Hace
tiempo que sostengo que lo único que merece la pena de la entrega de los Oscar
es el de Mejor película en habla no inglesa, y si no lo único, sí lo más
destacable. Este año ese premio ha sido concedido a Ida (2013), de Pawel Pawlikowski, lo cual ha constituido el colofón
a una larguísima lista de galardones anteriores:
2014: Premios Oscar: Mejor película
de habla no inglesa. Nominada mejor fotografía.
2014: 5 Premios del Cine Europeo,
incluyendo mejor película, director y guion.
2014: Globos de Oro: Nominada a
mejor película de habla no inglesa..
2014: Premios BAFTA: Mejor película
de habla no inglesa.
2014: Premios Goya: Mejor película
europea.
2014: Premios Guldbagge: Nominada a
Mejor película extranjera.
2014: Círculo de Críticos de Nueva
York: Mejor película extranjera.
2014: Críticos de Los Angeles: Mejor
film extranjero y actriz secundaria (Agata Kulesza).
2014: Independent Spirit Awards:
Mejor película extranjera.
2014: Satellite Awards: Nominada a
Mejor película extranjera.
2014: Critics Choice Awards:
Nominada a Mejor película de habla no inglesa
2014: Críticos de Chicago: 4
nominaciones incluyendo Mejor película extranjera.
2013: Premios David di Donatello:
Nominada a mejor película europea.
2013: Festival de Toronto: Premio
FIPRESCI (Special Presentations).
2013: Festival de Gijón: Mejor
película, actriz (Agata Kulesza), guion y dirección artística.
2013: Festival de Londres: Mejor
película.
2013: Festival de Varsovia: Mejor
película.
De
donde se agradece que la reciente concesión de los Oscars haya permitido su
regreso a las pantallas españolas, y este humilde comentador haya podido verla
por segunda vez.
Si
empezamos por las cuestiones técnicas, que no sé por qué, suelen dejarse para
el final, lo primero que llama la atención es la descolocación de los encuadres
dentro de una fotografía que más que blanco y negro, es sombra y negro, con
particular predilección a situar a la figura que se retrata en los ángulos
inferiores, hasta tal punto que en una ocasión los subtítulos no son sub, sino
supra, puesto que han de colocarse encima de los personajes. Es una fotografía
con un inmenso poder de elocuencia: la austeridad del mundo que narra haya el
correlato perfecto en ella, incluso en las escenas exteriores, que mantienen el
aliento tenebroso que caracteriza a todo el filme. Y llama también la atención
el formato 4:3 que en este caso acentúa la austeridad, yo diría incluso que
vacío, social en que se desarrolla la película.
También
en el plano técnico, la banda sonora limita su aparición a lo que el guion pide
en cada momento, y por ello, Ida
tiene música cuando los actores ponen un vinilo, encienden la radio, o se
recrea una orquesta en el salón de un hotel,
y todo ello enfatiza el rigor de los silencios y hace verosímil el fondo
musical, como de bajo continuo, Bach es uno de los compositores que se oyen en
esta producción, sólo cuando así lo permite la acción. El mundo de lo clásico
tiene cabida en la película de Pawlikowski,
pero también “Naima”, de John Coltrane, o “24 mille baci”, por Adriano
Celentano. Convivencia, pues de lo clásico con lo contemporáneo (la acción se
sitúa en 1960), o del jazz más profundo, más bebop, con la ligereza del pop de
cuño San Remo: música capitalista aureolada por “La Internacional”, en una
película que se constituye como un rosario de dualidades esenciales, de las que
pasamos a hablar seguidamente.
Nos situamos ya en la historia en sí, el punto de arranque es un convento en
medio de la nada, en un país dominado por la austeridad soviética, en el que
habitan no más de diez monjas y media docena de novicias. De manera que, con
tan mínimos elementos se construye una película excepcional. La superiora del
convento pide a Anna (interpretada por Agata Kulesza) que visite a su único
pariente vivo, es decir, su tía Wanda (interpretada por Agata Trzebuchowska), a
quien no conoce aún, antes de tomar los votos como religiosa. Y Anna encuentra
a su tía para descubrir que no es Anna, sino Ida, y que no es cristiana, sino
judía, toda cuya familia fue exterminada durante la Segunda Guerra Mundial. Para
Ida se impone conocer la verdad, y es el camino que inicia junto a su tía, que
ocupa un cargo en la judicatura polaca y disfruta, por lo tanto, de una serie
de prebendas burguesas inaccesibles para el pueblo: tabaco, coche, apartamento.
Dos
mujeres, dos religiones, dos generaciones, y dos actitudes: Ida sufre por lo
que no conoce, con el hábito por sudario, no ha visto nada del mundo, ni sabe
la verdadera historia de sus padres. Ida es una muerta en vida: tan sólo ha
visto lo que sucede dentro de las paredes del convento, cuya desnudez ambiental
recuerda la imagen que tenemos todos de la Alta Edad Media. Pero Wanda sufre
por lo que conoce y que ha bloqueado escépticamente sus sentimientos. Wanda es
una viva en muerte.
En los créditos oficiales de
la película, Agata Trzebuchowska es la protagonista y Agata Kulesza es actriz
de reparto, pero muy bien podían haber sido ambas co-protagonistas. En mi juicio
personal, así lo son. Kulesza lo expresa todo en su mirada vacía: son unos ojos
que no han visto nada, que están por llenar en unos planos cuya plasticidad, en
blanco y negro, como hemos dicho antes, recuerda en ocasiones la de La joven de la perla, de Johannes
Vermeer, un cuadro conocido también como Muchacha
con turbante, lo que en la película de Pawlikowski se sustituye por la toca
de la hermana Anna-Ida. De hecho, es portentoso el parecido de la modelo que
utilizara el pintor flamenco en su día y el de la actriz polaca contemporánea.
Los ojos de Wanda, en cambio, se han vaciado por todo lo que han visto.
El vacío
intacto de Ida y el vacío germinado de Wanda.
Fragmentos
desgarrados de intrahistoria, si recordamos a Unamuno, o el yermo de las almas,
si acudimos a Valle-Inclán.
Nos queda aún
otra dualidad y con esto termino, y es la de la libertad y el miedo, o por
mejor decir, el miedo a la libertad, de lo que se ocupó largamente en 1941 Erich
Fromm, gran fustigador de los totalitarismos, que es, en definitiva, el telón
de fondo sobre el que se construye Ida.
Recordemos una de sus más conocidas citas: “El acto de desobediencia como acto
de libertad es el comienzo de la razón”, dejó dicho el filósofo, lo que de
manera irónica parafraseó Katherine Hepburn: “Si cumples todas las reglas, te
pierdes la diversión”. Pero Wanda ha
sido fiel al Partido hasta sus últimas consecuencias e Ida no sabe qué hacer
con el saxofonista, intérprete de Coltrane, que aparece casualmente en su vida.
Convento vs. jazz
en la Polonia comunista, con las heridas de la Segunda Guerra Mundial todavía
abiertas en una película rodada en sombra y negro, formato 4:3 y los actores
desencuadrados en los planos. Sinceramente, ¿hay quién dé más?
Francisco Javier Rodríguez Barranco