miércoles, 30 de septiembre de 2015

LA REALIDAD DE LA REALIDAD EN "CIUDAD DE DIOS: 10 AÑOS DESPUÉS"



https://www.youtube.com/watch?v=ae5aM4VYXik

            El año 2002 vio el nacimiento de un fenómeno cinematográfico mundial: la película brasileña Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles y Kàtia Lund, un filme que luego tendría su continuación en la italiana Gomorra (2008), de Matteo Garrone, si bien en la producción sudamericana la brutalidad alcanza unos extremos no superados hasta la fecha.


            Unos pocos kilómetros al sur de unos de los rincones icónicos de la alegría de vivir, la playa de Copacabana en Río de Janeiro, se levanta un mar de favelas que Meirelles describió con innegable eficacia, obteniendo para el cine brasileño algo que nunca había conseguido antes, ni ha vuelto a repetirse: cuatro nominaciones a los Oscar.

 Pero el primer jalón importante en la exitosa carrera de ese largometraje, que incluye el del Círculo de Críticos de Nueva york a la Mejor película extranjera, o el del Festival Internacional de Cine de Toronto en la misma categoría, tuvo lugar en el Festival de Cannes, que significó para parte del colectivo protagonista de la película la primera vez que salían al extranjero, la primera vez que montaban en avión, la primera vez que abandonaban las favelas, puesto que Meirelles eligió para su filme a los propios jóvenes, adolescentes y niños de las favelas, todos ellos armados hasta los dientes.

            Significó aquello la “invasión” de la realidad en la ficción y lo que Luciano Vidigal, que se apellida como la favela en la que creció, y Carvi Borges han realizado en Ciudad de Dios: 10 años después (2013) analiza justamente lo contrario, es decir, el efecto de la ficción en la realidad. Debemos señalar, por ello, que el eje de la producción de Vidigal es Luciano Firmino, que desarrolla el enérgico papel de Zé Pequenho, líder de la banda, en la película de Meirelles y que la primera consecuencia directa del filme de 2002 fue la creación en 2003 de un estudio cinematográfico entre Meirelles y algunos de los actores de su Ciudad de Dios, denominado Cinema Nosso, que es quien produce el largometraje de Vidigal.


            Dicha película es oficialmente un documental, pero ¿acaso no lo es también la de Meirelles? Pocas veces la realidad ha estallado en nuestras narices con mayor eficacia que en Ciudad de Dios. La realidad se vuelca en la ficción en el filme de 2002 y la ficción se proyecta sobre la realidad en el rodado diez años después. La realidad de la realidad, por lo tanto. La realidad orbitando sobre sí misma. La realidad a la que regresan los actores, después del glamour de Cannes.

            Cabe preguntarse cómo ha afectado a las vidas de los actores la película de Meirelles, que es justamente lo que muestra Vidigal en el suyo, y lo que comprobamos en Ciudad de Dios: 10 años después es que a algunos no les ha ido mal del todo, como a Seu Jorge que ha hecho carrera en el mundo de la música, o a Alice Braga, que protagonizó junto a Will Smith Soy leyenda (2007), de Francis Lawrence. Es innegable, y así lo admite ella, que el beso de Angélica, interpretado por Alice Braga, en la playa fue una palanca importante en su posterior trayectoria como actriz.


           Sin embargo, aunque la película de 2002 conoció una secuela televisiva, todos ellos siguen conectados a las favelas, Jorge y Braga algo más distanciados merced a sus respectivas carreras artísticas, digamos que es una referencia vital que no desaparece de sus experiencias, pero casi todos los demás continúan viviendo en ellas, incluido el propio Firmino. Uno de los actores, Rubén Sabino da Silva, estuvo en prisión por robar a una anciana, y sucedió ello porque no tenía dinero para comer, dado que la remuneración por haber participado en la película fue de unos 10.000 reales (unos 3000 euros) sólo para los papeles principales (los demás hubieron de conformarse con unos pagos de 2000 a 2500 reales. Otro malvive como vendedor de maní, otro mecánico en un taller de favelas, etc.

             Y sobre todos ellos planea el estigma de la negritud, algo que sigue pendiente de solución en Brasil (y en USA) y que en su momento fue denunciado con ardor por un escritor blanco: Jorge Amado, sobre todo en Tienda de los milagros (1969), donde el mulato Pedro Arcanjo, bedel de la Facultad de Medicina, en el Terreiro do Jesús de Salvador de Bahía, investiga el sustrato negro de la realidad brasileña, lo que le vale el general desprecio de la institución académica, la pérdida del empleo y menos mal que ahí queda todo, puesto que en la obra de Amado se nos retrata una sociedad de blancos que conecta directamente con el nazismo.

            En el documental Marley (2012), de Kevin Macdonald, asistimos a la pirueta mental que llevó a los rastafaris a considerar Dios era negro, africano, y además Haile Selassie. De hecho, “ras” en amárico significa ‘cabeza’ y Tafari era el verdadero nombre del emperador etíope (Haile Selassie es el nombre que eligió y significa ‘Santísima Trinidad’). Una de las razones para tal conclusión es que en África se inició la vida humana.

            Como sabemos, sin embargo, como desgraciadamente estamos hartos de conocer, la historia de la raza negra, trasplantada a América contra su voluntad, no ha sido demasiado grata, por decirlo de la manera más suave posible. Ésa es la realidad de Ciudad de Dios, el fime de Meirelles, y de Ciudad de Dios: 10 años después, la película de Vidigal. De hecho, el barrio más popular de Salvador de Bahía, el barrio inicial de tan excepcional ciudad es el Pelourinho, siendo así que este vocablo significa el palo al que eran atados los esclavos.


             Carlinhos Brown inició en la ciudad bahiana un proyecto de desarrollo social basado sobre todo en la música, algo que retrata el director español Fernando Trueba en El milagro de Candeal (2004) y ahora Luciano Vidigal nos ofrece una mirada de esperanza hacia esos mares de miseria que son las favelas de Río de Janeiro en Ciudad de Dios: 10 años después, tomando como apoyo una productora audiovisual, Cinema Nosso, creada donde antes sólo había sangre.

Francisco Javier Rodríguez Barranco

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