Dentro de la sección Hipermetropía, que es la oficial a concurso del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) se ha incluido el filme ruandés The Bride (2023), de Myriam Uwiragiye Birara, que también ha participado en la Berlinale y en el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.
La historia se ambienta en algún lugar del norte de Ruanda en 1997, es decir, con el genocidio aún muy cercano, en una zona donde los tutsis fueron masacrados y se centra en una joven de quien debemos suponer que acaba de finalizar la enseñanza secundaria, pues está esperando ser aceptada en la Universidad Nacional para estudiar Medicina. Se trata, por lo tanto, de una adolescente con todo un mundo de ilusiones por delante y durante el transcurso de la cinta sabemos que pasó la guerra en una familia de acogida en Zaire, que todavía era Zaire, pues cambió el nombre a República Democrática del Congo el 17 de mayo de 1997.
Las primeras escenas son casi adánicas
en una ambiente de naturaleza exuberante, donde la adolescente juega a ponerse
flores blancas en el pelo, como de la novia en una boda se tratara, pero es
violada y, por si eso no fuera ya de por sí un trauma lo suficientemente
desgarrador, resulta que en numerosos países africanos existe una ley no escrita
según la cual la joven ultrajada debe
casarse con el agresor, por lo que todo su mundo se desmorona, dado que ya no
podrá ir a la universidad y tendrá que resignarse a una vida de esclavitud de
facto en un ambiente rural, prácticamente en aislamiento, pues la casa está
sola en la montaña y goza de un nivel estándar en cuanto a la comodidad del
mobiliario.
Así las cosas, hay varios flancos
desde los que podemos acercarnos a este filme y el primero de ellos, si nos
fijamos en el equipo actoral es que la actriz que hace de prima del violador,
Aline Amike, sí tiene experiencia previa en el cine, pues ha protagonizado
otras dos películas ruandesas: Father’s
Day (2022), de Kivu Ruhorahoza, y Twin
Lake Haven (2022), de Philbert Aimé Mbabazi Sharangabo. No así el resto del
reparto, para quienes The Bride es su
primer largometraje, lo cual confirma la tendencia del cine africano de elegir
actores y actrices tomados de la calle para enfatizar la sensación de realidad
que persiguen.
Una sensación de realidad que se
aborda también desde el propio aspecto físico de las mujeres, jóvenes y
maduras, que intervienen en esta cinta, pues físicamente no se aproximan al
canon comercial de belleza, sino que se trata de personas normales como le sucede
al 99,99% de las mujeres en el mundo: solo un 0,01%, más o menos, son top models o poseen unos atributos
físicos deslumbrantes.
Podemos también valorar la inexistencia de una banda sonora ni siquiera una canción de fondo, sino tan solo el canto insistente de los pájaros. De esta manera se refuerza la sensación de realidad, puesto que, siendo una ficción las escenas, sin que haya cambios importantes de cámara en los encuadres, parecen grabaciones directas de una persona que estuviera en ese momento asistiendo a lo que ocurre en escena. No es una docuficción ni siquiera una ficción documental, sino una ficción, ficción, como digo, pero con una técnica que emula a un vídeo casero de la vida en un lugar remoto de un continente tan próximo como distante de Europa.
En ese contexto las fotografías que
miran los personajes adquieren particular protagonismo, pues es como si se
trataran de instantes de vida detenidos. De hecho, las protagonistas, es decir,
la joven y la prima de Silas, se fotografían entre sí y esta conserva los
retratos familiares en un altar al que le pone flores, pues considera que
mientras existan esas imágenes, sus padres, hermanos, etcétera, no se habrán
extinguido del todo.
Con todo, lo que me parece más
significativo de esta película es que la directora consigue transmitir al
espectador todo el horror de una situación espantosa, pero no ha necesitado
para ello de escenas escabrosas ni recrearse en la sangre: la única sangre de
la que tenemos noticia es la que, de vez en cuando, le sale a la prima de Silas
por la nariz a causa de una migraña recurrente. No vemos la escena de la
violación, sino tan solo a unos jóvenes que se alejan arrastrando a la
adolescente contra su voluntad, buscando un lugar apartado, y ya podemos
imaginar lo que eso significa. No vemos ni una sola acción de guerra ni un solo
arma, pero de las conversaciones entre las dos jóvenes podemos inferir la
atrocidad de todo aquello, cuando las familias eran asesinadas delante de los
otros miembros. Es la intimidad del horror lo que Myriam Uwiragiye Birara ha
querido plasmar en su filme y es la intimidad del horror lo que esta directora
consigue que veamos en The Bride. Hay
un momento, por ejemplo, en que están junto a una corriente fluvial y la prima
de Silas le cuenta a la adolescente violada que ese río se tiñó de rojo, pero
lo que vemos en la pantalla son las aguas fluyendo con naturalidad. Intimidad
del dolor, como si se hubiera incorporado ya al ADN de los personajes.
Es el momento ya de desvelar el nombre
de la joven violada: Eva, el de la primera mujer según la Biblia en una región
del mundo donde se supone que moraron los australopitecos, es decir, los
primeros homínidos conocidos. Y es que “No comprendo a Dios” afirma la prima de
Silas, algo en lo que Eva está completamente de acuerdo. Un dios que tan
injustamente ha expulsado a Eva del paraíso, porque la tragedia de esta mujer
es la tragedia de todas las mujeres.
Francisco Javier Rodríguez
Barranco
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