viernes, 31 de mayo de 2024

LA INTIMIDAD DEL HORROR EN 'THE BRIDE'

 



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Dentro de la sección Hipermetropía, que es la oficial a concurso del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) se ha incluido el filme ruandés The Bride (2023), de Myriam Uwiragiye Birara, que también ha participado en la Berlinale y en el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.

 


         La historia se ambienta en algún lugar del norte de Ruanda en 1997, es decir, con el genocidio aún muy cercano, en una zona donde los tutsis fueron masacrados y se centra en una joven de quien debemos suponer que acaba de finalizar la enseñanza secundaria, pues está esperando ser aceptada en la Universidad Nacional para estudiar Medicina. Se trata, por lo tanto, de una adolescente con todo un mundo de ilusiones por delante y durante el transcurso de la cinta sabemos que pasó la guerra en una familia de acogida en Zaire, que todavía era Zaire, pues cambió el nombre a República Democrática del Congo el 17 de mayo de 1997.

          Las primeras escenas son casi adánicas en una ambiente de naturaleza exuberante, donde la adolescente juega a ponerse flores blancas en el pelo, como de la novia en una boda se tratara, pero es violada y, por si eso no fuera ya de por sí un trauma lo suficientemente desgarrador, resulta que en numerosos países africanos existe una ley no escrita según la cual la joven ultrajada  debe casarse con el agresor, por lo que todo su mundo se desmorona, dado que ya no podrá ir a la universidad y tendrá que resignarse a una vida de esclavitud de facto en un ambiente rural, prácticamente en aislamiento, pues la casa está sola en la montaña y goza de un nivel estándar en cuanto a la comodidad del mobiliario.

          Así las cosas, hay varios flancos desde los que podemos acercarnos a este filme y el primero de ellos, si nos fijamos en el equipo actoral es que la actriz que hace de prima del violador, Aline Amike, sí tiene experiencia previa en el cine, pues ha protagonizado otras dos películas ruandesas: Father’s Day (2022), de Kivu Ruhorahoza, y Twin Lake Haven (2022), de Philbert Aimé Mbabazi Sharangabo. No así el resto del reparto, para quienes The Bride es su primer largometraje, lo cual confirma la tendencia del cine africano de elegir actores y actrices tomados de la calle para enfatizar la sensación de realidad que persiguen.

          Una sensación de realidad que se aborda también desde el propio aspecto físico de las mujeres, jóvenes y maduras, que intervienen en esta cinta, pues físicamente no se aproximan al canon comercial de belleza, sino que se trata de personas normales como le sucede al 99,99% de las mujeres en el mundo: solo un 0,01%, más o menos, son top models o poseen unos atributos físicos deslumbrantes.


          
Otra característica de la cinta de Myriam Uwiragiye Birara es que la presencia de los hombres en escena es poco más que testimonial. A pesar de ser los verdugos de la historia, su peso en el largometraje es casi un cameo y normalmente quedan desenfocados en escena. Es obvio que la directora se ha concentrado en las emociones femeninas, lo que encaja bastante bien con el tema central de esta edición del FCAT, que son los afrofeminismos y en este caso en concreto dentro de un contexto donde los hombres, los pocos hombres que han sobrevivido a una de las guerras más crueles de las últimas décadas, luchan por desembarazarse del shock postraumático mediante acciones totalmente irracionales, que no les justifica, pero la realizadora tampoco pretende establecer juicios de valores, sino mostrar las cosas tal como fueron. Así, Silas que es el violador y futuro marido de la adolescente lo que ansía es que esta le dé hijos varones para recomponer la familia desaparecida. De hecho, ya ha pensado bautizarlos como a sus hermanos.


          Podemos también valorar la inexistencia de una banda sonora ni siquiera una canción de fondo, sino tan solo el canto insistente de los pájaros. De esta manera se refuerza la sensación de realidad, puesto que, siendo una ficción las escenas, sin que haya cambios importantes de cámara en los encuadres, parecen grabaciones directas de una persona que estuviera en ese momento asistiendo a lo que ocurre en escena. No es una docuficción ni siquiera una ficción documental, sino una ficción, ficción, como digo, pero con una técnica que emula a un vídeo casero de la vida en un lugar remoto de un continente tan próximo como distante de Europa.

          En ese contexto las fotografías que miran los personajes adquieren particular protagonismo, pues es como si se trataran de instantes de vida detenidos. De hecho, las protagonistas, es decir, la joven y la prima de Silas, se fotografían entre sí y esta conserva los retratos familiares en un altar al que le pone flores, pues considera que mientras existan esas imágenes, sus padres, hermanos, etcétera, no se habrán extinguido del todo.



          Con todo, lo que me parece más significativo de esta película es que la directora consigue transmitir al espectador todo el horror de una situación espantosa, pero no ha necesitado para ello de escenas escabrosas ni recrearse en la sangre: la única sangre de la que tenemos noticia es la que, de vez en cuando, le sale a la prima de Silas por la nariz a causa de una migraña recurrente. No vemos la escena de la violación, sino tan solo a unos jóvenes que se alejan arrastrando a la adolescente contra su voluntad, buscando un lugar apartado, y ya podemos imaginar lo que eso significa. No vemos ni una sola acción de guerra ni un solo arma, pero de las conversaciones entre las dos jóvenes podemos inferir la atrocidad de todo aquello, cuando las familias eran asesinadas delante de los otros miembros. Es la intimidad del horror lo que Myriam Uwiragiye Birara ha querido plasmar en su filme y es la intimidad del horror lo que esta directora consigue que veamos en The Bride. Hay un momento, por ejemplo, en que están junto a una corriente fluvial y la prima de Silas le cuenta a la adolescente violada que ese río se tiñó de rojo, pero lo que vemos en la pantalla son las aguas fluyendo con naturalidad. Intimidad del dolor, como si se hubiera incorporado ya al ADN de los personajes.



          Es el momento ya de desvelar el nombre de la joven violada: Eva, el de la primera mujer según la Biblia en una región del mundo donde se supone que moraron los australopitecos, es decir, los primeros homínidos conocidos. Y es que “No comprendo a Dios” afirma la prima de Silas, algo en lo que Eva está completamente de acuerdo. Un dios que tan injustamente ha expulsado a Eva del paraíso, porque la tragedia de esta mujer es la tragedia de todas las mujeres.

 

Francisco Javier Rodríguez Barranco    


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