2 de junio de 2022
Tres han sido las películas que ha tenido uno la
oportunidad de disfrutar en el día de hoy y la primera ha sido La Zerda ou les chants de l’oubli
(1983), de la historiadora Assia Djebbar, que constituye un curioso proyecto
audiovisual, donde la poesía de una narración en off, la poesía de los cantos y
la poesía de la música se incorporan a unas imágenes tomadas entre 1912 y 1942
en los países del Magreb, principalmente Argelia, cuyo 60º aniversario de la
independencia se celebra este año. Dichas imágenes, dichos textos y dichos
cantos nos hablan de la presencia europea, principalmente Francia, en el norte
de África durante los años más duros del Protectorado, durante los cuales
intentaron estrangularse las tradiciones locales, hasta el reconocimiento del
valor estratégico de la zona durante la Segunda Guerra Mundial. Señalar, por
último, que el FCAT ha situado esta película en la sección “Retrospectiva.
Entre la tinta y la pantalla” por el alto valor literario de los textos en ella
contenidos y por ser cauce de la tradición oral de la zona o, con otras
palabras, la literatura cantada.
Las primera de las otras dos películas que configuraron
esta tarde dedicada al cine con mayúsculas, incluidas ambas en la sección
oficial a concurso “Hipermetropía”, fue Black
Medusa (2021), de los directores tunecinos Youssef Chebbi e Ismäel Chebbi, con
guion de ambos, y ya durante el mediodía, en los Aperitivos de cine del FCAT,
tuvimos oportunidad de charlar con Ismäel, quien, entre otras cosas, nos habló
de la nueva generación de cineastas tunecinos que han abandonado el tema de la
Primavera Árabe, bastante habitual en los directores de la generación
inmediatamente anterior, sin duda porque todos ellos, con mayor o menor
intensidad, participaron en la revolución.
Black Medusa está
rodada en blanco y negro con una estética a la antigua usanza y se trata de un
filme inquietante desde su misma concepción, pues se articula alrededor de
Nada, interpretada por Nour Hajri, una joven sordomuda que se dedica a matar
hombres, y esas son las dos principales coordenadas entre las que quiero
inscribir mi comentario, habida cuenta de que, en efecto, y si empezamos por el
primer eje, el hecho de que Nada sea sordomuda implica una determinada estética
y un determinado modo de actuación de Hajri, de tal modo que se transmita mucho
sin palabras, es decir, con las meras imágenes.
En ese punto, los directores intercalan en la acción escenas
de perros callejeros o edificios en penoso estado de conservación como
metáforas de un menesteroso estado de ánimo. Y hasta tal punto llega la cosa
que hay momentos en que pareciera que los realizadores pretenden que los
espectadores sientan lo que la protagonista de este largometraje, pues se
limitan a mostrar escenas sin voces humanas y sin música. Si acaso, con algún
ruidillo inconexo de fondo.
Llegamos así al segundo eje de coordenadas que quiero
considerar: la protagonista mata, efectivamente, y se viste de negro para matar
a hombres a los que conoce casualmente. Ahora bien, ¿por qué mata? ¿Como
venganza por su discapacidad física? Me parece una explicación demasiado
simplona. La protagonista mata, pero no vemos una relación causa-efecto,
recurriendo a la metafísica aristotélica, para sus crímenes, sino que solo
vemos los efectos: es como las fuerzas que nos explican en Física, que no las vemos,
sino tan solo sus efectos si, por ejemplo, empujamos un objeto o doblamos una
barra.
Y yo no voy a desvelar el final, pero podría hacerlo, ya
que consiste en un poderoso fundido en negro abierto a todo tipo de
interpretaciones, como los motivos por los que Nada mata hombres, recurriendo
incluso en ocasiones a una sodomía brutal con un palo. Es decir, que hay un
ensañamiento en los asesinatos, pero, ¿por qué? Según la mitología griega, la
Medusa era un monstruo que convertía en piedra a todo el que la mirase, Nada
convierte en cadáveres a todos los hombres que interactúan con ella y un
mosaico romano de la Medusa aparece en la cinta, lo cual podría explicar el
título, pero seguimos sin hallar una respuesta convincente para la cuestión
fundamental. De manera que hay que aventurar un motivo y yo ofrezco el mío, que
no sé si será el correcto: Nada mata como un proceso mental que concluye en la
carencia de sentido de la vida.
