¿Cuántos Oscar a la mejor película en habla no inglesa
somos capaces de recordar? No quiero parecer demasiado pesimista si afirmo que
muy pocos, siendo así que cuantitativamente es mucho más difícil conseguir un Oscar
en un idioma diferente del de Shakespeare, puesto que, tan sólo en Europa
tenemos lenguas de origen latino, eslavo, celta, báltico, germánico (donde el
inglés ocupa un modesto lugar entre otras lenguas como el alemán, el holandés o
todas las de los países escandinavos, por ejemplo), lenguas del grupo
ugro-finés, además del griego, turco, lapón, albanés o vasco. Podríamos añadir
a ello otras lenguas con muchos millones de hablantes y un enorme potencial
creativo, como son las semíticas, el hindi, el japonés y el chino. Por lo
tanto, insisto, estadísticamente resulta mucho más difícil obtener un Oscar a la mejor película en habla no inglesa que en esta lengua, pero son muy pocas
las películas no anglosajonas que forman parte del imaginario colectivo.
Algunas de ellas son perfectamente olvidables, como Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, pero una repaso de los diferentes filmes premiados nos permite una selección de lo mejor del cine mundial durante décadas. Directores con una inmensa capacidad artística se incluyen en esa relación de auténticas joyas del Séptimo Arte. Tal sería el caso de Fellini,
Fernando Trueba, Campanella, Tornatore, Buñuel y un grandísimo etcétera de
realizadores que muy difícilmente llegan al gran público. Esperemos que no sea
ésa la situación de Paolo Sorrentino, cuya excepcional producción La gran belleza ha sido galardonada con
dicho Oscar en el año en curso, es decir, el 2014.
La gran belleza sitúa
al espectador ante todo un glosario de posibilidades estéticas, como la
fotografía, el teatro, la pintura, la escultura, etc. Pero sobre todo lo que
subyace es una mirada escéptica, melancólica, acerca de la caducidad e
inconsistencia de la vida o las opiniones humanas. El protagonista, Jepp
Gambardella, magníficamente interpretado por Toni Servillo, otro de cuyos
excelentes trabajos, Viva la libertà,
hemos podido disfrutar en las pantallas españolas recientemente, escribió un
ambicioso libro hace 40 años, El aparato
humano, y desde entonces ha conseguido un altísimo nivel de vida como
periodista en una prestigiosa revista de arte, entendido el arte en su acepción
más extensa. Desde esa primera novela juvenil, Jepp ha querido,
infructuosamente escribir la gran novela sobre la nada. Se consuela pensando
que Flaubert también se lo propuso y fracasó, lo que nos sitúa ante una
referencia literaria, entre otras muchas que podemos hallar en La gran belleza: Proust, Turgeniev,
Dostoievski, D’annuzio o el mismísimo Shakespeare, además del ya mencionado
Flaubert. Jepp Grambella, deambula, pues, junto al Tíber u observa la vida
desde su lujoso ático en la proximidad del Coliseo con actitud escéptica, pero
escepticismo con un toque irónico: descreimiento burlón. “Tan sólo este menú es
importante”, comenta en un restaurante Jepp a Ramona, algo más que una amante
ocasional para él (cito de memoria y no en el original italiano, por lo que
procuraré ser lo más fiel posible al texto original, si bien no garantizo la
literalidad de mis recuerdos) (lo siento); o en esa misma cena, cuando Ramona
le pregunta lo popular que él es, responde que eso es una receta segura para la
infelicidad. “¿Por qué?”, insiste ella, “Por qué soy decepcionante”, asegura el
escritor.
Pero no sólo el ser humano nos sorprende con su realidad,
sino que todo eso acontece en la ciudad eterna, una de las ciudades más bellas
del mundo, si no la más, en todo caso, aquella que ostenta la belleza más
antigua de cuantas urbes bellas conocemos. De hecho, no soy capaz de recordar
ninguna otra película en la que la antigua capital imperial haya sido retratada
con mayor belleza, por los ángulos elegidos y por la calidad de la fotografía, pero
“Roma es decepcionante”, afirma con toda intención Romano, cuyo nombre,
obviamente tampoco es casual, justo cuando acaba de conocer el éxito como autor
teatral. “Todo es truco” afirma un mago, capaz de hacer desaparecer una jirafa.
Todo es falso, intrascendente, relativo.
