Ya lo decían
los de Kansas: no somos nada más que “Dust in the Wind”; y desde luego que la
llegada de los integristas a Tombuctú no soluciona mucho las cosas, más bien
todo lo contrario puesto que la presencia de los rifles en esa ciudad maliense
significa la obligación para las mujeres
de usar calcetines y guantes en la región shariana, la prohibición para toda la
población de escuchar música, fumar, jugar al fútbol. Prohibido pasear por el
mero placer de pasear por las calles. Aplicación
estricta, en definitiva, de la sharía.
Lapidación de los adúlteros, sobre todo en el mes de Ramadán, etc. Y eso es lo
que narra el mauritano Abderrahmane Sissako en su última película Timbuktu, nominada al Oscar a la Mejor
película en lengua no inglesa en la edición de 2015. Prohibido vivir, pero esta
película es una crónica de la vida que se resiste a desaparecer, como luego
veremos.
Representa Sissako uno de los grandes nombres de la
cinematografía africana, junto a Ousmane Sembène, Souleyman Cissé, Idrissa Ouedraogo y Djibril Diop Mambèty, y en concreto durante el año 2009, que es el que mejor he trabajado hasta ahora en cuanto a las presencia del cine árabe en España, pudimos disfrutar las siguientes producciones de Sissako: el largometraje Esperando la felicidad (Heremakono) (2002),
dentro del ciclo organizado por Casa Árabe "Cartografías urbanas: la ciudad en el cine árabe contemporáneo",
en Madrid, que obtuvo el Premio FIPRESCI en el Festival de Cannes en la
sección Un Certain Regard y el de Mejor pelicula en FESPACO, Uagadugu 2003 (equivalente
al Oscar africano); y los cortos “N’Dimagou” y “Le rêve de Tiya”
(“El sueño de Tiya”),
que figuró en la programación oficial del Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT)
y es una de las ocho historias que componen el largometraje 8. Estos ocho
cortos ilustran los ocho objetivos de Milenio para el Desarrollo (OMD), y en
concreto el de Sissako se rodó en Etiopía para ilustrar el objetivo “Reducir la
pobreza extrema y el hambre”. En 2014 Heremakono se incluyó en el FCAT, cuya
sede actual está en Córdoba.
Pero Timbuktu no es una película sobre el
terrorismo y por ello, muy respetuosa con la fe musulmana. Es sólo que en ella
se contrapone el amor a la humanidad que debe presidir toda confesión religiosa
a la inhumanidad satánica de los fanatismos y yo no soy, admitámoslo, una
persona de profundas convicciones místicas, pero sí creo que el filme de
Sissako delimita inequívocamente la esencia universal del ser humano como una
imperfección llena de sentimientos frente a la imposición ciega de un credo
cruel. Por eso, la extrañeza entre la irracionalidad fundamentalista se plasma,
entre otros muchos detalles, en la presencia constante de intérpretes para comprender
la lengua de cuerpos extraños en la sociedad maliense, pero sobre todo en los
debates entre el imán local, que simboliza la interiorización y la palabra, y
el jefe de los integristas, que simboliza la inhumanidad y las armas.
“La
Meca está en aquella dirección”, increpa un fanático a Kidane, de quien luego
trataremos, “Lo sé”, dice éste. Es por ello que quiero mencionar la serie documental
“Alquibla”, concebida por Juan Goytisolo con carácter divulgativo dedicada al mundo
islámico como complejo social, cultural, político y religioso, siendo así que
uno de los capítulos de dedica al Islam negro. Su idea fue utilizar el tema
religioso como punto de partida para profundizar en la cultura musulmana. “Alquibla”,
‘la dirección en la que hay que mirar para rezar hacia La Meca’, se programó a principios
de los años noventa como un conjunto de piezas breves para ser emitidas en
Televisión Española. Producida por Eclipse Films, se encomendó la dirección a
Rafael Carratalá, con guion y presentación de Juan Goytisolo, fotografía de
José Altable, y música de Luis Delgado.
Se trata Timbuktu de una película que rebosa un
inmenso amor a la vida incluso en las circunstancias físicas más adversas: el
desierto tal cual; y que se articula, alrededor de la vida familiar de Kidane
(el padre), Satima (la madre) y Toya (la hija), cuya arcadia particular se
concentra en su jaima. La mirada de Sissako se extiende con ternura hacia ese
núcleo familiar, que quiere mantener su modo tradicional de vida, cuando todos
los que han podido han huido, los amantes de la música, los jugadores de fútbol
sin pelota, etc. Por eso, las debilidades integristas (a unos les gusta el
fútbol, a otro la danza, otro fuma a escondidas, con el kalashnikov ad hoc) no se muestran como ejemplos de
hipocresía, sino como flecos propios de la vida humana.
En Timbuktu las personas sobreviven en
bosques de dunas y en una ciudad erigida sobre casas de barro. Es la vida
llevada a una situación extrema, donde la sharía
es algo así como la puntilla a una sociedad que sin ella se levanta de milagro.
Particularmente
interesante se me ofrece el personaje de la, digamos, loca, llegadat tras el terremoto que devastó Puerto Príncipe y cuya vida racional se detuvo
dicho 12 de enero de 2010, puesto que los desafíos constantes de esta mujer a
los intrusos fundamentalistas y su mirada escéptica concentran toda la
irracionalidad de la situación.
Por otro
lado, como bien sabemos, desde que el hombre es hombre y decidió establecerse
en un lugar, buscó siempre la proximidad del agua como elemento vital. Sin
embargo en Timbuktu, el río es el
origen de la tragedia que desencadenará la intrahistoria que reproduce este largometraje,
lo cual me parece un buen signo de la anormalidad de la situación que quiere
transmitir Sissako.
En el aspecto
técnico e interpretativo, esta película se narra sin sobreactuaciones y con un
protagonismo colectivo, dejando que las escenas hablen por sí mismas. Es
evidente que la familia de Kidane, Satima y Toya constituye el eje argumental,
acompañados por Issam, el niño que cuida el ganado, pero la historia se
despliega hacia una multiplicidad de personajes. Un drama descrito con la
naturalidad con la que discurren hoy día los dramas ante nuestros ojos. Quizá
es por ello bueno que una obra como la que estoy comentando profundicen con una
técnica casi documental en la intensidad de la cuestión.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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