Tras lo comentado en los párrafos anteriores, es muy
difícil adscribir esta película a un determinado género: pudiera tratarse de un
serial killer, pero no coincide
completamente con la estética propia de ese género, dado que, normalmente, los
asesinos cinematográficos en serie suelen moverse dentro de unos patrones y unas
motivaciones que facilitan su detención. Tampoco se trata de una película
policial, pues investigación como tal investigación no hay. Además, nos falta
un saxofonista como telón de fondo musical. Podríamos compartir que se trata de
un thiller, sí, pero en todo caso de
un thiller psicológico, pues quizá lo
que estos directores tunecinos nos proponen es un viaje a lo más oscuro del
alma humana.
Destacar, por último, la soberbia actuación de Nour Haijri.
Tráiler Freda
El segundo de los filmes del día en la sección
“Hipermetropía”, y último de la tarde, ha sido Freda (2021), de la directora haitiana Gessica Généus y una cinta
con una triple producción repartida entre Haití, por parte de la propia
realizadora, Benín y Francia. La acción de esta película, precandidata a los
Oscar como Mejor película en habla no inglesa, transcurre en Puerto Príncipe,
capital del país caribeño arriba mencionado y consigue algo así como la
cuadratura del círculo, dado que, por un lado comporta un alto contenido documental,
pero por otro, la ficción del filme golpea en lo más profundo de las emociones
del espectador.
En esencia, la historia muestra la vida de Freda, una
auténtica Cenicienta descalza, pues ella es la única de los tres hermanos que
realiza las tareas de la casa, la única que madruga, la única que trae algo de
dinero a casa, etcétera. Una Cenicienta, como digo, sin zapatos, pero también
sin hada madrina y cuya única posibilidad de carroza consiste un billete de
autobús para asistir al baile de la emigración hacia Santo Domingo y huir
así de la realidad demoledora en su
país.
Oficialmente el argumento se presenta como la difícil
reconstrucción de Haití después del terremoto de 2010, alegorizada en la
difícil reconstrucción personal del personaje principal, es decir, Freda, pero
a mí me gustaría ampliar algo que ya he mencionado antes: la textura documental
de un filme pensado con voluntad de ficción, por lo que no podríamos hablar en
propiedad de una docuficción, sino de una ficción documental.
La directora, en efecto, gozaba en el momento de emprender
el proyecto de Freda de una
trayectoria en el ámbito documental y esa experiencia en este género se
traslada a la película que nos ocupa, que es el primer largometraje de ficción
de Généus. Por ello, la trama en sí es muy sencilla y, si bien se articula
alrededor de Freda, interpretada por Néhémie Bastien, que está presente durante
toda la cinta, se ramifica luego en las vivencias de una serie de personajes
radiales, como los compañeros de universidad, los hermanos de Freda, su madre u
otra parte de la familia. Sí que observamos, desde luego, un importante peso de
los caracteres femeninos, pero la película en sí, a mi modo de ver, consiste en
una serie de escenas para mostrar los grandes males de Haití, es decir, todos,
pues pudiera tratarse del país más pobre del mundo, azotado por todo tipo de
desastres naturales, por si ya la miseria fuera poco castigo.
Por lo tanto, a mi modo de ver, insisto, los diferentes
momentos del filme nos muestran de manera casi pedagógica situaciones como la
corrupción, el vudú, la hipocresía de los religiosos cristianos, la pobreza, la
falta de horizontes, la descolonización fallida, la violencia machista o la
violencia, en general: de hecho, el productor beninés, en la exposición previa
a la proyección, nos habló de las duras condiciones de rodaje, puesto que cada
día amanecía con varios muertos en la zona de grabación.
Toda esa ambientación social sirve para engarzar historias
personales muy duras, sin duda, pero no demasiado complejas desde el punto de
vista argumental: los jóvenes (masculinos) quieren huir del país y las jóvenes
buscan matrimonios ventajosos intentando parecer blancas aclarándose la piel o
tiñéndose el pelo de rubio.
Sí que me parece muy destacable la interpretación de
Fabiola Remy en el rol de Jeannette, la madre de Freda, siendo así que no se
trata de una actriz profesional, como nadie en el reparto de este largometraje,
pero que da vida con maestría al personaje con más riqueza de matices de esta
película. De hecho, no me parece descabellado considerar que Jeannette es una
alegoría de la patria haitiana y, de ser así las cosas, Freda lo sería del pueblo
de Haití.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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