En La gran belleza
encontramos la soledad del hombre ante otros seres humanos o en su compañía,
incluso compañía bulliciosa. La soledad del hombre ante el arte. La soledad del hombre ante la degradación, el
empobrecimiento físico o moral. La soledad del hombre ante el sexo, cuando el
sexo es uno de los grandes alivios para la acedia insana, según sostuvo Robert
Burton en Anatomía de la melancolía,
un manual de principios del siglo XVII. La soledad del hombre ante las grandes
preguntas. “Me encantan estos trenecitos”, afirma Jepp refiriéndose a las
cadenas de bailarines, habituales en las fiestas y celebraciones de todo tipo.
“Porque no llegan a ningún lado”, culmina su comentario. Y por supuesto,
muchísima añoranza de la juventud y sentimiento de vejez en la actualidad.
La presencia del río, como gran metáfora del paso del
tiempo, donde sin duda los ejemplos más conocidos son el todo fluye, de
Heráclito, o las coplas dedicadas a la muerte de su padre, del castellano Jorge
Manrique, cuando Castilla poseía aún la frescura creativa, es crucial. No son
escasas las apariciones del río, como comentaba, en particular, o del agua, en
general, pues abundan las escenas ambientadas en el mar, lo cual vincula La gran belleza con la iconografía
milenaria sobre la melancolía, donde el agua, efectivamente, es símbolo habitual
de la tristeza mórbida y Acuario es uno de los dos signos zodiacales de Saturno, así como el único que se cita expresamente en el filme para ornamentar a uno de los atrabiliarios personajes. Crono en el original griego, dios del tiempo y señor de la melancolía, la bilis
negra, la pena negra, de lo que existe numerosa bibliografía y entre ella muy
destacable es el estudio de Klibansky, Panofsky y Saxl, Saturno y la melancolía. No en vano, Jepp cree ver el mar en el
techo de su habitación: cuando está acostado se imagina que se halla bajo la
superficie del agua y lo mismo intenta que consiga Ramona.
Por otro lado, si esta producción se erige como compendio
de actividades creativas, no podía estar fuera de ella el cine y, entre otras
muchas referencias que podrían mencionarse, me gustaría enumerar las
siguientes, aunque sea en apretada síntesis: Visconti, y concretamente su
magistral Muerte en Venecia, se halla
en el tono decadente general de la obra de Sorrentino y en la mirada apenada a
la infancia: “Todos necesitamos que alguna vez nos recuerden el niño que
fuimos”, manifiesta la directora de la publicación donde trabaja Jepp a éste
mismo, después de llamarle Jeppino, diminutivo cariñoso en sus primeros años de
vida. El surrealismo de Buñuel, puede detectarse en la presencia de una enana,
la recién citada jefa de Jepp, así como en una bandada de flamencos que, de
repente, hace escala en el ático de Jepp, con el Coliseo como telón de fondo,
de camino en su vuelo hacia oeste. Y el magisterio de Fellini, que rodó Amarcord para recordar su niñez, es muy
evidente; de hecho, la película de Sorrentino ha sido considerada como una
versión contemporánea de La dolce vita.
Así, podemos apreciar en La gran belleza,
por ejemplo, el descerebramiento de las relaciones humanas que inunda el filme
del realizador de Rimini, o el tono anticlerical en detalles como un cardenal,
papa in pectore, cuyos principales
méritos parecen ser las recetas culinarias y a quien también vemos columpiarse
infantilmente en la soledad de la campiña. Por fin, otro detalle que apunta a
Fellini es la presentación de una futura santa, una misionera de 104 años, que
recibe el homenaje de los representantes de todas las confesiones religiosas,
incluidas las animistas, sentada en un butacón de mimbre, que recuerda al
utilizado por Sylvia Kristel en Emmanuelle.
De manera que, se trata de una película donde incluso los
títulos de crédito, diseñados como un paseo fluvial bajo los puentes del Tíber,
son muy elocuentes en cuanto a las imágenes, que prolongan las escenas del
filme. Cuesta, eso sí, mantener la lectura del texto en ellos incluido, pero
¿quién lee realmente los títulos de crédito al final de un largometraje?
“Tú y yo ¿nos hemos acostado alguna vez?”, pregunta Jepp
en una de las escenas finales a Steffania, una revolucionaria de reality shows, casada y madre de cuatro
hijos. “No”, reponde ella. “Estupendo. Asi tenemos algo interesante que hacer
en el futuro”. Lo que me parece una perfecta síntesis de todo lo que he
comentado más arriba: nostalgia, decadencia, escepticismo, vacío, perennidad;
endulzado por un comentario ingenioso, dentro de una inagotable sucesión de
imperecederos diálogos en esta película, y es que la película de Sorrentino,
aunque rezuma melancolía por todos sus poros, siempre constituirá un bálsamo
estético.
La gran belleza de la soledad, pues, o quizá la vida
consista precisamente en regresar a la soledad original.
Francisco
Javier Rodríguez Barranco