras son
camareras sin desearlo, los hijos son hijos sin pretenderlo, los divorciados
ignoran la razón de su separación e incluso la policía es policía sin que uno
sepa muy bien por qué.
Sencillamente se trata de vidas erosionadas por la
existencia, arropadas por una banda sonora en la que quiero destacar el tema “Dust of the Chase”, de Ray Willie Hubbard. “I
am lost in the dust of the chase my life brings”, proclama el cantante. “Estoy
perdido en el polvo de la persecución que mi vida lleva”. Yo creo que no es
fácil afirmarlo con mayor precisión.
Porque eso es exactamente lo que observamos en Comanchería: vidas desgastadas, narrado
todo ello sin moralina, sin héroes, sin villanos, sin declamaciones metafísicas,
sin dramatismo y, por supuesto, sin patetismo. Si es que, realmente, ¿qué
sentido tienen las declamaciones desgarradas cuando no somos más que polvo en el viento, si recordamos la inmortal, precisamente por su rabiosa mortalidad,
canción de Kansas? ¿De qué nos valen los aspavientos, físicos y morales, cuando
nos hallamos ante el fantasma de nuestra propia vida?
Algo así como el devenir normal por un valle donde ya ni
las lágrimas riegan el suelo.
No es la primera vez que la filmografía norteamericana
utiliza el salvaje oeste como escenario para referirse a otras cosas, como son dos conocidísimas y muy recientes películas de los hermanos
Coen, según ya he comentado en otro lugar: No es país para viejos (2007), que consiste una visión muy particular del
Apocalipsis, y Valor de ley (2010), que
recrea con total libertad de forma el dogma de Santísima Trinidad y cuyo título
original es True Grit, es decir, ‘pura
arenilla’ o ‘pura mota de polvo’, que dista bastante del utilizado en español,
y a mi modo de ver es una metáfora del famoso aforismo “porque polvo eres y en
polvo te convertirás”, algo que conecta bastante con el tono de Comanchería, la película cuyo comentario
nos comentario nos ocupa en estos momentos.
Chris Pine y Ben Foster realizan magníficos trabajos en sus
papeles de hermanos atracabancos (no sé si la palabra “ladrones” les encaja en sentido
estricto), pero permitidme que me quede con Jeff Bridges, quien, por cierto,
también es el protagonista de la recién mencionada Valor de ley y que en Comachería
da vida a un ranger a punto de
jubliarse, un hombre cascado con voz de cascajo: es lo bueno que tiene ver
películas en versión original, que te permite apreciar esos matices esenciales.
Vida lijada, voz triturada.
Creo
que este personaje, puesto que es el de mayor edad en el filme, salvo quizá
alguna camarera de las que sirven café a tutiplén en los bares rurales o de
carretera, con su nombre grabado en una placa de baquelita colgada de la bata,
y precisamente por haber recorrido ya un gran trecho de la segunda navegación,
en terminología platónica, personifica, me refiero a Bridges, gran parte de mis
consideraciones anteriores: un policía cuyo método de investigación consiste en
la pasividad observadora. Jeff Bridges, el ranger
que interpreta en Comanchería se
sienta en el porche de un motel para ver pasar a los ladrones, como otros se
sientan en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver de su enemigo, lo que
nos recuerda el significado de la palabra “comanche”, al menos lo que de esa
palabra se informa en este largometraje. Como otros se sientan a la puerta de
su casa para ver pasar su propio cadáver.
Si
es que, nos pongamos, como nos pongamos, la hierba es azul y las aristas se
redondean con el paso del tiempo. La vida es como una serpiente de cascabel y
la muerte te llega cuando tu cuerpo se interpone en el camino de alguna bala.
Tan sencillo como eso.
Ay,
ay, ay, ya lo dice Dolly Parton en un tema mítico: “The Grass Is Blue”, con
todas las connotaciones que la palabra “blue” tiene en inglés.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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