«Dios también está entre los pucheros», afirmaba Teresa de Ávila (hemos citado de memoria). A lo que podríamos añadir nosotros: «El diablo también está entre los pucheros», al menos a juzgar por Cuinant (2014), primera película en sentido propio del director barcelonés Marc Fàbregas, quien nos ofrece un interesantísimo análisis de las relaciones de pareja en el filme.
Toda la acción transcurre en una cocina mientras se
prepara una cena disponiendo las cámaras en los lugares más inverosímiles, como
en un instante erótico que durante un segundo se muestra grabado desde el
interior de un horno con su cristal translúcido. Y sobre lo primero que cabe
reflexionar, en términos generales, es la grandeza y la penuria del cine
actual, cuyos medios técnicos permiten rodar un largometraje de hora y media en
un espacio mínimo, que además es una cocina real y no un plató, con tan solo
dos actores; pero, por otro lado, tropezamos con la indiferencia de la
industria y, por lo tanto, de los espectadores hacia apuestas innovadoras de
creación. Nada fuera de lo esperable parece interesar a un público cuyo
espíritu crítico se haya en avanzado estado de descomposición, no sabemos muy
bien hasta dónde. ¡Ah, qué atinado estuvo Federico García Lorca cuando escribió
hacia 1930 una de las piezas más revolucionarias de la Historia Universal del
Teatro: El público. Luego derivó
hacia sus tragedias rurales (Bodas de
sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba), que son por
las que es recordado, de una cualidad incuestionable, pero mucho más fáciles de
“digerir” por los espectadores.
Y ya que acabamos de recurrir a un introito escénico,
otra de las vías de aproximación a Cuinant
es precisamente su enorme vis teatral, que además sigue fielmente las reglas de
la unidad de lugar, tiempo y acción que reclamaba Moratín, pues la obra de
Fàbregas se desarrolla en un espacio único y la acción que se exhibe dura
exactamente el tiempo interno de la cinta. La obra que estamos analizando es
una película y, por si hubiera alguna duda, ahí están las tomas falsas que
acompañan a los créditos finales, pero uno tiene la impresión de estar
asistiendo a una representación en las tablas.
Y así, una vez situadas las coordenadas esenciales de
este largometraje, cabe ahora referirse a la historia en sí, que tienen lugar
en un entorno cotidiano que permite reflexionar sobre el ser humano, en general,
y las relaciones de pareja, en particular, basado todo ello en la preparación
de una cena para dos invitados que son las respectivas exparejas de Àlex y
Paula. Creo sinceramente que esa propuesta de trascendencia a partir de
acciones banales, como son preparar un pescado al horno o pelar patatas, es lo
más valioso de este filme: una apuesta original y sugestiva. Como muestra, un
botón: un huevo inesperadamente roto arruina un inicio erótico.
Según venimos afirmando, la preparación de una cena
permite analizar las relaciones humanas, por lo que cabe preguntarse qué
ingredientes utilizamos en nuestra convivencia con otras personas, lo que en el
filme de Fàbregas se resuelve en dos grandes opciones: la negociación expresa
para no herirse o adaptarse al otro/-a y las mentiras. Y es que, seamos realistas,
por muy ente social que definiera Aristóteles a los seres humanos, solos
nacemos y solos nos vamos para el otro mundo, de manera que cualquier tipo de
relación que nos planteemos (familia, pareja, amigos, trabajo) es antinatural y
exige, por tanto, una alta dosis de aceptación de lo que no nos es
consustancial. De hecho, y esto es una opinión totalmente personal, tan
acertada o tan errónea como todas las opiniones personales, yo no me
preguntaría por qué ha fracasado una pareja, porque eso es lo que por
naturaleza corresponde: yo analizaría por qué hay parejas que sí funcionan e
intentaría a partir de ahí alcanzar conclusiones que pudieran ser válidas para
otras parejas. Del mismo modo que los científicos examinan determinadas
condiciones fisiológicas que pueden ser útiles para la salud de la comunidad,
los psicólogos deben analizar determinados comportamientos que pueden ser
positivos para otros seres humanos que pretenden vivir en comunidad.
La película no se ceba en detalles desgarradores. Hay que
destacar en este sentido el gran trabajo actoral, pues la trama se presta a la
sobreactuación, algo que Chus y Miguel sortean perfectamente. La película se
desenvuelve como tienen lugar las relaciones entre dos personas que conviven,
con momentos de tensión, momentos de alivio, momentos de humor, etcétera. Y me
van a permitir ustedes que haya dejado para el final el andamiaje ideológico,
pues Cuinant, de Marc Fàbregas rinde
sin duda tributo al método socrático, más conocido como mayéutica, es decir, el
parto de los conceptos, el alumbramiento del conocimiento, en definitiva, que
se articula sobre preguntas, que unas veces son gratas, pero otras nos rompen
los esquemas, que es de lo que se trata, pues de otro modo, no es posible
avanzar. Àlex pregunta constantemente a Paula y esta, que, por cierto, es muy
hábil para saltar de un tema a otro, cuestiona constantemente a su pareja, algo
tan grato para el filósofo ateniense. Pero el Génesis nos condena a parir con
dolor y eso es lo que se muestra en la película: cuanto mejor conocemos a
nuestra pareja, mayor sufrimiento sentimos.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
No hay comentarios:
Publicar un comentario