¿Recordamos las canciones en la llave de la vida, Songs in the Key of Life, del inmortal
Stevie Wonder? Algo así podría decirse de la última película de Noah Baumbach, Mientras seamos jóvenes (2014), que
figuró en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Toronto
(TIFF) y cuyo título, curiosamente, ha sido bien traducido del inglés, While We’re Young. Incluso podríamos
mencionar el tema “Isn’t She Lovely”,
puesto que el filme se inicia con el primer plano de un recién nacido y ese
primer plano se mantiene un número suficiente de segundos como para hacernos
pensar que no todo el cine made in USA
consiste en carreras frenéticas y guerras en los lugares más recónditos de las
galaxias. Curioso también me resulta que un largometraje con tan enorme soporte
musical, que va desde Vivaldi hasta “Eye of the Tiger”, de Survivor, utilizada en una de las infinitas secuelas de
Rocky, uno de cuyos carteles, precisamente el de Rocky III aparece en esta obra
de Baumbach, además de la propia banda sonora que corre a cargo de James Murphy.
Creo, sin embargo, que debemos matizar lo anterior, pues Mientras seamos jóvenes consiste de manera esencial en conversaciones en el medio de la vida. “A mitad del camino de
la vida” (“Nel mezzo del cammin di nostra
vita”) comienza Dante su descomunal obra, una cita que, por cierto también
abre y con toda la intención del mundo la película Marie-Jo y sus dos amores (2001), de Robert Guédiguian, cuando el
cine francés era francés, pero sobre todo cine, algo que hoy día no es tan
fácil de encontrar pues, a mi entender, las producciones del país vecino se han
convertido en burdos plagios de sí mismas. Mas no nos detengamos ahora en eso,
puesto que lo que importa es comprender cómo este filme de Baumbach nos ofrece
esa reflexión sobre el humano devenir, no sobre el sentido de la existencia,
como en la famosa trilogía de Roy Andersson, sino sobre la realidad de la
existencia, aureolado todo ello por una extensa cita de Henrik Ibsen tomada de El maestro constructor.
Y es que la vida es, en efecto, como un fin de semana del
que esperamos tanto el viernes al medio día, pero que se nos ha escurrido de
manera irremediable el domingo por la tarde. La vida es, pues, tan
decepcionante como un fin de semana, o como un tinto de verano, cuya proporción
exacta nunca se alcanza, o bien el vino está medio picado, el hielo es de agua
del grifo o la gaseosa lleva más tiempo abierta del aconsejable, por lo que no
se consigue el punto adecuado de fuerza carbonatada.
No observamos en este filme de Baumbach un lamento por el
tiempo perdido, o las ganas renovadas de hacer cosas en el medio de la vida, o
un asco personal por la pérdida de las ilusiones de la juventud, o un contraste
entre nuestro modus vivendi, lo que
ha quedado de nosotros, y la plenitud de quienes empiezan. No se trata tampoco
de una exégesis de la edad madura como fuente de sabiduría, ni consiste exactamente
en maduros que quieren comportarse como jovencitos. Algo de todo hay en la
película, qué duda cabe, pero en mi opinión lo fundamental es situar a los
protagonistas para debatir sobre su mundo en el punto de la existencia al que
han llegado a los cuarenta y tantos años y observas impotentes que lo que es lo
que es. Asimilar serenamente cuál es la posición actual, sin placer, pero sin
amargura. Algo tan sencillo y tan complejo como dar respuesta a uno de los
grandes interrogantes de la Humanidad: ¿Dónde estamos? No desde el punto de
vista del contexto social, sino de nuestras vivencias personales. Hechos
consumados. Hechos inevitablemente consumados.
Naomi
Watts desarrolla su personaje con pulcritud, pero considero que es Ben Stiller,
un actor al que sigo con regularidad, quien realiza el papel de su carrera, o
al menos lo mejor que he visto de él hasta la fecha, puesto que pocas tan
difíciles como encarnar de manera creíble esa sutil complejidad de la propia
existencia. Es también el personaje de Ben Stiller, Josh, quien nos ofrece de
manera casi simultánea las coordenadas esenciales de Mientras seamos jóvenes: la primera viene en forma de cita de
Jean-Luc Godard, que yo reproduzco según me permite la memoria: “Los
documentales hablan de otras personas. En la ficción soy yo mismo”. El otro eje
cartesiano es un comentario sobre Sergei Eisenstein, quien durante toda su vida
persiguió una película donde la realidad fuera ficción, o la ficción fuera
realidad.
Es
obvio que el director de Mientras seamos jóvenes
busca fundir ambas posibilidades, realidad y ficción en su obra y para mayor
verosimilitud, o para mejor perfilar los parámetros básicos, Josh es realizador
de documentales en este largometraje, donde se escarnecen someramente dos de
las grandes burlas de las sociedades occidentales actuales: el chamanismo y el
movimiento hipster, o new beautiful people, uno por inmoral y
el otro por arribista.
Del
componente realista de esta película ya hemos hablado en los párrafos
anteriores cuando hemos tratado de la insatisfacción personal a que nuestras
vidas están abocadas, donde surgen actitudes alternativas como las recién
citadas que poco o nada benefician al ser humano. Pero nos hallamos ante un
filme con personajes no reales, por lo que de manera necesaria ha de haber un
equilibrio de ficción. Pues bien, es aquí donde comprendemos la soberbia creativa
de Baumbach quien para sustentar ese componente argumental de una historia
inventada recurre a un contexto donde todo gira alrededor de los documentales
en tres generaciones de realizadores de ese género: Leslie, suegro de Josh,
quien manifiesta haber perdido la fe en la objetividad casi desde el principio
de sus rodajes: como consecuencia de ello se convierte en un triunfador; Josh,
que rumia y rumia y rumia una entrevista a un intelectual que él considera
interesante: como consecuencia de ello se convierte en un fracasado; y el joven
Jamie de unos veinticinco años, que no da puntada sin hilo, puesto que utiliza
a Josh para llegar ante Leslie: ni que decir tiene que, como consecuencia de
ello, consigue encumbrarse.
Ésa
sería, pues, la historia que muestra Mientras
seamos jóvenes, lo que por fuerza, al menos en lo que a la búsqueda sin
escrúpulos del éxito se refiere ha de recordarnos importantes momentos de la
creación cinematográfica, de los que sólo citaré dos: Al filo de la noticia (1987), de James L. Brooks, y, por supuestísimo,
Eva al desnudo (1950), de Joseph L.
Mankiewicz.
Grandes
antecedentes, pues, para el filme de Baumbach que estamos comentando, si bien
aspira a trascender la mera literalidad de las imágenes para profundizar en
algo tan sencillo y tan complicado como esa cosa inasible a la que, quizá
porque carecemos de una palabra mejor, denominamos vida.
Demasiado bien escrito para añadir más. Película recomendadísima ahora; tiene tantas lecturas que es complejo ceñirse a todo: ¿búsqueda de la juventud perpetuc? ¿Sistema que engaña y cautiva? Impresionante Ben Stiller, la historia y la filmación que no cae jamás en la autocomplacencia ni en el tópico.
ResponderEliminarL.